VIVIENDO EN BORRADOR
Por RICARDO PIGLIA
(26 años. Su primer libro de cuentos "La Invasión", obtuvo una
mención en el Concurso Casa de las América 1967, y será publicado
por Jorge Álvarez en agosto).
SUCEDE con la juventud lo mismo que con ciertas mujeres: cuando uno
quiere definirlas es porque ya no las tiene. En seguida la nostalgia
enturbia las ideas y se termina por añorar hasta las desventuras.
Se entra en la juventud un poco fatalmente y a desgano, cargado de
presagios y recomendaciones. En 1956 yo tenia quince años, había
caído Perón; criado en un hogar peronista yo vivía el éxtasis de la
clase media como una catástrofe; en el rostro torvo de mi padre
aprendía a conocer las primeras desdichas sociales.
SON tantos los encargos, que cuando uno entra por fin en este puente
incierto no puede menos que sufrir un desengaño: la juventud parece
ser algo que los demás viven en uno, ciertas sonrisas, una mezcla de
conmiseración y envidia. A cada rato se nos recuerda que somos
jóvenes, que en esta edad nada es definitivo, que somos felices. Se
nos permite todo: en el fondo se nos niega todo, pero uno tarda en
darse cuenta y para muchos esta irresponsabilidad más que una trampa
es una fiesta.
Mientras tanto, día tras día, se nos repite que tenemos "la vida por
delante", es decir, que nuestros actos son relativos, están
"preñados" de futuro, siempre a tiempo de ser rectificados porque
nada es definitivo en este aprendizaje, todas las elecciones,
contingentes; los errores, trampolines hacia un futuro inevitable.
Se tiene, a ratos la sensación de estar viviendo en borrador, o en
una de esas pruebas absurdas que les toman a los aspirantes a
actores a los que se filma con una cámara vacía: uno se mueve y
habla pero es una ficción.
COMO se tiene veinte años, y a esa edad no parece posible elegir
otra vida, se acaba por aceptar que ser joven es una delicia;
después, hay que cumplir todo los ritos: se entra en la Universidad,
se abandona la casa de los padres. Todos los meses se recibe un
cheque que relativiza este "abandono", pero, tarde o temprano, se
aprende a soslayarlo y al final parece un hecho natural como la
lluvia, como la primavera; una vez cada tanto llega una cartulina
color rosa y hay que llegarse al Banco, allí (mágicamente) se recibe
dinero, a cambio del futuro. Para hablar con palabras un poco duras:
se acepta ser un mantenido a cambio del futuro. En definitiva se
acepta oficializar las prórrogas, se acepta vivir entre paréntesis,
todo es provisorio, los actos siguen catapultados hacia el porvenir,
se flota en el vacío y nadie es responsable.
EL ejemplo más claro de este vacío que ahoga todos los actos y los
convierte en comedias huecas es la política universitaria. Como se
nos ha dicho que la juventud es la edad de los buenos sentimientos y
ya que (como decía Paul Nizam) uno no se "siente acicateado por la
deprimente necesidad de ganarse el pan inmediatamente" se puede
hacer, también de la política, un juego: se elige estar de un lado o
de otro, no por necesidad, sino por generosidad, esa otra dulce
máscara de la juventud.
