"¿Y qué hizo después de cometer el crimen?" "Luego,
naturalmente, me dormí" (Arthur Warren Waite; Nueva York, 1915.
Citado por John Dickson Carr en "The Black Spectacle").
¿Qué hace una mujer cuando tiene miedo?, es una duda de
actualidad. Durante. dos nerviosos días, PRIMERA PLANA pudo
aproximarse a un fenómeno colectivo que estuvo concentrado en la
mujer. Esta vez, la mujer fue la línea de división de dos campos
tan viejos como el mundo, al menos tan viejos como el hombre.
Porque estar con o contra la mujer fue sinónimo de estar con o
contra la justicia y el crimen, durante dos largas semanas en el
suburbio oeste de Buenos Aires. Allí asesinó, gratuitamente,
sin móvil alguno, un hombre que después resultó ser la imagen
borrosa, irreconocible, de la descripción romántica que había
precedido a su detención. Ni "ojos verdes", ni figura a
idealizar. Estas fueron dos fantasías novelescas impuestas a una
situación que no necesitaba deformaciones para serlo. Del 8 al
22 de marzo, una anciana de 82 años, una señora de 55 y una
mujer menos madura murieron de salvajes heridas. Una cuarta de
38 años no podía —hasta mediados de la pasada semana— salir del
estado de coma, en el hospital Salaberry. Todo esto probó qué
frágil es la seguridad en el borde de una ciudad que exalta su
poderío y qué nocivo puede resultar no disponer de un mecanismo
mental de recambio cuando la seguridad falta. No es la
primera vez que se producen en y fuera de Buenos Aires hechos de
esta naturaleza. Como todos saben, tampoco será la última. En
cambio puede ser la más espectacular. El escenario es común:
Villa Rebasa, Lomas del Mirador, San Justo y Loma del Millón,
junto a Ramos Mejía. Todo ello en el partido de La Matanza, una
de las antesalas de la Capital que mostró tener un nombre propio
y adecuado. Dicho de otra manera: casas bajas y pobres agrupadas
en manzanas prolongadas, separadas por calles que se inundan con
una periodicidad punto menos que tolerable. Sociológicamente, la
gente del lugar es modesta. Psicológica y socialmente, normal.
Una prueba: aun cuando en Lomas del Mirador tres policías
"cubren" la seguridad de miles de personas, no se registraron
hechos fuera de serie. Uno de los tres, pudo decir: "En el año y
medio que estoy aquí nunca pasó nada. Este debía ser el rincón
más tranquilo de la provincia de Buenos Aires". Con los
crímenes, la tranquilidad saltó en pedazos. Un fantasma por los
techos Mujeres casadas, niñas de corta edad, muchachas que
han dejado de serlo pero que todavía no están casadas, señoras
con algunos kilos de más y ancianitas dulces debieron convivir
con el terror durante todo ese tiempo. En realidad, no siempre
las cosas fueron iguales. El terror tuvo varios registros. Al
comienzo, cuando el crimen inicial sólo fue una crónica sin
mayor trascendencia, ellas sintieron una ligera inquietud.
Después del segundo crimen durmieron sobresaltadas y trabajaron
con angustia. Cuando se produjo el tercero ya no pudieron
trabajar ni dormir. Frente a sus ojos llevaron durante casi una
semana la imagen de un fantasma, la imagen de aquel que ellas
bautizaron "El loco del martillo". El clima fue "in
crescendo" con los anuncios, reales o supuestos; con las
versiones de las vecinas y con esos "datos de buena fuente" que
aseguraban que eran catorce, y no dos, tres o cuatro las mujeres
asesinadas. Como suele ocurrir, el gran temor engendró nuevas
causas de temor y a varios kilómetros de distancia muchas
mujeres pudieron jurar al mismo tiempo que "El loco" había
gateado por el techo de sus casas. Si el asesino hubiera tenido
la capacidad de desplazamiento que le atribuían, seguramente
sería un hombre de otro mundo. Pero si no estaba en todas partes
al mismo tiempo, sí había planificado llegar por el techo hasta
las habitaciones de sus caprichosamente elegidas víctimas.
Jesús Garay, 30 años, el policía de mayor graduación en el
reducidísimo destacamento de Lomas del Mirador, está convencido
de ello. Asegura que durante esos cinco días finales en los
cuales no pudo ir a su casa, los techos sirvieron al asesino
como puerta de escape, incluso cuando estaba aparentemente
cercado. Garay indicó que eran casi 200 los policías de todas
partes que trabajaron en la zona. Pero el mayor trabajo fue
calmar a la gente. Por momentos no se sabía qué era más
importante hacer: encontrar al asesino o apaciguar a los
vecinos. Obviamente, los vecinos sólo se calmarían con el
asesino preso. Durante las noches no había mayores problemas;
era de día cuando resultaba indispensable calmarlos.
Mercado de 11 Hasta la detención del hombre
que todos buscaban, las mujeres ofrecieron un espectáculo
insólito. Cuando los hombres "salían al trabajo" ellas se
paraban "en la puerta" con sus hijas, parientes o amigas. "En la
calle se está más segura", pudo repetir por todas las mujeres
del sector, Adela
Fante, una muchacha de la calle Liniers no muy convencida de las
preferencias del asesino, supuestamente interesado en mujeres de
edad. Es claro que se trataba de una seguridad muy relativa. El
terror hizo tanto daño que alteró las costumbres del lugar.
