Ningún discurso de Arturo Umberto Illia había sido tan
esperado como el que pronunció el domingo de mayo ante una
parcial Asamblea Legislativa (faltaron, salvo tres casos, los
legisladores del peronismo y el MID). El propio Illia fue
parcial: como sucedió otras veces, las omisiones resultaron más
sugestivas que los temas incluidos.
Pero si el mensaje a las
Cámaras es apenas un acto protocolar, y sólo eso debe ser (a
Hipólito Yrigoyen, un correligionario de Illia, le bastaba con
enviarlo por escrito), ciertamente el Primer Magistrado decidió
ampararse en las comodidades de esa rutina para evitar
pronunciarse a fondo, en el año más difícil y peligroso de su
mandato.
No obstante, en la zona final del discurso
estallaron ciertas frases que, quizá por la enorme expectativa
creada, dejaron en el ánimo de algunos Senadores y Diputados —y
hasta de los miembros de las Fuerzas Armadas presentes en el
recinto— la sensación de que Illia anunciaba modificaciones de
su política de aislamiento y de indefinición. Esas vagas frases
indican: 1) El Gobierno no está dispuesto a que el peronismo le
gane las elecciones de 1967; ergo, el Gobierno, por boca de su
máxima autoridad, explica que obstruirá el camino del peronismo.
2) Precisamente para obstruirlo, el Gobierno intenta —antes de
llegar a la proscripción lisa y llana— repetir la fórmula de la
alianza de partidos que veinte años atrás, en febrero de 1946,
pretendió lo mismo sin ningún éxito.
"Seguir nutriéndonos de
los resentimientos del pasado es insensato —opinó el
Presidente—, cuando un brillante porvenir está al alcance de
nuestras manos y de nuestro esfuerzo. El pasado no puede dividir
a los argentinos, de la misma manera que no puede regresar. Y el
pasado no regresará, porque nuestro país está viviendo el
proceso de liquidación de los enfrentamientos estériles y está
adquiriendo cada vez más conciencia de la índole de sus
problemas".
¿El remedio? La libertad, como "elemento decisivo
para que el futuro argentino no sea la obra del providencialista
de turno sentado en la Casa Rosada". Pero la libertad no
alcanza, puesto que los problemas de nuestro tiempo —según
Illia— no son únicamente políticos y económicos. Esos problemas
"requieren soluciones de conjunto y solamente podrán alcanzarse
con seguridad si somos capaces de aunar voluntades".
Enseguida, el Presidente —uno de cuyos mayores resortes de
gobierno ha sido crear o ahondar la división entre sus
adversarios políticos, económicos, laborales y militares—
señaló: "Los distintos sectores del país quedan convocados para
esta gran tarea... Partidos políticos, organizaciones del
trabajo, fuerzas empresarias, universidad y todas las
instituciones representativas de la vida nacional quedan
formalmente requeridas para buscar conjuntamente con este Poder
Ejecutivo el mejor medio de unir a los argentinos en la
conciencia capaz de consolidar nuestra grandeza". Recalcó que
"no es ésta una vana invitación a la cordialidad y al diálogo".
Antes, sin, embargo, el Jefe del Estado había objetado a los
empresarios, por su actitud ante el problema inflación-salarios,
y, a los gremios, a los cuales reprochó su presunta acción
política, así como "las huelgas o los paros sorpresivos y las
intimidaciones", y prometió más dureza por parte del Poder
Ejecutivo. Además, en su delicuescente llamado a la unidad de
los argentinos, el Presidente impuso limitaciones: no desea a
"quienes esperan instrucciones para decidirse [los peronistas] y
a aquellos que obedecen a filosofías contrarias al país y son
pagados para servir a planes del exterior [los comunistas]".
Palabras difusas, en todos los aspectos. Conceptos
contradictorios inclusive, y ningún anuncio crucial. Quizá el
método de Illia consista, precisamente, en la vaguedad y la
contradicción, hasta cuando se dirige al Poder Legislativo. No
obstante, es de advertir que sus llamados a la unidad vienen
reiterándose desde poco después de asumir y que ya en 1964
empezó a sermonear a obreros y empresarios. De allí que parezca
excesivo encontrar en los párrafos políticos de su discurso algo
más que formalidades: si tan necesaria le es una nueva "unión
democrática", si tan necesarios le son los aliados que ayuden a
sortear las elecciones del 67, su mensaje del domingo pasado
apenas tiende a sugerirlo. ¿Será porque el Presidente piensa que
no ha de conseguirlos?
