Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


HISTORIA, GEOGRAFIA Y OTRAS COSITAS DE LOS TEATROS DE SAN TELMO
"EN ESTE ESCENARIO LA UNICA VEDETTE ES LA CASA"
Revista Siete Días Ilustrados
27.02.1975

Julieta Ballvé y Osvaldo Giesso —empresarios de la sala y responsables de la remodelación de la vieja casona de Cochabamba 360— pasearon a Siete Días por su interior y develaron todos sus secretos: entre otros, los vestigios de la época en que fue comisaría y sus resabios conventilleros. Además adelantaron la futura función del teatro-museo: será la primera sala de Buenos Aires exclusivamente dedicada a ofrecer conciertos.

Es acaso, el único teatro de Buenos Aires donde nadie llega tarde a la función. Es más: la mayoría del público arriba una hora antes del comienzo del espectáculo, e incluso no faltan quienes lo hacen a media tarde, mucho tiempo antes de que aparezca el más madrugador de los utileros o actores. En realidad, para quienes conocen el local de Los Teatros de San Telmo, ubicado en Cochabamba 360, esta puntualidad tan sarmientina es fácilmente explicable: es que la vieja casona en que funciona el salón auditorio constituye, por sí sola, un show aparte. Efectivamente, el hoy admirado caserón conjuga la magia del Buenos Aires colonial con las más avanzadas esculturas y pinturas de renombrados artistas locales.
"La historia de esta mansión arranca alrededor del año 1830, en la época de Rosas, en que fue construida por una familia de la entonces naciente burguesía porteña —señaló a Siete Días el arquitecto Osvaldo Giesso, responsable de la remodelación total de la edificación y que posee en el lugar su propio atelier. El propietario era un próspero comerciante de la zona, de apellido López, y aún hoy se conserva una escritura que él hizo y que posee un enorme valor histórico. Poco tiempo después, a mediados del siglo pasado, se convirtió a esto en una comisaría, de la que también ha quedado más de un vestigio".
En rigor, las huellas que ha dejado hasta el día de hoy la antigua penitenciaría no se deben tanto a la presencia de las fuerzas del orden, sino a la de los propios reclusos. "Cuando entramos a la casa y comenzamos a explorar, encontramos un hoyo de casi diez metros de profundidad —continuó Giesso—. Al principio, pensé que se trataba de un aljibe, pero no dejaba de ser extraño: estaba cavado en el medio de una habitación cerrada. Después, gracias a la ayuda de algunos peritos, descubrimos que el hueco no era otra cosa que un túnel, que cruzaba la que hoy conocemos como calle Cochabamba y desembocaba en el Río de la Plata. Por allí, según me enteré más tarde, se habían escapado tantos reclusos que tuvieron que trasladar la comisaria: eran terrenos muy húmedos, por estar cerca del rio, y por lo tanto muy aptos para cavar túneles".
Claro que, actualmente, la ubicación de la casa —a más de diez cuadras de la orilla del río— no puede sino hacer pensar en una extraordinaria, febril vocación de cavadores por parte de los presos coloniales. "Pero ocurre que en ese entonces el río llegaba hasta media cuadra de aquí —se apuró en corregir OG—. De manera que no era tan difícil salir de la comisaría nadando..."
Una vez trasladado el local policial, la ya legendaria casona tuvo el mismo destino que la mayoría de las viejas mansiones de San Telmo: se convirtió en conventillo. "Los descendientes de los antiguos moradores de esta zona comentan que aquí se armaban las mejores milongas de la zona —continuó relatando OG—. Se calcula que vivían en las casas unas veinte familias, cada una de las cuales se amontonaba en una pequeña habitación. Todo este período de esplendor del conventillo terminó hace algunas décadas, cuando cuatro abogados (aves negras, para ser más exactos) iniciaron trámites de desalojo para echar de allí a todos los inquilinos, y poder vender así el terreno desocupado". Sin embargo, semejante tarea se complicó mucho: "Nadie quería abandonar el lugar —siguió rememorando el arquitecto— y la policía entraba diariamente a resolver los litigios que se dirimían en los patios. El hecho es que, cuando los abogados lograban desalojar a alguien, hacían romper los pisos y derribaban las paredes para que nunca nadie pudiera volver a instalarse allí.
Así, una por una, fueron echadas de la casa 19 familias, y sus respectivas habitaciones semidestruidas. En el año 1963, las hierbas se habían adueñado de todo el lugar: tan sólo quedaban, en una pequeña habitación de arriba, dos hermanos que se habían resistido a muerte a abandonar el lugar".
En ese mismo año, la casona fue puesta en venta por 1 millón y medio de nacionales, y varios artistas —entre ellos Juan Carlos Castagnino— se interesaron por su adquisición. "Pero estaba en un estado tan ruinoso, que nadie se atrevió a comprarla —se ufanó Giesso—. Cuando me tocó verla a mí, inmediatamente resolví adquirirla. Lo hice exactamente hace diez años, a comienzos de 1965, y cuando entré, esto era un desastre: como dije antes, todo estaba invadido por las plantas. De cualquier manera, traté de preservar lo máximo posible: no derribé ninguna pared, utilicé al máximo todos los materiales semidestruidos, e incluso me amigué con los dos hermanos que aún viven en la habitación de arriba, que hoy son ancianos y forman parte de la tradición de la casa". Así comenzó el delicadísimo proceso de insertar piezas artísticas de 'avant garde' en el lúcido marco colonial; una tarea cuyo éxito festejaron Giesso y sus colaboradores pocos días atrás, en ocasión de celebrarse una década desde la última metamorfosis de la trajinada mansión de Cochabamba 360.

