Revista Siete Días Ilustrados
27.02.1975 |
El Doctor Agote brindó a la ciencia uno de los más
extraordinarios descubrimientos
DESPUES de andar ochenta y seis años en afanosa consagración
a la medicina, falleció el doctor Luis Agote, un benefactor
de la humanidad, de larga y fecunda existencia tanto en el
diario quehacer así como también en el hospital, en el
Parlamento, en el libro, en la cátedra, en la investigación
y en el periodismo.
Su gran descubrimiento marca un jalón en el mundo científico
argentino, y es de una trascendencia innegable en la vida
del mundo: la adición de citrato de sodio para efectuar
transfusiones sanguíneas. En efecto, el 9 de noviembre de
1914, en una sala del Instituto Modelo de Clínica Médica,
tuvo efecto la primera aplicación del método para reponer el
caudal de sangre perdido por un paciente, cuya anemia.
provocada por una hemorragia nasal repetida, ponía su
existencia en inminente peligro.
El profesor Agote utilizó la experiencia recogida en la
laboratorio, por la que se comprobó que añadiendo a la
sangre extraída de la vena cierta cantidad de citrato de
sodio, aquélla no se coagula ni pierde sus caracteres
biológicos. Ello lo decidió a ensayar el procedimiento en un
caso desesperado, y el éxito alcanzado cubrió de fama su
nombre y el de la medicina argentina.
Pero antes de relatar este histórico caso, hagamos un breve
paréntesis para narrar los comienzos de las transfusiones
sanguíneas en la historia de la medicina. Documentos que por
su antigüedad adquieren casi caracteres de leyendas, señalan
que príncipes egipcios intentaban curar sus afecciones
mediante las transfusiones, y a aun 695 a. de C., la esposa
de Tarquino el Antiguo le debería la salud y la vida.
Diversas alternativas tuvo después la brillante concepción
de transfundir sangre a nuestros semejantes, pero el
desconocimiento fisiológico y de la biología de la sangre
determinaron desenlaces fatales, con las persecuciones
concebidas por la justicia. El 16 de junio de 1667. Jean
Denys, profesor de matemáticas y filosofía de la Facultad de
Montpellier, transfundió por primera vez sangre de un
animal, el ternero, al hombre. La peligrosa experiencia
repetida varias veces con éxito lo llevó, en un caso en que
quiso apaciguar a un alienado mediante la transfusión de
sangre de ternera, ante los estrados de la justicia.
Y allí lo perdió todo: fama y fortuna. La Academia de
Ciencias, por boca de Perrault Claude, lo reprobó al decir
éste, entre otras cosas, que no se podía cambiar de sangre
como de camisa. Recibió su golpe de gracia al prohibirlo el
Parlamento francés en 1675. No obstante estas vicisitudes,
los hombres de ciencia siguieron haciendo investigaciones
biológicas, para concluir que las transfusiones debían ser
de sangre homologa, es decir, de la especie humana. Cabe
destacar el papel que le ha correspondido en esto a
Dieffembach, Dumas y Prevost, James Blundell, Bischoff,
Brown-Sequard, Lander-Brunton, Oré y Karst y Ponfick.
Pero la existencia de distintos grupos sanguíneos la señaló
Ladsteinar entre los años 1899 y 1901, y cuya trascendencia
señaló por primera vez en el año 1937 L. Hektoen. Uno de los
aspectos de la transfusión estaba resuelto, pero faltaba el
no menos importante de su aplicación práctica. Crille,
cirujano de los Estados Unidos, dio un nuevo impulso creando
la anastomosis directa de la arteria del dador con la vena
del receptor. Este procedimiento no pudo difundirse por las
dificultades técnicas, ya que exigía gran habilidad
quirúrgica. Era indispensable que la transfusión estuviera
al alcance de cualquier médico, tanto de campaña como de
ciudad. Esto no era posible sino se establecía un medio
preciso para evitar la coagulación de la sangre durante las
operaciones de su extracción del dador y de su inyección al
paciente.
