Revista Siete Días Ilustrados
02.12.1974 |
A los 62 años, el dirigente aliancista piensa que las
banderas levantadas hace cuatro décadas siguen teniendo
vigencia. Su juicio sobre "la partidocracia", Balbín, la
juventud, Cámpora, la CGT y los "falsos nacionalistas".
En el primer lustro de los años cuarenta, el emblema del
cóndor con las alas desplegadas, la pluma y el martillo
comenzó a revolotear en las escuelas secundarias y en las
universidades argentinas. Al parecer, el cóndor plateado
daba aliento a los jóvenes de la Alianza Libertadora
Nacionalista para enfrentarse en duras refriegas a
cachiporrazos con los bolches de la Federación Juvenil
Comunista, mientras la mayoría estudiantil sostenía los
principios liberales y rechazaba con indiferencia la
reivindicación de Juan Manuel de Rosas, el "restaurador de
las leyes", ídolo y mentor político de los nacionalistas.
A su manera, elitistas, reformistas desde la perspectiva
intelectual, los jóvenes de la Alianza fatigaban los libros
de Carlos Ibarguren, Manuel Gálvez y Ramón Doll, los ensayos
de Ernesto Palacio y las hipótesis revisionistas del
mexicano Carlos Pereyra. Algunos creían en la monarquía y
otros en los caudillos aldeanos, pero todos despreciaban la
democracia. Como conclusión final, aseguraban que entre
Washington y Moscú había crecido una fina telaraña de
complicidades.
Entre 1935 y 1937, el nacionalismo consiguió establecer una
firme cabecera de playa en el territorio de la oligarquía
local; en el 40 ya tenía su diario, El Pampero, que
celebraba por las tardes las incursiones de la aviación
alemana sobre Londres y los avances de los blindados nazis
en los frentes de combate de Europa.
En El Pampero, justamente, tenía su casamata periodística
Juan Queraltó, el jefe natural y visible de la Alianza. Con
los años, y junto a Patricio Kelly (el camarada precursor),
Queraltó volcó el río nacionalista en el mar profundo del
peronismo; y así, bajo la buena estrella del caudillo de
grandes masas, el cóndor plegó sus alas y el nacionalismo
cedió la vanguardia.
En la última semana de septiembre de 1955, un tanque Sherman
se situó frente al viejo baluarte porteño de la Alianza, en
San Martín y Corrientes, apuntó su cañón y lo derrumbó.
Culminaba una etapa en la vida del nacionalismo. A 19 años
de entonces, el cóndor plateado muestra otra vez sus alas.
¿Ficción o realidad política? ¿Tiene vigencia el
nacionalismo? ¿Existe la Alianza? El martes 19, para
despejar las dudas, visité a Queraltó en el local de
Cangallo 1251, sede de la "nueva" Alianza. Vestía traje
azul, camisa de color crema y corbata negra. Rubicundo, de
movimientos rápidos, se incorporó al verme y exclamó:
"Claro, ¿cómo le va? Ahora recuerdo quién es usted". Se
trataba de una cortesía: nunca en su vida me había visto
cara a cara. Volvió a sentarse frente a su ancho escritorio,
debajo de un crucifijo. No acostumbro a preguntar la edad de
la gente, pero me doblegó la tentación: "¿Cuántos años
tiene?". Miró hacia el techo, meditó y con una sonrisa
respondió: "Nací el 17 de febrero de 1912. Entonces tengo 62
años. ¿No es cierto?"
Conversamos sobre el pasado, el presente y el futuro del
nacionalismo; sobre lo que sucedió, lo que sucede y lo que
puede suceder en la Argentina. Llegué al local de la Alianza
a las cuatro de la tarde y me fui cuando faltaban diez
minutos para las nueve de la noche. Lo que sigue es el
resumen de la conversación.
—¿Podría definir el pasado del nacionalismo?