UNA CASA CON VARIAS COSAS
De la mano de Giesso y de Julieta Ballvé —la empresaria de Los Teatros de San Telmo que junto con su perrito Bertoldo ("es por Bertolt Brecht, ¿sabe?") es otra empedernida moradora de la casa—, Siete Días recorrió palmo a palmo el antes popular conventillo sureño. "Como cuando entramos en la casa estaba todo desmantelado y sólo quedaban las paredes y los agujeros de las ventanas, reemplazamos todos los elementos faltantes por otros de neto corte moderno —explicó Giesso—. Así, por ejemplo, en el frente del edificio no había una sola reja: entonces, el escultor Ennio Tommi realizó tres esculturas de chapa de aluminio y que hoy sirven para sustituir al enrejado colonial".
En forma parecida, el permanente contraste entre lo antiguo y lo contemporáneo asalta al visitante continuamente: una vez que se franquea la pesada puerta cancel de hierro, que sobrevive desde la época de la colonia, debe atravesarse otra, impactante entrada de plástico diseñada por el escultor Rogelio Polesello. A partir de entonces, se suceden numerosas habitaciones cuyas paredes están revocadas con cal, con pisos de ladrillo y techos de madera a la vista. En sus interiores, se encuentran obras de artistas de la talla de Pérez Celis, Josefina Robirosa, Emilio Renard y Julio Le Parc. Sólo falta —extrañamente— algún cuadro de Roberto Duarte. De todos modos, ninguno de los interiores del estudio-teatro-museo es tan admirado como cada uno de los tres patios que dividen la casa.
"El primero es el que llamamos patio de los filodendros —se entusiasmó Julieta Ballvé—. Lo hemos dejado tal cual como lo encontramos: cubierto de enredaderas, con un aljibe en su centro y un laurel de más de doscientos años de edad en uno de sus rincones". En ese marco, en que las hierbas y plantas silvestres no dejan un centímetro por cubrir, se enclavaron algunas esculturas en vivos colores que contrastan con el denso fondo verde: "Aprovechando un agujero que existía en la pared, se armó una escultura de hormigón armado pintado en rojo, que se adentra en el interior de la casa y vuelve a salir por otro lado como si fuera una cinta sin fin", señalaron los anfitriones.
Por cierto, al margen de las costosas obras de arte, existen algunos pequeños detalles no por sencillos menos valiosos: por ejemplo, en un rincón del patio cuelga una planta desde el techo, que está contenida en una extrañísima maceta. "Se trata de un simplísimo trapo de piso, cuyas cuatro puntas se ataron y que posteriormente fue bañado en cemento —explicó OG—. De esta manera, quedó totalmente duro, y no hubo más que colocarle un palo debajo de la masa de cemento que ahora cubre el nudo y colgarlo".
Según corroboró JB, "la casa está llena de pequeños detalles como éste. Toda la decoración interior se basa en una sola premisa: en que la modestia es la elegancia verdadera. Por eso, jamás nos proponemos imitar nada, porque ésa sería la mejor manera de arruinar cualquier estilo. Por ejemplo, todas las plantitas que tenemos aquí están encerradas en latas de aceite o conservas: el secreto de la magia que ejerce esta casa reside en la sencillez y la simplicidad".
El tercero de los patios es, sin duda, el más deslumbrante: en medio de una vegetación típicamente tropical, se mezclan un enorme bananero, girasoles, margaritas y rosas chinas. "Todos los fines de semana nos reunimos con Giesso y sus chicos y nos ocupamos de las plantas —aseguró JB—. Igualmente, esto nos da la oportunidad de despertar nuevas vocaciones: los tres chicos de Giesso realizaron en una de las paredes del jardín un mural de diez metros de altura, justo sobre la pequeña piletita de natación". Efectivamente, la obra se destaca no tanto por su armonía pictórica como por lo simpático de su motivo: en ella están representados todos los integrantes del apasionado clan que dio vida al caserón —los propios Giesso's Júnior y Julieta Ballvé— y sobre ellos, a cinco metros de altura y como volando por los aires, el emprendedor Osvaldo Giesso enfundado en la vestimenta de Súperman. "Esto no hace sino reafirmar lo que siempre decimos —corearon los anfitriones a Siete Días— en el sentido de que esto, para nosotros, no es tanto un negocio sino un verdadero club cultural. Por eso nos sentimos como una familia, y realizamos continuamente cenas donde invitamos a jóvenes artistas, periodistas y escritores, para que se conozcan e intercambien ideas.