Como no se arriesga nada, las elecciones son casuales y se puede
estar de un lado o de otro; inevitablemente se termina por no estar
en ningún lado. Mejor dicho por estar donde siempre se ha estado,
sin moverse un centímetro, sin haber cambiado, como si la política
fuera, no una práctica que nos transforma y modifica el mundo, sino
un espejo en el que se reconocen los rostros y los gestos. No es
casual que el movimiento estudiantil haya enfrentado a la clase
obrera en todas las circunstancias históricas en las que tuvo que
definirse concretamente, en las que fue necesario elegir en el
interior de una situación histórica concreta, más allá de las buenas
intenciones: en 1930, contra Irigoyen; en 1945, con la Unión
Democrática; en 1955, con la Libertadora. Desde 1918 venían
augurando la "unidad obrero-estudiantil", una idílica manifestación
jubilosa, conducida por los estudiantes, en la que, tomados de la
mano, obreros educados y respetuosos, marchan junto a los ilustrados
entonando la "Internacional" y el "Himno". Desde las ventanas
llueven flores, el viento agita las banderas. Cuando la clase obrera
real aparece en la calle cantando "Los muchachos peronistas", las
imágenes se distorsionan, la realidad es una trampa, el proletario
al que habían estado educando durante años se ha esfumado, en su
lugar encuentran una clase obrera concreta, que extrae valores y
símbolos de sí mismo.
Siempre se puede recriminar la realidad e interpretar la política
con las mismas categorías que se usan en las relaciones personales
hemos sido "engañados", "traicionados", "desilusionados". Para
tranquilizarnos nos queda el camino de la vida interior: cambiarnos
a nosotros mismos, dejar el mundo corno está.
SE me dirá que he ido demasiado lejos, que detrás de todo esto hay
algo más que errores juveniles. Estoy de acuerdo, pero he llegado
hasta estos límites voluntariamente. Parece estéril "juzgar" a la
juventud porque no se "elige" ser joven, pero es necesario
cuestionar a la juventud en tanto disfraz que soslaya el origen de
clase. Porque la "juventud" es una prórroga a la que únicamente
tenemos acceso los hijos de la burguesía. "Los obreros —ha escrito
J. P. Sartre— pasan directamente de la adolescencia a ser hombres".
Por eso, hoy y aquí, "definir" a la juventud supone negarla aunque
se tengan 20 años, porque aceptar esa máscara es colaborar con la
mistificación y postergar las decisiones. Por eso, en la Argentina,
en 1967 ser joven supone repudiar esa edad irresponsable en la que
se aprenden (delicadamente) las reglas del juego.
LOS CORROMPIDOS
Por el Doctor MANUEL A. FRESCO
(Ex gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Tiene 79 años desde
el 3 de junio de 1967)
AL iniciar estas líneas de confrontamiento de dos generaciones
argentinas, "Antaño y hogaño", voy a invocar mi vieja consigna:
Dios, Patria y Hogar, que me acompañó en los años felices y azarosos
en que goberné mi querida Provincia natal: BUENOS AIRES.
Advierto que, circunscribiré mis observaciones, del medio ambiente
en que viví: familia, amigos parientes y camaradas compañeros de
cuartel en el acantonamiento de Campo de Mayo, en que cumplí el
servicio militar y obtuve el grado de subteniente y cirujano de 4ª.
Soy de la generación del "98".
Se trata de la denominación con la que se recuerda a una pléyade
brillante de escritores españoles de la jerarquía de Unamuno, del
Valle Inclán, Azorín, Pío Baroja, Benavente, Ortega y Gasset.
Un ciclo de treinta años, aproximadamente.
ESTE ciclo que precede al anterior que consideramos a continuación,
es el más antiguo de los dos, es el más viejo por lo tanto.
¿Cuáles fueron sus características?
La juventud de antaño, principalmente en la clase media, se
caracterizaba por una conducta discreta, recatada, con un real
sentido del pudor, lo mismo fuere en el seno del hogar que en la
calle.
En todas las grandes formas de la vida de relación, no existía en
general el alarde impúdico, había un natural señorío en el trato con
los demás y un respeto hacia la madurez, una deferencia exquisita
hacia los mayores.
Era la continuidad de una tradición de hidalguía, que en tierra
argentina viene de lejos.
Hidalgo quiere decir, hijo de bien, y no arguye nobleza de
nacimiento, sino de conducta, porque está ya en "Las Partidas de
Alfonso el Sabio", que verdaderamente noble, no es el que nace en
nobleza, sino el que muere en ella.
