Una insólita crisis estremeció la semana pasada al
catolicismo correntino: la excomunión del párroco Marturet,
decretada por el anciano arzobispo Vicentín, desencadenó
escándalos judiciales, tomas de templos y un conflicto de
imprevisibles secuelas
El rígido ceño del
arzobispo correntino Francisco Vicentín apenas se desarrugó
en la noche del pasado domingo 29 de marzo, cuando recibió
secretamente, con fría cortesía, al sacerdote Raúl Oscar
Marturet, párroco de la capilla suburbana San Juan Bautista,
a quien había excomulgado en la mañana del martes 24. La
reunión entre monseñor Vicentín y el cura Marturet se alargó
durante una tensa hora y media, en uno de los espaciosos
salones de la residencia señorial de un gestor oficioso,
cerca del centro de la ciudad. Aunque el encuentro evitó
testigos, SIETE DIAS puede adelantar la dramática sustancia
del diálogo que sostuvieron los contrincantes de una suerte
de match nunca visto en los anales de la Iglesia católica
argentina. "Padre —habría afirmado, en términos generales el
arzobispo—, su actual situación ya no puede ser solucionada
dentro de los límites de mis facultades". Al parecer, su
eminencia habría sugerido que ahora correspondía esperar las
decisiones que adoptaran los organismos de la Santa Sede en
Roma. Pero tal vez el verdadero sentido de la reunión fue
revelado por el propio Vicentín cuando afirmó: "No pienso
tomar ninguna medida contra los (fieles que, actualmente
ocupan varios templos". Y ésta era, sin duda, la urgente
razón del insólito encuentro entre ambos contendientes:
horas después de conocida la excomunión de Marturet no sólo
los fieles de su capilla, sino también varias decenas de
católicos, ocuparon otros templos en un movimiento de
solidaridad con el cura sancionado. De ahí la alarmada
urgencia del obispo por frenar un movimiento que, en rigor,
nadie imaginó que se pudiera producir. El cura Marturet
respondió con educada cautela a su superior: "Recurriré ante
quien corresponde para revisar mi proceso". El próximo paso,
según los expertos, deberá ser dado en Roma, donde la causa
adquirirá una resonancia obviamente mayor que la actual.
Buena parte de la entrevista entre ambos religiosos pareció
dedicada a un aspecto que explica palmariamente las
profundas diferencias políticas que los alejan. Vicentín
habría insistido en anatematizar la labor del movimiento
llamado del Tercer Mundo, ya que —según el arzobispo— este
es unilateral y "hace pasar a un segundo plano la tarea
pastoral del sacerdote para exaltar meramente su función
social". En estos términos monseñor habría calificado con
intransigente dureza a los curas terceristas, de modo tal
que los observadores locales confesaron a SIETE DIAS que la
solución del entuerto parece no sólo difícil sino también
lejana.
ESCANDALO SUPERSONICO En realidad nada
hacía suponer, la semana pasada que el insólito affaire
correntino se inflaría a ritmo casi supersónico,
desembocando en un callejón sin alternativas de salidas a la
vista. Es cierto que las tendencias en que ahora se
canalizan las corrientes de opinión en el catolicismo
mundial tienen su exacta réplica en la realidad correntina:
el arzobispo Vícentín representaría al .sector calificado
como preconciliar por algunos, o más cautelosamente como
conservador por otros; en cambio el obispo de Goya, en la
misma provincia, monseñor Antonio Devoto, encarnaría a los
grupos postconciliares. Pero de ninguna manera el propio
padre Mauret —más identificado con la tendencia de Devoto—
hubiera esperado, en la mañana del martes 24, la concreción
de dos hechos: 1º) la tajante orden de excomunión dictada
por el arzobispo Vicentín y 2º) la no menos furibunda
reacción de sus fieles que lo proclamaron "cura del pueblo",
tomando la capilla de San Juan Bautista en luna acción que
pronto imitaron otros católicos al ocupar varias iglesias
más. Nadie podía suponer tampoco, que el arzobispo sería
objeto de un caso judicial. El motivo de la excomunión se
vincula a un antiguo entredicho existente entre el arzobispo
y Marturet que llevó al párroco a recurrir al Juez de Paz
Raúl Ramón Otero, antiguo dirigente peronista y abogado
estrechamente relacionado con los sectores sindicales. El
diferendo entre Marturet y su arzobispo se relaciona con la
actividad política del cura que, al parecer, desagradaba a
su superior quien resolvió, a principios de marzo, separarlo
de la parroquia San Juan Bautista. Fue entonces que, en la
mañana del 20 de marzo, Marturet pidió amparo al juez Otero.
