Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


La Señora del Delta
Revista Gente y la Actualidad
04.06.1970

VIVE EN EL ARROYO FELICARIA, A DOS HORAS Y MEDIA DE LA ESTACION TIGRE. ES PRESIDENTA DE LA SOCIEDAD DE FOMENTO DEL LUGAR QUE NACIO BAJO SU INSPIRACION. ENTREVISTA A INTENDENTES, GOBERNADORES Y AUTORIDADES PIDIENDO POR LOS ISLEROS. ES, SIMULTANEAMENTE, CONSEJERA, ENFERMERA O MADRE DE LA GENTE DE LA ZONA. TIENE 55 AÑOS, ES SOLTERA, Y CONOCIDA COMO MISS CLEMENT, LA INGLESA.
Es difícil quererlo. Con su humedad penetrante e indoblegable. Escondiéndose en las mañanas invernales dentro de su propio aliento de bruma. Esquivando el afecto con sus heladas destructivas y sus crecidas insensibles. En su soledad de semiselva despoblada. Con su paisaje melancólico y dramático. Es difícil al hombre de ciudad comprender que alguien pueda amarlo. ¿Cómo entender la vida entre mosquitos y tábanos? Con la ropa siempre húmeda, en medio de la soledad y el aislamiento. Perdidos en el olvido. Pero. .. más allá del Delta de los fines de semana, de ese que sólo vive en e| rugir de los motores de las lanchas y en las cestas rebosantes de los picniqueros. Más allá de esos días feriados que nacen sólo después de las 11 de la mañana y si hay sol. Que sólo se extiende hasta el rio Paraná de las Palmas. "Después es muy lejos. ¡Che! Volvamos"; hay otro Delta, inmenso, desconocido, con el que se vive y se lucha todos los días. Al que se quiere como La María, quien cuando perdió a su marido y su rancho contestó a la oferta de un buen trabajo lleno de comodidades en la capital: "No. Yo tengo esto", que para cualquiera es lo mismo que nada. Al que se ama tanto como Miss Clement, la inglesa.
Miss Clement, la inglesa, es más conocida en el Delta que el mismo agua. Tiene 55 años. Todo islero, sea cual sea el río o el arroyo de donde proceda, contestará al ser interrogado; "Ah, sí. Miss Clement, la del Felicaria". Porque allí los ríos barrosos se filtran tan profundamente dentro de la gente que terminan siendo su apellido. El Felicaria, ese, el de Miss Clement, queda más allá de la primera sección del Delta, más allá de la ruta de los inmensos cruceros de placer, tan allá que dos horas y media le lleva andar a la lancha colectiva para llegar a la quinta Clement, casi en la entrada del arroyo.
A las 8 de la mañana ya está levantada. Poco se sorprende con la llegada. Poco se sorprende, en realidad, de las cosas. Sólo se emociona reservadamente, escondiendo siempre sus sentimientos tras su expresión dulce y su rostro adusto y curtido por la naturaleza. No en vano, ella, una mujer sola, es algo así como el caudillo de la zona. Que hay que pedir algo al intendente, al gobernador o al mismo presidente. Miss Clement entonces cambiará sus pantalones grises y desteñidos por una pollera y tomará la primera lancha de la mañana, la de las cinco y pico, preparada a la batalla. ¿Quién mejor que ella para rogar, suplicar, exigir lo que la gente necesita? ¿Quién mejor que ella para olvidarse de si misma y sólo pensar en los demás?, que en su caso es lo mismo que decir su vida. Por eso nadie se sorprende de que ahora esté allí, en esa mañana otoñal, cambiándole los pañales sobre la vieja cocina a leña a Sonia, un bebé de 6 meses. A su lado Fabiana, de un año y medio, la apremia para que le prepare el desayuno, mientras Cristina, de 6, busca su delantal de colegio.
—Las chicas están conmigo desde hace dos meses. Murió el padre. Un pobre y buen hombre. La madre las dejó para ir a hacer los trámites del seguro a la capital. Claro, las dejó conmigo por supuesto.
Ese por supuesto lo entiende toda la gente del lugar. Cuando no hay quién cuide a un chico, cuando hay algún problema familiar, cuando se necesita un consejo o tomar una decisión. ¿Qué mejor que llamarla? Si hasta hace poco tiempo Miss Clement era también el médico y enfermera del lugar. Ponía inyecciones, atendía partos.
—Ahora todo es mucho más fácil curar —se ríe—, con los antibióticos todo es mucho más fácil. He cosido heridas. He ayudado en más de quince partos.
Las tres niñas y ella no son las únicas que pueblan el inmenso caserón. Marina, una jovencita de 12 años que cursa su primer año comercial, está desde pequeña a cargo de Miss Clement.
Clement Marjorie, hija de un matrimonio inglés que llegó a la Argentina para ocuparse de la venta de molinos harineros, nació en Olivos. Poco tiempo después el señor Marjorie se enamoraría del Delta y comenzaría a frecuentarlo con su familia en las vacaciones. Años más tarde el jefe de familia enfermaría. Los Marjorie defenderían su tranquilidad radicándose en las islas. Allí regentearían un recreo durante varios años. Pero la muerte de sus progenitores indicaría a Clement la imposibilidad de seguir a cargo de la hostería. Poco tiempo después compraría la quinta, que hoy habita, de ocho hectáreas, dedicándose a la producción.
—La helada del 67 fue la ruina del Delta. Se quemaron entonces la mayoría de los frutales. Un verdadero desastre. Hasta ese momento, yo sin ayuda de nadie, vendía hasta setenta mil pomelos. De todo eso hoy sólo me quedan las nueces.
Las nueces, un producto próspero y nuevo en el Delta, es una de sus obras. Cuando Miss Clement plantó las primeras plantas la gente rechazó la renovación con sorna. Poco tiempo después aceptarían entusiasmados la idea y muchos resurgirían económicamente gracias a ellas.