SIN desconocer las desviaciones y las corrupciones públicas, no hay
duda que, existía hasta ayer nomás un sentimiento real y auténtico
de la vergüenza, que se acusaba en las relaciones entre padres e
hijos, educadores y educandos, entre ancianos y jóvenes, entre
subalternos y sobre todo, entre el varón y la mujer.
TODO lo que se acaba de decir, ha venido desvaneciéndose, sobre todo
a partir de la última postguerra, es decir, desde un cuarto de
siglo. Se dirá que es un fenómeno generalizado de todo occidente, el
relajamiento de las costumbres públicas y un proceso de
descomposición creciente en las sucesivas generaciones.
Decía Lenin, "que la putrefacción es el laboratorio de la vida".
Y la verdad es, que estamos asistiendo a una pudrición dirigida de
la juventud, a través de una propaganda ideológica abrumadora, que
se vale de todos los medios de expresión y de los espectáculos
públicos.
Voy ahora a señalar, tres agentes que concurren a la obra de
descomposición moral y material de nuestra sociedad actual:
I — La acción subversiva del comunismo ateo, que sumerge a las almas
en el más grosero materialismo y en un feroz resentimiento social.
II— El Poder Internacional del dinero, denunciado por Su Santidad
Pío XI, Juan XXIII y Paulo VI que promueve la avaricia, en los
individuos y en las Naciones. La avaricia que es la raíz psicológica
de todos los males, porque es un principio de disolución y muerte.
III— El pan - sensualismo freudiano. Si bien, la hipótesis freudiana
es falsa, sin que esto importe desconocerla, la importancia del
instinto sexual es evidente que la propaganda ideológica a través de
la televisión, la prensa, el cine, la radio, han logrado saturar el
ambiente de un pan-sensualismo que acosa al hombre desde su
infancia.
La pornografía en la palabra, en la ilustración, en la música, en la
danza, en la moda, en el vestir y el andar; el comportamiento todo,
en varones y mujeres, acosa al niño y al adolescente.
¿Qué es pornografía? Es vulgaridad y grosería. Claro que hay
excepciones honrosas, que no hacen más que confirmar la regla.
Nuestra juventud está saturada de sensualismo, que la estraga hasta
el punto de hacerla cada vez más proclive a las aberraciones
antinaturales.
Las relaciones sexuales precoces, estimuladas además por el alcohol
y las drogas; la libertad sexual, las relaciones prematrimoniales,
el auge pavoroso de las enfermedades venéreas van acusando un
agotamiento sexual en plena juventud.
En los consultorios y en los nosocomios también se comprueban
desviaciones homosexuales.
En última instancia, la principal causa de este desorden y de esta
corrupción de la juventud, es la tremenda crisis de la familia.
NUESTRO país es uno de los divorcistas más grandes del mundo, a
pesar de la suspensión de los efectos de la Ley del Divorcio.
Son cada vez más, los niños y los adolescentes que se crían y educan
sin el cuidado de sus padres. Sabido es que nadie puede sustituirlos
normalmente en el cuidado del cuerpo y del alma de sus hijos.
Una Nación es y vale según lo que realice en el cuidado del niño y
de su alma.
Quedaría el problema universitario.
La Universidad fue marxista.
Me tocó luchar contra esa antiargentina institución. La mayoría son
marxistas, por lo tanto enemigos de la Patria.
En la segunda época —"el hogaño"— los asaltos son un fenómeno típico
de este tiempo. Proliferan en horrenda proporción y son perpetrados
por todas las clases sociales: menores, jóvenes y hombres de todas
las edades, a los que a veces se asocian mujeres.
Y lo que es aterrorizante son las víctimas de los servicios
policiales,
¿Cuál es la solución de todas estas calamidades?
Volver a Cristo Redentor y a la Santa Madre Iglesia, Católica,
Apostólica y Romana. De no ser así caeremos en el abismo de la
Revolución Mundial.
