Ajedrez
Miguel Najdorf
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Integrar el equipo Resto del Mundo constituye un ambicionado galardón para cualquier deportista. Pero cuando ese privilegio recae en una persona de 60 años de edad, suele tratarse de un caso excepcional. Miguel Najdorf (ajedrecista, dos hijas, polaco) radicado en la Argentina desde 1939) no sólo reúne esos requisitos sino que, además, fue el único representante occidental —junto con Bobby Fischer, campeón de los Estados Unidos— en la selección de grandes maestros que enfrentó al representativo de la Unión Soviética en un reciente match llevado a cabo en Belgrado, capital de Yugoslavia. La actuación del ajedrecista argentino fue comentada mundialmente porque empató con Mikail Tal, considerado como el poseedor del ataque más brillante de todos los tiempos. La semana pasada, en su céntrica oficina de seguros, en Buenos Aires, M.N. desplegó ante SIETE DIAS un minucioso balance de su reciente performance y de las posibilidades del ajedrez argentino en confrontaciones internacionales. Sereno, calculador, se permite, no obstante, desbordes emocionales en sus opiniones. Mientras habla, extrae de un bolsillo un pequeño tablero con trebejos magnéticos y pergeña jugadas. Muchas veces medita, mueve una ficha y luego responde, como simulando una partida verbal.
—¿Fué positiva la realización del match URSS vs. Resto del Mundo?
—Sí. Hubo sólo medio punto de diferencia y se demostró que los jóvenes valores mundiales están cada vez más cerca de los rusos.
—¿Y los viejos?
(Casi indiferente, mirando fijamente el tablero):
—Se ha confirmado que el ajedrez es el único deporte donde los jugadores de edad pueden defenderse con mucha chance: Botvinnik, Keres, Smyslov y yo no hemos perdido ninguna partida.
—¿Está conforme con su empate frente a Tal?
—No del todo. Pienso que hice mal en aceptar tablas en la última partida. Tenía ventaja, pero el capitán del equipo me indicó que entablara; además, recordé que tengo 60 años y mayores posibilidades de equivocarme en los trances definitivos. Más vale pájaro en mano. . .
—¿Dejará de jugar ahora?
(Reacciona como si lo alcanzara una certera estocada. Se olvida completamente del pequeño tablero):
—¡Por favor! ¡Recién ahora estoy empezando! Si bien es cierto que no tengo aguante cuando llega la quinta hora de juego, me mantengo en plena actividad. En el match que sostuve con Tal volví a recuperar el título de Gran Maestro que caducaba el 30 de marzo. A fin de año voy a viajar a Inglaterra y de allí a Alemania donde participaré de las próximas olimpíadas. En 1971 jugaré en Yugoslavia y en Armenia. Lamentablemente, por mi profesión, debo privarme de jugar lo que quisiera.
(La entrevista se interrumpe: telefónicamente, su colega, el campeón de Canadá, lo invita a cenar. Najdorf acepta gustoso mientras juguetea con una torre realizada en cerámica por su hija Mirta. La conversación entre los campeones gira en torno de las anécdotas del reciente match de Belgrado: "Me imagino la cara de los neoyorquinos cuando vean pasear a Bobby Fischer con el auto ruso, un Moscovich último modelo, que ganó en su partida con Petrosian —comenta Najdorf, quien, en lugar de reírse, medita su broma—. También fue muy lindo el gesto de Larsen cuando se empeñó en compartir con Spasski el Fiat que ganó al no presentarse el ruso a una partida. Ante la imposibilidad de dividir el coche, el gerente de la fábrica entregó mil dólares a cada uno." Najdorf se despide del canadiense y retoma el reportaje.)
—¿Cuánto ganó usted?
—En total, 400 dólares: cien por comentar la partida y trescientos por el empate con Tal. Los organizadores invirtieron 200 mil dólares.
—¿Se puede vivir del ajedrez?
—En los países socialistas, sí. El gobierno brinda apoyo directo a los maestros. Les otorga un sueldo a cambio de que enseñen a la juventud en las escuelas, escriban en los diarios y revistas y realicen exhibiciones simultáneas. En estos países la expectativa que despierta el ajedrez es enorme. En Belgrado, unas tres mil personas observaban las partidas dentro del recinto, y, en la calle, otras cinco mil seguían los movimientos que aparecían en un gran tablero mural. El principal diario yugoslavo, Política, publicó una nota de varias páginas con la foto y la biografía de cada uno de los participantes.
—¿Ocurrirá lo mismo en la Argentina?
—No creo. En nuestro país, el almacenero, el carnicero o el panadero no aceptan trebejos como parte de pago. Ellos quieren plata y el ajedrez no da plata. Entonces los jugadores estamos obligados a trabajar en otra cosa. Yo me dedico a seguros, lo mismo que Carlos Guímard. Oscar Panno es ingeniero; Raimundo García y Julio Bolbochán, empleados municipales; Bernardo Wexler trabaja en Tribunales y Raúl Sanguineti en la Comisión Nacional de Energía Atómica. ¿Piensa que podemos dedicarnos a enseñar?
—¿Por eso no surgen nuevos valores?
—No. El problema es más complejo. La decadencia sobreviene, paradójicamente, en momentos en que se quintuplica el interés popular. En la Argentina no existe un solo pueblo que carezca de centros o clubes donde se practique ajedrez. Tenemos valores excepcionales,
—¿Y entonces?
—El problema radica en que no jugamos lo suficiente. El médico no se hace en la facultad, sino en su experimentación cotidiana. A nuestros ajedrecistas les falta calle. Desde hace varios años que no se realiza el Torneo de Grandes Maestros de Mar del Plata, ni otro que se le parezca. Esto ocurre porque la Federación Argentina de Ajedrez carece de fondos. Otro aspecto muy argentino para complicar el panorama: tenemos que viajar a Alemania dentro de pocos meses y todavía no está formada el equipo. Además, como no hay dinero para enviar analistas, los jugadores tendremos que programar, analizar y estar frente al tablero, con lo que nos quedará poquísimo tiempo para dormir. En tales condiciones se hace muy difícil ganar una partida.
—¿Cuál es la solución?
—Enseñar en las escuelas, nombrar grandes maestros para que dicten cátedras, organizar torneos internacionales en el país y enviar la mayor cantidad de delegaciones completas al exterior. Cumpliendo este primer paso, Rusia estaría mucho más cerca nuestro de lo que parece. Argentina es el único país sudamericano que en las olimpíadas de ajedrez alcanzó posiciones destacadas. Obtuvo dos medallas de subcampeón mundial y cuenta actualmente con tres campeones mundiales juveniles. Muchos de los integrantes del Resto del Mundo 1970 fueron derrotados por Panno cuando se consagró campeón juvenil. Sin embargo, O.P. está obligado a dedicarse más a su profesión que al ajedrez.
—¿Qué beneficios le aportó el ajedrez?
—En este deporte se aprende a perder y a ganar. En 1939 me enteré que en la guerra habían muerto mi mujer, mi hija y otros trescientos parientes. Yo estaba en la Argentina representando a Polonia en un torneo internacional de ajedrez; me quedé aquí y rehíce mi vida. Ahora tengo otra mujer, dos hijas y soy muy feliz.
Revista Siete Día Ilustrados
04.05.1970

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Miguel Najdorf
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