¿Réquiem para el liberalismo?
La última arenga de Juan Carlos Onganía fue computada como una afirmación nacionalista. Nuevos indicios para una postergada definición.
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No hubo bebidas gaseosas que aliviaran el plantón de tres horas ni café para engañar los nervios. Durante 180 minutos sólo se escuchó la voz del presidente de la Nación; las únicas interrupciones corrieron a cargo del secretario de Obras Públicas, Bernardo Loitegui, quien trató de disimular, infructuosamente, los efectos de un fuerte resfrío: estornudó siete veces. En cambio, los restantes 242 funcionarios congregados el viernes 28 en la Casa Rosada, para enterarse de los nuevos rumbos del pensamiento presidencial, pudieron comprobar el animoso estado de salud de Juan Carlos Onganía. Pero, además, fueron obsequiados con un privilegio: ser los primeros en escuchar una oración fúnebre al liberalismo que en esa ocasión pronunció el jefe de gobierno.
Si alguna duda cabía acerca de las verdaderas intenciones políticas de la Revolución, es posible que la arenga presidencial haya logrado disiparla. Apenas tres días más tarde, el lunes 31, el único ministro que no asistió a la ceremonia ratificó en París el ideario onganiano con una prolijidad tal que hizo suponer a muchos que el presidente había optado por acompañar su exordio con una ofensiva diplomática. Ante Michel Debré, jefe de la diplomacia de Charles de Gaulle, el canciller argentino, Nicanor Costa Méndez, afirmó nada menos que "Francia está en la vanguardia de la latinidad a la que pertenecemos" y es, además, "el arquetipo del estado-nación que somos".
Ya no se trata, en algunos deslices de la literatura oficial, del proyecto de organización política hacia el cual tiende el gobierno, o de los innumerables planes que, de cuando en cuando, se le endilgan al poder actual. Costa Méndez supo animarse a enfatizar que somos un "estado-nación" inspirado en la V República gaullista, una estructura que a juicio de los liberales franceses instituyó el "poder personal" en detrimento de la democracia parlamentaria. Posiblemente, el canciller argentino haya exagerado: a más de quince mil kilómetros de distancia, su jefe sólo ordenó "cursos de acción" para que el conjunto del gobierno se aboque a la tarea de construir él nuevo Estado que, obviamente, aún no existe.
De todos modos, para levantarlo eran necesarias algunas precisiones ideológicas; entre ellas, la de mayor importancia fue, sin duda, la dilucidación de un conflicto interno que afligió al gobierno desde sus días iniciales: la remanida puja entre liberales y nacionalistas, dos motes tal vez no del todo exactos para designar a los equipos económico y político de la Revolución.
"Querer democracia —concretó Onganía— es encontrar la mejor forma para la mayor participación de la comunidad en la conducción del país, para que se impongan las argumentaciones que derivan de necesidades reales y no aquellas producidas por intereses particulares, por la confusión o por la mera intención de debilitar al poder." Parece innecesario aclarar que esas "necesidades reales" son las expresadas por las corporaciones representativas de cada uno de los sectores sociales (empresarios, gremios, Fuerzas Armadas, entidades culturales, Iglesia) y no por los partidos políticos. Por eso, el gobierno está convencido de que "en un futuro aún muy lejano" los partidos, si bien no serán reemplazados como canales de la opinión pública, deberán estar dirigidos por hombres provenientes "del moderno ámbito de la real actividad cultural, social y económica del país, único ámbito donde se dan hoy, en el mundo moderno, los grandes dirigentes". Es decir, que no se implantará un estado corporativo ortodoxo a la usanza fascista; pero se corporativizará a los partidos.