La respuesta del arzobispo fue fulminante: "Considerando que
este hecho se encuadra dentro del Canon 2341 del Código de
Derecho Canónico —explicaba textualmente el comunicado que
descerrajó monseñor Vicentín— este, trascripto en su parte
pertinente dice: Si alguien, contra lo que establece el
Canon 120, se atreviere a llevar ante un juez laical... a su
(superior) Ordinario propio, cae, ipsofacto, en excomunión
reservada de un modo especial a la sede apostólica". Con
severidad catoniana el comunicado arzobispal especificaba
las condiciones de la excomunión; destilando aires de
maldición casi bíblica, reveló los términos del artículo
2266 del Derecho Canónico, según el cual "los excomulgados,
después de la sentencia condenatoria o declaratoria, quedan
privados de los frutos de las dignidades, oficios,
beneficios, pensiones y cargos, si tuvieran alguno en la
Iglesia". Pero el nombramiento de un Vicario Substituto
del padre Marturet no fue, para el arzobispo, el último acto
de un drama que prefería clausurar. Sin disimular su
consternación, los sectores oficiales presenciaron el
crecimiento de un conflicto que acaso escapa de la órbita
puramente canónica, integrándose en los vaivenes del momento
político nacional. Al requerir el amparo de la justicia
civil, Marturet franqueó el paso al impetuoso juez Otero,
quien arbitró un medida sin duda irritante para las altas
jerarquías eclesiásticas correntinas: "el juicio del señor
arzobispo acerca de la conducta moral del sacerdote
Marturet", exigiendo también testimonios "acerca de la
supuesta prédica de ideas extremistas". El juez Otero
urgió así una definición de extremismo al tiempo que
obligaba a precisar "si dicha prédica estaba o no conforme
con los Santos Evangelios y los últimos documentos
Conciliares y del Magisterio de la Iglesia". La respuesta
arzobispal, además de negar competencia a Otero, asegurado
que no podía "consagrar la potestad civil en asuntos de
índole confesional, rehusó acceder a una de las más
explosivas acusaciones del cura Marturet: según éste, su
prédica religiosa había provocado la proliferación de
agentes policiales en su templo en presunta actitud
intimidatoria. Pero al juez no le satisfizo la respuesta de
monseñor y lo emplazó nuevamente para que respondiese
detalladamente a su interrogatorio. En un tenso vaivén de
notificaciones, el arzobispo apeló ante la Cámara, pero el
juez denegó tal pedido. Luego de una breve impasse, Otero
declaró que monseñor estaba incurso en el artículo 240 del
Código Penal, que reprime con penas de 2 meses a 2 años de
prisión al que desobedeciere la orden impartida por un
funcionario. En la calurosa tarde del martes 24, Otero se
dirigió a buen paso hacia la jefatura de policía, donde
exigió al comandante mayor de gendarmería Ambrosio Boidi, el
apresamiento del arzobispo. Ese día, a muchos kilómetros de
allí, Buenos Aires ingresaba en las terroríficas
alternativas del secuestro del cónsul paraguayo. Boidi,
no menos azorado, diluyó el cumplimiento de la medida, por
lo que Otero pidió por escrito "la inmediata detención de Su
Santidad ilustrísima Arzobispo de Corrientes, Monseñor
Vicentin... y en atención a su edad se hará en su propio
domicilio donde será puesto a disposición del Juez del
Crimen de Turno. La orden llenó de absorta sorpresa no
sólo al comandante Boidi sino al propio gobernador, Adolfo
Navajas Artaza, quien tomó de inmediato un avión hacia
Buenos Aires para plantearle el entuerto al ministro del
Interior, general Francisco Imaz. Mientras tanto, el juez
del Crimen Ernesto Genesio apestillaba a Otero intimándolo a
enviar, en el término de una hora, todos los antecedentes
del affaire "bajo apercibimiento de lo que hubiere lugar a
derecho". De tal modo se planteó un nuevo conflicto, ya
que el juez de paz re chazó los términos del pedido
arguyendo que el mismo hacía caso omiso de "elementales
reglas de procedimiento y no guardaba el estilo
correspondiente". Después, manteniéndose en sus trece, elevó
al Superior Tribunal de Justicia el diferencio suscitado con
su colega Genesio. Claro que en la órbita estrictamente
eclesiástica las cosas también se movían a increíble
velocidad: los presbíteros Juan Kruk y Mario Soldán alzaron
sus parroquias en apoyo del excomulgado Marturet y de tal
modo, en el curso de pocas horas, cuatro iglesias eran
ocupadas por feligreses, muchos de ellos estudiantes
católicos. Genesio resolvía levantar la orden de detención y
el miércoles 25 el arzobispo recibía dos gratificaciones: un
telegrama del arzobispo coadjutor de la arquidiócesis de Bs.