—El pasado, en la realidad, se pierde en la distancia del
tiempo. El nacionalismo nace
con la Patria, nace con el sentimiento del ser nacional.
Desde el momento en que el primer criollo, hijo de esta
tierra, comprendió que la cruz y la civilización traídas por
España habían generado una nueva entidad con espíritu,
valores y destino propios, comenzó a amar esa realidad de la
que era parte. Podemos decir que así nació el primer
nacionalista.
—Pero el nacionalismo tiene otros ingredientes ...
—Naturalmente, el nacionalismo como formulación doctrinaria
y entidad política reconoce un pasado mucho más inmediato.
Podemos ubicar sus comienzos en la década del treinta. No
quiero mencionar nombres, para no pecar de excluyente o
injusto, pero puedo decir que a partir de 1937 la Alianza
Libertadora Nacionalista constituyó la avanzada del
nacionalismo, su movimiento más significativo y combatiente.
—¿Qué metas políticas perseguía la Alianza?
—Nosotros, y algunos otros grupos que exaltaban los valores
nacionales, perseguíamos cuatro objetivos básicos: El
revisionismo histórico como expresión de la voluntad de
recuperar la auténtica imagen de la Patria, frente a la
intencionada distorsión creada por el liberalismo y el
marxismo; la exaltación de los pilares de nuestra tradición,
expresados en la consigna Dios, Patria y Hogar; la defensa
de la soberanía, frente a la claudicación cultural y
material del liberalismo; por último, la afirmación y
defensa del sindicalismo como expresión concreta de su
rechazo del Estado Liberal, y su voluntad de llegar a lo que
Perón llamó la Comunidad Organizada. Esa comunidad se
estructura en base a las expresiones naturales de la
sociedad: la familia, el gremio, el municipio. No fue
extraño, entonces, que el nacionalismo interpretara a Perón
y que el 17 de octubre de 1945 nos encontrara luchando por
los ideales comunes. A tal punto que uno de los episodios
de esa fecha llevó a la muerte a un nacionalista. Me refiero
al camarada Darwin Passaponti, abatido a balazos desde el
edificio del diario Crítica, convertido entonces en un
bastión de los intereses liberales.
—¿Usted cree que esos principios siguen vigentes? O, en
otros términos, ¿el nacionalismo está en condiciones de
enfrentar al marxismo?
—Sí, señor: el nacionalismo está en condiciones de enfrentar
al marxismo porque tiene la verdad y puede resolver los
problemas nacionales. Posee una doctrina que puede destruir
a la doctrina antinacional que ofrece el marxismo. El
marxismo destruye. El nacionalismo construye. Frente a la
convulsión que sufre la República, a la confusión creada por
casi todos los sectores, frente a la subversión, a la
inmoralidad y al desorden, el nacionalismo ofrece sus
invariables banderas, su reconocimiento de los valores
permanentes y tradicionales. Si triunfan las concepciones
claves y las grandes banderas del nacionalismo es porque las
asumieron Perón, Eva Perón y, ahora, Isabel. Si existe un
riesgo para el nacionalismo, ese riesgo lo constituye en
este momento la sinuosa infiltración de la izquierda, la
confusión de conceptos manejada dialéctica e
intencionadamente por el marxismo. Una prueba evidente de
esa destructora tarea son los engendros denominados
"nacionalismo de izquierda", "nacionalismo socialista" y,
aun, "nacionalismo liberal". Todas son formas encubiertas de
utilizar los valores que son ajenos y opuestos a la
convicción de quienes los esgrimen. El nacionalismo vive hoy
su reconocimiento: la repatriación y rehabilitación de la
memoria del brigadier general Juan Manuel de Rosas es una
evidencia de nuestro triunfo. Hace tres décadas se expulsaba
de los colegios del Estado a los profesores y alumnos que se
atrevían a defender a Rosas. Y digamos de paso que los
liberales y los marxistas coincidían plenamente en la
negación de Rosas. Hoy nadie puede olvidar a Rosas. Es
nuestro triunfo.
