Revista Gente y la
Actualidad
09-07-1970 |
A punta de ametralladora, en un acto de violencia poco
común, los "Montoneros", un grupo de guerrilleros urbanos
que se atribuye el secuestro del general Aramburu, hirió a
dos policías, redujo a otros tres y robó cuatro millones de
pesos en un Banco. Doce de ellos fueron capturados en
episodios donde revelaron su peligrosidad. Fuera del hecho
policial, quisimos saber quiénes y cómo eran los asaltantes,
el porqué de su delito. También las versiones de quienes
vivieron el hecho.
Hacía frío en La Calera. La mayor parte de los cinco mil
habitantes de la población aún dormía. Era la madrugada del
miércoles 1º y por lo menos había un grado bajo cero. Las
luces del pueblo todavía estaban encendidas. En la
subcomisaría, los agentes Ramón Salvatierra (32, casado,
tras hijos) y el oficial ayudante Antonio Djanikián (28)
charlaban de cualquier cosa y manejaban los asuntos de
rutina. La ciudad de Córdoba —17 kilómetros al sudeste—
también dormía, salvo los escasos empleados de las
industrias que no participaban en el conflicto de SMATA que
paralizaba prácticamente la planta de Santa Isabel. El
soldado conscripto Juan Antonio Agüero, de la IV Brigada de
Tropas Aerotransportadas, estaba malhumorado: a las seis de
la mañana, con el frío que atravesaba el capote y todo el
uniforme, estar de "imaginaria" a la intemperie no era un
hecho que le causara mayor satisfacción. Por la ruta que une
a Córdoba con La Calera, pasando por los cuarteles del III
Cuerpo de Ejército, siete automóviles iban a marcha lenta.
Uno de los vehículos (levaba la inscripción "Comando
Radioeléctrico-Policía de Córdoba". Todos —camionetas, un
Fiat 1500, todos— tenían una característica común, además de
su rumbo noroeste: una franja amarilla de plástico pegada al
paragolpe delantero, del lado derecho. El soldado Agüero,
desde su puesto, los vio pasar, pero no les prestó
importancia. Era el tránsito común. Además, no pasaron en
caravana ni a gran velocidad. Por otra parte, había tránsito
en sentido contrario. En La Calera, la señora Blanca
Ceballos de Falavigna (29, casada, un hijo), operadora de la
central telefónica, caminaba apurada hacia su trabajo. La
prisa tiene dos razones: el frío y que si no apretaba el
paso llegaba tarde. El subcomisario Eustaquio Tomás
Larrahona (52, casado, dos hijos), en su jeep, marchaba
desde Villa Allende hacia La Calera, también para ocupar su
puesto. Ese día había decidido, personalmente, ocuparse de
la vigilancia de la sucursal del Banco de Córdoba —Avenida
San Martín casi esquina 25 de Mayo— junto con el agente
Manuel Moyano (41). Por las dudas —el Banco había sido
asaltado el 26 de diciembre último—, la guardia empezaba a
las 7.15, a pesar de que el pueblo estaba prácticamente
dormido y sólo los que no tenían otro remedio transitaban
por la avenida San Martín o por Vélez Sarsfield, las
arterias importantes de la población. En la ruta, poco antes
del puente de acceso a La Calera, los siete automóviles se
habían detenido. Sus ocupantes charlaron entre sí
brevemente. Después apagaron los cigarrillos y volvieron a
sus asientos. Luego cruzaron el puente del Río Primero y
tomaron rumbos distintos, dentro ya de la población. En los
cuarteles cercanos ya había actividad y el soldado Agüero
mitigaba su frío con un jarro de mate cocido. Eran casi las
7.30.
Ignacio Vélez (26) ocupaba un Renault 4L, en compañía de su
esposa, Cristina Liprandi (25). El pertenece a una
tradicional familia cordobesa, pero a partir de su
matrimonio se desvinculó de los suyos. Hace un tiempo
protagonizaron un confuso episodio de secuestro: Ignacio
denunció que varios malhechores habían raptado a su esposa.
