Memorias de guerra
Después de veinte años de secreto, se revela la propaganda negra
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Durante la Segunda Guerra Mundial, la emisora más antiinglesa de Europa no se encontraba en Alemania o en territorio ocupado por los nazis. Los ingleses acaban de informarse, con estupor, que estaba en una pequeña aldea de los alrededores de Londres.
Sefton Delmer, un notorio colaborador de la prensa londinense de derecha, acaba de publicar un libro, titulado "Black Boomerang". Liberado, por fin, de su juramento —no debía revelar nada antes de veinte años—, narra sus actividades, en tiempos de guerra. Su relato indignó a sus compatriotas, porque muestra que en ciertos casos es preciso sacrificar el tradicional "fair play" a la necesidad de la victoria.
Si Delmer fue elegido para dirigir, desde Gran Bretaña, falsa propaganda nazi hacia el Tercer Reich —"propaganda negra", como la llaman los expertos—, es porque Alemania, donde nació, había sido por mucho tiempo su segunda patria. Fue el único periodista extranjero que viajó en el avión privado de Hitler, durante la campaña electoral de 1932-33, y tenía un conocimiento tan íntimo de los círculos dirigentes del nazismo, que los servicios secretos británicos investigaron largamente su lealtad antes de aceptar su participación en la guerra psicológica contra Alemania.

"Der Chef'
Autorizado, al fin —Lord Beaverbrook, su "patrón", persuadió a Churchill—, el periodista angloalemán expuso el método que, a su juicio, debería sembrar la inquietud en el ejército de Hitler.
Las informaciones objetivas de la B.B.C. —dijo— no interesarán nunca a un soldado alemán, porque provienen del enemigo. El único modo de llegar hasta él, es hablarle como si nosotros fuéramos también hitleristas, antisemitas y enemigos sañudos de Churchill. En medio de esas emisiones, podremos deslizar alguna información u opinión que será aceptada por el pueblo alemán.
Así nació, el 23 de mayo de 1940, la emisora "Gustav Siegfried Eins". Nombre tan misterioso, que sus propios creadores no sabían qué significaba. A través de ella, "Der Chef" —oficial fanáticamente prohitleriano, convencido de la victoria de la Wehrmacht— hablaba cada noche a los ejércitos nazis. En un lenguaje cuartelero, amenazaba a Churchill, a los judíos y a todo el pueblo británico con todas las calamidades imaginables.
Pero, al mismo tiempo, indignado por la corrupción de ciertos dirigentes nazis, denunciaba la vida disoluta que llevaban, en la retaguardia, los principales colaboradores de Hitler. Para su documentación, Delmer aprovechaba las obras del profesor Magnus Hirschfeld sobre las perversiones sexuales en Alemania, vengando, así, después de muerto, a ese sabio cuyas obras habían sido quemadas por los nazis. Además, el Intelligence Service le proporcionaba los testimonios de prisioneros alemanes, incluidas las últimas adquisiciones de la jerga militar.
Goering, Goebbels, Himmler, Ley, eran las principales víctimas de este método. Curiosamente, ninguno de ellos se atrevió a denunciar públicamente la existencia de esta falsa emisora nazi. Sin duda, creyeron que Hitler había autorizado esos ataques contra ellos. En esa forma, les demostraba que lo sabía todo, y que si no redoblaban su obsecuencia podrían sufrir el mismo fin que el capitán Rohem. el jefe de las S. A., "liquidado" personalmente por Hitler, en 1934, en medio de una orgía de homosexuales.
Desde fines de 1940, se pudo medir la eficacia de la "propaganda negra''. El gobierno de Washington —que aún no había roto las relaciones con Berlín— comunicó al Foreign Office que los informes de su embajada indicaban una singular efervescencia en los círculos militares. La estabilidad del in Reich está amenazada —se añadía—, porque la existencia de una radio clandestina, que la Gestapo no consigue localizar, prueba, por sí misma, el poder de los disidentes del ejército.
Como esas informaciones podían incitar a los norteamericanos a diferir su entrada en guerra, el embajador británico hubo de visitar a Washington para confesarle, bajo la fe del secreto, lo que había, en realidad, tras esa "revuelta" inesperada de los militares alemanes. Roosevelt se divirtió mucho, contó la historia, y fue necesario matar a "Der Chef".
Para que su muerte fuera tan verosímil como lo fue su vida, una de sus emisiones fue interrumpida por ráfagas de ametralladora y gritos furiosos S. S.: ";Cochino! ¡Traidor ¡Vendido!".
Por un error técnico, esta dramática trasmisión se repitió dos veces. Delmer cuenta, sin embargo, que nadie se asombró.