MANIFIESTO
por FLORENCIO ESCARDO
EXTRA me invita a dirigir un mensaje a los jóvenes, supongo que a
los jóvenes de mi país. Por dos veces y en momentos de grave
alteración de la vida republicana lo hice con enérgica decisión y
con alegría muy grave y muy profunda. Me sentí asumiendo una
responsabilidad necesaria y sobre todo útil. Hoy no me asiste el
mismo espíritu y como estoy seguro de que mi fervor ciudadano no ha
disminuido, comienzo a pensar que tales mensajes son inútiles o poco
menos. Una de nuestras enfermedades crónicas es la retórica, la
exposición verbal ha sustituido con frecuencia a las realizaciones;
y ello en un aspecto reconocible de la disociación de la vida
nacional de que hablaré después. La cotidianidad informativa que
debería nutrir el juicio público está formada en su mayor parte por
mensajes y declaraciones. Existen funcionarios largamente
retribuidos cuya misión consiste en hablar o en escribir palabras
que otros funcionarios leerán o recitarán. La prensa tiende a
constituirse en una especie de boletín oficial charlado. Lo que dije
hace 25 años puede ser repetido hoy en idénticos términos, con igual
veracidad pero también con igual ineficacia. La cronología pone
ribetes pavorosos a la repetición: han pasado sobre la humanidad
cinco lustros decisivos y seguimos haciendo declaraciones sobre las
mismas cosas. No es sólo un mal de nuestra tierra sino de una época
pasada y agónica en la que nos empeñamos en seguir viviendo.
"Nuestra historia política de los últimos quince años es, con
ligeras variantes, la de los quince años anteriores, casi puede
decirse la historia política sudamericana: círculos que dominan y
círculos que se rebelan, opresiones y revoluciones, abusos y
anarquías; nada se corrige, nada se olvida y las bonanzas
halagadoras como las conmociones destructoras se suceden a
intervalos regulares, cual si obedecieran a leyes naturales". Esto
escribió Carlos Pellegrini el 25 de agosto de 1904 en un documento
que se llamó Discurso a la Juventud. Pudo decirlo ahora.
QUIENES SON LOS JOVENES
Quizá lo más sensato y oportuno fuese lo inverso: que los jóvenes
dirigiesen un manifiesto al país. La idea no tiene andamiento,
porque previamente habrá que encontrar dónde están "los jóvenes", lo
que quizá no fuese tan complicado si se emplean técnicas que conoce
la sociografía y luego saber quiénes son el país o mejor dicho
quiénes pueden asumir válidamente su personería; lo que es mucho más
difícil, sino imposible. En el trance concreto dirijo estas palabras
a todos aquellos que están asomados al porvenir de un modo lúcido y
comprometido y en manera especial a quienes por su edad tendrán que
hacerse cargo de la cosa pública dentro de pocos lustros. No se me
escapa que el joven no es siempre progresista y que si a menudo nos
parece que lo es, ello resulta del hecho de que el ser humano
progresista lo muestra con afán más vivo mientras es joven. También
es cierto que el progresismo de una mayoría es tan corto que se les
gasta con la juventud. Ello no obsta para que por regla, se
contengan en la juventud más elásticos y vivaces elementos capaces
de integrar la dinámica de las renovaciones sociales y para que me
sienta obligado a afirmar que a tales potencialidades debe dirigirse
toda esperanzada incitación. De cualquier manera un mensaje a la
juventud que quiera ser responsable ha de optar entre dos técnicas:
o bien formularse en una serie muy larga, pormenorizada y cuidadosa
de planteos o bien verse reducida a esfuerzos escuetos que sólo
intenten delimitar un campo y señalar genéricamente una dirección.
Mi contacto con muchos jóvenes es prolongado, continuo y
perseverante desde hace años; me buscan y los busco; nos encontramos
en largos coloquios cotidianos, en grupos o individualmente;
coloquios que ocupan gran parte de mi tiempo; de ese modo intento la
primera posibilidad. Aquí me atendré austeramente a la segunda.