—Ahora recojo unos 800 kg de nueces por año. Con eso vivo.
El arroyo Felicaria está unido a la ciudad de El Tigre por medio de dos viajes diarios de lanchas. La empresa encargada lleva a los isleros en este horario: hacia El Tigre a las 5 y 14 horas, regresando a las 7 y 14.30. La distancia es de 43 km. En las cien cuadras que tiene el arroyo viven alrededor de cien familias. La mayoría de ellas llegaron hace unos sesenta años y la gran parte pertenece a la emigración italiana, sólo un pequeño grupo a la francesa. Sus medios de vida son la cosecha de frutales, fornio, madera. . . Pero, curiosamente, Miss Clement puede ser tanto defensora como crítica de los lugareños. Su natural sentido de justicia le hace decir:
—A partir del desastre de la helada del 57, a la que se agregaría la inundación, la emigración de gente se fue haciendo más intensa. A través del tiempo el Delta sufre un fenómeno a la inversa que el de cualquier otro lugar. Cada día va despoblándose con mayor velocidad. Pero uno de los problemas más grandes es que, en general, la gente de aquí vive esperando y responsabilizando al Estado de sus fracasos. A la vez son poco amigos de los cambios. Posiblemente esto se deba a que los que quedan son, en su mayoría, los viejos. Los jóvenes se dejan tentar por las posibilidades de la ciudad.
Lo que Miss Clement no dice es lo que todos los jóvenes de la isla censuran: las tradicionales familias son excesivamente patriarcales y no se acepta como válida más que la autoridad de los mayores. Ese es en gran parte el origen del éxodo de brazos jóvenes.
Miss Clement es una mujer de acción, y como tal también tiene sus detractores. Claro que curiosamente los mismos no pertenecen a su arroyo, sino a cualquiera de los múltiples riachos que surcan el Delta. Uno de los cargos que se le hacen es que es demasiado autoritaria y que maneja la gente del Fe-icaria. Un cargo ante el cual las familias del lugar sonríen, ninguno de esos ríos cuenta siquiera con la mitad de lo que han construido ellos. Allí no más está la iglesia de Santa Teresita, pequeña, moderna, modestamente bella, que las mujeres del lugar comandadas por Miss Clement pintaron este verano. Por supuesto, Clement fue la que pintó el campanario, aunque "No. No soy católica. Soy anglicana". La capillita es visitada una vez por mes por el padre González, quien la tiene a su cargo desde hace diez años. Muy cerca de la misma está la Sala de Primeros Auxilios, espléndida casona donada por Absalón Rojas, hermano de Ricardo Rojas, donde tres veces por semana recibe la visita de médicos (doctor Trenti, doctora Faratei y doctor Firpo) de la Municipalidad de San Fernando. La sala, pulcra, aireada y equipada, está atendida permanentemente por una enfermera y una mucama. La enfermera cuenta:
—Por supuesto, cada vez que se necesitan medicinas, vacunas, se acude a la sociedad cooperadora para que se movilice.
Por supuesto, la presidenta de esta sociedad es también Miss Clement, quien junto a la gente del lugar también se encarga de solucionar los problemas de la escuela —dos espléndidos edificios construidos sobre terrenos elevados— a la que concurren 43 chicos repartidos en tres aulas. Las maestras —atienden a razón de dos o tres grados simultáneamente cada una — ganan alrededor de $ 27.000, y viajan diariamente desde la estación Tigre. Los niños son recogidos cada uno en su muelle y llevados a clase por medio de lanchas alquiladas por el Ministerio.
—Yo no sé —dice Miss Clement —, en ningún lugar del mundo pasa esto. Antes los chicos caminaban por las orillas 40 a 50 cuadras para ir a clase. Ahora los van a buscar hasta la puerta de su casa y no pagan nada. Dígame, ¿usted cree que hay en el mundo algún lugar mejor que éste? No sé cómo la gente no se da cuenta de lo que tiene.
Entre otras de las obligaciones de la sociedad figura la manutención del Felicaria Fútbol Club, lugar de reunión de los vecinos, centro responsable de varios casamientos, que cuenta como principales rivales al Banfield Isleño, de Canal Onda, y al Club 9 de Julio.
—¿Por qué hace todo esto, Miss Clement?
—¿Qué?
Pregunta sorprendida mientras calienta la mamadera de Sonia, mientras Marina pide a su vez también su comida, mientras anota el pedido de la directora de la escuela, Margarita Scafu de la Guardia, que necesitan una cocina nueva para el establecimiento. . .
—Bueno, todo esto. . .
—¡Ahhhh! No sé. Nunca tuve tiempo suficiente para pensarlo.
Ella habita el otro Delta, el que el hombre de la ciudad no conoce. El que parece triste, trágico y barroso. Esta es sólo una de sus historias. Una que demuestra el sol que está encerrado allí adentro. El calor, el sentido de solidaridad de su gente. Pero Miss Clement es algo más que una de sus historias. Miss Clement sabe inculcar con su ejemplo el sentido comunitario que tanto necesita el islero. El único, tal vez, que los haga resurgir a pesar de las heladas.
—Dígame. ¿Usted cree que hay otro lugar mejor que éste en el mundo?

CRISTINA DE IRALA
Fotos: Ricardo Alfieri

 

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Miss Clement
Miss Clement
Con sus protegidas, Marina, Cristina, Fabiana y la pequeña Sonia

 

 

Miss Clement
Clement Marjorie