Revista Siete Días Ilustrados
30.09.1974 |
Héctor Oesterheld, el más imaginativo creador de populares
historietas
El famoso guionista argentino, padre de El Eternauta, de Ernie Pike,
del Sargento Kirk y de tantos otros héroes del género, se apresta a
lanzar en forma de libros sus difundidas aventuras.
Cuando, hacia 1893, el dibujante norteamericano Richard Outcault
comenzó a graficar secuencias de aventuras que contenían las
palabras que decía cada personaje -los hoy clásicos globos
superiores-, nadie atribuyó importancia a ese hecho, que equivalía
al nacimiento de la historieta. Una suerte de arte que llegaría a
ser, acaso, la más popular de las creaciones del hombre. Tras
desandar un sostenido éxito en los más importantes periódicos
estadounidenses -las tiras nacieron en el World de la cadena de
Joseph Pulitzer, para luego insertarse en el New York Journal, del
emporio de William Randolph Hearst-, la historieta se universalizó,
al punto que en la actualidad no hay prensa escrita en todo el orbe
que no incluya una o más tiras en sus páginas.
Curiosamente, Argentina se convirtió, a partir de los años 40, en
uno de los principales países productores de guiones y dibujos, al
influjo de una industria editorial que marcó una época y que alcanzó
sus cúspides de esplendor en la década de los años 50. Precisamente,
uno de los artífices de aquel boom -Héctor Germán Oesterheld (55,
cuatro hijas, un nieto) quien fue el creador de los más memorables
personajes de la historieta nacional- acaba de lanzar una versión
escrita, novelada, del Sargento Kirk, una de sus creaciones de mayor
trascendencia. A propósito de dicha irrupción en kioscos y librerías
porteñas, Siete Días entrevistó la semana pasada a este inagotable
argumentista, quien a lo largo de más de treinta años de trabajo ha
pergeñado un centenar de personajes, protagonistas de alrededor de
diez mil guiones; en ellos, se jacta HGO, sonriente, "maté a no
menos de cien mil tipos".
Licenciado en Ciencias Naturales -especializado en Geología, le
falta la presentación de una tesis para alcanzar el doctorado-,
Oesterheld trabajó en la Dirección Nacional de Minas, en YPF y en el
laboratorio de minería del Banco de Crédito Industrial, hasta que
abandonó su profesión para dedicarse de lleno a la historieta, a
comienzos de la década de 1950. Incansable viajero -recorrió todo el
país, por razones de trabajo-, reconoce su iniciación literaria en
un cuento que le publicó el diario La Prensa en 1938. Olvidado ya de
dicho intento artístico, tres años después lo llamó un amigo, Carlos
Hirsch, para que le escribiera los textos de unas ilustraciones
sobre la vida en el fondo del mar, que debían ser presentados a la
recientemente creada Editorial Abril. "La experiencia fue desastrosa
-recuerda Oesterheld- me rechazaron el trabajo. Pero diez días
después me llamaron porque habían releído el texto y les pareció
original".
Desde entonces, y hasta 1949, trabajó como redactor de libros de
divulgación. "Un día me preguntaron si me animaba a escribir guiones
para historietas -memoró HGO-, cosa que yo ni sabía lo que era. Creo
haber leído todos los libros de aventuras del mundo, pero siempre
sentí aversión por las ilustraciones. Simplemente, me puse a probar
y me salió un guión medio policial que transcurría en Egipto, con un
personaje que se llamaba Craizy. Gustó lo suficiente como para que
desde entonces me convirtiera en guionista de aquella inolvidable
revista que se llamó Misterix."
A Craizy le siguieron otros personajes que fueron delimitando lo que
con el tiempo sería la principal característica de Oesterheld: la
calidez, verosimilitud y humanidad de sus creaciones. Así surgieron
Ray Kitt -policial- y Lord Comando, que fue la primera historieta de
guerra pergeñada en la Argentina. La revista Misterix, por entonces,
trataba de imponerse con abundante material proveniente de Italia.