Aires, monseñor Aramburu que rezaba: "Ante insólitas e
improcedente actitudes cometidas contra su dignísima persona
reciba mi plena adhesión"; la otra era una resolución del
ministro de gobierno Jorge García, que ordenaba al jefe de
policía que se abstuviera de cumplir las disposiciones del
juez Otero. El viernes 27 la Cámara de Apelaciones en lo
Civil y Comercial, sala 2ª, declaraba nula la orden de
Otero; el cuestionado juez no se arredró denunciando
"amenazas contra mi persona, mis familiares y mis bienes".
En la madrugada del 26, personas desconocidas habían
atentado contra su automóvil, destruyéndolo parcialmente.
"Que se me juzgue si he procedido con corrección en. los
autos mencionados. Que se me juzgue si ha existido
prevaricato o cualquier delito que diera lugar a la
formación de un juicio político" argumentaba el juez Otero
en su comunicado a la Cámara de Apelaciones. El pasado fin
de semana el clima de tensión fue en aumento; estalló un
petardo en la iglesia de La Cruz de los Milagros cuyo
párroco, Isidro Blanco Vega se había solidarizado con el
arzobispo; los fieles de la capilla San Juan Bautista
echaron al teniente cura Alcestes Mion, enviado por monseñor
Vicentín para reemplazar a Marturet; toneladas de
comunicados a favor y en contra del cuestionado cura
inundaron las paredes de la ciudad. Los integrantes del
derechista Movimiento de Cursillos de Cristiandad
protestaron contra la actitud de quienes atentan contra la
autoridad de la Iglesia", solidarizándose con monseñor
Vicentín. Los simpatizantes del izquierdeado Movimiento
del Tercer Mundo anunciaron que las capillas Virgen Reina,
Virgen de Itatí, San Cosme y Paso de la Patria habían
adherido al excomulgado Marturet. El párroco Gabino Casco
—separado por su solidaridad con los párrocos del Tercer
Mundo— comunicó que el domingo 28 una patrulla policial
había ocupado su templo en General Paz, a 100 kilómetros de
Corrientes. A su vez, el juez Otero, cuestionado por la
Cámara, recibía adhesiones de una docena de abogados locales
quienes afirmaron que "no se trata de una defensa personal
del doctor Otero, sino de salvaguardar a la justicia de un
avasallamiento". Al promediar la semana pasada, resultaba
cada vez más clara una conclusión obvia pero irrefutable: el
conflicto desbordó sin remedio los cauces eclesiásticos,
trasformándose en un encarnizado combate de signo
inequívocamente político donde se revelan las entrañas de
una crisis tan engorrosa como difícil de superar. Revista
Siete Días Ilustrados 06.04.1970
Monseñor Vicentín tiene apoyo de sectores preconciliares
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La iglesia de San Juan Bautista
Una bomba produjo estos destrozos en la iglesia La Cruz de
los Milagros. Los ocupantes de una parroquia preparan
colectivamente su almuerzo.
Arzobispo Vicentín con cursillistas
Algunos fieles hacen huelga de hambre
Los vecinos de la capilla del padre Marturet efectúan
reuniones cotidianas junto al templo
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Padre Marturet
La catedral correntina durante una misa oficiada por
monseñor Vicentín
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