En la ardiente oscuridad
No
obstante, cuatro días antes, el gobernador de San Juan, Leopoldo
Bravo, había exigido cambios en la política del P. E. para
alinear junto al oficialismo las fuerzas provinciales, entre las
que coloca a su partido, amén del neoperonismo y los
conservadores. So pena, explicó en un banquete, de que "un
gobierno extralegal produzca el gran cambio".
Momentos
después de que Illia leyó su mensaje, el Diputado nacional
Sigisfredo Bazán Rivero (del partido de Bravo) se mostró
decepcionado: "No veo cómo ha de ser esta convocatoria si el
Presidente excluye de un golpe a ciertas fuerzas políticas como
el peronismo y los marxistas", dijo a Primera Plana. Tampoco los
conservadores abandonaron su cautela: el Senador nacional
Juan R. Aguirre Lanari adelantó suspicacias por si la alianza
fuera "presidida por un espíritu electoralista".
Que el
peronismo será convidado de piedra en la mesa de los invitados a
dar "soluciones de conjunto", es algo que Illia marcó en su
discurso. "No me atrevería a avanzar tanto en el pensamiento del
Presidente como para suponer que rechace el regreso de Perón
—descreyó, sin embargo, el novel Senador peronista, Presbítero
Armengol Moya—. Me niego a creer que el Presidente decida
patrocinar sólo un acuerdo electoral".
En cambio, el Senador
rebelde Ramón E. Acuña (UCRP) estimó que Illia condenaba "el
pasado como factor de enfrentamiento, de una manera general" y
que su convocatoria "incluye a todos los sectores actuantes".
También el Diputado Horacio Thedy, demoprogresista, afirmó
entusiasmado: "Es una formal convocatoria, un hecho novedoso,
cuyos pasos concretos deberá ordenar ahora el Poder Ejecutivo".
De todos modos, sea cual fuere el último alcance del
insustancial mensaje, fue precedido por las presiones de la UCRP
y la confusión del Gobierno —falto de planes certeros y con
futuro— respecto de los cruciales comicios de 1967.
Treinta y
seis horas antes de hablar al Congreso, el Presidente fue
criticado en una secreta concentración partidaria: el viernes a
la noche, en el segundo piso de la Casa Radical, Balbín y su
estado mayor se reunieron con los jefes de 17 distritos. Del
cónclave salió un nuevo emplazamiento al doctor Illia para que
"produzca hechos importantes antes de finalizar mayo". El 27
debe reunirse la Convención Nacional de la UCRP: si para
entonces no hay novedades, Balbín prometió cruzarse de brazos y
dejar que sus correligionarios digan lo que quieran.
Era uno
más en la serie de ataques y quejas al Gobierno, desatada a
mediados de 1965, aunque evitando herir al Presidente, y
magnificada hacia marzo último cuando los temores de un
inminente golpe de Estado conmovieron al radicalismo tanto como
el creciente deterioro del Ejecutivo. Sin embargo, puede que
este reciente planteo balbinista sea una bravata del Comité
Nacional: está demasiado comprometido en la gestión del Gobierno
como para deslindar responsabilidades a esta altura del proceso.
Pero ya el martes, durante el almuerzo-conferencia de los
Ministros en Interior y mientras acometían pollo a la
portuguesa, los miembros balbinistas del gabinete sugirieron al
anfitrión Juan Palmero que esas reuniones a nada condecían y que
debían ser reemplazadas por auténticas asambleas presididas por
Illia; Leopoldo Suárez (Defensa) respaldó esa moción porque es
lo que le piden las autoridades de las Fuerzas Armadas.