EL TEATRO COMO EN SU CASA
"El lugar donde construimos la sala de teatro pertenecía a una casa vecina —añadió JB—, de manera que lo único que hubo que hacer fue revocar las paredes y comunicar las dos casas". Con todo —y aunque seguros de que "en este teatro la única vedette es la casa"— los empresarios de Los Teatros de San Telmo no descuidaron detalle alguno: la sala está iluminada por veinte spots, cuenta con un poderoso sistema de amplificadores de sonido, y posee una capacidad para trescientas personas cómodamente sentadas. Incluso, por si los calores veraniegos pudieran amenazar con empañar la atención del público, la sala está equipada con una claraboya de vidrio que oficia de techo corredizo.
Un recurso que en más de una oportunidad fue motivo de las más inesperadas sorpresas: muchas veces nos ocurrió que durante la función comenzó a llover —rió JB— y, como en esos casos hay que subir al techo y cerrarlo, tuvimos que interrumpir el espectáculo hasta que se ajustaran las claraboyas. Pero eso no nos importa, porque aquí todos nos reímos y hasta estos imprevistos forman parte del show".
En cuanto a las piezas de teatro que se presentar, en la sala la Ballvé se ufanó de poseer "un excelente olfato para descubrir artistas talentosos". Así, por ejemplo, la inquieta empresaria hizo gala de sus percepciones y lanzó a la fama a Los Trissinger, a la actriz uruguaya Dahd Sfeir y al cantante Daniel Amaro, entre otros tantos valores. De cualquier manera, su mayor orgullo reside en poder presentar en 1975 por tercer año consecutivo una serie de conciertos de los solistas de la Camerata Bariloche.
"Al margen de todas las actividades que vamos a desarrollar en los otros teatros, me propongo hacer de ésta la primera sala exclusivamente dedicada a ofrecer conciertos de Buenos Aires —concluyó JB—. Porque, como en París está la Salle Pleyel, nosotros no tenemos ninguna que se dedique de lleno a esta especialidad. Si todo va bien, y logramos abrir nuevos locales en la zona, vamos a darle a San Telmo el último toque que le falta: la música".
Andrés Oppenheimer

 

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Los Teatros de San Telmo
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