Milagros de la Vega
Confesiones de la anciana dama
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La notable actriz argentina, flamante asesora teatral de Canal 7 de Buenos Aires, pasa revista a las etapas de su fecunda labor escénica y revela la política que pondrá en marcha desde la televisora oficial: promover nuevos autores y difundir obras populares pero del mejor nivel creativo

El lugar parece incomodarla, como si la sorprendiera todavía su presencia en esa alfombrada oficina a una edad en que la mayoría se ha retirado o piensa hacerlo pronto. Tal vez por eso su timidez se acentúe, aunque cueste aceptar ese sentimiento en una mujer que ha pasado la vida enfrentando multitudes desde un escenario. O porque, hasta cierto punto, su nueva ocupación es también un estreno. Una actitud que, en todo caso, no impide a Milagros de la Vega ("A una persona mayor no hay que preguntarle la edad") exhibir una envidiable seguridad y rapidez en sus respuestas: salvo cuando se barajan fechas, quizás porque nunca le importaron demasiado. Algunos nombres también se han escapado de su memoria. El de la compañía con que realizó su debut teatral, por ejemplo, a los cinco años de edad, en Santiago de Chile, donde vivió entre los 3 y 16 años. Después tardó diez años en hacer su segunda experiencia escénica, algo que sólo sirve para contabilizarlo, porque fue recién a su regreso a la Argentina que inició una carrera artística sin pausa, alternada con la docencia teatral y una secreta pero persistente pasión por la música. Por su voz y sus gestos medidos desfilaron personajes y autores clásicos y modernos con tal profusión que resultaría inútil entresacar algunos, aunque reunidos conformen un curriculum casi inalcanzable, que obliga a señalarla como la más ilustre de las actrices argentinas vivas. Por eso, la reciente designación para cubrir la asesoría teatral de Canal 7 no sólo significa confiar la materia a alguien que la conoce como pocos: tiene el sabor de un homenaje a quien sostuvo con rara consecuencia su vocación por el teatro. De ello, de su nueva actividad que ya ha empezado a atraparla, conversó extensamente con un cronista de SIETE DIAS a principios de esta semana. Un diálogo franco, fluido, que entre otras cosas sirvió para demostrar la notable agilidad con que se mueve dentro de este escenario que acaba de elegir.

—¿Usted estudió teatro?
—En aquella época se enseñaba declamación y no arte escénico como ahora. En realidad yo estudié con mi madre, quien desde pequeña me enseñó el teatro clásico español. Ella era muy española. En ese tiempo conocí a Calderón, Tirso de Molina, Lope de Vega. No era una novedad para mí el bien decir, que en ese tiempo se usaba mucho. Hablar claro, que se entienda todo.
—¿Significa eso que ya no hay actores que hablen claro?
—No se los encuentra fácilmente. Se les da más importancia a otras cosas.
—¿Cómo aprendía arte escénico la gente de esa época?
—Se entraba en una compañía y se practicaba al lado de grandes actores. Como eran compañías de repertorio que solían tener veinte o treinta obras para representar, ¿qué mejor escuela que ésa?
—Se aprendía el oficio viviéndolo ...
—Y viéndolo. Viendo las grandes figuras del pasado.
—¿Cuáles son los personajes que interpretó con más gusto?
—Todos me han causado alegría. Todos. Algunos han quedado en el recuerdo mío y en el de los demás. Siempre se recuerda a Mademoiselle, Un guapo del 900, La casa de Bernarda Alba, El último perro. Y muchas otras. Dada mi edad, mi repertorio es extensísimo.
—¿Le cuesta encontrar el tipo?
—Me cuesta, pero lo que sucede es que me adapto con facilidad porque he hecho mucho teatro: extranjero, criollo, sainete, he cantado operetas y zarzuelas. Claro, en este momento me resultaría difícil hacer una dama joven, aunque el espíritu lo tenga.
—¿Cómo encuentra el movimiento teatral argentino?
—Está muy bien, en el momento en que tiene que estar. Está en una búsqueda intensa. Los autores están empeñados en salir de esta situación de colonialismo que empuja a hacer tantas piezas extranjeras, habiendo muchas obras nacionales que podrían ser representadas. En esa lucha estamos.
—¿Tiene éxito el intento de desarrollar un teatro no colonizado, un teatro realmente argentino?
