El quinteto nacido hace dos años cosecha audiencias masivas
con sus temas simples, no aptos para minorías. Los creadores
de Yo en mi casa y ella en el bar, juran estar nuevamente en
la buena vía: "Ya no nos para nadie"
Quedaron atrás,
para ellos, las noches prolongadas en un afán entonces de
moda: el de naufragar, o sea distender las horas en un
boliche cualquiera sólo con el dinero imprescindible para
consumir un pocilio de café. Sin duda a causa de tan
persistente manía —adornada por cierto halo de relax
filosófico— decidieron autobautizarse como Los Náufragos.
Entre tanto, seguían cultivando su vocación por la síncopa:
un trajín musicante que los exhibe, en la actualidad —a dos
años de su nacimiento— como uno de los grupos más señalables
entre quienes frecuentan el género popular. En medio de
una baraúnda de equipos electrónicos, micrófonos,
grabadores, cables e instrumentos, será posible repicar el
diálogo con el piloso quinteto. Y enterarse, así, que a
principios de este mes apareció su más reciente long-play,
están a punto de grabar otro y de filmar una película que se
añadirá a las dos ya rodadas. "Figuramos terceros en el
rating del sello grabador CBS Columbia. No todos pueden
mantener una línea tan coherente como la nuestra", se ufanan
los juglares, orgullosos de "ese profesionalismo que por
ejemplo nos lleva a grabar sólo en el sello que nos
interesa, y vender un promedio de 150 mil placas, sin
camelo". Las camperas verdosas y rojas, las cabelleras
que invaden el hombro, rubrican otra protesta de estos 'urlatori'
nativos: "Dicen que somos mufados; eso es un invento de la
mala gente, envidiosa de nuestra trayectoria".
CINCO
PARA UN NAUFRAGIO Por lo pronto, llama la atención la
diversidad de vocaciones que ellos hacen convivir con la
música. Enrique Quique Villanueva (26), no sólo es una
suerte de líder del conjunto y su cantante: además, estudia
relaciones públicas y trabaja como asistente social; por su
parte el organista Gustavo Alessio (25, nacido en el pueblo
bonaerense de Lobos y provisto de una módica barba) es
pintor, y descartó oportunamente los estudios de
arquitectura. También se consagra a esos afanes
arquitectónicos el bajista Guillermo Cimadevilla (25). En
cambio, el baterista Alberto Istueta (20) pierde el sueño
por aprehender los secretos de la percusión. Único
extranjero del equipo —aunque en pequeña medida, ya que es
uruguayo—, el guitarrista Ricardo Rocki Nilson ejerce una
rara habilidad: se cuenta entre los pocos instrumentistas
capaces de ejecutar toda la producción de Los Beatles de
memoria: "además soy casado, otra excentricidad que no
condice con nuestra disposición para el naufragio", bromea
Nilson. La agrupación detonó hacia 1968, pero un año
antes Alessio y Cimadevilla ya trepaban al escenario del
teatro Agón, en Buenos Aires, para prestar fondo sonoro a
diversos cantantes. Así lo conocieron a Villanueva:
comenzaron a hacer blues, a desconyuntar rocks'n rolls,
"pero no teníamos recursos económicos como para comprar los
equipos necesarios", memoran. Así, "nos limitábamos a
ensayar y a hacer fuerza para que cambiara la suerte
—confiesa Quique—; recién en el 68 el representante Jacobo
Yaco Zeller nos descubrió en un café-concert". También los
conectó entre sí. Resultado: el recién nacido clan gorjeó en
seguida su primer disco, La leyenda de Xanadú; "pero fue un
fracaso descomunal, ya que sólo vendió 616 placas, ni una
menos ni una más", contabilizan con humor. De cualquier
modo, desde ese instante tuvieron menos tiempo para enhebrar
las charlas nocturnas con Norberto Pappo Napolitano, Litto
Nebia (del conjunto Los Gatos) y Javier Martínez, militante
del cuarteto Manal, entre otros. Pero aunque los ensayos
arreciaban, sólo Gustavo, Quique y Guillermo se mantenían
por entonces como integrantes estables del grupo. En menos
de un mes cambiaron tres veces su integración: "Estábamos
mal anímicamente y nos disolvimos, claro que en forma
transitoria, a fines de 1968. Después, bueno: la música lo
inunda a uno por todos los poros; si no se puede cantar o
tocar, terminaría muriendo de asfixia. Volvimos a unirnos".