—¿No teme que la nueva etapa nacionalista sea efímera? Es
decir, ¿tiene futuro el nacionalismo?
—Mientras exista un nacionalista habrá un celoso custodio de
nuestros valores más puros y auténticos. En cuanto al
movimiento político, las circunstancias serán las
determinantes de los cursos de acción más adecuados. Sabemos
que el futuro inmediato y mediato nos trae nuevas
responsabilidades y una plena afirmación de nuestras
banderas. Esperamos una etapa de triunfos, los que sin duda
no serán obtenidos sin grandes sacrificios. La conciencia
nacionalista despierta en los sindicatos, en las Fuerzas
Armadas y en las universidades. La partidocracia vive la
agonía de su ficción, el liberalismo está en crisis y el
país enfrentará una opción de hierro: nacionalismo o
marxismo. Los principios de nuestra nacionalidad, nuestra
tradición, nuestro profundo sentido cristiano darán
respuesta a esa opción: nacionalismo.
—Sin embargo, los jóvenes parecen estar en otra cosa ...
—No crea. Nosotros proponemos una doctrina nacional sin
balas ni policía. Una doctrina que ofrece a la juventud la
fe en el país. No estamos contra la rebeldía revolucionaria
de los jóvenes. A las rebeldías hay que encauzarlas.
—¿Qué piensa de los Montoneros?
—La cúspide de esa organización ya se había entendido con la
guerrilla marxista en una reunión celebrada en Chile. Pero
entre ellos hay gente que es rescatable, que no es marxista.
Claro que es necesario tener los ojos bien abiertos: el
socialismo nacional es la camiseta de los comunistas.
Nosotros debemos ser misioneros y predicadores de la
argentinidad.
—¿Qué sucede con las otras ramas del nacionalismo?
—Hay sectarios que andan a los gritos. Se trata de señores
que colaboraron con todos los gobiernos desde la caída del
peronismo y ya no pueden actuar. Usted los vio actuar con
Lonardi, después con Frondizi, más tarde con Illia y hace
poco con Onganía. Ahora protestan. En el fondo están
resentidos.
—¿Por qué se fue al Paraguay?
—Porque aquí no podía vivir. Regresé en 1972, cuando
vislumbré que retornaría Perón.
—¿Habló con Perón?
—No, señor. No pude conversar con Perón. Pero tuve !a suerte
de volver a renovar la Alianza cuando el general vivía. Abrí
este local el 21 de mayo del año pasado.
—¿Visitó a Cámpora?
—Nunca. Cuando advertí en lo que andaba, que no era lo que
había votado el pueblo, comprendí que estaba perdido. El
marxismo nunca había acompañado al peronismo. Aprovechó
nuestra persecución para infiltrarse.
—¿Qué piensa de Kelly?
—Ese es un problema del pasado. Con lo que le digo basta y
sobra.
—Usted habló de la agonía de la partidocracia. ¿Qué piensa
del radicalismo y de Balbín?
—Considero que el partido que lidera Balbín es un partido
nacional. No estoy con su estrategia de dialogar con la
izquierda marxista, pero entiendo que el radicalismo deberá
integrarse al proceso de unión nacional y forjar un nuevo
orden en el país. Eso lo ambicionó siempre el general Perón.
Por eso, en su primera fórmula, eligió a Quijano, un viejo
radical.
—¿Hay desviacionismos ideológicos en la CGT?
—No. En la CGT hay unidad doctrinaria. No hay fisuras. Es la
única organización de trabajadores del mundo que no es
marxista. Y eso, a pesar de haber vivido en la oposición.
—¿Está seguro?
—Tan seguro como que me llamo Queraltó.
Jorge Lozano
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Queraltó en su despacho de Cangallo 1251, sede de la "nueva"
Alianza |
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En 1935, a los 23 años, leyendo una proclama durante un
mitin
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