—Empieza por buen camino pero tiene que culminar. Falta bastante todavía.
—¿Sus objetivos en Canal 7 tienen que ver con eso?
—Los directores y yo, que como actriz tengo que defender todo lo que sea actoral y autoral, estamos en ese camino. Por medio de Argentores vamos a recibir a los autores noveles premiados. Se han leído cerca de 200 obras y creo que hay cosas muy buenas. Tenemos una gran esperanza en ellos. Esto se va a realizar en Canal 7.
—¿Qué representa para usted este cargo?
—Fue una sorpresa muy grande que me dio Darío Castel. Al principio creí que no podría hacerlo, pero ahora lo estoy tomando con mucho cariño. No me siento, como actriz, lejos de mi carrera. Al contrario, me encuentro aquí, sentada en este escritorio, haciendo o tratando de hacer mucho por el teatro.
—¿Cuáles son los objetivos inmediatos?
—Recién estamos en tren de planes. Pensamos restituir el Teatro Universal, que tome incremento el teatro argentino, hacer una revisión del teatro nacional de todas las épocas, también del sainete. En eso estamos.
—¿Se siente identificada con la línea de Canal 7: brindar una programación popular y de calidad?
—Tiene que ser obligatoriamente de gran calidad artística por ser la de un canal oficial. Trataremos de que sean también populares. El teatro clásico, por ejemplo, es popular. El sainete es popular, la comedia reidera nuestra es popular. De manera que ésa es la intención.
—¿Cuáles son sus compañeros más recordados?
—Podría nombrarle tantos... Pero seguramente se escapará alguno. Armando Discépolo, a quien hemos perdido hace poco. Hice bajo su dirección muchas obras suyas, dos de Pirandello, que son un gran recuerdo para mí. También he trabajado con mucho cariño junto al grupo ION, que quiere decir partícula, la partícula más pequeña. Allí estaban Mario Soficci, Francisco Petrone, mi esposo Carlos Pedene, Orestes Caviglia. Nos dirigía Rodolfo González Pacheco. Hasta hicimos Las aves, de Eurípides.
—¿Cuándo fue eso?
—El grupo se formó en 1933, en el Sodre de Montevideo. Después, recuerdo, nos fuimos todos del Cervantes. acompañándolo a Caviglia y formamos el grupo. Gente de Teatro Asociada. Con Ernesto Bianco, Inda Ledesma, Alicia Berdaxagar, Carlos Carella. Gente muy importante.
—Usted también fue profesora, ¿no es cierto?
—Sí. Fui profesora de la Escuela de Teatro de La Plata durante once años. Es que yo nací también para eso, para enseñar. Fui profesora de piano en Santa Fe, algo que repetí, pero con el arte escénico. en La Plata, cuando fundamos el Conservatorio y Escuela de Teatro con Alberto Ginastera.
—¿Sigue ligada a la música?
—Sí, pero toco para mí sola, no para los demás. Voy mucho a conciertos, a las óperas wagnerianas sobre todo. Estoy siempre en la música.
—Usted parece tener una personalidad wagneriana, ¿qué otros músicos le gustan, además de Wagner?
—Bach, Bach, sobre todo Bach. También Mozart y Beethoven. ¿Le parece que tengo una personalidad wagneriana?
—Si; pero, volviendo al teatro, ¿cree que el teatro comercial aporta algo al teatro?
—Al teatro no, pero aporta al público. Es lo que el público quiere ver, y sus empresarios son los que ganan más dinero y les va mejor. Son los comerciantes del teatro. En todos lados hay comerciantes.
—Quizás lo que pasa es que no dan al público oportunidad de ver otra cosa...
—Gran parte del público quiere pasar una noche agradable, reír, alejarse de todos los pensamientos que lo tienen trabado. Es un público que ignora porque nadie le ha enseñado que el teatro empieza con los clásicos. Si eso no se le da al público, ¿qué va a hacer? Van a lo más fácil, a lo que pueden captar más rápido.
—¿Qué opina de los jóvenes?
—Tienen algo que a las personas mayores nos duele un poco pero que acepto porque es razonable: dicen todo lo que sienten. Cuando yo era joven, no podía decirlo todo. Teníamos ese temor, eso que llamábamos respeto a los padres, a los mayores. El joven no podía manifestarse entonces, no podía abrirse a las personas mayores. En cambio hoy, con cierto desenfado, con mucha falta de respeto y con todo lo que usted quiera, lo dicen y se desahogan.