Luego las investigaciones arrojaron dudas sobre el hecho y
la impresión general fue la de un secuestro fraguado para
solucionar, a costilla de su padre, una situación económica
un tanto quebrantada. Vélez manejaba el vehículo sin hablar
con Cristina. Es subteniente de reserva (estudió en el Liceo
Militar General Paz) y fue estudiante de la Universidad
Católica. Pero no era eso lo que le preocupaba ahora. Ahora
iban hacia la subcomisaría de La Calera, veían las luces en
el interior, detenían el Renault y se apeaban. La primera en
entrar fue Cristina Liprandi, seguida por Vélez. Los atendió
el agente Salvatierra: "Vea, nos acaba de ocurrir algo
extraño en la curva de Dumesnil. Un automóvil nos cerró el
paso e intentó molestar a mi mujer. Yo la defendí y
quisieron agredirme y entonces..." En ese instante, un
Torino con los colores de la policía de la Capital se detuvo
frente a ha subcomisaria, haciendo sonar la sirena. "Un
momento, por favor", pidió Salvatierra. Del Torino bajaron
cuatro hombres uniformados. "¿Quién está a cargo de la
subcomisaria?", preguntó un hombre joven, con insignias de
oficial. El ayudante Djanikián se adelantó: "Yo, soy el
oficial ayudante Djanikián". Detrás de Salvatierra y el
oficial ayudante habían quedado Cristina Liprandi y su
marido. "Bien —dijo el supuesto policía recién llegado—,
somos "Montoneros" y venimos a tomar la seccional". Al mismo
tiempo Vélez extraía un arma y amenazaba por la espalda a
los policías. No hubo resistencia: era suicida intentar
defenderse de seis personas que ya tenían sus armas en la
mano. Salvatierra y Djanikián fueron obligados a colocarse
contra la pared, con las manos en alto. Pudieron escuchar
que Vélez, con un transmisor portátil, se comunicaba con
alguien: "Aquí, grupo 1 del comando. Tarea cumplida. La
subcomisaria está en nuestras manos. Cambio". Cerró el "Walkie-Talkie",
y ordenó: "A ver, ustedes, canten la marcha peronista". Y la
cantamos, no más, ¿qué íbamos a hacer? Después empezaron a
romper todo: los papeles, la radiotransmisora, los muebles,
a apoderarse de armas, de proyectiles. Finalmente nos
llevaron a una cuadra-calabozo y nos encerraron", recuerda
Salvatierra. "¿Si no pensamos en resistirnos? Y..., sí...,
mi mujer me decía "¡Qué mal que estuviste! Te dejaste
agarrar sin defenderte", pero qué quiere, eran muchos y nos
apuntaban con las armas", se disculpa.
El subcomisario Larrahona y el agente Moyano se restregaban
las manos para ahuyentar el frío. Los empleados del Banco
iban entrando uno a uno. Ellos estaban estacionados en 25 de
Mayo, una diagonal de pedregullo desde donde se ve la
sucursal, la Municipalidad y casi toda la calle San Martín.
"Y de pronto un jeep se nos vino encima y nos chocó de
frente. El que manejaba el jeep soltó el manubrio y pareció
caer desmayado, en el interior de su vehículo, sobre el
asiento. Moyano y yo nos bajamos, para ayudarlo. En ese
instante, frenó un Fiat 1500 y de él bajaron varios hombres
jóvenes, no sabría decir cuántos, cuatro o cinco, creo. Nos
amenazaron con armas y nos obligaron a colocarnos contra un
cerco, de espaldas a ellos. "¿Vos sos peronista?", me
preguntaron. Les dije que no. "Bueno, no importa, te vas a
quedar quieto y no te va a pasar nada. Somos "Montoneros".
Si te resistís te matamos. De soslayo yo podía ver que
frente al Banco se había detenido un auto y que bajaban
policías. Un asalto, otro, pensé. En ese instante apareció
Arguello, en un jeep, y cuando nos vio caminó hasta
nosotros. Serían las siete y media", narra Larrahona.
