Cumplidos trece años en el exilio, el ex presidente
comienza a ser un misterio, un ente nebuloso para las
jóvenes generaciones de argentinos. Para desentrañarlo, un
redactor de Siete Días (Alberto Agostinelli en la foto) tuvo
acceso a su refugio en la Puerta de Hierro: por primera vez
Perón concede una entrevista basada en el exclusivo
propósito de trazar un cuadro de su vida doméstica. El
informe que sigue es el resultado de esa inspección: el
desterrado habla de sus gustos, su conversión a la filosofía
yoga, su estrategia para mantenerse lozano y dicharachero a
los 73 años. Por supuesto, opina sobre Juan Carlos Onganía,
las Fuerzas Armadas, los sindicatos y su propio papel en el
proceso político nacional.
Luego de detener un
taxi en el corazón de Madrid, el turista preguntó al chofer:
“¿Cuánto me costaría viajar a los lugares históricos más
próximos?” “No mucho. Verá usted... -respondió el taxista,
mientras sacaba su libreta-. Al Museo del Prado lo llevo por
unas 28 pesetas, al Escorial por 500 y... disculpe: usted es
argentino, ¿verdad?” Después del sí, el chofer cerró la
libreta y murmuró-: “También puedo llevarlo hasta la
residencia de Perón, dar dos vueltas a la manzana,
lentamente, para que usted tome fotografías, y traerlo de
nuevo aquí por sólo 400 pesetas”. “Pero 400 pesetas vienen a
ser unos 2.500 pesos argentinos. ¡Es una barbaridad!”,
protestó el turista. “No crea. Tengo el plano exacto del
lugar y soy amigote de los policías que vigilan la entrada.
De modo que podrá sacar fotografías del exterior sin ser
molestado.” Subrepticiamente, el chofer intentaba burlar
al desprevenido extranjero. Su oferta no era tan ventajosa
como pretendía: tres de cada cinco taxistas madrileños están
en condiciones de prestar el mismo servicio por la mitad de
precio. Es que, desde hace unos cinco días, el chalet que
habita Juan Domingo Perón en el suburbio de Puerta de Hierro
(una zona equiparable a la de Acassuso en Buenos Aires) ha
ingresado tácitamente a la Guía Turística de Madrid y
alrededores. En sólo 15 minutos, un automóvil puede
cubrir la distancia que separa la Puerta del Sol, en pleno
centro madrileño, del apacible y custodiado refugio que el
ex presidente construyó hace ocho años. "Y eso de construir
no es solamente una palabra -aclara el general-. Yo elegí el
terreno, compré los árboles (porque aquí el verano no es tan
fresco como en Olivos, ¿sabe usted?), boceté el tipo de casa
que quería y terminé decorándola a piacere, como dicen los
italianos". Hasta el día de su mudanza, Perón alquiló a
20 mil pesetas mensuales un suntuoso departamento en Madrid.
"Pero era tonto y peligrosos continuar viviendo allí
-reflexiona-. Tonto, porque me sentía encarcelado en un
calabozo de lujo. Peligroso, porque por esa canaleta se me
escurría toda la plata". Con este razonamiento y un millón
de pesetas en la mano, Perón concretó lo que él denomina con
orgullo "el mejor y único negocio de mi vida". Hay quienes
no creen que haya sido el único y tampoco el mejor. Lo
cierto es que, según la aritmética del general, "luego de
ocho años cuadrupliqué la inversión".
TENER Y NO
TENER Muchos argentinos suponen que Perón habita un
palacete descomunal en la mejor zona de Madrid y que dedica
la mayor parte del día a contabilizar las ganancias que le
brindan sus inconfesables negocios. Algo de eso es cierto.
La hectárea que abarca su residencia limita con la del
embajador de Japón y con los dominios de dos millonarios
españoles. A pocos metros de su quinta corre la carretera
que conduce a El Pardo, donde consume sus días el otoñal
caudillo Francisco Franco. "La zona es aristocrática, no lo
voy a negar -reconoce el general-. Pero mi casa no tiene
nada que ver con todo esto: es más modesta que la que poseen
muchos industriales argentinos de medio pelo en Florida,
Martínez o La Lucila. Cualquiera puede comprobar con sus
propios ojos que no me estoy haciendo el farolero. Para
certificar su afirmación, Perón recorre la planta baja del
chalet. "Está es mi base de operaciones: un escritorio
chiquito y austero, cuyo único detalle fastuoso parecería
ser esta pared de madera. Pero no se ilusione y observe
-presiona con su mano la superficie y la pared se comba-. La
hice construir con una laminita de aglomerado. Picardía
criolla: poca plata y mucha pinta...". Un pequeño living,
un comedor y un salón completan el escenario de recepciones
donde el general recibe a sus visitantes, "cuando éstos
vienen en tropel", como él mismo especifica. La planta baja
comprende, además, una cocina sencilla, una habitación para
la cocinera y otra para dos domésticas (las tres españolas).
