Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


EL PASADO ARGENTINO
No hay olvido, tampoco hay reconciliación
Revista Confirmado
14.05.1965

En un reportaje televisado, Arturo Frondizi declaró hace aproximadamente un año que durante su presidencia había tenido la intención de repatriar los restos de Rosas, pero que careció del poder político necesario para hacerlo. En vísperas de las elecciones del 14 de marzo, la mención de Rosas por uno de los oradores del acto peronista de plaza Once suscitó en el público una explosión de entusiasmo tan intensa como la que provocó el nombre de Perón. Al cumplirse el centenario del asesinato del Chacho —noviembre de 1963—, abundaron dinamita y alquitrán sobre las estatuas de Sarmiento en todo el país.
Los argentinos no dejan de vivir su propia historia como una materia viva de discusión y encono. Se es rosista o antirrosista, sarmientista o antisarmientista como se es de Boca o de River. Sin transacciones, a muerte. Probablemente esta agresividad se deba, entre otras cosas, a la permanente controversia que mantiene la historiografía nacional desde hace medio siglo. "Historia oficial" y "Revisionismo histórico" son dos corrientes de pensamiento e investigación que nutren de argumentos a posiciones que en su origen suelen ser puramente intuitivas. Podrían graficarse algunas de las divergencias más significativas entre la historia oficial y el revisionismo histórico en la forma que indica el cuadro.
La lista de divergencias es interminable. La historia oficial y el revisionismo histórico están en desacuerdo sobre casi todos los temas y personajes importantes del pasado argentino. Y esto, desde hace muchos años. Si hubiera que trazar una genealogía de la historia oficial habría que señalar primeramente las obras de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López y las de casi todos los historiadores clásicos, para culminar con los libros de Ricardo Levene y los 17 volúmenes de la Academia Nacional de la Historia, versión definitiva del pasado nacional tal como la expone el correspondiente organismo oficial. Una similar genealogía de las corrientes revisionistas debería comenzar con Adolfo Saldías y su Historia de la Confederación Argentina, primer intento de revalorización de Rosas (aparecido en la anteúltima década del siglo pasado), seguiría con David Peña, Diego Luis Molinari y los hermanos Irazusta, para terminar con Ernesto Palacio, Manuel Gálvez, José María Rosa y Vicente Sierra.
En torno de estas dos grandes líneas se han escrito centenares de libros y folletos. Pero, naturalmente, la viveza y permanencia de la controversia no está en función de motivos puramente históricos; cada línea de pensamiento representa de algún modo determinados valores políticos. La historia oficial es la expresión del pensamiento liberal: no en vano fue Mitre quien fundó en el país la ciencia histórica y quien "hizo" historia con actos de gobierno como la solemne repatriación de los restos de Rivadavia. Por su parte, el revisionismo se ha adscripto siempre a una corriente inconformista nutrida —o ávida— de vivencias populares: algunos de sus expositores más destacados fueron yrigoyenistas (Diego Luis Molinari, Ricardo Caballero, Dardo Corvalán Mendilaharzu) o peronistas (Ernesto Palacio, Vicente Sierra, José María Rosa). La revolución de 1955, al proclamar en la etapa aramburista su adhesión a la línea "Mayo-Caseros", institucionalizó de alguna manera una de las dos corrientes de interpretación histórica y condenó a la otra a una clandestinidad ideológica de la que ahora intenta esforzadamente emerger.
Pero hablar de historia oficial como si se tratara de una corriente dotada de total unidad es tan incierto como decir lo mismo del revisionismo. Dentro de la historia oficial, Enrique Barba o José Luis Busaniche aproximan peligrosamente sus posiciones a las de los revisionistas más moderados. Y entre los revisionistas hay quienes acentúan la importancia del pasado hispánico — Sierra—, otros que llegan a través del carro marxista —Rodolfo Puiggrós o Abelardo Ramos—, y algunos que clausuran la tónica popular que distingue al revisionismo cuando llegan a la época de Perón (Irazusta, netamente antiperonista y obstinado en interpretar la historia nacional en función del imperialismo británico.