Como conjunto humano los jóvenes están exiliados en su propio país;
quienes pudieran servirles de maestros se ven como desconcertados o
encogidos; por lo demás los jóvenes no se deciden a buscarlos; en
cierto modo han organizado su propio magisterio. Pienso que hay para
que eso suceda razones generales y razones locales. He tratado de
dilucidar las primeras en "Ariel o el discípulo"; sabiéndolo o no
los jóvenes pertenecen a un mundo de cuatro dimensiones, sus mayores
persisten en una cultura tridimensional; el efecto señala Gebser es
el que produciría pretender maniobrar un avión a chorro en los
límites de una alcoba. Los jóvenes necesitan oír cosas que los
grandes no les pueden decir; no es que formulen interrogaciones
inquietantes, son una permanente interrogación inquietante. Sus
problemas pertenecen a lo vital más que a lo conceptual. Las
expresiones bizarras o escandolosas de los jóvenes del mundo son al
mismo tiempo que el reclamo de ocupar un lugar en él (ocupar un
lugar significa que nos ocupemos de ellos) el deseo convulsivo de
encontrar formas de comunicación con los otros y consigo mismos. Las
razones locales son más tristes y menos constructivas se ven frente
a un país cuya significación y sentido se les ha trampeado
sistemáticamente, cuyas relaciones con él les han sido mistificadas
y en el que no saben adonde van porque no saben adonde están; el
país que les han contado no tiene casi nada que ver con el que
pueden descubrir cada vez que logran un miradero entre la espesa
malla de confusión que ahoga la vida ciudadana. No se trata de una
constricción directa e individualizable sino como una especie de
inmensa fatiga.
LAS SEMIVERDADES
Las semiverdades poseen una fuerza deletérea mucho más grande que la
de la mentira, porque consiguen impregnar el ánimo con lo que tiene
de falso penetrando en él gracias a los que tienen de cierto. Se ha
presentado y se presenta cada día a los jóvenes la caducidad, por
inoperancia e incapacidad, de los mecanismos políticos de la
democracia. Muchos jóvenes lo creen, impresionados por el
espectáculo que en los últimos tiempos ofrecieron los partidos
políticos y los cuerpos colegiados. Yo mismo lo analicé sin rodeos
en 1962; pero el fenómeno real no permite una deducción causal;
ninguna conciencia decente tiene el derecho de proclamar así como
así el fracaso de las instituciones republicanas; si nuestro país
ofrece hoy un triste espectáculo al mundo civilizado no es porque
haya fracasado la democracia, sino precisamente por lo contrario:
porque desde la primavera de 1930, se han coartado sistemáticamente
todas las tentativas para que se cumpliese. La fuerza ha
interrumpido de manera regular el curso institucional de la
república, el hecho ha sustituido al derecho; cuenten los jóvenes
los golpes de estado y hallarán que ni uno solo de los presidentes
legales y legítimos pudo terminar su mandato y aprendan que mientras
trataban, mal o bien de ejercerlos, se vieron sometidos de continuo
a no disimuladas presiones. Sería fácil concluir que recae sobre los
militares la plena responsabilidad del actual estado de cosas, pero
sería proferir otra semiverdad, no sólo porque con frecuencia los
"civiles" han ido a golpear las puertas de los cuarteles para
instrumentarlas a sus intenciones, sino porque luego de cada cambio
"los abogados se han hecho secretarios de los coroneles" según la
observación de Rómulo Gallegos. Como cada golpe de estado se ha
definido por la maníaca rectificación de los antes hecho (con más la
frondoza coordinación verbal), salta a la vista que nadie puede
culpar de nada a un régimen al que no se lo ha permitido realizarse.