"Como puede advertirse -acota Perón con una sonrisa-, es una
casa justicialista del portón al balcón, del balcón al
sillón... como diría esa chica María Elena Walsh; la misma
que grabó el tango El 45. Ese que dice: “¿Te acordás,
hermano, qué tiempos aquellos, cuando el que te dije salía
al balcón? ¡Qué bárbaros! Comenzaron a meterme hasta en la
música pop...". El general festeja ruidosamente cada una
de sus humoradas. La risa es uno de los ingredientes que
mejor dosifica en el diálogo: no transcurren más de tres
minutos sin que, por una razón u otra, no sonría o suelte
una de sus sonoras carcajadas. Si no tropieza con la
situación o con la broma que justifiquen su hilaridad, las
inventa. La planta alta del chalet comprende tres
pequeñas suites, un dormitorio, vestuario y baño. "Una la
ocupo yo, otra mi señora y la tercera está reservada a
huéspedes circunstanciales -detalla-. Como podrá sospechar,
está siempre ocupada: los argentinos no me dejan vivir en
paz". Cuando Perón insiste en afirmar que su residencia
no posee más de lo indispensable, que no tiene tesoros
ocultos y que no se vale de esa circunstancia para jugar un
rol de "espartano o jesuita", no exagera. Cualquier
argentino que visite su residencia experimentará una extraña
sensación: le resultará demasiado modesta para servir de
refugio a un presidente que, según coinciden las versiones
más controvertidas, no huyó de la Argentina con los
bolsillos vacíos. Es más: hay quienes se preguntan si no
estarán agotadas las arcas del general. Algunos acreditados
periodistas españoles ensayaron una interpretación bastante
plausible del problema: "Perón no tiene libertad económica
-manifestó a Siete Días uno de los directivos de Nuevo
Diario, de Madrid-. Jorge Antonio le suministra mensualmente
una suerte de sueldo o pensión con lo que el general hace
frente a sus necesidades de ese período". Un periodista
del difundido ABC amplió el panorama: "En Madrid se comenta
que Perón es copropietario de las gigantescas Galerías
Preciado, un supermarket de la capital. Su socia, se dice,
sería la esposa de Franco. Es un rumor tan absurdo como
sospechar que el ex presidente argentino ha montado una
fábrica de perfumes con De Gaulle. La única propiedad del
general, además de su residencia, es el hotel El Pez Espada,
de Torremolinos, una zona que, en los últimos años, se
convirtió en el boom turístico de España. Pero también ese
hotel es administrado por Jorge Antonio. Un personaje
indefinido que controla cada segundo de la vida del
general". El general, por su parte, no se esfuerza
demasiado en desmentir o discutir las hipótesis urdidas en
torno a su solidez financiera. Se considera "feliz" en la
situación en que se encuentra, rodeado por cinco personas
que atienden cada uno de sus reclamos, junto a sus
infaltables perritas caniche (Puchi y Kimona) y a los veinte
canarios que, desde el jaulón ubicado en la cocina,
alborotan la mansión. Cuando alguien que recorrió toda la
residencia termina el circuito preguntándole a Juan Perón
cuántas obras de arte existen en la casa, el general no
vacila en responder: "Una sola, yo...".
LOS DÍAS DEL
GENERAL Todas las mañanas, desde hace varios años, una
silueta solitaria transita las callejuelas de Puerta de
Hierro. Camina, trota, pega saltitos y hace gimnasia como un
boxeador que se adiestra para un combate decisivo. En un
comienzo, los habitantes de la zona (poco dispuestos a
madrugar) se alarmaron por la exótica manía del intruso.
Pero, poco a poco, fueron perdiendo el temor y terminaron
por acostumbrarse a sus atléticas incursiones. El tesonero
gimnasta se llama Juan Perón y de esa manera inaugura cada
uno de sus días en España. "Toda mi vida he sostenido que
el sol ha sido creado para servir de despertador a la
humanidad -profetiza-. Los que viven por aquí no me hacen
caso, pero yo insisto. Durante el verano, me levanto a las
cinco; en invierno, a las siete. Desayuno, como todo buen
mortal, y salgo a hacer footing. Cuando estoy en Puerta de
Hierro acostumbro recorrer alrededor de cinco kilómetros.