"El éxito -aseguró HGO- permitió que se importaran valores como el
guionista Alberto Ongaro y dibujantes de la talla de Hugo Pratt e
Ivo Pavone. Un grupo de muchachos de poco más de 20 años con los que
conformamos un grupo excepcional. Precisamente, Pratt me dibujó Ray
Kitt y enseguida la conjunción permito el nacimiento de Bull
Rockett, mi primer personaje trascendente".
-¿Cómo nació Bull Rockett?
-Me pidieron un guión con un piloto de pruebas medio heroico. Pero a
mí no me gustaba la idea, de modo que resultó un tipo más bien
científico, que sabía de todo un poco y capaz de dar las piñas
necesarias. Me lo rechazaron, por supuesto, y me retaron porque no
tenía nada que ver con lo que me habían pedido. Todo quedó ahí,
hasta que al mes siguiente irrumpió en la redacción César Civita
-editor de las publicaciones- gritando que era el mejor guión que
había leído en su vida. Inmediatamente dispuso que se lo tradujera
al italiano y se lo enviara a Italia para que lo dibujara Campani.
Fue mi primer gran éxito y duró como cinco años.
-¿Y cómo surgió el Sargento Kirk?
-Porque se necesitaba una historia de cowboys para que dibujara el
chico Pratt, que se estaba consagrando. Inicialmente, pensé en un
sargento argentino, de nuestras fronteras, pero no se lo consideró
comercial. Entonces, lo ubiqué en el oeste norteamencano. Basado en
algunos antecedentes históricos e influenciado por lecturas de
excelentes folkloristas estadounidenses como Ross Santee, inventé a
este renegado que se hizo amigo de los indios después de haberlos
masacrado. Ahí estaba presente la tragedia de Wounded Knee, lo que
me permitió una buena pintura de la psicología de los indios de las
tres Américas. La idea fundamental fue la de crear un personaje
atípico; se trataba de hacer una historia humana, evitando el
clásico superhombre.
-¿Tuvo que estudiar historia norteamericana, por ejemplo?
-No precisamente. Me documenté lo suficiente, como he hecho toda mi
vida, para la creación de cada personaje. Pero sí aprendí cosas
interesantes, como que el mustang (caballo salvaje) no es sino
nuestro pingo criollo, descendiente del español mostrenco. Y también
que la palabra sheriff tiene su raíz en el "jerife", que quiere
decir "jefe local" en árabe. Seguramente, llegó a los Estados Unidos
a través de los españoles de México o de la península de Florida.
-¿Qué pasó después de la aparición de Rockett y de Kirk?
-Casi paralelamente a Kirk, creé al Indio Suárez, un entrenador de
boxeo retirado. El apellido era un homenaje al gran Justito. Lo
dibujó el español Freixas, y se publicó en la revista Rayo Rojo. Al
mismo tiempo. trabajaba en la revista infantil Gatito, cuyo
personaje también creé yo, al igual que el Ogro Rompococo y Pilín,
la Princesa Xilina y el Rey Panza. Fueron cuentos ilustrados, de
gran éxito allá por 1953. También por entonces trabajé en el Pato
Donald, haciendo un folletín sobre Dippy, al que hoy, no sé por qué
llaman Tribilín.
-¿Con quiénes trabajaba usted? ¿Siempre con dibujantes italianos?