La patraña dialéctica tiene por objeto no confesado el enrolar la
conciencia de los jóvenes en una posición no democrática. Sea; pero
eso pone automáticamente al país fuera del concierto de las naciones
civilizadas por la negación de sus más solemnes compromisos. Los
jóvenes saben que la Argentina forma parte de las Naciones Unidas y
que ha firmado la famosa Declaración Universal de los Derechos
Humanos que dice en su art. 21 "Toda persona tiene derecho a
participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de
sus representantes libremente escogidos. La voluntad del pueblo es
la base de la autoridad del poder político; esta voluntad se
expresará mediante elecciones auténticas". Los jóvenes que conocen
esto se ven obligados a deducir, primero: que la vida que han visto
a su alrededor no coincide con tales principios y, segundo, que
pareciera que nuestro país es tolerado en la comunidad internacional
por razones que no deben tener muy estricta relación con lo que se
ha definido como Derechos Humanos. Luego no faltan observadores que
sostienen que la juventud se ha vuelto cínica y descreída.
UN PAIS ESCINDIDO
La sistemática interrupción de la marcha institucional ha debido
apoyarse en el presupuesto de la ineficacia de la vida democrática y
por círculo reverberante ha creado la creencia de que el presupuesto
era exacto. Las sucesivas generaciones jóvenes se han visto
obligadas cada vez a planear sus proyectos de vida sin contar con
una continuidad institucional probable y previsible; la mayoría de
los argentinos comenzaron abriendo una cuenta de confianza y de
buena esperanza pero a muy poco andar los fondos de esa cuenta se
vieron agotados y cada cual hubo de reducirse a esquemas que no
saliesen de su posibilidad personal; lo que se llama genéricamente
el gobierno apareció como lo incierto y no confiable. Así se fue
haciendo imposible la formación de una "élite" dirigente y
conductora; gran número de argentinos de valía han debido estar de
continuo y de un modo y otro frente al gobierno o al margen de él.
La emigración de técnicos es una expresión final de ese proceso. Una
constante provisoriedad detuvo toda obra coherente y duradera y a
casi todos se hizo imposible planificar sus propias vidas y las de
sus hijos a largo plazo.
Las consecuencias del fenómeno son numerosas y graves; se ven
resumidas en la falta de un orgullo nacional constructivo y
unificador; resultó imposible salir del país sin estar como pidiendo
disculpas por su imagen política. A numerosas generaciones y en
especial a la que hoy forma "la juventud" les fue imposible obtener
el orgullo nacional: la inconexa presencia política las privó de un
mínimo marco de referencia para su colocación espiritual. Lo bueno,
positivo y heroico estaba en un pasado ya lejano; en algo así como
un buen cuento de la escuela primaria, en cambio lo irregular y
cambiante los esperaba cada mañana. La desconfianza se extendió a la
escuela y para muchos niños colocados en colegios particulares hubo
una cultura, una historia y hasta una geografía particular y
diferente a las de otros niños compatriotas. Poco a poco y para
defender la unidad de su yo cada uno se vio alienado de su patria
(se comenzó a decir "este país" nunca "mi país") y lo que pudo
alcanzar fue sentido como logro individual y no como el fruto de un
esfuerzo nacional; en buena medida muchos pudieron sentir que
construían a pesar de su país. Para un técnico que emigra no hay
problema de conciencia ya que no logra vivenciar que fue el país
quien lo formó; cuando en una escritura se estipula un valor
ficticio para evadir un impuesto o cuando se altera la declaración
de una ganancia, nadie siente que se roba a sí mismo sino al país,
al que es ajeno.