Cuando me voy de paseo a otra ciudad (Málaga, generalmente)
para que los argentinos me dejen unas horas tranquilo,
camino un poco más: de ocho a nueve kilómetros". En todo
ese trayecto J.P. piensa. Asegura que la caminata aclara
notablemente sus ideas. Durante la hora y media que suele
insumir esa práctica matinal, el general complementa el
esfuerzo físico con saludables ejercicios respiratorios.
"Conozco a fondo todos los secretos del footing, pues he
sido profesor de gimnasia durante mucho tiempo", recuerda.
A las siete o a las nueve de la mañana, según la estación,
Perón vuelve a casa. No siempre lo hace solo. Por más
encumbrados que sean los extranjeros que lo visitan a la
hora de su caminata, el general no la interrumpe. Por el
contrario, se lleva al huésped -sea quien fuere- a recorrer
el circuito. Perón, como césar, puede realizar varias cosas
simultáneamente: trotar y conversar, saltar y discutir,
caminar y contar chistes. No todos los atribulados
visitantes que lo acompañaron por las calles de Puerta de
Hierro soportaron con estoicidad la experiencia. Diego
Ventura, un reportero español que lo visitó hace unos meses
y que soportó un footing forzoso, necesitó 10 minutos de
reposo antes de comenzar a fotografiar al general. Luego
de la caminata, J.P. se administra cinco o seis mates
amargos para comenzar a trabajar con buena disposición.
"Comenzar a trabajar equivale a sentarme al escritorio
-advierte-. Cinco de los siete días de la semana debo
aplazar mis obligaciones para recibir a los argentinos.
Ayer, por ejemplo, vinieron a verme más de cien personas. Si
la cosa sigue así tendré que recurrir a las audiencias
públicas, como el Vaticano...". Los salvoconductos más
efectivos para entrevistar a Perón suelen tramitarse en una
lujosa mansión de la avenida Castellana, en Madrid, donde
tiene su oficina Jorge Antonio. También dieron buenos
resultados las cartas de presentación que hasta el pasado 20
de noviembre (día de su muerte) firmaba Jerónimo Remorino,
delegado personal del general en la Argentina. "Hay un
tipo particular de visitante que me causa gracia -comenta
Perón-. Luego que mi secretario, José López Rega, les
informa que no tengo tiempo para recibirlos, se toman la
cabeza y recitan un versito que conozco de memoria: “¡Pero
es una barbaridad!”, protestan. Dicen haber viajado 15 mil
kilómetros para verme, que patatín y que patatán. López Rega
me transmite la queja y yo le pido que averigüe
concretamente cuál es la razón de la razón de la visita.
Habitualmente, aseguran que desean conversan conmigo para
aclarar tal o cual punto de vista ideológico... ¡Mentira!
Esos no se gastan tanta plata por razones de compromiso
histórico: hacen turismo, y de paso... cañazo. No vienen a
verme a mí, vienen a ver al ‘fenómeno’".
HORMONAS
PARA EL GENERAL López Rega, además de secretario, hace
las veces de maître personal de J.P. Él es quien le anuncia
que "el bifecito se pasa" cuando los visitantes se empeñan
en llevar la entrevista más allá del mediodía. Los
almuerzos de Perón son, generalmente, bastante frugales:
"Carne asada, ensaladas, verduras... En fin, un menú que no
altere su presión normal", informa López Rega. La dieta
tampoco debe conspirar contra el sueño del general: la
siesta es, para Perón, una obligación casi litúrgica. "Es
verdad -reconoce el líder-. Tengo la costumbre de dormir una
hora todas las tardes, pero me gusta hacer del día dos
mañanas. Cuando me levanto, siempre tengo algo que hacer
aquí o afuera. Como dicen los médicos, un trabajo endógeno y
otro exógeno...". Entre los trabajos endógenos de J.P.
