LA LECCION DEL PEQUEÑO NAVEGANTE
Martín Billoch
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A su regreso de Europa, donde se adjudicó el primer puesto dentro de la categoría "optimist", Martín Billoch narró a Siete Días las experiencias previas a su viaje, los detalles más importantes del evento y el cambio que provocó esa victoria en su habitual ritmo de vida

Delgado y menudo (mide 1,43 metros y pesa 36 kilos), Martín Billoch (14) es la antifigura de lo que vulgarmente se suele estereotipar como un campeón mundial. Sin embargo, hace algunos días, este jovencito fue el causante de un inesperado pero lógico revuelo en el ámbito del yachting local: se había adjudicado el máximo torneo internacional de la clase optimist que se disputó sobre las cristalinas aguas del lago Silvaplana, a cuatro kilómetros de Saint Moritz, en Suiza.
La presencia en ese certamen de jóvenes, aunque experimentados rivales procedentes de Suecia, Dinamarca y España, no hizo más que incrementar el valor de su triunfo. Lejos de amedrentarse frente al compromiso que debió asumir, Martín exhibió una notable frialdad de experto: "Cuando comenzó la carrera no sentí ninguna responsabilidad especial; pensé —recordó— que estaba en una regata más y que había que ganarla".
Iniciado en ese deporte a los siete años, MB dedica todo el tiempo libre que le dejan sus estudios —cursa el segundo año comercial en el colegio San Juan el Precursor— a la práctica de su especialidad. Así es como, en las primeras horas del día, recala en instalaciones del Yacht Club Argentino para cumplir con un rito: acondicionar la embarcación y navegar un par de horas por el Río de la Plata para conocer mejor el medio en el que vuelca sus mayores expectativas.
Balanceándose peligrosamente en la silla y exhibiendo una sonrisa que pretendía disimular cualquier amago de nerviosismo —como cuadra a la imagen de un triunfador—, el flamante campeón recibió al redactar Juan Carlos Porras, de Siete Días, en la suntuosa residencia de sus padres, en la vecina localidad bonaerense de Lomas de San Isidro. Una entrevista que se extendió durante casi dos horas —hasta que Martín debió rumbear hacia la escuela— y cuyos principales tramos se reproducen a continuación.
—¿Cómo te iniciaste en la navegación?
—De alguna manera, es una herencia; mi papá es un fanático de ese deporte y fue el que entusiasmó a toda la familia. Me acuerdo que los fines de semana nos llevaba a navegar en su barco y nos divertíamos de lo lindo. Por suerte, empecé cuando era chico.
—¿Ahora te consideras mayor?
—No para muchas cosas. Pero, por lo menos en lo que hace a este deporte, tengo la experiencia de varios años. A los siete, ya corría regatas, como tripulante, en la embarcación de mi hermano. No me voy a olvidar nunca que la primera vez que participamos salimos últimos. ¡Qué papelón!
—¿Y cuándo te convenciste de que podías competir por tu cuenta?
—Bueno, la verdad es que fue algo imprevisto. Resulta que había una competencia en el club donde soy socio y me había tocado, por sorteo, una embarcación que no me gustaba. Faltaban pocos minutos y el titular del barco que, para mí, sería el ganador, no había llegado. Sin pensarlo dos veces me apoderé de él y me largué a correr. Cuando llegó el dueño, me quería matar. Por suerte, tuve una buena actuación en esa competencia y se me hizo más fácil pedirle disculpas y darle las correspondientes explicaciones.
—En el momento en que te enteraste de que habías sido designado para viajar a Suiza en representación de Argentina, ¿cuál fue tu reacción?
—En realidad no fue del todo inesperado; para seleccionar a los cinco chicos que teníamos que viajar se realizó un torneo compuesto por 24 pruebas. O sea que un par de meses antes de la confirmación de mi viaje se descontaba mi clasificación. De todos modos, cuando finalizó la última regata lo festejé de lo lindo.
—Qué significado tuvo para vos el haber viajado a Europa?
—En los días previos a la largada creía que mi mayor objetivo se había cumplido: siempre había soñado con viajar a Europa. Sin embargo, a medida que se acercaba la hora de la partida mi ambición era otra. Solamente pensaba en realizar una buena actuación.
—Y el hecho de tener que competir con navegantes experimentados en este tipo de pruebas, como lo son los europeos, ¿no desbarataba la idea de que pudieras conseguir una buena ubicación? .
—No. Yo sólo pensaba en ganar, como siempre. No me importaban los demás.
—¿En qué instante pensaste que podías adjudicarte la prueba?
