PRIMERA PLANA ha intentado un tipo de encuesta inusual en este
país. En la Argentina ya se ha introducido la costumbre —en parte
gracias a la televisión— de averiguar, por ejemplo, cuál de dos
jabones (cuyas muestras se entregan gratis a las encuestadas) les
parece más espumoso a 1.152 amas de casa de clase media, entre 25 y
35 años, de nivel socioeconómico "C", con dos hijos, casa propia y
lavarropas, domiciliadas en la Capital y Gran Buenos Aires; por
supuesto, ambos jabones son químicamente iguales, y la encuesta
sirve para mostrar cuál etiqueta es la que hace creer a las señoras
que el jabón en ella envuelto es el más espumoso. Pero, en
cambio, pocas veces se intenta en la Argentina un tipo de sondeo
intimista que los norteamericanos llaman motivational research, y
que el periodismo francés viene practicando desde hace años sin
darle ningún nombre especial. Se trata, en esencia, de largas
entrevistas sin cuestionario fijo, sostenidas con un número limitado
de personas, durante las cuales el entrevistador, a veces mediante
el empleo de ávidas técnicas psicológicas, procura saber,
simplemente, la verdad. Lo que el entrevistado dice y lo que calla.
Lo que es consciente en el entrevistado y lo que sólo es, en el
escondrijo de la última neurona, un vago temor, un nudo nebuloso, un
débil chasquido inidentificable, sin nombre. De este modo se ha
intentado llegar hasta quienes es más difícil llegar. Se trata de
personas que están en la calle, en los bancos de los colegios, en
los cines. Acaban de salir de la infancia y nada les resulta claro,
salvo el hecho de que existen. En sus creencias, sus impulsos, sus
sentimientos, algo se está formando. Hay que buscarlos a la salida
de los exámenes, de los talleres, o en sus habitaciones adornadas
con emblemas y figuras que indican hasta qué punto necesitan que
algo les diga quiénes son. Son los adolescentes, la Argentina de
1980. Después de entrevistar a muchos de ellos, PRIMERA PLANA se
extendió en largas conversaciones con los que fueron considerados
prototipos. Aquí están: • Marcelo Benito R., 15 años, estudiante
secundario. • Luis Alberto C., 16 años, mandadero. • Julia
Clotilde Y., 16 años, empleada de comercio. • Joaquín Luciano P.,
15 años, estudiante secundario. • Rita Zelma O., 17 años, niñera.
• Miguel G., 16 años, aprendiz de mecánico.
Una edad sin
tregua Para estos adolescentes, los días son demasiado iguales.
Casi idénticos, a pesar de las diferencias de clase y los
sentimientos que los mueven. Generalmente, a la mañana, un
despertador o los ruidos ambientes arrancan a Marcelo y Miguel de
una rutina, el sueño, y los sumerge en otra, la vida, una vida que
están tanteando, que quizá les pertenece o quizá no, pero que igual
tienen que aceptar, investigar: así, posiblemente, sea suya en
definitiva. En las aulas, las oficinas, los talleres, las horas
pasan con monotonía. Antes, Julia y Luis Alberto han visto a la
ciudad ponerse en movimiento; no leen diarios; prefieren mirar el
mismo panorama cansado desde la ventanilla del tren o del ómnibus,
amodorrarse en la penumbra de los subtes. Hay algo que carcome a
todos: crecer. Es un latigazo corrosivo que les duele subiendo
escaleras, o vistiendo un overall, o simplemente oteando las
promisorias tapas de las revistas, esas hojas coloridas donde el
mundo ancla y el futuro está al alcance de la mano. Crecer, el
futuro. Con el sabor del desayuno entre los dientes, Rita y Joaquín
vuelven sobre el mismo tema. "Dentro de diez años me gustaría ser
esto". Un actor de cine, una modelo de televisión, un ingeniero; o
cosas más simples: un próspero despachante de aduana, una directora
de colegio. Imposible no ceder a la tentación: las tapas están allí,
con esos rostros bañados por la gloria, esas largas sonrisas, esos
vestidos sobre los que cae el sol de la mañana con su torrente
despiadado. El sol: un señor que camina despacio y enciende la
imaginación. Entre el sopor de los libros, el ir y venir de
clientes en la zapatería, el rápido almuerzo en el "copetín al paso"
con los guardapolvos celestes o casi amarillos —las mujeres—; el
sandwich devorado al costado de una máquina, la vidriera que ofrece
una camisa de poplin rebajada, la tímida caza de aventuras del
estudiante antes de ir a la casa del amigo o a la biblioteca, el
delirio del automovilismo o el último match de boxeo; entre ese
universo abigarrado y coincidente no es fácil estar en la primera
juventud y saber qué es correcto y qué es erróneo, cuándo el Mal se
escribe con mayúscula y hasta qué punto el Bien es un fantasma o una
obligación. Buenos Aires no da tregua. La edad no da tregua.