ONGANIA: L0S FINES Y LOS MEDIOS
Acaso el empuje presidencial, la forma poco cautelosa que eligió para derramar sus definiciones, sean una consecuencia de la derrota que infligió el año pasado a los grupos castrenses liberales identificados con el ex comandante Julio Alsogaray, los únicos que aparentaban cierta fuerza como para enfrentarlo. Ahora, sin eco en los mandos militares, el liberalismo debe limitarse a rezongar desde las columnas de la prensa adicta. No extraña, entonces, -que en su intervención Onganía se haya atrevido a criticar a los Estados Unidos, aun cuando ese país, bajo la administración de Richard Nixon, revele una mejor disposición hacia los gobiernos militares. Sin embargo, aunque también sin mencionarlas explícitamente, el jefe del Estado recalcó que "el mundo de hoy se encuentra al arbitrio de las grandes potencias, cuyas estrategias desconocemos y que tratan de controlar al mundo". Además, "nos vienen de ellas tentadoras sugerencias; pregonan entusiastamente el internacionalismo; nos sugieren el control de la natalidad; quieren restringir nuestras investigaciones nucleares y también nos quieren llevar a la subdivisión del trabajo".
En consecuencia, cabe preguntarse: ¿la Argentina ha dejado de considerar a los Estados Unidos como tutor del mundo occidental? El martes 1º, Costa Méndez cosechó el mayor triunfo político de su gira europea: por orden expresa de De Gaulle, fue engalanado con la Gran Cruz de la Legión de Honor y recibió del ministro Michel Debré un elogio fuera de lo común: "Usted confirió a la diplomacia de su país —dijo el francés, al término de una comida— un resplandor del que yo quiero esta noche destacar la excepcional calidad." Ya se sabe que el protocolo no es meramente protocolar: tras cada discurso, debajo de cada condecoración, se desliza una intención política.
Es posible, entonces, que Onganía planee adscribir a la Argentina al grupo de naciones que, por distintos caminos, tratan de emigrar de los dos grandes bloques que fragmentan hoy al mundo. La entente con Francia —cuyo líder fue tildado de "desertor" por los liberales de todo el mundo, por proponer una Europa independiente de Estados Unidos — la escala de Costa Méndez en Rumania, país comunista desprendido de la tutela soviética—, sólo se explican -de esa manera. La semana pasada, inclusive, circulaba la versión de que la Argentina se retiraría estrepitosamente de algunos de los organismos internacionales, pues —como dijo Onganía— "ya nadie cree en ellos". No parece del todo creíble que una medida semejante sea inminente. Pero el abogado peruano Ezequiel Ramírez Novoa, en su recorrida continental destinada a propagandear la posición de su país en el conflicto petrolero que mantiene con Estados Unidos, negó a declarar, en Río de Janeiro, que el discurso del presidente argentino "significa una seria advertencia y, paralelamente, puede ser el comienzo de una rectificación de la Argentina a su política excesivamente liberal", merced a la cual "los consorcios norteamericanos están obteniendo grandes privilegios económicos, en desmedro del tradicional y respetado nacionalismo argentino".
El peruano, ansioso por encontrar aliados para su país, no pudo dejar de mencionar la presencia estadounidense en la Argentina. Un tema harto espinoso que implica, por ejemplo, que el grupo nacionalista regenteado por Marcelo Sánchez Sorondo le niegue su apoyo al gobierno. Todas las semanas, el director de Azul y Blanco pregona que el presunto giro socialcristiano que adoptaría la Revolución en materia económica —incluida la eventual destitución de Adalbert Krieger Vasena— es sólo una versión difundida por el propio gobierno para "aflojar las tensiones" originadas por la presión militar: los mandos estarían irritados por el "entreguismo" de la conducción económica.
Tal vez por eso, la semana pasada recogió algunos comentarios según los cuales el discurso de Onganía, si bien definidamente antiliberal, reveló que el presidente persiste en una contradicción: al no decidirse por expulsar a Krieger Vasena el nacionalismo se limita al campo político, mientras que la economía continúa en el derrotero liberal. Ciertos hechos, con todo, insinúan un cambio. Entre ellos las versiones sobre un giro hacia el socialcristianismo; pero en su discurso, el presidente elogió a la conducción económica: anotó que "el más espléndido" resultado de la Revolución fue la estabilidad de la moneda, aunque rebajó ese éxito al nivel de lo meramente "coyuntural"; la tarea "estructural" del gobierno fue definida como la más importante y es justamente, la que pone el acento en lo "social", un tema que irrita notoriamente al Ministerio de Economía.