"Y si, el 26 de diciembre me pegaron siete balazos. Pero yo
alcancé a herir a uno de los asaltantes del Banco. Se
llevaron dos millones y medio", recuerda Eugenio Manuel
Arguello (25, casado, dos hijos, flamante cabo a partir del
suceso). "El miércoles yo andaba haciendo unas comisiones. Y
vi lo que me pareció un choque y reconocí el auto del
subcomisario Larrahona y entonces me bajé a ver qué había
pasado. Cuando caminé algunos metros sentí una ráfaga de
ametralladora. Me gritaron «Alto» y al mismo tiempo tiraron
la ráfaga. Una bala me alcanzó en el pecho, otra me: rozó la
cadera, así que comencé a correr. No tuve tiempo de sacar mi
arma. Todavía me pegaron dos tiros más, en la espalda. El
plomo no salió. ¿Ve? Toque aquí. ¿Nota el plomo? Y ahí me
quedé tendido, sin poder hacer nada", resume. "Pera ahora
estoy lo más bien, ¿ve? Y hasta me ascendieron. Y el
subcomisario Larrahona me dijo "la próxima vez que pase algo
te mando a vos al frente, total las balas no te hacen nada".
¿Cuántos? Y..., hasta ahora me han pegado 7 balazos y aquí
me ve..., tengo una suerte bárbara. Y claro que me gustaría
haber podido detener a alguno de los Montoneros, con o sin
tiros.
El señor José Miguel Arroyo, gerente de la sucursal La
Calera del Banco de Córdoba, no atinó a resistirse ni a
pedir ayuda. Tampoco podría haberlo hecho: los individuos
penetraron en el Banco y evitaron toda acción, a punta de
ametralladora y pistola. "Esto no es un asalto. Somos
"Montoneros", el brazo armado del pueblo, y queremos la
plata para distribuirla entre los obreros huelguistas", dijo
uno de los asaltantes. En pocos minutos se apoderaron de
cuatro millones de pesos y salieron a la calle. Pasaba algo
curioso en el pueblo: muchas personas miraban actuar a los
Montoneros con la tranquilidad de quien está viendo una
serie de televisión. Sólo que eso era realidad, una
desagradable realidad, que se repetía en la subcomisaría, en
la Municipalidad, en el edificio de Correos y en la oficina
de Teléfonos. El soldado Agüero ya había terminado su mate
cocido y de nuevo estaba malhumorado: había maniobras,
ejercicios, movimientos en la mañana fría y todavía oscura.
El sol se negaba a salir. Apenas alumbraba la cima de los
cerritos que encajonen a La Calera, sin derretir la escarcha
de los arroyos. Para colmo de males, no había luz en el
pueblo: desde hacía tres o cuatro días se apagaba una hora
antes de la habitual, y siempre antes de que las sombras
abandonaran la región en fuga hacia el oeste.
Blanca Ceballos de Falavigna atendía de cuando en cuando
algún llamado tempranero y lo conectaba donde debía.
Súbitamente, se abrió la puerta "y entraron dos muchachos
jóvenes, bien vestidos, bah, más o menos bien vestidos, así
como ustedes y nos amenazaron con armas a mí y al
guardahilos Antonio Juárez. Y después
empezaron a romper cables: se veía que no entendían nada
porque rompían cables poco importantes. Con un teléfono
portátil de esos que: usan los soldados hablaron con alguien.
«Aquí grupo 3 del comando. Todo en orden. ¡Viva Perón!»,
dijeron. A mí me ordenaron colocarme contra la pared, y a
Juárez al suelo, de boca para abajo. Y así estuvimos unos
treinta minutos. ¿Sí tuve miedo? No, no mucho. Estaba
tentada de risa. Supongo que por los nervios, después
dijeron que iban a dejar una bomba y se fueron. Ah, y
pintaron «Montoneros» en la pared y dejaron un paquete que
decía «Peligro, explosivos, y se fueron 10 más. ¿Qué hice?