Todos los días son iguales, sí; pero nada es tan complejo como la
igualdad, nada tan disímil como ese volcán sobre el que caminan.
Claro, lavarse los dientes, cruzar bajo la ducha, comprar los
mocasines marrones, destrozar pianos en largas lecciones o masticar
los verbos ingleses irregulares, ayudar a poner la mesa, deslizarse
sobre la novela policial media hora antes de dormir. Todo eso está
muy bien. Pero detrás —no es novedad— hay seres de carne y hueso,
mentones que avanzan hacia adelante, hacia un país que nadie conoce
pero que ellos levantarán o derribarán. Una escala de juicios se
yergue entre ellos y su porvenir, y desemboca en esa coyuntura donde
una generación será reemplazada por otra.
Dios y la política
No creen, como les enseñaron o les enseñan en la escuela, que la
Argentina sea "una gran nación", pero un 85 por ciento opina que los
argentinos deben sacrificarse para cimentar un país digno. Así se
logrará el respeto. Una solución sería, "ayudarse entre todos";
otra, arrasar con las minorías. "Un poco de susto no vendría mal.
Aquí nunca nadie ha pasado hambre". Sin embargo, alguien cree "que
los argentinos no reaccionan, ven que el país se está hundiendo, que
el gobierno hace leyes que no les gustan, y nada". Otro va más
lejos: "Es mejor sufrir y ser un país, que vivir felices y ser una
colonia". El tono es apenas diferente del de los adultos: no usan la
primera persona del plural. ¿Qué armas, qué reservas ofrecen para
este ideal de una Argentina sólida? La religión, por ejemplo. Creen
en Dios: en un 80 por ciento admiten que existe y también en un 80
por ciento que se interesa por las acciones de los hombres. No son
tan firmes respecto al intermediario de Dios, la Iglesia. Piensan
que tiene razón en algunas cosas, o que conviene seguirla como guía,
pero no a ciegas; que es útil desde el punto de vista moral; más
directamente, que se puede llegar a Dios por cualquier Iglesia o sin
enrolarse en ninguna. Una frase típica: "La religión está tan
atrasada. No se adecúa a lo que hay ahora". Otra de las armas
puede ser la política, el ejercicio de la civilidad. En este
renglón, los juicios se asemejan. "El pueblo no está representado
por sus partidos". Y en cuanto a los dirigentes: "Por lo visto, hay
más corrompidos que honestos". "Algunos buscan el poder y nada más;
pocos quieren el bienestar de la República". El sustantivo
democracia salta muchas veces en las confesiones. "Siguiendo de
verdad las normas de la democracia, andaríamos bien". "La democracia
podría caminar aquí". Ciertas voces son más virulentas: "Habría que
empezar todo de vuelta, eliminar todo y empezar de vuelta. Por una
revolución, por ejemplo, siempre que después agarraran por el camino
correcto". Algunas, son voces de lamentación: "Lo que hay mucho,
pero mucho, entre nosotros los muchachos, es un nacionalismo mal
entendido, un totalitarismo". No obstante, la política demostró
continuar siendo tema de varones; el 73 por ciento de éstos
manifestó interesarse por sus problemas. El 78 por ciento de las
mujeres: "No entiendo nada, aunque ojalá que las cosas se arreglen".