Todas se levantaban más temprano que en "los días de paz". Pero
no por mucho madrugar iban al mercado más temprano. Por todas
partes el espectáculo desusado fue el mismo: acompañadas por
vecinas, las mujeres hacían las compras a las 11, una hora que,
misteriosamente, les ofrecía mayor protección. Pero no todas
pudieron salir. No fueron pocos los hombres que dejaron de ir al
trabajo en los días decisivos de la última semana. En esos
casos, eran ellos los que hacían las compras, una manera un
tanto costosa, desagradable y casi grotesca de ponerse al tanto
con los precios. Los hombres estuvieron sometidos a un duro
trajín. Por las noches, integraban las patrullas que por consejo
policial no estaban armadas con pistolas. Simplemente, algunas
escopetas y caños retorcidos. Claro que este sistema de
autodefensa no se aplicó sin trastornos. • María Font, una
hermosa española de 35 años, nunca sintió miedo (ella vivía del
otro lado de la plaza, donde nada pasó) hasta el día que volvía
en taxi (vehículo preferido de los que regresaban de la Capital)
y se enfrentó a un grupo amenazante. No sólo en este caso las
patrullas fueron un factor de mayor tensión. • Dos días antes
de ser detenido el "hombre del martillo", otro grupo de
vigilancia quiso linchar a un pasajero de manos ágiles y malos
hábitos que bajaba de un colectivo de la línea 55. Un
"punguista", hecho casi inadvertido en época normal, pasó a ser
un escándalo trascendente. Los nervios sin control dieron un
matiz suplementario al terror: muchos quisieron descargar su
deseo de venganza sobre la cabeza del primer "parecido" a
alguien, que ni siquiera había sido bien observado. Y los
nervios no fueron tampoco controlados con ayuda de la química:
Alina Berea, propietaria de la farmacia "Del Pueblo" no advirtió
durante esos días ninguna preferencia de sus clientes por los
calmantes. Sólo compraron más calmantes quienes suelen
utilizarlos, con o sin asesinatos.
El terror
rinde Si el temor creó histeria y la histeria,
fantasías, la imaginación quedó sin embargo controlada por los
precios. No se compraron
perros de policía porque además de venderlos cachorros, un Boxer
alemán cuesta, por ejemplo, cinco mil pesos. Las pistolas
calibre 22 que se venden contra presentación de cédula de
identidad y contra entrega de un promedio de 3.600 pesos,
tampoco abundaron. Se vieron un par de "Tala", y nada más. El
armamento de defensa quedó reducido a los objetos comunes que
siempre están al alcance de la mano: sifones, botellas rotas
("como en la televisión") e hierros retorcidos que sirvieron de
vírgenes cachiporras contundentes. La contención de gastos no
se operó a las puertas de las ferreterías. Cerrojo, fue la
palabra mágica. Las existencias se agotaron, pero hubo tiempo
para algunos viajantes de comercio que llegaron con muestras de
"modelos interesantes" de cerrojos combinados con candados. Luis
Porto, un corpulento comerciante de la avenida Provincias Unidas
quedó tan desbordado que llegó a pensar, con truculento humor,
si todo no había sido una cuestión de publicidad de las casas
que fabrican pasadores. "Una persona llevó 14 pasadores. Usted
sabe: catorce pasadores para una sola casa". No fue el único,
porque en varias ferreterías se buscaban, en los días de
tensión, cerrojos que clausuraran todas las puertas y ventanas,
y todas las claraboyas. El pedido de cerrojos (8 a 10 pesos
cuestan los más precarios) sólo fue igualado por el de "ganchos
vigilantes", al parecer, un sistema seguro para que las puertas
resulten invulnerables. Claro que si el asesino hubiera cruzado
la avenida Provincias Unidas hacia el sur, el número de víctimas
podría haber resultado mayor. Porque allí las ventanas se abren
con un solo dedo.
¿Y ahora qué? Las
dos semanas de miedo en la puerta oeste de Buenos Aires sacó a
la gente de la rutina, pero no puede decirse precisamente que
haya sido un buen sacudimiento. El saldo es deplorable.
Oficialmente, tres mujeres fueron asesinadas "sin necesidad", lo
que vuelve más irritantes esos crímenes. Una cuarta mujer, si
llega a vivir, no tendrá posibilidad alguna de regresar a la
normalidad. Además, habrá secuelas generales. Toda excesiva
tensión deja rastros por algún tiempo, y en algunos casos,
aunque la guardia esté baja, los nervios no vuelven nunca a su
lugar. Lo prueba un hecho menos absurdo de lo que parece ser:
después de detenido "El loco", el clima mejoró, pero las dudas
no desaparecieron. "¿Será él?", se preguntan todavía hoy las
mujeres de Lomas del Mirador.
Mientras tanto, lejos del suburbio oeste de Buenos Aires,
alguien espera con los ojos y la mente en blanco. No sabe que
nunca la modesta iglesia de Provincias Unidas recibió tanta
gente como en la mañana del domingo 24. Tampoco sabe que muchos
fieles del padre Víctor y muchos que no lo son piensan que, en
su caso, "una inyección podría terminar con todo". Revista
Primera Plana 2 de abril de 1963
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