Revista Siete Días Ilustrados
06.03.1972 |
La presencia y las líneas de acción impuestas por el
conocido columnista al frente del complejo teatral municipal
-cuyo epicentro es el General San Martin- abren expectativas
y permiten alentar sólidas esperanzas de una revitalización
de la escena nacional
Si dirigir un teatro oficial, hacerse cargo de sus
repertorios y convertirse en blanco de críticas y alabanzas
suele ser un dolor de cabeza muchas veces eludido por los
más capaces, aceptar ese puesto constituye un verdadero
desafío.
Quizás el crítico especializado Kive Staif —44, una hija,
contador público hasta una mañana de 1958 en que tuvo su
primer contacto profesional con la actividad teatral—
pensara en esas posibilidades cuando fue postulado, meses
atrás, para la conducción del complejo teatral municipal,
integrado por el Alvear, el Sarmiento y las distintas salas
del General San Martín, máximo escenario de Buenos Aires. A
poco de asumir en noviembre último ese cargo, un pivote
donde se apoya la actividad cultural auspiciada por la
comuna metropolitana, un soplo renovador comenzó a sentirse
en las modernas salas del edificio de la calle Corrientes:
funciones a precios populares, contactos diarios con la
prensa especializada, un repertorio que incluye obras como
Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, o El círculo de tiza
caucasiano, de Bertold Brecht —autor que por vez primera se
representa en un escenario oficial—. o el redescubrimiento
de un autor polaco como Witold Grombrowicz y su obra Yvonne,
princesa de Borgoña, son algunos de los cambios más notables
puestos en marcha por este entrerriano que la semana pasada
accedió dialogar con una redactora de SIETE DIAS, a la que
informó del despliegue de su estrategia para el año en
curso.
Bajo la guía de K.S., de Iris Marga —directora artística del
complejo teatral municipal— y del técnico Oscar Lagomarsino,
el ente será, a partir de 1972, propietario de sus
escenografías, vestuarios y puestas en escena: siguiendo la
tradición y la enseñanza de los teatros populares de
repertorio, se establecerá por contrato que el San Martín
sea único dueño de esos derechos; así, quedará siempre
abierta la posibilidad de reponer las piezas sin volver a
recurrir al concurso —y los honorarios— de los principales
responsables.
La eficiencia parece ser la principal preocupación de Staif:
"En este momento me considero un empresario de lujo
—ironizó—, pues puedo conseguir lo mejor en el orden técnico
o artístico. De todas maneras, pienso que mi cometido es
bastante pequeño aun cuando dé brillantes resultados y
produzca éxitos de difusión masiva. Creo que el San Martín
puede convertirse en un generador de creación, ya que desde
dentro de sus paredes pueden salir propuestas creadoras".
—¿Cuándo comenzó su labor como crítico?
—Cuando fui administrador de la compañía teatral Caminito
—yo estaba ligado a Cecilio Madanes por una cierta relación
familiar—; pero mucho antes frecuentaba lecturas teatrales y
salas de espectáculos en condición de simple espectador. En
Caminito conocí a Arturo Romay, creo que el mejor de los
críticos argentinos de los últimos años, muy poco reconocido
como tal. Y me dediqué a la crítica porque él me entusiasmó
en esa tarea y porque desde hacía tiempo me gustaba el
teatro, quería escribir y no sabía de qué.
—¿Siempre se conciliaron bien la profesión de contador con
la de crítico?
—En un principio convivió el contador con el crítico, hasta
que finalmente abandoné todo lo que tuviera que ver con
impuestos o con libros de contabilidad y finalmente terminé
viviendo del periodismo.
TEATRO VEINTE
A partir de 1960 —la etapa del florecimiento del nuevo
teatro argentino (así bautizado con beneplácito por la
prensa especializada)— surgieron figuras de autores y
experiencias actorales de envergadura. Fue entonces
necesaria la aparición de una publicación que estuviera
atenta a esas nuevas experiencias. K.S., al frente de un
equipo de críticos de relevancia, creó un mensuario dedicado
a la actividad teatral: Teatro XX.