Una tercera arma: el trabajo. En este rubro, libertad y dinero son
dos vocablos que se juegan a la misma altura. Los adolescentes, en
un 90 por ciento, sueñan con el dinero propio. Uno de ellos
explicó: "Nos gustaría que existieran trabajos de pocas horas como
hay en Estados Unidos o en Europa: cuidar chicos, reparar jardines,
qué sé yo". La obligación del trabajo los inquieta, los molesta.
"Aquí uno tiene que trabajar el día entero y, además, darle lo que
gana a la familia; si quiere estudiar, tiene que ir de noche al
colegio. Y si es estudiante, depende de lo que le dan los padres".
¿Hostilidad abierta contra esa necesidad? Tal vez sea más simple
intuir que se saben un núcleo en tránsito, un borrador del mañana.
Lo que ahora hacen también es transitorio y parece obvio que les
moleste lo transitorio. Mucho más si eso les roba el tiempo.
Ídolos en la hoguera Un arma más: el amor. En todo caso, un arma
de las más peligrosas y cautivantes. No hay que olvidar que estos
adolescentes están en una época de descubrimientos y que, para
muchas cosas, tienen nuevos ángulos de enfoque. Bajo esos ángulos,
los ídolos de la infancia comienzan a caer en la hoguera. Y entre
ellos, los padres. Son padres que ya pertenecen a la generación que
cree en el psicoanálisis, los complejos y la educación sexual.
Como resultado, puede notarse cierta benevolencia por parte de los
hijos; y en los sectores populares, el melancólico comentario de que
los padres juzgan mal a la juventud, ven cosas malas donde no hay
más que alegría o diversión. La eterna queja de la incomprensión
es más amplia y se refleja en estas palabras: "El mayor defecto de
los padres es no buscar entendernos". Hay un anhelo unánime: "Nos
gustaría tratar con ellos muchos problemas, hablarlos con ellos y
con nuestros amigos". Puestos en el papel de padres, en su mayoría
dicen que darían "más comprensión y libertad". No es raro: los
padres simbolizan la autoridad, la niñez que no acaba de
desvanecerse, recuerdos de los que más vale huir. Sin embargo, sus
miserias son contempladas con ecuanimidad. Por ejemplo, las
desavenencias. "Mejor que se separen antes que vivir peleando". Los
adolescentes también tienen ideas duras, avizoran encima de su edad.
"Solamente los hijos de los separados se plantean, a nuestra edad,
el problema del divorcio. Yo creo que es una solución". Otras
opiniones: "Es una solución, pero también un pecado". "En general
nadie hace sufrir a un chico porque sus padres estén separados. Pero
es algo que da tristeza". El tema del amor regresa. Da la felicidad,
según unos; una forma de la felicidad, según los demás. Hay quienes
coinciden en que no es eterno y hay, además, quienes impregnan de
una insospechada lucidez sus afirmaciones. "No importa que no sea
eterno. Dentro del matrimonio se convierte en una fuerza". "No
importa que no sea eterno: un hombre y una mujer pueden tratar de
conservarlo". Sin excepción, estos adolescentes están esperando al
amor. Pero el varón —en mayor medida— titubea en esa espera. Una
selva de erotismo lo rodea.
Sexto mandamiento Esa selva
comienza, temprano, con la coruscante estrellita posada en la tapa
de una revista; sigue, después, en las fotos publicitarias pegadas
en la puerta de un cine; en los enormes labios que anuncian un rouge
en una perfumería; en las fáciles imágenes de una tira de
televisión; y en cientos de carteles y avisos. La selva ha crecido
junto con la generación que ahora tiene menos de 18 años, aunque la
encuesta depara una sorpresa: la actitud de los adolescentes es casi
idéntica a la de los padres. Existe un cambio: la naturalidad
general para tratar temas sexuales entre amigos de distinto sexo.
Una explicación podría encontrarse en la edad de los entrevistados.