Una explicación —la provee Quique— que echa luz sobre el
denodado métier de esta agrupación sonora. En enero del
69, un simple los catapultó al éxito con dos temas de
Francis Smith. Se llamaban Eloísa y Vuelvo a naufragar. Más
tarde iba a nacer Otra vez en la vía: era el momento de
auge; justo entonces —en marzo de ese año— Quique estrelló
su automóvil contra una camioneta, luego de una
presentación: "Estuve gravísimo, me reemplazó Rocki, quien
ya quedó en el grupo, y luego irrumpió Alberto, como
baterista". El cantante Pajarito Zaguri sólo los acompañó un
trimestre, a partir de mayo del 69, pero esa asociación
culminó en un total desengaño artístico y amistoso. Zapatos
rotos, Quedate piola Vicente, Yo en mi casa y ella en el
bar, conquistaron por fin una audiencia masiva, se
proyectaron hasta un nivel de verdadera obsesión
radiofónica. Zapatos..., registrada en diciembre de 1969,
lleva vendidas 290 mil placas. "Cuando actuamos en clubes
ante 5 mil espectadores, no podíamos hacernos a la idea de
que iban allí para vernos", recapitulan impactados todavía
por esa pronta repercusión. Otras definiciones que
redondean el perfil náufrago se desgranan en la charla.
Mientras, ellos rasguean la guitarra, percuten los
platillos: "Nos gusta la gente del interior del país, la de
los clubes y los barrios. No nos interesa una minoría",
enfatizan, para completar que tampoco les atrae la
competencia. "Por eso, no vamos a recitales o festivales con
la idea de lidiar con otros conjuntos. No lo precisamos:
siempre estamos en onda, manejamos nuestro propio circo,
somos nuestros propios representantes. Nos consta que adonde
vayamos hacemos furor." Prefieren, en consecuencia, "la
música simple, que nos refleje tal como somos". Una
simplicidad que, en su opinión, equivale a "limpieza, sin
interferencia de elementos incoherentes ni exceso de notas".
Admiten estar hartos de que a veces "nos pregunten por qué
somos tan comerciales. Sí, lo somos porque vivimos de
nuestra labor, pero eso no implica deshonestidad alguna. No
hacemos nada para vender". Tal postura les acarrea críticas,
claro, "por no hacer una cosa adulta y moderna como Vox Dei,
Manal o Almendra; pero nadie imagina la emoción que hace
pocas semanas me embargó en La Pampa, cuando al subir a un
colectivo un pibe se puso a cantar Zapatos rotos", se
enternece el organista Alessio. Las giras por
Latinoamérica prodigaron también satisfacciones para el
quinteto: en Paraguay se les entregó, a comienzos de 1970,
un premio en platino como símbolo del eco estrepitoso
cosechado por Estoy herido. Tanta repercusión es favorecida
por un recurso al que apelan, según ellos con total licitud:
"Grabamos nosotros, pero detrás instalamos una orquesta con
todos los elementos que nos hagan falta, que pueden ser
timbales, contrabajos o un violín, y pensamos hacer lo mismo
en vivo. La grabadora gasta mucho en cada placa, pero sale
siempre la nota justa: nunca hay una fuera de lugar".
Admiran a Ray Charles y a Los Beatles. En el plano local
prefieren a Los Gatos, Trío Galleta o Joven Guardia, "dentro
de la música popular: aquí no existe el beat". Como
despedida canturrean una aclaración, recurriendo al título
de uno de sus temas más encumbrados. "Sí, estamos otra vez
en la vía. Pero en el buen sentido de la palabra, o sea que
estamos plenamente encaminados. Ya no nos para nadie".
Revista Siete Día Ilustrados 31.08.1970
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