gozan de prioridad las clases de esgrima que le prodiga a
Isabel Martínez, su esposa. "Son sesiones breves, de una
hora de duración -aclara-. Isabel ha progresado notablemente
en los últimos tiempos. También practico esquí y equitación,
pero en dosis reducidas. Sigo al pie de la letra de un
gerontólogo chileno amigo mío: “No realice ningún esfuerzo
físico que le provoque dolores al día siguiente”, me dijo
hace algún tiempo. Como podrá imaginar tuve que renunciar a
muchas pasiones juveniles... Es difícil olvidar que uno ha
sido boxeador, futbolista, rugbier, polista, jugador de
básquet y maestro esquiador. De todas maneras, reconozco que
esa experiencia me permite sobrellevar mis años de un modo
bastante envidiable". Perón no bromea cuando se refiere a
su buena salud. A los 73 años, no sólo conserva una claridad
intelectual sorprendente y un buen humor inagotable, sino
que, además, su aspecto físico corresponde perfectamente al
de un hombre 15 años más joven. "Mi receta es muy simple
-confiesa-. Ciento cinco miligramos de hormona de potro
todas las semanas. Yo no me tiño el cabello, ¿Sabe usted?
Esa fórmula sirve para todo...". J.P. asegura que jamás
concurre al consultorio de su médico, el doctor madrileño
Florez Tascón. "Es él quien viene a visitarme de tanto en
tanto. Se toma unos mates, conversa, y de paso me controla
la presión. Cuando comprueba que está un poco alta, eleva la
cifra para que yo me asuste... Me hago el asustado y él me
receta unos remedios. Yo acepto lo que dice: el hombre es
médico y tiene que vivir de su profesión. Voy a la botica y
compro los medicamentos, porque el farmacéutico tiene que
vivir de eso. Cuando llego a casa tiro los paquetes a la
basura, porque yo también tengo que vivir, ¡Qué embromar!
... Con este método he conseguido algo que me hace recordar
aquellos viejos colectivos que circulaban por la avenida
Rivadavia de Buenos Aires, en mis años mozos. Eran unos
trastos viejísimos que echaban humo por el radiador,
producían un ruido espeluznante al caminar, se sacudían para
todos lados y, cuando frenaban, podía oírse una sinfonía
horripilante. Esos colectivos llevaban, en la parte
delantera, un cartel que advertía: “Hasta Corro”. A mí me
pasa lo mismo". Las pocas tardes que el general no debe
atender visitas, aprovecha para pasear por las calles de
Madrid. Llama a sus dos guardaespaldas ("que ya son
justicialistas", bromea), aborda su Mercedes Benz 300 S ("Un
coche barato en España", aclara) y se dirige hacia alguna de
las confiterías California, en el centro de la ciudad. "Son
las mejores que hay España. Los cafés tradicionales que
nombraba Hemingway en sus libros han ido desapareciendo poco
a poco. Hay pocos lugares agradables donde se pueda pasar el
rato charlando de cosas intrascendentes (las cosas serias
las digo en casa). Madrid ya no es más la ciudad que era en
1940, cuando tenía 800 mil habitantes. Ahora cuenta con tres
millones de ciudadanos que viven como piojos en costura".
La mayor parte de los madrileños consultados por Siete Días
coincidieron en señalar que, prácticamente, nunca han visto
a Perón en compañía de su esposa. Manuel Bueno, secretario
de redacción de Nuevo Diario, informó: "El 26 de julio
(aniversario de la muerte de Eva Duarte) es uno de los pocos
días del año en que el general aparece junto a Isabel
Martínez. La pareja concurre a la misa que para esa fecha se
oficia en la iglesia de San Jerónimo, en Madrid. Es una
ceremonia impresionante por la cantidad de personas que
asisten a ella. Los españoles no olvidarán jamás que Evita
regaló trigo a este país durante la crisis desencadenada por
la Segunda Guerra Mundial". Perón no abunda en
comentarios sobre su actual esposa. En una de las pocas
oportunidades que la nombró frente a Siete Días fue para
referirse a una de las funciones que I.M. cumple en la casa.
"Ella se encarga de leer y responder las cincuenta cartas
promedio que recibo diariamente". Cuando no sale de paseo
ni tiene que atender visitas, el general trabaja hasta la
hora de la cena. Si no tiene nada urgente que resolver o,
simplemente, desgano para resolverlo, se dedica a matear y
escuchar discos. "Soy un discómano de primera línea -se
enorgullece-. Me gusta todo tipo de música, hasta la ye-ye".