¿Y qué podía hacer? No los iba a salir corriendo. . . y
teléfono para hablar no tenía porque sí bien rompieron
calles poco importantes, la central quedó inutilizada. Salí
a la calle con un poco de miedo, ¿por la bomba, sabe?,
porque tuve que pasar sobre la bomba. En la calle había algo
de gente, pero a los muchachos que hicieron los destrozos no
los vi. Supongo que se alejaron en un auto".
La operación en el Correo no fue muy distinta: cinco sujetos
irrumpieron, destruyeron el telégrafo y registraron en busca
de papeles. Después abandonaron el local, dejando un
envoltorio con la inscripción "Explosivo, peligro". Para
entonces, la alarma había cundido por toda La Calera. Pero no
había manera de avisar a nadie. Los "Montoneros" aún
ocupaban el pueblo y eran dueños absolutos. El único tiroteo
que se había registrado era el de 25 de Mayo y San Martín,
donde hieren a Argüello y rozaron con una bala al agente
Moyano sin producir mayores daños. El botín era en
proporción al operativo, magro, algún uniforme policial,
correaje y pocas armas. También un automóvil, propiedad de
un suboficial del Ejército. La razón para te último robo era
muy sencillo el Fiat 1500 que usaban los "Montoneros" se
negaba a andar. Un camionero, que nada sabía, les había
hecho el favor de empujarlos para ver si así arrancaba, pero
no hubo caso. El operativo estaba cumplido. Sólo faltaba la
retirada. Por las radio-teléfonos volvieron a comunicarse.
La orden era ahora abandonar La Calera, "en la dirección
convenida". En la población quedaban cuatro supuestas
bombas, el Fiat 1500 y la camioneta que había chocado contra
el jeep del subcomisario Larrahona. En cinco minutos los
"Montoneros" habían desaparecido. Comenzaba un operativo
diferente. En los cuarteles, Agüero seguía malhumorado.
"Y entonces yo fui hasta los cuarteles en un coche. Me
atendieron en seguida y hasta me curaron el raspón de la
frente. El propio general Carcagno dirigió el operativo. Los
soldados estaban de maniobras, así que ya en pocos minutos
estaban alistados y rumbo a La Calera. También se dio la
alarma a Córdoba, porque no sabíamos si pasaba algo en la
ciudad. Y ahí se movilizó la policía de la ciudad también,
supongo", abrevia el agente Moyano.
El señor Federico Schnorr estaba cerca del Banco, sin poder
hacer nada, observando los acontecimientos. No era el único
testigo impotente. El oficial Carlos Ambrosio, policía da la
comisaria 7ª, conocía la situación y estaba demasiado lejos
para intervenir. Entonces le dijo a Schnorr que consiguiera
un vehículo. Poco después, en una pick-up, salían hacia
Villa Allende en dirección que seguían en su fuga los
"Montoneros". A los pocos kilómetros, cerca del paraje San
Alfonso, encontraron el automóvil del suboficial del
Ejército. Junto al vehículo había dos jóvenes. "Yo me
acerqué a ellos y les pregunté cuál era la ruta hacia Villa
Allende. «Por ahí», me dijo uno, el más alto. Cuando levantó
la mano para señalarme el camino le vi una pistola en el
cinto. Así que le avisé a Schnorr que se tirara al piso
cuando yo les apuntara con la pistola. Pero los "Montoneros"
se dieron cuenta y sacaron sus armas. De todas maneras
apreté el gatillo y vi cómo uno caía y el otro levantaba las
manos. En seguida, en la pick-up, los llevamos a la
subcomisaría de La Calera". Ambrosio le quita méritos a su
acción. El dice que no ha hecho más que cumplir con su
deber. Es cierto. También es cierto que su acción permitió,
quizá más que ninguna, esclarecer el episodio. Ya en la
subcomisaría, los detenidos se identificaron. "Yo soy Luís
Alberto Losada, y tengo 23 años, ¡Viva Perón!", dijo el
herido. "Yo soy José Alberto Fierro y tengo 24 años, ¡Viva
Perón!", confirmó el restante.