—¿Qué repercusión tuvo la revista y qué experiencia recogió
a través de ella?
—Fue una experiencia apasionante, editamos 19 números en
forma continuada y la repercusión se puede medir en que se
editaban y vendían en la Capital cinco mil ejemplares. Pero
el aumento de los costos de impresión y del papel hicieron
que me resultara imposible seguir financiándola. Y la cerré.
—Al hablar de aquel que lo acercó a la actividad
periodística usted aseguró que era el mejor crítico
argentino. ¿Qué se puede tomar como pauta para hablar de lo
mejor en materia de crítica?
—Considero que un buen crítico tiene que ser, en primer
lugar, una persona culta y equilibrada; no creo que haya
reglas para decir qué es un buen crítico, pero una buena
medida sería que el crítico se equivoque lo menos posible.
Es decir, que tenga un buen margen de aciertos. Por eso
insisto en la calidad de persona equilibrada y además la
inquietud permanente, el autocuestionamiento de ese crítico.
Debe sentirse permanentemente estimulado y lo
suficientemente abierto a las nuevas experiencias como para
no rechazarlas, es decir, ser siempre joven. Yo,
personalmente, creo que he sido un buen crítico casi
siempre.
—Además de su actividad como critico, usted ha experimentado
ya la tarea de funcionario durante su gestión de 1971 en el
Teatro Nacional Cervantes. ¿Cómo definiría esa experiencia y
cuáles son las razones de esta nueva responsabilidad
oficial?
—Un teatro oficial tiene una fundamental responsabilidad que
es la de devolverle al contribuyente— y no quiero decir la
palabra pueblo porque está muy manoseada— el sostenimiento
que ese contribuyente hace del teatro. Tiene que devolverle
un servicio público que en este caso no es un hospital, ni
es gas o electricidad sino cultura y tiene que hacerlo en la
medida en que se le exige al pueblo, según las necesidades
de la mayoría.
A esa altura del diálogo, el tema obvio es cuáles son las
necesidades de una mayoría que, invariablemente y a través
de la experiencia de muchos años, ha demostrado con su
ausencia el poco interés que le despiertan las experiencias
teatrales. Inevitablemente surge la imagen de Jean Vilar,
que visitó la Argentina en 1969 y en un seminario que dictó
para directores teatrales les manifestó que el interés de
las mayorías en los espectáculos teatrales no iba a darse
hasta que no surgiera una forma de expresión absolutamente
nacional, ya que —dijo— la cultura no es un elemento que
surja desde fuera sino que se debe formar a partir de las
necesidades y tradiciones de un pueblo.
En un valioso texto, 'De la tradición teatral', en el que se
condensa parte de su experiencia, este hombre que durante
más de 20 años dirigió los destinos del Teatro Nacional
Popular de Francia observaba que lo que influye para que el
teatro no sea frecuentado por las clases populares —que sí
concurren a funciones deportivas tanto o más caras que
cualquier función teatral— es que el teatro es considerado
un artículo de lujo, encerrado en un ámbito también lujoso,
y que no tiene que ver con su idiosincrasia.
—¿Qué posibilidades hay de que se tengan en cuenta están
premisas del maestro francés? ¿O es que ya se tienen en
cuenta?
—Ante todo debo aclarar que tengo plena conciencia de que
poseo en mis manos un instrumento hermosísimo como es el
teatro San Martín, con un personal de primera categoría y
posibilidades técnicas y artísticas inmensas. También soy
consciente de que hay que desarrollarlas al máximo. La
experiencia del T.N.P. de Francia es la que a mí más me
atrae de todas y los lineamientos de aquel ente,
condicionados a la realidad argentina, son los que están
incluidos en la programación presente y que tendremos en
cuenta en los años próximos.
—¿Cuáles son los riesgos?