-¿Le gustan Los Beatles?... -No, ¡Por favor! -se
horroriza-. Me gustan las chicas, las chicas... ¡Cómo me van
a gustar esos espantosos melenudos! Justamente, me acaban de
contar un chiste bárbaro. Escuche. Se trata de uno de esos
hippies españoles, con melena de profeta, barba de
guerrillero y un tufillo insoportable, que viaja en el tren
que va a la ciudad de León. A mitad de camino, el hippie le
pregunta al guarda: “Dígame, señor, ¿me falta mucho para
León?” El guarda lo mira de arriba abajo y le responde:
“Pues, hijo mío, creo que sólo el rabo...”. ¿No es
buenísimo? ¡Cómo me van a gustar esos pichones de
trogloditas!"
AL CALOR DE LA NOCHE Habitualmente,
Perón acostumbra mirar algunos telenoticiosos antes de
sentarse a la mesa para cenar. "Son los únicos programas de
TV que puedo soportar -critica-. El resto es un “rollo”,
como llaman los españoles a algo largo y estéril".
Algunas noches, el general viola las fronteras de su régimen
normal, consumando peligrosas incursiones por la cocina
española o italiana. "Uno o dos lunes de cada mes me hago
una corrida hasta la Gran Tasca de Manolo, en Ballesta
número uno, de Madrid -confiesa-. Allí me castigo con uno de
los pucheros, o cocidos, como los llaman aquí, más
escandalosos que puedan comerse sobre la Tierra. Fíjese si
no es para morirse: le traen a la mesa una fuente así de
grande -J.P. abre los brazos como para saludar a un
correligionario-, llena de carne de vaca, de gallina, de
cerdo... Con esos chorizos que parecen cartuchos de gelinita
y una morcillas de la misma especie. ¡Para qué le voy a
contar! Hay que probarlo. Ustedes, en la Argentina, tienen
el restaurante Tropezón, que yo frecuentaba luego de salir
de los cabarets... cuando era muchacho, por supuesto. Pero
le aseguro que lo que sirven allí parece un juego de niños
al lado de esto. Manolo debe almacenar los condimentos en
una santabárbara: sus pucheros tienen más explosivos que los
que se utilizan en un golpe de Estado. Claro que los que él
prepara pueden digerirse sin dificultad...". Hay noches
en las que Perón decide correr aventuras pantagruélicas en
su propia casa. Para ello se pone de acuerdo con la cocinera
y le detalla cuidadosamente su plato preferido: "Los
fettuccinos al doppio burro, como lo sirven en la cantina de
Alfredo, en Roma". Luego de una experiencia tan opípara
es improbable que el general vaya a otro sitio que no sea la
cama. Pero no siempre la jornada de J.P. culmina en una
lánguida digestión. "A veces, luego de una cena livianita,
me voy al cine -informa-. No es muy frecuente, pero de tanto
en tanto me gusta estar sentado una hora frente a la
pantalla y ver desfilar algo intrascendente. Detesto pensar
dentro del cine: pienso tanto fuera de allí que no vale la
pena repetir la hazaña. Por eso me apasionan las películas
de vaqueros o pistoleros. Esas en las que mueren todos, como
por ejemplo, El feo, el malo y el bueno. ¡Qué película! No
queda una sola persona viva... Claro que como es ficción uno
puede irse con la conciencia tranquila". Las noches que
Perón tiene ganas de pensar ("la mayoría", advierte) se
dedica a leer. "Me gusta leer en la cama; no hay otro sitio
más tranquilo para hacerlo. Normalmente, me acuesto a las
diez y me quedo leyendo hasta la una o dos de la madrugada.
En realidad, yo no leo ningún libro: los estudio.
Actualmente estoy por finalizar Hacia un mundo mejor, de
Robert Kennedy, donde pude comprobar con asombro que todavía
quedan algunos norteamericanos decentes". El 90 por
ciento de los libros que descansan en la biblioteca de J.P.
son ensayos sociopolíticos, preferentemente editados en
Francia. "Como yo entiendo perfectamente el francés
aprovecho para adquirir ediciones de ese país. A mi
entender, son las mejores de cuantas puedan adquirirse en
plaza". A la una de la madrugada, Perón apaga la
lamparilla de su velador. En ese momento acomete una de las
experiencias que más lo enorgullecen: dormir mediante el
método yoga. "El primer paso -explica- consiste en
concentrar la atención sobre los dedos de los pies.
Inmediatamente, hay que comenzar a actuar con la mente sobre
los músculos lisos, esos que no se pueden controlar
voluntariamente. Cuando el primer objetivo está logrado hay
que ir ascendiendo lentamente hasta llegar a la cabeza, que
es el último paso para conciliar el sueño. Yo no necesitó ir
tan arriba: a los tres minutos de estar en la cama, siento
que no tengo más piernas, y apenas llego con mi acción
mental a la cintura, ya estoy roncando. Normalmente duermo
unas seis horas: los viejos no necesitamos más...".