-A mí me dibujaron prácticamente todos, sin excepción. Pero hubo un
tiempo en el que me dediqué a publicar libros, en base a las tiras
de Kirk y de Bull Rockett. Los lancé como Editorial Frontera, con mi
hermano, y llegamos a vender entre 12 y 15 ejemplares de cada
título. Cuando me desvinculé de Editorial Abril empecé a sacar
revistas propias: así nacieron Frontera y Hora Cero, dos
publicaciones que hicieron época en el mundo de la historieta Mi
hermano, con el seudónimo de Jorge Mora, y yo, éramos los únicos
guionistas, y el lote de dibujantes fue excepcional, como jamás se
ha reunido: estaban Pratt, Arturo del Castillo, Carlos Cruz. Ivo
Pavone, Alberto Breccia, Alfredo Motiterni, Carlos Roume, Solano
López, Cirilo Muñoz. Emilio Zoppi, Carlos Vogt, Ernesto García y el
chico Leopoldo Durañona. Llegamos a tirar 90 mil ejemplares y allí
nació un lote impresionante de historias y personajes. En 1961 nos
fundimos.
-¿Esa es la época de Ernie Pike, su otra consagratoria historieta?
-No sólo Pike, que fue, es cierto, uno de los más importantes. En
esos años (1956-1961) nacieron también Ticonderoga, donde se lucía
Pratt con sus aguadas suaves; Randall, que dibujaba Arturo del
Castillo y que, traducida al inglés, apareció en Inglaterra con el
nombre de Ringo. Y fíjese que en un reportaje, el beatle Starr
reconoció que adoptó aquel apodo debido a su fanatismo por mi
personaje y no por esa historia que inventaron sobre los anillos que
usaba. De esa época, además, es Sherlock Time, una historia de
ciencia ficción que transcurre en una quinta de San Isidro y que
dibujó Breccia; también allí nació Patria Vieja, que eran
pantallazos de la historia argentina ilustrados por Roume.
Finalmente, en ese período creé mi más grande historia: El
Eternauta.
-¿Es cierto que Ernie Pike es usted mismo? El dibujo, en realidad,
parece una caricatura suya.
-Lo es, pero sólo el dibujo, claro. El personaje está inspirado en
un corresponsal norteamericano llamado Ernie Pyle, seguramente el
más grandioso de los periodistas que vivieron la Segunda Guerra
Mundial. Se caracterizó porque en lugar de cromear las grandes
batallas, narraba pequeñas historias secundarias, chiquitas,
tremendamente humanas. A ese tipo siempre le rechazaban los trabajos
en Time y en Life. Su vida era una tragedia y finalmente lo mató un
francotirador en lwojima, en 1944. Pues bien, lo tomé como personaje
y empecé a inventar historias que, supuestamente, él representaba.
En cuanto al dibujo, fue una broma de Pratt: cuando creé el
personaje, le adjunté una nota con el primer guión y le dije que lo
hiciera simpático, noble, buenazo. Como chiste, terminé la nota así:
"Bah, hacelo como yo". Y Pratt se lo tomó en serio e hizo una
caricatura mía.
-¿Cuál es la razón del éxito que tuvo?
Muy simple: fue la primera vez en el mundo que los americanos no
eran los buenos y los alemanes los malos. Había héroes en ambas
facciones, incluso los japoneses lo eran. El único villano de la
historieta era la guerra.
-Usted dijo recién que El Eternauta fue su más grande obra. ¿Por
qué?
-Porque creo, aunque peque de inmodesto, que fue lo mejor que se
hizo en ciencia ficción en la Argentina y porque es una historia que
no envejeció; al contrario, es vigente. Yo había trabajado en
aquella extraordinaria colección que se llamó 'Más allá', y que
editaba Abril. Desde entonces, me había quedado pensando en un
cuento corto que empezaba con unos amigos jugando al truco mientras
la ciudad se muere a su alrededor por la acción de una nevada
mortífera. La idea era hacer una historia de final rápido, pero tuvo
tal éxito que se convirtió en un folletín semanal que duró dos años.
La dibujó Solano López, que se lució a lo largo de más de 350
páginas de 12 cuadros cada una, logrando una historieta popular de
gran comunicación.
-¿Usted fue premiado alguna vez, por su obra?
-Yo no, pero los dibujantes de mis guiones sí. Así es la vida, y no
me quejo.
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