LA ODISEA DEL TIEMPO SOCIAL
"He pedido una expedición rápida preferentemente con respecto al problema de Sierra Grande. Hace dos años que la estoy esperando". Admoniciones como ésta no abundaron en el discurso de Onganía, pero en algunos pasajes, además de utilizar enfáticamente la primera persona del singular, el presidente esbozó algunas quejas sobre la labor de sus subordinados. Sin embargo, no se repitió el reto propinado un año atrás, en una reunión similar efectuada en la residencia de Olivos. Esta vez, el jefe del Estado optó por fijar fechas concretas de cumplimiento de sus directivas, que abarcaron todo el espectro de la actividad nacional.
Una de ellas es la referida a la racionalización en la administración pública, tenazmente exigida por algunos de los organismos internacionales que el propio Onganía criticó; pese a ello, el presidente puntualizó que el tema "tiene una trascendencia tan grande, tan inmediata, que de no cumplirse puede ser un elemento de postergación".
Esta actitud regocijó al equipo de Krieger Vasena. Es probable que nos
haya sucedido lo mismo cuando Onganía se refirió a los problemas sociales que envenenan la tranquilidad de Tucumán, Santa Fe, Chaco, Formosa y Corrientes. La rigidez de la política económica "no debe abarcar a todos —advirtió—; hay poblaciones que si le sacamos el único elemento de subsistencia que tienen se mueren de hambre irremediablemente".
Casi al mismo tiempo, en Tucumán, resurgían abruptamente las graves tensiones provocadas por el cierre de numerosos ingenios, los "únicos elementos de subsistencia" de varias poblaciones. Algunos expertos de la provincia comentaron ante SIETE DIAS que inclusive los establecimientos que aún no fueron clausurados soportan serios problemas. "La cuestión es moler o no moler —aclararon—; que las ruedas se pongan en movimiento y los hombres tengan donde trabajar, aunque no sea seguro que les paguen."
La posibilidad de que el gobierno pague parte de los sueldos atrasados y entregue el establecimiento a una cooperativa obrera, paralizó otra vez la "marcha sobre Tucumán" que el miércoles 26 se disponían a realizar los trabajadores de Bella Vista, uno de los ingenios cerrados. En cambio, los desocupados de Villa Quinteros optaron por manifestar en las calles y cruzarse nuevamente en las vías ferroviarias con el resultado de que esta vez los maquinistas dejaron correr los trenes: los rebeldes no tuvieron más remedio que huir de los terraplenes a toda carrera.
La angustia de este sector de los tucumanos se trasladó a la organización que los representa, la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera —FOTIA—, azotada por un enfrenta miento interno entre los dirigentes de los ingenios que aún permanecen en actividad y los líderes de los establecimientos cerrados. Estos últimos acusan al secretario general, Miguel Lazarte, de "colaboracionismo" con el gobernador Roberto Avellaneda; sin embargo, Atilio Santillán, jefe del sector aparentemente intransigente, aceptó, como miembro de la Comisión de Defensa de Bella Vista, las promesas del gobierno referentes a un eventual resurgimiento del ingenio de esa localidad. En el fondo, tal vez aspire a convertirse en empresario. Los líderes de esa comisión, el cura Francisco Albornoz y el comerciante Eduardo Yubrin, confiaron a SIETE DIAS que si el gobierno les entrega el ingenio "la comunidad se compromete a pagar en 20 años la deuda que tiene con el Estado (3.800 millones de pesos) y crear nuevas fuentes de trabajo". No obstante, reconocieron que el problema no es fácil: "Necesitamos una cuota de cupos para cañas y todos los cañeros han comprometido ya los suyos con ingenios seguros; pero se fabrica mucha azúcar negra y eso quiere decir que hay mucha más caña que cupos", admitieron.
De todos modos, la benevolencia de algunos dirigentes hacia las promesas oficiales no se traduce en confianza absoluta. Benito Romano, secretario de la CGT tucumana, rechazó ante SIETE DIAS cualquier posibilidad de contactos con el gobierno y se refirió despectivamente a uno de los temas más importantes del discurso de Onganía: la participación de los "sectores sociales" en tareas de asesoramiento al Poder Ejecutivo. "Eso sólo serviría para avalar a la dictadura —se desahogó—, y mientras tanto ellos harán lo que quieran."