Además de anunciar que está llegando al faquirismo, el
general asegura que poner la mente en blanco en cualquier
momento y que es capaz de dormir, por lo menos cinco
minutos, en el instante más desesperado. También sostiene
que la imaginación de los hombres es el mecanismo que más
conspira contra el sueño. Él no escapa de ese asedio.
-¿Qué cosas imagina, general, que le impidan dormir?
-Todas las que se extienden desde el macrocosmos hasta el
microcosmos. Elija allí dentro la que prefiera. -Elijo
las que están en el medio. -¡Ah, muy bien! En el medio
está la Argentina.
EL EXILIO Y EL REINO Cuando
Perón analiza la realidad argentina apela a ciertas imágenes
propias de una ensoñación. "A nuestro país le ha pasado lo
que a muchos barcos que navegan en la serenidad hasta que se
topan con una ola gigante -compara-. En lugar de “montarla”,
como dicen los marineros, “se van de ojo”. Es decir, sufren
una inmersión violenta, hasta que chocan con un bajo fondo y
retornan a la superficie. Si no existe bajo fondo, el barco
está inexorablemente condenado. A la Argentina le pasó lo
mismo: se fue de ojo. Pero creo que está a punto de tocar
fondo en todos los niveles... Luego del choque volverá a
flotar. El choque no tardará mucho en producirse". El
general no aclara a qué tipo de colisión se refiere.
Indudablemente, una de las partes que la protagonizaría
sería el gobierno. Pero no precisa si la otra estaría
integrada por algunos sectores de las Fuerzas Armadas, de
los sindicatos, del estudiantado, del clero. O si
consistiría en un frente opositor que agrupara a varios de
aquellos. Tampoco establece con claridad qué rol jugaría el
justicialismo dentro de ese esquema. Al requerirle su
opinión sobre la aparente beatitud que exhibieron las
autoridades argentinas frente a ciertas manifestaciones
peronistas (el 8 de octubre pasado permitieron la
realización de un congreso en dependencias del club Harrods,
en el, en el barrio de Belgrano. Cuatro días después, la
Policía Federal persiguió al grupo de radicales que
realizaba un homenaje a Hipólito Yrigoyen), y a la sostenida
versión de que el gobierno nacional estaría ultimando los
preparativos para reunirse con él en Bonn, Alemania
Occidental, J.P. se escapa por la tangente. "Algo debe estar
pasando -murmura-. Casi todos los gobiernos que han pasado
por la Argentina han venido a verme cuando estaban perdidos.
Si las actuales autoridades piensan hacer lo mismo, es cosa
de ellos. Yo no he patrocinado ningún contacto. Además, no
hay que olvidar lo que dice Martín Fierro: ‘Cuando uno está
perdido, no lo salvan ni los santos...’". Al referirse a
los grupos que podrían promover cambios estructurales en la
Argentina, Perón se muestra un poco menos elusivo que frente
a otras cuestiones. "Es improbable que las Fuerzas Armadas
de nuestro país salgan a la calle para defender un objetivo
nacional -sospecha-. Ellos siguen una táctica común al
cipayismo de todo el continente: atomizar las fuerzas
políticas para que, cuando no queden grupos cívicos que
puedan sacar la cara por el país, surjan como la única
fuerza organizada y en condiciones de asumir el gobierno. No
es difícil comprender cuáles son los intereses que defienden
las FF.AA. argentinas: está el Fondo Monetario Internacional
en la Casa de Gobierno; en el primer piso del ministerio de
Ejército hay un cartel que reza “United States of America,
ARMY”; están los “boinas verdes” en el norte; están todas
las comisiones de asesoramiento... mientras los argentinos
no les corten el pasmo al imperialismo, ninguno de los
problemas nacionales hallará solución. Es lo mismo que le
está sucediendo a Brasil, Panamá, Guatemala, Bolivia...".
Los guerrilleros capturados hace pocos meses por la policía
tucumana en la localidad de Taco Ralo, no sólo se
autocalificaron peronistas sino que, además, aseguraron que
uno de sus objetivos era "combatir a los secuaces del
imperialismo en el país". Cuando al general le nombran la
palabra guerrilla se convierte en un profesor de dribbling.
"Yo no digo que esa técnica sea impracticable en nuestro
territorio o que carezca de efectividad -se escuda-. Es una
de las 50 mil formas de tomar el poder. En la Argentina su
éxito depende de la habilidad con que se la lleva a cabo.