Los fuegos fatuos
El miércoles, Balbín se entrevistó con
Palmero para reforzar la postura de sus adláteres (el Ministro
del Interior es un alter ego de Illia en el gabinete), y al
salir se atribuyó una misión que parecía reservada a su
visitado: emprender consultas con dirigentes de otras
agrupaciones sobre la viabilidad de la reglamentación del
Estatuto de los Partidos casi al mismo tiempo, en una cine de
San Fernando, el diputado oficialista Raúl Alfonsín, candidato a
Gobernador de Buenos Aires, reclamaba un acercamiento de todas
las tendencias políticas —al estilo de la Asamblea de la
Civilidad en 1963— para hallar una salida legalista a la
encrucijada de 1967.
Para el Comité Nacional, en treinta días
más debe estar trazada la estrategia que haga salir airosa a la
UCRP de las futuras elecciones; como es notorio, esas elecciones
son una prueba de fuego para Balbín: si el partido las gana, él
se asegura la candidatura presidencial de 1969. Pero en el
Comité Nacional saben que, sin aliarse con otras agrupaciones o
sin una proscripción del peronismo, la UCRP no vencerá en
aquellos comicios. De las salidas encaradas por el partido y el
Gobierno siguen en pie:
• Reforma de la Constitución
Nacional o de la Constitución de Buenos Aires para prorrogar
mandatos y saltear los comicios de 1967; se necesitan votos
parlamentarios suficientes, difíciles de
lograr si no media
un acuerdo previo concertado entre Illia y los partidos que se
avengan a dar sus sufragios. Horacio Thedy, Diputado
demoprogresista y heraldo oficioso del ardid, siguió
desalentándose la semana pasada ante los nimios resultados
obtenidos en sus entrevistas con jefes políticos; su última
conversación fue, además, con un conservador pro-Illia, Carlos
Aguinaga. Sucede que más sectores se han pronunciado contra las
reformas constitucionales y que Thedy recibe ya admoniciones de
sus propios correligionarios.
• Coalición para repetir en
Buenos Aires el pacto mendocino que frustró la llegada del
peronismo a la Gobernación. Aunque recién se examina a fondo,
parece una posibilidad complicada; para otros, es inútil, pues
no superará los votos peronistas.
• Ahondar la división
peronista, tesis que endulza los oídos del Presidente. Puesto
que en Mendoza quedó demostrado que el cisma apenas resta caudal
a los hombres apoyados por Juan D. Perón a través de su esposa,
el Gobierno encaró la semana pasada un acercamiento al ala
vandorista (hasta entonces, había alentado al isabelismo), caída
en desgracia. Legisladores vandoristas y de la UCRP empezaron a
discutir un acuerdo: votar el Presupuesto a cambio de que el
Gobierno consiga el regreso de los gremios Independientes a la
CGT y autorice el descuento de 100 pesos por cada jornal del 1º
de mayo, destinado a las desiertas cajas de la central obrera
(el año pasado, el PE vetó esa retención). Sucede que el
vandorismo busca reconstruir la unidad dentro de la balcanizada
CGT, si bien su nueva estrategia en el pleito interno peronista
es lo contrario de lo que busca el Gobierno: no profundizar la
escisión (ver página 15). Uno de los personajes clave de estas
negociaciones que quizá fracasen es Antonio Scipione,
ferroviario y radical del Pueblo, el único líder sindical que
tiene acceso inmediato y confidencial al despacho de Illia:
Scipione, que un mes atrás complació al Gobierno con un insólito
comunicado antigolpista de la Unión Ferroviaria, ocuparía la
Secretaría de la CGT si el pacto llega a buen término; el
Gobierno no sólo obtendría un adicto en tan valioso cargo, sino
que podría enconar aún más al isabelismo contra Vandor.
Sorpresa, pero chica
La semana pasada, mientras estos tanteos
conjeturales seguían taladrando a funcionarios y dirigentes
radicales, el Gobierno sorprendía al lograr una medida concreta:
adelantar a setiembre (esto es, en seis meses) las elecciones de
Santa Cruz, provincia conducida por Rodolfo Martinovic, un
antibalbinista. Se busca así disponer de un test más cercano a
marzo-abril de 1967 que el de Mendoza, aunque también como en el
caso mendocino sus conclusiones servirán en levísima medida para
aplicarlas a Buenos Aires, una provincia única en el inmenso
mapa argentino.
El volcán de 1962, cuya lava devoró al
régimen de Arturo Frondizi, ha vuelto a entrar en erupción.
3
de mayo de 1966
PRIMERA PLANA