"Nos decía que él nos iba a liberar de la opresión y da
cuando en cuando divagaba y decía cualquier cosa", dice
Salvatierra, refiriéndose a Losada. "Al otro, a Fierro, lo
llevaron enseguida para Córdoba. A Losada recién a las diez
de la mañana. Sí, estaba herido en el abdomen. ¿Por qué lo
tuvimos atado con cuerdas de nylon?, ¿qué quiere...? ¿Que lo
dejáramos suelto? Mi compañero Arguello estaba muy herido y
no sabíamos qué le podía pasar. Menos mal que le fue bien. Y
ojalá el chico se salve, pero para nosotros y para todo el
mundo es un asaltante y un sujeto que intenta la revolución.
Que se salve, si, porque no le deseo la muerte a nadie ni
ningún mal a nadie, pero que no hagan esas cosas".
El ejército ocupaba el pueblo. El tránsito estaba cortado.
En la esquina de San Martín y 25 de Mayo, el soldado Agüero
rumiaba su malhumor, fusil en mano. Hacía frío aún y soplaba
un viento que no contribuía a hacer las cosas más
agradables. Además, un mes antes ya habían hecho un
operativo de toma de La Calera, como parte de un ejercicio
de adiestramiento. ¿Para qué tenían que repetirlo ahora? Sus
compañeros ocupaban los objetivos: Correos, Teléfonos,
Municipalidad, Subcomisaría. Otros, menos afortunados,
marchaban a pie por los cerritos.
MONTONEROS: QUIENES SON Y A QUÉ COSA LLAMAN PATRIOTISMO
Cuando aparecieron los primeros comunicados de la agrupación
"Montoneros" mucha gente dudó de la existencia misma del
grupo; había razones para esa desconfianza: fueron varias
las agrupaciones subversivas que se atribuyeron el secuestro
del teniente general Aramburu y nadie proporcionaba
evidencias sólidas de su autoría en ese monstruoso delito.
Frente a los hechos de La Calera, "Montoneros" se corporiza.
Ya hay nombres, personas y hechos concretos, más allá de
declaraciones de principios. Hasta ahora, y a estar con las
informaciones policiales, los miembros del grupo son:
Ignacio Vélez (25), posible jefe del grupo cordobés;
Cristina Liprandi de Vélez (24), esposa del anterior; Luis
Alberto Losada (23); Raúl Héctor Guzzi Cotegrande (32);
Claudio Ehrenfeld (22); José Alberto Fierro (24); Antonio
Gabriel Monjo (32); María Pascuala de Guzzo (27); Mirta
Cucco (20); María Lidia Piotti de Salguero (23); César Luis
Soratti (6), y Emilio Angel Mazza, (25), quien está
malherido en el hospital San Roque. Tienen puntos de
coincidencia —además de estar acusados de haber participado
en el golpe de La Calera—: casi todos pertenecen,
irónicamente, a familias cordobesas "bien conceptuadas"; en
su mayor parte estudiaron en la Universidad Católica de
Córdoba o estuvieron vinculados a ella. Se definen —la mayor
ironía de todas— como "católicos de avanzada" o como
"peronistas revolucionarios nacionalistas", lo cual no
impidió, a estar con ciertas versiones, que se hicieran
asesorar por un elemento de acción directa uruguayo que usa
el seudónimo de "Gustavo". En el último comunicado que
apareció, los "Montoneros" admiten su participación en La
Calera, y ratifican su responsabilidad en el caso Aramburu,
y lo dicen eufóricos, como si fuera una hazaña. Además se
amenaza a funcionarios policiales y "a testigos y civiles en
general". La organización — que actúa por el sistema de
células —considera que la única salida es la violencia. Se
opone, obviamente, al actual gobierno y a toda salida
racional. Su método es el de la guerrilla urbana, punto de
contacto con los extremistas orientales. No se conoce una
ideología del movimiento, fuera de alguna coincidencia con
sacerdotes del Tercer Mundo en lo social y con el "peronismo
revolucionario" en lo político. Por lo que se puede ver
disponen de armamentos. Los investigadores calculan su
número en un centenar de personas en todo el país.