Con respecto a los guerrilleros de Taco Ralo, sólo puede
decir que no los conozco. No sé si son más o menos
peronistas que otros compañeros que no han encarado la lucha
armada. Hoy en día hay tantos peronistas que sería muy audaz
ensayar una crítica sobre desconocidos...".
LOS
SINDICATOS Y LAS TRENZAS El general machaca
constantemente que "hay muchos especuladores que juegan con
la camiseta de Perón mientras les conviene". Uno de los
terrenos más frecuentados por ese tipo de aventureros es,
según estima J.P., el de los sindicatos. "Los dirigentes, en
particular, son quienes más padecen esta epidemia: luchan
toda la vida por una causa hasta que prueban el almíbar del
poder, del auto en la puerta, de un buen sueldo, tal vez de
una secretaria buena moza. Entonces comprenden que para
gozar de mayor predicamento deben unirse a otros colegas,
formar trenzas. Así se produce el divisionismo. Actualmente,
en la Argentina, tenemos al gremio de los Independientes:
una trenza; dentro de ellos, a Luz y Fuerza: otra trenza.
Está la CGT de Azopardo: una trenza; la de Paseo Colón:
otra...". Según asegura Perón, ninguna de estas
fracciones interpreta su pensamiento. Para él, toda
posibilidad en el campo sindical depende de la organización
y la unidad. "Todo eso es peronismo -sentencia-. Por
supuesto que a mí, dentro de la acción táctico-política me
conviene tener un ala combatiente y otra complaciente, pero
no tantas. De cualquier modo, eso no interesa. Nada de eso
está improvisado. Es parte de una experiencia, una larga
experiencia de 25 años". Tampoco parece preocuparle
demasiado que el justicialismo ("un movimiento nacional que
aglutina por igual a oligarcas y obreros", según su propia
definición) padezca la misma dispersión que sufren muchos
partidos políticos tradicionales. "Mientras el peronismo
siga siendo la única fuerza realmente organizada del país,
ese detalle carecerá de importancia". Según interpreta
Perón, la izquierda argentina no está tan condenada como
muchos sostienen. "El hecho de que ese grupo no esté tan
bien estructurado como el nuestro no impide que
justicialistas y marxistas podamos trabajar unidos
-adelanta-. Estamos dispuestos a pelear junto a ellos,
siempre y cuando no sean participes del imperialismo
soviético. Este y el americano se están pudriendo sin
remedio. ¿Usted se cree, acaso, que el comunismo ruso
conserva actualmente la virilidad y la potencia de su etapa
inicial? Ellos ya no luchan por la revolución, sino por
mantener lo que tienen. En dos palabras, son conservadores.
A pesar de las diferencias ideológicas que nos separan de
los chinos, siento que ellos están mucho más cerca de
nuestro pensamiento. Además, Pekín nos respeta como
movimiento revolucionario...". La palabra revolución
juguetea constantemente en las frases de Perón. En el mundo
actual son revolucionarios los chinos, los norvietnamitas,
los universitarios. "Hace unos meses -recuerda-, me dijeron
que los estudiantes franceses habían incendiado la Sorbona.
¡Qué bien!, -contesté-. ¡Pero cómo, general! -me
censuraron-. ¡Sí, señor, ¡Qué bien!, -respondí-. Cuanto más
poder tiene una universidad, más conservadora es, más
defiende esquemas perimidos. Hay que quemar de una vez por
todas todo eso y construir algo nuevo". -¿Los estudiantes
argentinos pueden construir algo nuevo? -Objetivos no les
deben faltar -juguetea Perón-. Pero no podemos considerar a
la universidad como un compartimiento estanco de la
comunidad. Si ésta no está politizada o muestra una apatía
brutal hacia las cuestiones de esa índole, la universidad
padecerá los mismos males. Además, no hay que olvidar que la
última intervención le propinó un golpe demoledor: es como
si la hubieran trasladado al siglo XVIII". En la búsqueda
de responsables de los problemas que actualmente sufre el
país, Perón desemboca en la persona del presidente Juan
Carlos Onganía. Al juzgarlo, exhibe una precaución singular,
como si midiera cada una de las palabras que va a
pronunciar. "Es un hombre dominado por influencias tan
nefastas que eclipsan las buenas intenciones que pudiera
cobijar -puntualiza-. En síntesis, quienes lo rodean lo han
hecho un héroe a la fuerza".