Dentro de este panorama general comenzaron a aparecer hombres que se
decidieron a laborar por sí mismos sin pedir ni esperar nada del
país y a poco andar el país devino, por nada extraña paradoja,
mejor, mucho mejor que sus gobernantes. Muchos no merecieron el
gobierno que sufrían; se formaron dos países paralelos e inmiscibles
y surgió una pérfida anfibología; el hablar del país como un todo
coherente ocultó algo que tal vez cueste mucho vivenciar a los
jóvenes argentinos a quienes los mayores repiten de continuo que
todo anda mal, que pertenecen a un pueblo incapaz de darse un buen
gobierno y que su patria no tiene arreglo. Tal crítica negativa, tal
actitud pesimista o escéptica les ha impedido ver como a pesar de la
irregularidad política se ha ido edificando una realidad positiva a
la que pueden adscribirse. Tomaré sólo algunos ejemplos
característicos y en cierto modo violentos: nuestra industria es tan
menospreciable que se llama nacional a un producto para marcar su
inferioridad, pero exportamos tornos a Italia, motores a Alemania y
grabadores a los Estados Unidos; la pasión por lo "importado" es, a
menudo, el sello de un colonialismo espiritual. Nuestra Universidad
Nacional ha sido durante diez años un foco de desquicio y
politiquería (señalo a los jóvenes que quienes con más énfasis lo
afirman apenas han pasado por la Universidad) pero produce miles de
técnicos y de profesionales de alto nivel que se disputan las
culturas más evolucionadas del mundo. Somos una de las comunidades
más lectoras de la tierra; Moravia y Simone de Beauvoir venden más
libros en la Argentina que en sus propios países. En medio de la
confusión política constante hemos producido la explosión editorial
más importante del habla castellana y ocupamos puestos de privilegio
en la plástica y en la novelística del mundo...
Hay dos Argentinas paralelas que parecen destinadas a no poder
integrarse ni en el hecho ni en la imagen interna que de su patria
tienen los argentinos; entre ambas se interpone una burocracia
arcaica que actúa como el instrumento de una colonización interna y
que ha resistido victoriosamente todo intento de tecnificación.
A pesar de inmensas negaciones la Argentina constructiva se ha ido
cimentando y muchos jóvenes se han adscripto a ella merced a un
movimiento que podría describirse significativamente como una
emigración interna. Yo soy testigo fidelísimo del esfuerzo denodado,
heroico, extremo que muchos jóvenes, hombres y mujeres de no más de
treinta años estaban realizando para reconstruir el país sobre
técnicas serias y modernas; yo los he visto trabajar sin reposo e
iluminados por un ideal superior como sanitaristas, como
antropólogos, como residentes en los hospitales, como trabajadores
de terreno en las villas miseria, como asistentes sociales, como
psicólogos y sociólogos poniendo en el desorden del país un poco de
orden, de método, de sistema sin cuidarse del reconocimiento y del
salario sin otra paga que la esperanza de una Argentina mejor. Se
estaban preparando para ser argentinos. Constituyen la única
posibilidad de que nuestro país sea un país y están enfermos de la
noble enfermedad del patriotismo. Yo he visto a hombres y mujeres
rehusar ventajosas propuestas en el extranjero por la sola y neta
razón de que aquí hay mucho que hacer. Me refiero a los
universitarios que conozco bien pero sé también que tales jóvenes
existen entre los escritores, los editores, los artistas y los
obreros. Sólo se formulan una única pregunta: cómo se hace un mundo
mejor y se acercan con certero instinto a quien puede enseñárselo o
se agrupan para saberlo por sí mismos. No lo estoy inventando, los
veo hoy desesperados, confundidos, coartados en la continuidad de
sus sueños sin poder imaginar qué sitio ocupar en el país. Quien
defraude o no apoye sus esperanzas defraudará al país porque son la
única posibilidad firme de que el país sea. Se sentían asidos al
hilo sutilísimo de una coherencia institucional que diera apoyo a su
vida moral. ¿Qué pueden esperar ahora? Creo que ya no esperan nada
fuera de sí mismos; se han "ido" a su trabajo de modo parecido a
como los patriotas franceses se fueron al "maqui". Y espero que no
parezca arbitraria esta asimilación verbal.