Mientras a Tucumán llegaban carros de asalto de refuerzo, en otra de las provincias mencionadas por Onganía, Santa Fe, se anunciaba una marcha de los obreros sin trabajo de los talleres ferroviarios clausurados y del ingenio de la localidad de Villa Ocampo. La disuelta UCRP se apresuró a prestar su adhesión al acto. Pero las tribulaciones sociales parecen preocupar sobre todo a un numeroso sector de sacerdotes que, en algunos casos, asumió el liderazgo de protestas, calificadas de subversivas por el gobierno. El surgimiento de tales brotes sumió a la Iglesia argentina en una de las más graves crisis que haya tenido que soportar: a caballo entre la fidelidad a las jerarquías y la atención a las rebeldías opositoras (ver SIETE DIAS Nº 98), los sacerdotes disconformes se erigieron en la vanguardia de la ofensiva contra el principio de autoridad, uno de los leitmotiv del discurso presidencial.
La semana pasada, un prominente funcionario admitió que el gobierno observa con "suma preocupación" la crisis de la Iglesia. Las esperanzas oficiales se depositan en la gestión que inició en Roma el arzobispo de Rosario, Guillermo Bolatti, quien espera que el Vaticano lo avale en el conflicto que mantiene con 30 sacerdotes insubordinados de su diócesis. Con todo, los servicios de seguridad se impresionaron aún más cuando detectaron la existencia de un documento (cuya preparación adelantó SIETE DIAS dos semanas atrás) en el cual 25 sacerdotes capitalinos cuestionan abiertamente una disposición del arzobispo coadjutor de Buenos Aires, monseñor Juan Carlos Aramburu, que les prohíbe inmiscuirse en problemas económicos, sociales y políticos.
"No podemos ocultar nuestra decepción —enfatiza el documento que circula en forma reservada en círculos católicos— ante su disposición acerca de nuestra intervención en asuntos vitales para nuestro pueblo, cuando en cambio usted nada nos dice, no nos da su orientación, ni propone iniciativas acerca de esos mismos hechos."
Los 25 rebeldes fueron aún más allá: "Nos alarma y nos duele la lentitud, pasividad, falta de orientación e iniciativa de la Iglesia argentina en el compromiso por la liberación de los oprimidos realizado en Medellín" (durante la reunión de los obispos latinoamericanos efectuada el año pasado en esa ciudad colombiana). Y el ataque a la estructura vertical de la Iglesia se insinúa claramente en ese texto secreto cuando
pretende que "el presbiterio ya no puede sentirse meramente ejecutor sino adecuadamente corresponsable en una misma misión".
Mientras en la crisis interna de la Iglesia se registraba un nuevo hecho, esta vez público (el martes 1º cincuenta y tres clérigos rosarinos resolvían apoyar a los treinta colegas sublevados contra Bolatti), el matutino La Nación, una de las tribunas del liberalismo, se despachaba contra las ideas de Onganía sobre los partidos y el participacionismo. En un editorial publicado el miércoles 2 el diario optó por apoyar los tramos del discurso presidencial que respetaron algunas máximas del liberalismo económico. Pero al referirse al párrafo sobre las grandes potencias que someten al mundo a "una estrategia que desconocemos" eligió un lenguaje agresivo: esa afirmación de Onganía "es inconcebible" —sentenció—, ya que implica declarar que el gobierno "se ha venido manejando a ciegas en un aspecto vital de las relaciones internacionales".
Es que las ideas expuestas por el general Onganía se encuentran también en los antípodas del manifiesto de los curas rebeldes. Para Onganía, las jerarquías deben resolver y los restantes niveles ejecutar. A lo sumo, se acepta el "asesoramiento de sectores interesados", sin abrir la participación en el nivel que más importa: el de las decisiones. Es posible que el temor a caer en el pecado de "corporativismo" perpetúe al tema como un híbrido sin futuro institucional.
Revista Siete Días Ilustrados
07.04.1969

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