CON LA FRENTE MARCHITA
Resulta sorprendente que Juan Perón, luego de tantos años de
exilio en España, conserve intacta su tonada de caudillo
provinciano. Ese aire campero que lo asemeja un poco al casi
folklórico Don Bildigerno. Él lo sabe y también tiene una
respuesta a esa cuestión. "A mí me pasa lo que a los loros:
cuando son viejos no aprenden a hablar... Además -añade-, mi
contacto con los españoles es muy fugaz. No cultivo la
amistad con ellos por una razón elemental: cuando los invito
a casa llega un momento en el que la charla deriva hacia la
situación política española. Yo tengo que opinar y eso puede
ponerme en aprietos. Mi vida aquí es bastante retenida: a
Franco, por ejemplo, jamás lo he visto personalmente. A él
le conviene ignorarme por las relaciones que mantiene con el
gobierno argentino. A mí también, por un problema de
ideología. Recuerde lo que dice Martín Fierro: ‘El que anda
en pagos ajenos debe ser manso y prudente...’". La
mansedumbre y la prudencia no suelen ser buenos remedios
contra la nostalgia. "No cabe duda -acepta el general-. Es
la enfermedad crónica del exiliado. Pero yo tengo mi propio
antídoto: el yoga. No hay éxito que me entusiasme mucho ni
fracaso que me aplaste demasiado; yo someto todo a mi
voluntad. Creo que en estos trece años he llegado a
convertirme en faquir...". -¿Esa es la única diferencia
que existe entre Perón de 1955 y Perón de 1968? -Sí,
señor. No hay otra. Soy la misma persona y estoy conforme
con mi destino. -¿Cuál es su destino? -El de una
generación. Yo he tratado de cumplir metiéndome dentro de
ella. Jamás tuve la pretensión de ser otra cosa que un
instrumento del destino. Todo lo que hice fue algo que
estaba fijado de antemano. En eso soy un poquito árabe...
-¿Le queda algo por cumplir? -¡Cómo no! -Qué, por
ejemplo. -Lo que sea. Sólo pretendo ser útil en lo que
pueda. No me considero un hombre providencial. Soy uno más
dentro del movimiento y cumplo con la misión que tengo.
Podría definirme como un aficionado a la política y un
profesional de la conducción. Yo soy un conductor que tiene
la manía de copiar a la naturaleza. Siempre tomo como
ejemplo a Dios. Si éste bajara todos los días a la Tierra a
dirimir los problemas que se suscitan entre los hombres, ya
le habríamos perdido el respeto. Hay que copiarlo en todo
sentido. Dios siempre aceptó a la providencia, que es quien
carga con la responsabilidad de las cosas que Él hace. Como
ve, la conducción es un arte... -¿Y usted, un artista?
-Naturalmente. La conducción, como cualquier disciplina
artística, tiene una teoría y una técnica. El hombre es la
parte viviente que las aplica. De acuerdo al óleo sagrado de
Samuel que hayamos recibido puede detectarse el calibre del
artista. Cualquiera puede dominar la teoría y la técnica de
la pintura o de la escultura. También puede aplicarlas y
consumar un cuadro o una escultura aceptables. Pero para
lograr La Última Cena, habrá que llamarlo a Leonardo; para
obtener una Piedad habrá que recurrir a Miguel Ángel...
-O sea que para crear una Argentina justicialista no queda
otro remedio que apelar a... Perón no responde. Enciende
un cigarrillo y sonríe, librando la respuesta a la
imaginación de cada cual. -¿Pensó alguna vez que la
muerte puede sorprenderlo en España y en la posibilidad de
no regresar jamás a la Argentina? -Sí, pero no me
preocupo demasiado. Moriré donde me lo fije el destino. No
depende de mí: yo me someto a él. -¿Dónde querría
terminar sus días? -En ningún lado, naturalmente. No
pienso mucho en la muerte. Lo importante es no llegar a ella
pasando desapercibido. En el mundo nacen hombres
extraordinarios que mueren y en su epitafio no se puede
escribir nada. Nacen otros, comunes, normales, cuyos
epitafios desbordan leyendas. Estos últimos han sido hombres
de una causa. Los anteriores se hunden en el anonimato
porque no han servido a nada... -¿Tiene miedo que su
epitafio esté en blanco? -No. No seré yo quien lo llene.
Revista Siete Días Ilustrados 02.12.1968
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La residencia de Perón en Puerta de Hierro. Una casa
confortable, seprovista de la fastuocidad palaciega que
muchos le atribuyen
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