A los 15 ó 17 años, una relación sexual de hecho todavía constituye
una excepción. Situados entre la infancia y la primera juventud, los
adolescentes hablan de un presente sexual borroso.. Pero como todo
presente, hace adivinar un futuro. La certidumbre más clara es
que el sexo continúa siendo asunto prohibido. Julia Clotilde asegura
que "por razones morales, las relaciones sexuales no deben tenerse
antes del matrimonio. En el hombre es lógico, sin dejar de ser una
falta". Miguel dice que "convendría conocer alguna mujer antes del
matrimonio, pero una o dos, no más. Sería necesario, sin dejar de
ser pecado". Marcelo Benito confiesa que "es mejor pensar que está
mal, si no sería un vandalismo". Amor y sexo requieren un
acercamiento que los adolescentes no consiguen de inmediato. "En las
fiestas es muy difícil conocer a quien no nos presentaron. Algunos
son capaces de presentarse a la chica que les gusta, pero son los
menos". "Los argentinos son muy individualistas. En las fiestas hay
grupos cerrados y ojalá uno pudiera salir del de sus amigos para
entrar en otro. Pero nadie te presenta". Hace una década, los 17
años eran, para la mujer, el punto de partida para empezar la
frecuentación de muchachos. Hoy comienzan a salir en forma mixta a
los 13 o antes, lo cual indica un nuevo matiz de camaradería, un
riesgo inclusive. Es un problema discutido. Marcelo Benito tiene
sus reparos: "En algunos sentidos es mejor, en otros no. Por
ejemplo, ver que una chica de 12 años se besa desaforadamente con
uno de su edad mientras baila, es demasiado. Tiene mucho tiempo por
delante. Si no, ¿en qué terminará?" Salen juntos, bailan juntos.
¿Dónde? ¿Cómo? "No hay plata para boites, ni permiso. Nos reunimos
en casas de familias". Este parece ser el programa de la mayoría, en
todas las capas sociales. Y también algo de cine. La música
preferida son las canciones y ritmos de moda y el tango sólo arranca
una opinión: "Muy pocos saben bailarlo, pero todos prefieren desde
Gardel para atrás. El tango moderno no es muy tango". En cuanto a
la ola de folklore, que en 1962 agotó las existencias de las
fábricas de guitarras, "se desinfló de golpe". "El año pasado, en
cualquier parte que entrabas te encontrabas con tipos tocando la
guitarra. Ya no". "Me aburrí de tantas zambas. Ahora me parecen
iguales". Pero estas declaraciones no dejan traslucir una evidencia
que los propios interesados terminan por develar. "Lo que más hay es
aburrimiento. Algunos tenemos hobbies, pero el aburrimiento vence.
Hay quienes buscan divertirse sacando el auto del padre, corriendo
carreras. Ese no es el modo. A los 15 años, uno es muy imprudente".
"A veces prefiero podrirme en el trabajo que podrirme los domingos,
andando por ahí con los muchachos". "Creo que las chicas lo pasan
mejor, pero no sé".
Comunicarse: una urgencia Todas las
respuestas convergen hacia un solo deseo, son las consecuencias de
ese deseo lacerante. Los adolescentes quieren crecer y, entretanto,
que se produzcan algunas modificaciones. Una de ellas: "Si en los
colegios nos enseñaran cosas que sirvieran, aeromodelismo,
carpintería, mecánica, además del resto, sería muy interesante".
Pero lo más interesante es "conocer otra gente". Una urgencia de
comunicación en medio de su desierto los hostiga. "Me gustaría
hablar con más personas, siempre se puede aprender algo". "Si uno
pudiera conocer tipos de otros ambientes, tener amigos en todos
lados..." "Los padres deberían dejarnos tener más amigos y amigas".
Firmes en religión, vagos en política, con ansias de dinero y
libertad, aprensivos ante el sexo, expectantes frente al amor, les
falta una etapa: la universidad, el empleo, el escritorio, la
irrupción de ideas que vuelan por el mundo y que ahora solo sienten
pasarles sobre la piel. Dentro de un par de años llegarán a esa
etapa. De ella y de su vacilante hoy surgirá la Argentina de 1980.
Da la impresión de anunciarse bastante similar a la de 1963. 19
de mano de 1963 PRIMERA PLANA
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