En esta parte del método es donde el profesor Agote brindó a
la ciencia uno de los descubrimientos más bellos y
extraordinariamente prácticos de la medicina: impedir que la
sangre se coagule fuera de las venas mediante la adición de
alguna substancia química- El medio terapéutico empleado es
practiquísimo, ya que está al alcance de cualquier persona
que sepa hacer una inyección endovenosa. Veamos ahora los
antecedentes, hechos y pormenores de este acto, que ha
marcado con letras de oro una página brillante en la
historia de la medicina argentina.
Repetidas hemorragias nasales en un hemofílico vinculado al
doctor Agote por lazos de parentesco, lo tenían enormemente
preocupado a éste, y como cada vez que la epistaxis se
producía, la pérdida de sangre era enorme, despertó en é¡ el
deseo de estudiar un procedimiento práctico de transfusión
de sangra para remediar su anemia, y lo hizo ayudado en su
tarea por el doctor I. L. Ymaz Apathie.
Entre los anticoagulantes conocidos habían sido ensayados la
hirudina o extracto de cabeza de sanguijuela, el
bicarbonato, el fosfato y el citrato de sodio. Agote decidió
estudiar las propiedades de esta última sal en el
laboratorio a su cargo. La experiencia en animales demostró
su innocuidad aun inyectada en fuertes dosis. Para mayor
seguridad, antes de inyectarla en sus semejantes se hizo
inyectar una gran cantidad de citrato de sodio, sin sentir
ninguna molestia.
Días después dejó en la caja fuerte del Instituto que él
dirigía un frasco con una cantidad de sangre humana mezclada
con citrato de sodio, y cuando volvió dos semanas después,
la sangre permanecía líquida como el primer día.
Estudió luego la cantidad mínima de citrato que era
indispensable para impedir su coagulación, llegando a la
conclusión de que era de 25 centigramos por cada 100 gramos.
El 9 de noviembre de 1914 fué practicada la histórica
transfusión en un enfermo grave internado en la cama 14 de
la sala Fernández del Instituto de Clínica Médica. El
portero del establecimiento, Luis Mosquera, donó su sangre,
la que fué recogida en un aparato especial ideado por el
mismo doctor Agote, en el que previamente habíase vertido la
cantidad necesaria de citrato de sodio. Agitado el
recipiente para que se mezclaran, el doctor Ernesto Merlo,
entonces médico interno del Instituto, procedió a inyectar
la sangre citratada en una de las venas del brazo del
enfermo. El resultado obtenido fué excelente.
Cinco días después se realizó la segunda transfusión en
presencia del rector de la Universidad, doctor Uballes; el
director de la Asistencia Pública, doctor Sommer; el decano
de la Facultad, doctor Güemes, y de otras autoridades,
profesores y personal del Instituto. Se trataba de una
parturienta de la Maternidad a cargo del doctor O'Farrell.
La enferma recibió en contados minutos 300 gramos de sangre
sin ningún inconveniente, y pocos días después abandonaba el
hospital completamente restablecida. Un carpintero, de
apellido Macchia, fué quien dió la sangre.
La noticia fué transmitida a Nueva York y apareció con
grandes titulares en el New York Herald, el 14 de noviembre
de 1914. El mismo diario pidió detalles a su corresponsal en
Buenos Aires, y el 15 de ese mes publicaba otra información
dando a conocer que la noticia había provocado una amplia
discusión, y que en los medios científicos se mostraba
profunda ansiedad por la gran nueva. Cita a renglón seguido
opiniones de los doctores Austin Holles y James Walsh. El 22
de noviembre del mismo año el Ministerio de Relaciones
Exteriores comunicó oficialmente el nuevo método y los
pormenores técnicos de su empleo a las legaciones de
Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania, Rusia y Turquía en
Buenos Aires.
Todos los gobiernos agradecieron, por intermedio de sus
representantes, al doctor Agote. No olvidemos que la
conflagración mundial ya estaba en marcha, y este valioso
descubrimiento salvó millares de víctimas, que de lo
contrario habrían hallado segura muerte.
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Benefactor de la humanidad. Su hora de gloria es ésta: 9 de
noviembre de 1914. esta histórica foto nos muestra la
primera transfusión de sangre citratada que registra la
primera bibliografía médica universal. El doctor Agote(1)
observa la operación que practica el doctor Ernesto V. Merlo
(2), ante la mirada de médicos y estudiantes. |
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Luis Agote
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