"Aspidistra"
Entusiasmado por sus éxitos, Delmer pidió entonces que se pusiera su disposición una poderosa emisora " Aspidistra", que los ingleses acababan de construir para la BBC. L. obtuvo, a pesar de la tenaz oposición de sir Stafford Cripps.
El Lord del Sello Privado, después de leer el texto de una de las trasmisiones de la "Gustav Siegfried Eins" exclamó: "Prefiero perder la guerra antes que ganarla por tales medios Pero su actitud era demasiado individual, y no pudo impedir que salieran al aire dos nuevas estaciones de propaganda negra": "Soldado Atlántico" y "Soldados Calais". En medio de excelentes programas musicales, el equipo de Delmer llevaba a los soldados alemanes inapreciable noticias.
Por ejemplo: en virtud de un decreto del Führer, todo soldado cuyo hogar fuera bombardeado tenía derecho a un permiso de cinco días. Todas las mañanas, pues, "Soldado Calais" difundía las direcciones exactas de los inmuebles destruidos la noche anterior por la R.A.F. en distintas ciudades alemanas. Esas direcciones se obtenían después de observar las fotos traídas por los pilotos.
¿Cómo podían los soldados, después de esto, poner en duda la veracidad de los comunicados patrióticos que anunciaban: "Gracias a la abnegación patriótica de los médicos alemanes, y a pesar de la criminal negligencia de altos círculos del partido, la epidemia de difteria en los campos de niños evacuados pudo ser detenida, y la mortandad se redujo de 775 a 438 casos por día".

La Wehrmacht "buena"
Sefton Delmer está satisfecho de su trabajo, y no lo disimula. Pero también admite —de ahí el título de su libro— que el éxito mismo de esa propaganda tuvo un efecto de "boomerang", que él deplora.
Hace unos años, regresó a Alemania y halló abundantes trazas de la leyenda según la cual la Wehrmacht "buena" habría luchado, a la vez, contra los aliados y contra el partido nazi. Según él, no hubo tal resistencia antihitlerista en el ejército alemán, sino en los últimos meses de guerra. Él está convencido de que los generales facilitaron el acceso de Hitler al poder, que se alegraron con sus triunfos y que le fueron fieles hasta la víspera de su caída.
Delmer impugna a un historiador como William Shirer, en cuya obra encuentra ecos de sus propias emisiones, presentados como testimonio de la tensión que reinaba en el III Reich.
Además, Delmer comprobó que la mayor parte de los alemanes anti-hitleristas que él utilizara —varios de ellos tomados de los campos de prisioneros—, han sido denunciados y perseguidos en la Alemania de Adenauer como "colaboradores del enemigo". Y se considera responsable, porque, en 1945, ante las reticencias de la autoridad de ocupación británica, renunció a sus esfuerzos por crear una prensa alemana "realmente democrática".
Para él, Alemania no será una democracia mientras conserve un sistema jurídico heredado de la época hitleriana y una prensa capaz de injuriar impunemente a los antinazis.

Una emisora "albanesa'"
Sefton Delmer, sin embargo, está tan convencido de la eficacia de la propaganda negra", que hoy la recomienda contra Rusia. Si se le ofrecieran los medios, él instalaría cerca de Bari (Italia) una emisora "albanesa" para desmoralizar a las poblaciones del bloque oriental.
Sus conclusiones —y alguna exageración sobre la importancia de su arma psicológica— le valieron no pocas críticas a Delmer. La más implacable es la del hombre que fue su inmediato superior: el diputado laborista Richard Crossman, que durante la guerra dirigió los servicios de guerra psicológica.
Crossman lamenta hoy el apoyo que prestó a estos métodos. Según él, la victoria no se hubiera demorado un solo día si Gran Bretaña se hubiera contentado con las antenas de la B.B.C. para ganar —cualquiera fuese la dificultad —la confianza del enemigo, en vez de desorientarlo por medio de la mentira.
Coincide, retrospectivamente, con Stafford Cripps, y admite que estas tardías revelaciones dañan el crédito moral de Gran Bretaña.
Revista Primera Plana
22.01.1963

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