—El San Martín está en la ciudad de Buenos Aires, en la
República Argentina y la estabilidad, mayor o menor, está
estrictamente vinculada a la del país. Se corre un riesgo,
pero éstas son las condiciones que nos ofrece el país. Mucha
gente, y yo mismo, ha planteado hasta qué punto valía la
pena asumir un cargo como éste, en un país nuevo que está en
crisis. Crisis que yo personalmente creo que se está
profundizando, que es creadora y de la que vamos a salir muy
bien.
—En anteriores declaraciones usted manifestó que en el
horario de las 19 se brindaría la oportunidad de dar a
conocer sus obras a los autores argentinos. ¿Qué hay en
firme de ese proyecto?
—Es importante que se destaque nuestro deseo de que el San
Martín sea destinado a las mayorías, hay una enorme cantidad
de gente que no viene a este teatro ni a ningún otro porque
no se le ofrecen las posibilidades materiales. El horario de
las 19 fue planificado no sólo para ofrecer espectáculos
teatrales sino también recitales populares con figuras de la
jerarquía de un Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, u otros.
El precio de estas funciones está previsto en el orden de
los 250 pesos, es decir un 50 por ciento del precio de las
funciones nocturnas; en lo que se refiere a presentar obras
de autores argentinos no está previsto que la cosa se dé de
esa manera, pero puede suceder que se dramaticen escenas a
partir de textos o problemáticas argentinas así como es
posible que se brinden obras de escritores argentinos.
—En cuanto a ese tipo de teatro de carácter experimental que
estaba planificado para el teatro municipal Sarmiento, ¿no
hay similitud de expectativas entre lo propuesto por ustedes
y lo hecho en el Instituto Di Tella?
—Exactamente, el Sarmiento se destinará a la
experimentación. Aun cuando acepte que estará en "la órbita
del Di Tella", considero que cuando aquel centro se cerró ya
había cumplido un ciclo. Sin embargo, yo creo que todo lo
hecho allí no fue inútil, pues ahora se puede reconocer en
muchos espectáculos una investigación de las formas, y una
libertad de expresión del actor que nacieron a partir de
aquellas experiencias. En ese sentido el Di Tella tuvo una
influencia muy beneficiosa.
Otra de las aspiraciones del nuevo director general es
llegar a dotar al San Martín de un elenco estable, proyecto
que se entronca con el de elaborar un repertorio que pueda
brindarse a distintos públicos. La tarea es en sí bastante
difícil ya que la elección de los actores no se realizará
por medio de concursos sino que la selección se hará sobre
la marcha, hasta dotar a las dos salas principales de un
elenco de 25 ó 30 personas y el resto de los elementos que
se necesiten se contratarán como hasta el presente. Es
propósito de las autoridades del teatro que esos elementos
secundarios salgan de las filas del taller actoral que
comenzará a funcionar en el teatro Los Andes y al que podrán
concurrir los egresados de las distintas escuelas de arte
dramático.
Los proyectos enunciados por K.S. son infinitos, tantos como
las posibilidades que le ofrece ese enorme complejo
municipal que encabeza el General San Martín; en una profusa
gacetilla donde no faltan los datos de las obras teatrales
que se representarán, así como los recitales populares de
figuras del ballet o de la música popular o clásica, aparece
también la posibilidad y el deseo de la entidad oficial de
ofrecer espectáculos en los barrios, en colaboración con la
Sociedad de Actores. Se intenta, según los planes de K.S.,
ir a la búsqueda del público; además, el criterio del
municipio es en este caso el de trabajar en base a un
repertorio, como sucede en el centro de actividades
teatrales del San Martín.
Durante la entrevista K.S. no deja en ningún momento de
mostrarse ceremonioso y mesurado, y es inevitable imaginar
que esas maneras físicas no son sino la corporización de una
consigna interior mucho más amplia: no apresurarse para
llegar a la meta. Sin embargo, hablar de su tarea futura lo
llena de entusiasmo: entre esa cautela y este fervor existe
un equilibrio estable, quizás un signo definitivo de su
personalidad trasladado a su actual función pública. ("La
política es el arte de la transacción." Juan Jacobo
Rousseau.)
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