DEBEN SABER ALGUNAS COSAS
Pienso que estos jóvenes ya comienzan a saber de cierto algunas
cosas por ejemplo que así como a favor de un sistemático descrédito
de la vida republicana se les ha mostrado la faz negativa de su
patria, también se les ha negado por falso patriotismo una realidad
que van descubriendo por sí mismos a medida que se han decidido a
recorrer el país en sus cuatro rumbos. Van enterándose de la
realidad biológica de una población en la que la tuberculosis
aumenta cada día a pesar de las drogas poderosas; cuyo 57 por ciento
no conoce el agua potable, en la que cada año mueren 40.000 niños
por diarrea y nacen 50.000 destinados a ser picados por vinchucas
que les inocularán el mal de Chagas; se informan de que una de cada
cuatro camas de lactantes en los hospitales está ocupada por un
distrófico, es decir, por un hambriento... Y concluyen que la
democracia tiene un punto de partida biológico que se llama igual
cantidad para todos de agua, techo, pan y alfabeto y que ello es
prioridad absolutísima. Deducen que esto debe debatirse, ventilarse
y documentarse como logro básico para la formación de una conciencia
nacional.
Paralelamente y como fenómeno íntimamente correlacionado, deben
comprender que la supresión de los organismos políticos por bien que
se la disfrace de "nuevo orden" termina en la constricción del libre
pensamiento, y del libre debate o sea de la libre opinión (acaba de
prohibirse un acto en rememoración de Alfredo Palacios)... Ojalá
sólo sea una impresión negativa pero un clima de encogimiento de
adaptabilidad y de limitaciones parece constituirse de modo
inexorable. Si no hay "política" cada funcionario sólo ha de dar
cuenta de sus actos a un régimen cerrado, lo que es,
republicanamente hablando, como no dar cuenta a nadie.
Las pretensiones juveniles, la sana rebeldía, la necesidad de libre
debate que la juventud necesita como la vida el oxígeno no parecen
hallar, de momento, condiciones propicias; pero los Jóvenes ya saben
(y creo que no pueden apearse de tal conocimiento) que en la
realidad de su país toda postergación es atraso, toda dilación
complicidad, toda diversión fuga. Creo que lo sienten con toda
lucidez; de esos lúcidos unos, menos valientes, se van en grandes
cantidades a darse a otras patrias; se salvan como individuos, se
suicidan como patriotas; los corajudos se quedan construyendo un
país que el país parece no ver y que los que dirigen no logran
mostrar con claridad.
LA UNICA POSIBILIDAD
Yo no sé —creo que nadie puede saberlo— si quienes ahora mandan
están lealmente decididos a buscar donde existan a quienes, pudiendo
constituir una élite, logren terminar en un plazo no demasiado largo
con la escisión que he descripto. Los signos aparentes no son
demasiado alentadores: algunos son muy desalentadores. Los jóvenes
no ignoran la urgencia de grandes reformas básicas: la sanitaria, la
educacional, la agraria y urbana y la tecnificación de la
burocracia; ello no puede venirnos de afuera. Mientras llegan sólo
queda a los jóvenes un camino: por debajo de la impotencia o la
ataraxia aparentes está el país que necesita para pervivir de
estadísticas, de encuestas, de libros, de seminarios, de documentos,
de investigación, de experimentos, de ensayos, de debates y de
comentarios. Con ello hay que construir tozudamente la realidad
nacional.
La única forma legítima de la rebeldía es la construcción. Nadie
puede pedir a los jóvenes que tengan paciencia si tal paciencia no
está apoyada en la esperanza. De momento han de acendrarse en sus
ideales y consolarse con su labor, pero sobre todo mantenerse muy
lúcidos para reconocer el momento —si acaso llega— en que deben
hacer de la impaciencia una nueva virtud. Sobre ello acaba de
pronunciar Pablo VI palabras muy comprometedoras.
FLORENCIO ESCARDO
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