LOS MEDIOS MASIVOS
Revista Redacción
diciembre 1974 |
Por MIGUEL SMIRNOFF
El rubro de los medios de comunicación atravesó un año crítico.
La industria discográfica, por ejemplo, debió enfrentar el serio
problema de la falta de materia con qué elaborar las placas. Las
compañías han perdido miles de millones de pesos por no poder
cumplir con las entregas de discos. La televisión, que transitó el
proceso de estatización de los canales, además del desaliento de la
producción aportó muy poco como para superar un mediocre nivel que
se mantiene inalterable. La radiofonía también se ha visto trabada
en el diseño de nuevos programas y sufre como la TV el rigor de la
restricción de las campañas publicitarias.
PARA la industria de los espectáculos y medios masivos de
comunicación, el año 1974 será sin duda difícil de olvidar: varios
fenómenos, por momentos contradictorios, obligaron a aguzar el
ingenio para poder salir de la situación y alcanzar más o menos
airosamente un 1975 que será también duro, pero que el natural
optimismo de la gente relacionada con entretenimientos masivos
tiende a suavizar por anticipado. Pero veamos en detalle cada una de
las ramas, y los principales acontecimientos durante el año que
ahora finaliza.
La tremenda crisis petrolera de 1972/73 en todo el mundo anticipó a
los europeos y norteamericanos que la era de las materias primas
baratas estaba llegando a su fin. Los empresarios discográficos se
encontraron súbitamente con que no había compuestos de vinilo para
fabricar su producto, plásticos para las cintas ni papel para los
sobres. En la Argentina, recién a mediados de 1973 se tuvo
conciencia del problema, ante un súbito aumento del mercado
consumidor, producido por el congelamiento y reducción de precios
del gobierno justicialista y la consecuente redistribución de
ingresos. Los productores nacionales entraron a 1974 sin la menor
idea de dónde iban a obtener la pasta para los discos, y una
tramitación de importación sin recargos demoró seis meses más de lo
previsto. Para dar una idea de los resultados de todo esto, podemos
mencionar que en una de las compañías más grandes, el déficit actual
de catálogo —discos de stock que no han podido ser repuestos—
asciende a casi un millón de LP's: unos cinco mil millones de pesos
viejos. En otra de las empresas, el 60 % de los discos vendidos
debieron ser tachados de los pedidos, por no poder ser entregados;
una tercera estimaba perder unos trescientos millones de pesos
viejos por mes por no poder entregar discos ya vendidos.
Cuando se autorizó la importación y comenzó a llegar el vinilo del
exterior, se hizo crítica la capacidad de prensaje: las fábricas no
dan abasto, ante una demanda 75 por ciento superior a la de
setiembre de 1973. Para responder a esto, se redujeron los
lanzamientos de novedades, limitaron los elencos artísticos activos
y hubo que dejar de reponer parte de los catálogos. Puede estimarse
que hará falta entres seis meses y un año más para que se vuelva a
la normalidad, o sea que recién a mediados del año próximo, en el
mejor de los casos, se podrá entrar a un negocio de discos y pedir
un cierto título con una razonable seguridad de encontrarlo.
Las consecuencias artísticas son imaginables: en 1974 no han surgido
valores, tampoco se han registrado demasiadas obras de alto vuelo —y
gran costo— y el margen para experimentación ha sido reducido.
La televisión
Todos los argentinos vivieron el proceso comenzado en octubre de
1973 con la intervención a cinco canales de TV cuyas licencias
habían vencido, tema que tratamos en varias oportunidades, sobre
todo por sus consecuencias posteriores. En el 74, el público
presenció intentos de hacer algo distinto, por parte de los
interventores nombrados, pero además se vio un desaliento en la
producción y un aumento relativo en la cantidad de series y
películas exhibidas, hecho que difícilmente pueda darse como ejemplo
de televisión nacional.
Un acontecimiento interesante fue el ascenso en popularidad del
Canal 7 bajo la dirección de Rousselot, posteriormente renunciante;
el fenómeno es explicable por la elaboración de una programación
inquieta, y la no existencia de un enfoque audaz en el resto de los
canales. No es el caso de volver a discutir la cuestión, pero el
hecho de que Kung Fu sea el programa más comentado del año, de que
las novelas de Claudio García Satur con Telma Biral y de Andrea del
Bocca con Norberto Suárez —típicos exponentes de la televisión
privada que se intentó modificar— hayan estado entre los de mayor
audiencia, puede ser explicativo de los reales resultados de un
movimiento bien intencionado pero que careció de asesoramiento
profesional.
El Mundial de Fútbol fue el acontecimiento más importante en materia
de programación, y sirvió también para que renaciera la polémica
pendiente sobre televisión en colores, sistema que la Argentina debe
adoptar antes de 1978, para poder estar en condiciones de transmitir
al resto del mundo.