CIUDADANOS CON MAYUSCULA
Los "Montoneros" acababan de abandonar el pueblo. El golpe
hasta allí había funcionado con precisión de relojería y en
La Calera los primeros enterados no salían de su confuso
asombro. Todo parecía indicar que podría ser otro eslabón de
esta serie de golpes de mano que se fueron sucediendo y
diluyendo con el paso de los días. Ya casi no quedaba
ninguna duda: la escalada de táctica de guerrilla urbana
había quemado otra etapa. El libreto llegaba a su fin, pero,
siempre hay un pero cuando de decisiones humanas se trata,
sucedió algo que dio un vuelco total al operativo.
Carlos Ambrosio, oficial de la comisaría 7ª de Córdoba,
mordía su impotencia: se iban y ni siquiera un vehículo para
perseguirlos, para intentar algo al menos. Ambrosio no
estaba solo en su desesperación: Federico Schnorr, un vecino
cuya vida transcurre en la rutina que enmarca el lugar,
también había visto a los asaltantes. Y, ¡qué cosa!, tampoco
él tenía automóvil; justo él que no es Copello, pero...
Después se dio cuenta que ni siquiera lo reflexionó y casi
sin saber cómo desbordó su indignación a Hufo Apfelbaum, que
precisamente sí tiene una pick-up, y en ese torbellino de
palabras se la pidió. Al tiempo que don Hufo decía que sí la
camioneta con Schnorr y Ambrosio salía levantando tierra,
mordiendo fuerte en las curvas.
Tuvieron tiempo, ahora sí, de pensar que seguían a unos
veinte, fuertemente armados, decididos a todo, cumpliendo un
cometido desprovistos de los sentimientos inhibidores que
una acción de esa naturaleza exige. Pudieron arrepentirse,
especialmente Schnorr, que ni siquiera un cuchillo llevaba.
Pudo haberse contentado con manejar, simplemente, no
perderlos de vista, lo que de por sí a esa altura de los
acontecimientos era algo valiosísimo. Sin embargo pudo más
la decisión, el coraje, el sentirse obligado porque sí, sin
juramentaciones ni adoctrinamientos. Lo que ocurrió cuando
alcanzaron a Losada y a Fierro lo narramos en lugar aparte.
Lo que no remarcamos, por obvio, por evidente, es esa
actitud de un civil y de un policía fuera de jurisdicción
que eclipsaron a todo lo espectacular del golpe. Los
"Montoneros" hablaron luego de la casualidad, una casualidad
que tiene nombres y apellidos.
Por DIEGO ACOSTA
y nuestros enviados especiales CARLOS BAUDRY y JORGE DIAZ
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ME OBLIGARON A PONERME ASI". El agente Salvatierra estaba en
la subcomisaría, primer objetivo de los guerrilleros. "No
nos maltrataron, aunque nos obligaron a cantar la marcha
peronista, además de robar armas y destrozar la estación de
radio".
OPERADORA FALAVIGNA: "Los que asaltaron Teléfonos eran dos
hombres jóvenes, bien vestidos. Y no debían saber mucho de
teléfonos porque no destrozaron los cables más importantes".
LA SUCURSAL BANCARIA. Es la segunda vez que la asaltan en
menos de seis meses. La investigación trata de comprobar si
los detenidos son autores del atraco anterior. ¿Hubo
entregadores?
SUBCOMISARIO LARRAHONA: "Cuando chocaron mi jeep pensé que
era un accidente. Luego me sorprendieron y me desarmaron.
Tiraron inútilmente sobre el agente Arguello. Gritaban
continuamente "Viva Perón" y nos amenazaban de muerte a
todos".
GUERRILLERO LOSADA. Afirmó que iba a liberar a los policías
"de la opresión". Es un joven extraño, con una personalidad
contradictoria. En su trabajo y en su colegio era muy
apreciado. Era jefe de boy-scouts y los chicos lo adoraban.
Tenía actitudes de filantropía. Nadie se explica su .g/ro
hacia la subversión y la violencia. Ahora investigan a los
boy-scouts. |
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