—¿Lamenta haber recibido esa formación?
—Creo que mi timidez se debe a eso. Nunca he podido vencerla del todo. Por más que mis padres eran muy abiertos. Mi madre era aficionada al teatro y me lo enseñaba desde que era chiquita; entonces quiere decir que no era tan rígida, tan severa, tan absoluta.
—¿Sus padres eran argentinos?
—No, madrileños. Yo soy nacida aquí, en la calle Piedras. Más porteña no puedo ser.
—¿Se siente muy porteña?
—Sí, me siento muy porteña, pero quiero mucho a Chile. Allí viví 13 años y no es fácil olvidar tantos recuerdos de niñez y adolescencia.
—¿Tiene contacto frecuente con el interior del país?
—Sí. Suelo ir a dar cursillos por las provincias. Debemos abrirnos al interior del país, no todo debe estar centralizado en Buenos Aires. Cuando voy a dar cursillos, los muchachos están muy contentos durante los 15 ó 20 días que permanezco allí, pero después quedan
huérfanos, se sienten abandonados, se sienten solos.
—¿Dentro de sus planes figura el abrir el canal a expresiones teatrales del interior?
—Naturalmente. No sólo traer gente del interior sino también formar allí, en las universidades, los cuadros teatrales. En algunas partes, como Tucumán y Córdoba, ya los hay, pero existen provincias muy abandonadas en este sentido. Desconocen completamente el teatro argentino, hasta el extremo de ignorar quiénes son los actores más conocidos del cine y el teatro.
—¿Los cursillos remedian eso?
—Eso no deja nada. Nada más que una nostalgia, una tristeza de aquello que pasó y se fue. Hay que darles una cosa permanente, sólida.
—¿Existe pasión por el teatro e el interior?
—Sí.
—¿Están en la misma búsqueda anticolonialista de que hablaba hace un rato?
—Sí, pero no llegan los libros no llegan las obras. Para poner una obra en Mendoza, por ejemplo, ha que llevar los libros desde Buenos Aires. Allí no hay librerías que te dan material teatral.
—Algunos opinan que faltan autores argentinos y por eso no hacen teatro nacional.
—Algunos se quejan y otros no. Por ejemplo, los autores no se quejan: ellos dicen que hay mucho, que hay de sobra. Puede ser que tal o cual figura se queje de que no encuentra la obra para él, pero obras hay muchas.
—¿Obras que hablan de la realidad nacional?
—Creo que últimamente se ha dado este caso. Se han escrito muchas obras en este sentido, se han representado y se representan.
—¿Cómo ve a los actores argentinos?
—El actor argentino es completo, puede hacer cualquier clase de papel. Un español, cuando hace un rol de caballero inglés, sólo sabe decir: ou yes, ou yes. Nosotros no, podemos hablar en inglés si es necesario. O en francés o en italiano o en español. No estoy segura de que un actor madrileño pueda hablar en argentino.
—¿A qué atribuye el respeto que merece su persona en todo el teatro argentino?
—No podría contestarle. Lo que sé es que he seguido siempre una línea, he observado siempre una conducta y he sido, ante todo, lo que hay que ser en el teatro.
—¿Y no le parece una buena razón?
—Puede que haya estado equivocada porque a mí no me ha favorecido en absoluto. Pero soy humilde y creo que en el teatro se debe ser humilde. Posiblemente sea ése el misterio.
—¿Por qué dice que no la ha favorecido?
—No me ha favorecido en un sentido práctico, económico. No he ganado dinero.
—¿Está contenta de haber vivido así?
—Sí.
—¿Se siente ¡oven?
—Completamente joven.
—¿Qué le diría a un joven que pretende ser actor?
—Ante todo que sea humilde y que no se quede, que siga adelante, que siga buscando, tratando de elevarse cada vez más. Y sobre todo, mirar para atrás pero estar en el momento. Estar en el momento aunque pasen los años.
—¿Es ésa su circunstancia?
—Por mí han pasado muchos años, sí, pero estoy en el momento.
Revista Siete Días Ilustrados
21.06.1971

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