—En la primera regata salí se- (textual en la revista)
—En la primera regata salí se-cero.(textual en la revista). No te imaginás la alegría que teníamos todos los que componíamos el equipo. La tercera prueba la gané de punta a punta. Sin embargo, en la siguiente carrera me preocupó mucho mi ubicación: llegué en el undécimo lugar y un sueco me venía pisando los talones en la clasificación general.
—Una vez terminada la regata en la que te adjudicabas la primera ubicación, ¿cuál lúe el recibimiento que te brindó el público que aguardaba tu llegada?
—Los suecos tenían una bronca que no te podés imaginar. Por el contrario, a mí eso me proporcionó una gran alegría, ya que además del triunfo en sí me permitió saborear una pequeña venganza: poco antes había tenido un altercado con uno de sus representantes. En cambio, en el sector donde estaba nuestra delegación había un bochinche bárbaro. Con decirte que hasta los españoles, que no habían tenido una actuación muy brillante, se sumaron al festejo.
—¿Recibiste muchos premios?
—En realidad, después de haber ganado no me importaban mucho los trofeos. Pero, lógicamente, los acepté. El dueño de la fábrica que nos alquiló las embarcaciones me regaló la que yo había conducido en el lago Silvaplana, y recibí, además, un barco de mayor tamaño que me obsequió un organismo internacional. También, por supuesto, me entregaron las copas que estaban asignadas para el ganador.
—¿Qué pasó después?
—Como es costumbre en este deporte, me tiraron al agua. Pero, creeme, fue el chapuzón más lindo de mi vida.
—Terminada la competencia, pasó casi un mes hasta que emprendiste el regreso al país. ¿Qué hiciste durante ese tiempo?
—Como mis padres habían viajado conmigo (papá fue director de la representación argentina), decidimos prolongar la gira, que resultó maravillosa: entre mi padre y yo logramos convencer a mi madre para presenciar las regatas que se corrían en Francia. En el ambiente náutico ya había dejado de ser un desconocido, y algunos aficionados se me acercaban para hablarme.
—Cuando llegaste a Ezeiza y encontraste una multitud que había ido a recibirse, ¿cómo te sentiste?
—Sinceramente, muy emocionado: no lo esperaba. Estaban allí muchos compañeros de mi escuela, con grandes carteles, mucha gente del Club que había sido trasladada en un micro y, por supuesto, toda la familia. También habían ido los canales de televisión y algunos fotógrafos que me perseguían por todos lados. La verdad que fue muy lindo.
—¿Qué opinan tus compañeros de escuela sobre este triunfo?
—Me tienen loco. Todo el día me preguntan sobre las cosas que hice durante el viaje, sobre lo que compré, y a cada rato me piden la hora, ¿sabés por qué? Porque uno de los premios que recibí fue un reloj. Suizo, por supuesto.
—Y tus profesores, ¿qué dicen?
—Ahí ya cambia la cosa. Algunos se alegraron con mi éxito y toleran el retraso en mis estudios que provocó el viaje. Otros, en cambio (y supongo que también se deben haber alegrado), ya empezaron a tomarme lecciones y me invitaron sutilmente a que me ponga a1 día con las clases.
—¿Y cómo te vas a arreglar?
—Mirá, nunca tuve grandes problemas en lo que respecta a mis estudios; lo que pasa es que con lo popular que me volví después del triunfo me obligan a dedicarle tiempo a otras cosas.
—¿Cuáles?
—La que me ocupa la mayor parte del tiempo libre es recibir al periodismo. Como te dije, apenas bajé del avión me esperaban para hacerme un reportaje por televisión. Al día siguiente el teléfono no dejó de sonar ni un instante: gente que me llamaba para felicitarme y otros canales de televisión para hacerme una nota.
—Sin embargo, a muchos chicos de tu edad les gustaría verse todo el día acosados por el periodismo, ¿no te parece?
—Yo no digo que me resulte molesto. Al contrario, me gusta mucho. Sobre todo los reportajes que me hacen las revistas especializadas en náutica, pero hubo algunos que me resultaron muy aburridos.
—¿Este, por ejemplo?
—Fíjate vos que no. Aunque me di cuenta que no sos un experto en el tema, me caíste simpático.
—¿Cuáles son los próximos pasos que darás en el yachting?
—Si hablo de mi futuro tengo que responderte que, primero, voy a terminar mis estudios secundarios y luego continuar alguna carrera universitaria que aún no tengo decidida. En lo que respecta al yachting, por ahora voy a continuar corriendo en la categoría optimist hasta que cumpla los 15 años, pues ése es el tope de edad. Una vez llegado ese momento, pienso correr con uno da mis seis hermanos en una Clase nueva en nuestro país, que es la 420 internacional. Vamos a ver si entonces tenemos la misma suerte que me acompañó en Europa.
Fotos: Eduardo Nuñez
Revista Siete Días Ilustrados
16.09.1974

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