La reaparición de Mancera como tema de comentario, el lanzamiento
del ciclo humorístico Hupomorpo —con el elenco uruguayo de ex
Telecataplum y ex Jaujarana, y buenos actores locales—, la
incansable repetición de sus propios personajes por parte de Olmedo
y Porcel, la tenaz labor de Julio Márbiz con Argentinísima, el ciclo
de Merellano con Los Mejores y Los Consagrados en el 7, y algunos
programas de Blackie con Enrique Villegas, Ariel Ramírez y otros
artistas.
Las radios
Haciendo contraste con la bulliciosa vida de los canales de
televisión, el panorama radial se destacó por una calma que permitió
a este medio seguir ganando audiencia a costa de su enemigo más
visible. Una medida del gobierno por la que no se permite la
transferencia al costo de los productos de las inversiones en
publicidad hizo que muchos anunciantes restringieran sus campañas,
produciendo una crisis sin precedentes en las agencias de
publicidad, y afectando a los productores radiales y por supuesto a
emisoras y canales. Esto hizo difícil encarar proyectos de
envergadura, a la vez que produjo un fenómeno de solidificación de
las empresas grandes mientras complicaba la existencia a los
armadores independientes de programas radiales. Debe tenerse en
cuenta que, en la actualidad, financiar una media hora diaria, en
horario nocturno, en una emisora de cierta audiencia, significa una
erogación mensual de más de cinco millones de pesos viejos. No son
muchas las empresas que disponen de presupuestos que permitan gastos
de esa dimensión, por lo que se han ido extendiendo los programas
ómnibus, donde los auspiciantes intercalan frases en la medida de
sus posibilidades.
Debe hacerse notar que la Argentina ha creado una especie de estilo
radial propio, ya que tanto la forma de lectura de los anuncios
comerciales, como el tratamiento de los informativos y la conducción
de los programas, difieren sustancialmente de lo acostumbrado en
otros países del continente, de los Estados Unidos y también de
Europa. El estilo argentino es más pausado, más hablado, sin llegar
a la calma de los franceses, pero mucho más tranquilo que el ritmo
norteamericano, mexicano o aun brasileño. Tenemos además una
carencia de voces graves, que le quita modulación a las
transmisiones, y hay todavía muchos locutores modelados en la época
de los micrófonos de la década del 30, cuando era necesario gritar
para que se entendiera. Sucede que al aparecer gente acostumbrada a
medios modernos —el caso del retorno de Leopoldo Maler, después de
trabajar en la BBC— al público le resulta extraño encontrarse con
una voz que trabaja más con modulación que con intensidad de sonido.
Un fenómeno curioso es el exceso de fútbol los domingos. En la
Capital hay unas diez radios, y la mayoría de ellas se dedican al
deporte en ese día, con lo que el oyente que busque otra cosa se ve
limitado. La gran beneficiaría es, obviamente, Continental, que con
Las Doce Horas ha logrado una audiencia notable. Desde el punto de
vista de la radio como medio de comunicación, sin embargo, no tiene
mucho sentido que varias ondas estén transmitiendo el mismo evento,
sobre todo teniendo en cuenta que las posibilidades de elección del
oyente son apenas la tercera parte de las que tiene un similar en
Nueva York, donde hay cerca de treinta emisoras en AM y casi otro
tanto en FM.
La nota destacada del año fue reiteración a las emisoras comerciales
del Estado de la obligatoriedad de un 75 por ciento de música
nacional, dividido por partes iguales en tango, folklore y música
moderna o juvenil. Esta imposición existía ya anteriormente, y
figura además en la Ley de Radio y Televisión dictada durante el
gobierno anterior, pero no reglamentada. En la práctica, algunas
emisoras privadas, a las que no alcanza tal reiteración, están
cumpliendo más con tal porcentaje que las del Estado.
En el plano individual, volvió a destacarse Hugo Guerrero
Marthineitz, con su Show del Minuto, emitido en FM y estereofonía;
La Gallina Verde, como programa de opinión y comentarios en
Continental; apunta como algo interesante el ya mencionado Leopoldo
Maler en Belgrano con Vibraciones, y siguen firmes Matinata por El
Mundo, Argentinísima y la noche de Rivadavia. El público juvenil
dispone de su cuota de novedades discográficas en Miss Ylang por
Excelsior, las diversas ediciones de Estrictamente Musical en
Excelsior y Splendid y una media docena de programas más; para los
mayorcitos, A la Manera de Harrods en Continental, y Música con una
cierta Belleza matizan los sábados, mientras: que los fanáticos por
las novedades internacionales siguen adheridos a Modart en la Noche.
En términos generales, 1974 no ha sido un año propicio para la
creación artística, pero existen razonables perspectivas —y
esperanzas— de que el 75 sea más favorable. De todos modos, la
industria argentina de espectáculos sigue manteniéndose en un plano
que, a nivel internacional, es más que decoroso.
Ir Arriba
|
|
|
|