¿Se salva alguna figura histórica del choque entre liberales y revisionistas? Se salva San Martín; del Libertador para abajo, muy pocos. La historia oficial, tal como fue concebida por Mitre, tiende a crear mitos como elementos constitutivos de la nacionalidad; en cambio, el revisionismo alienta una irresistible vocación por destruirlos. Tal vez para crear otros. Por eso el revisionismo es iconoclasta y generalmente burlón: toma en solfa a los próceres y los coloca despiadadamente en la perspectiva de su tiempo.
Siglo y medio de historia argentina proveen de material suficiente para una polémica interminable. A los sólidos volúmenes de la historia oficial se suman en estos momentos macizos tomos de orientación revisionista, cuya artillería se redujo durante mucho tiempo a folletería y estudios parciales —sobre todo de la época de Rosas—, pero que ahora siente la necesidad de presentar una visión general y coherente de toda la historia argentina, empresa que inició Ernesto Palacio en 1954 con su Historia de la Argentina, de persistente éxito editorial.
El público sigue leyendo historia, de una y otra corriente. En lo que va del año han aparecido varios volúmenes sobre historia argentina cuya venta ha sido rápida y feliz. Vicente Sierra, José M. Rosa y Gustavo Gabriel Levene son los autores de estos libros: revisionistas los dos primeros, liberal el último.
Vicente D. Sierra, ex secretario de Abastecimientos de la Municipalidad en 1946, ex director del Ministerio de Transportes entre 1948 y 1957, actualmente afiliado al MID frondizista, acaba de dar a conocer el sexto tomo de su maciza Historia de la Argentina, dedicado a relatar el período que corre entre 1813 y 1819 La obra de Sierra comprenderá en total unos once volúmenes de gran formato (700 páginas promedio): el primer tomo
apareció en 1956, se ha agotado y ha sido reeditado. Sierra asegura tener prácticamente terminada su obra. "Mi libro terminará el día que escriba la última página —dice—, porque el hombre argentino debe liberarse de su angustia y su inseguridad retornando a sus raíces históricas sin engaño de ninguna clase."
Sierra trabaja solo: "Hago hasta los índices". Hace veinte años que prepara esta obra, de la que se han vendido cuatro mil colecciones y cuyas ganancias le permiten vivir dedicado a ella. "Tengo una magra jubilación y una cátedra en la Universidad del Salvador. Mi obra ha sido absolutamente silenciada por los grandes diarios y carece de publicidad. Sin embargo, la acogida del público es extraordinaria." A diferencia de otros historiadores revisionistas, Sierra atribuye gran importancia al período hispánico —le dedica cuatro de sus tomos— y afirma que durante la época colonial "el hombre común era más libre que ahora porque existía una real democracia social".
Los cinco tomos de la Historia Argentina, de José María Rosa, ex magistrado judicial y profesor, universitario en Santa Fe y Buenos Aires hasta 1955, simpatizante peronista, han aparecido recientemente también, y abarcan hasta la caída de Rosas: la obra completa llegará a ocho o nueve tomos. A diferencia de Sierra, que es detallista y cuya prosa no hace concesiones al lector, Rosa ha adoptado un tono más didáctico. Sus libros están divididos en parágrafos cortos, y cuando puede, introduce anécdotas, semblanzas, chismes de época y todo lo que puede contribuir a aligerar la lectura. Rosa alterna sus investigaciones históricas con largas excursiones de pesca en la barra de Maldonado, cerca de Punta del Este. Agresivo y politizado, hace historia sin perder de vista el presente. Es presidente del Instituto de Investigaciones "Juan Manuel de Rosas": es decir, una especie de antiPapa de la historia argentina, si se considera al presidente de la Academia Nacional de la Historia como el virtual pontífice del pasado argentino.
La Academia, por su parte, está en vísperas de publicar cuatro volúmenes sobre historia de las provincias entre 1860 y 1930, que elevarán a 21 los tomos de su impresionante Historia de la Nación Argentina, obra que inició Ricardo Levene cuando era titular del organismo y en la que colaboraron casi todos los exponentes de la historia oficial, desde el propio Levene hasta Ramón Cárcano y su hijo Miguel Ángel, Martín Noel, Carlos A. Pueyrredón, Ricardo Rojas, Arturo Capdevila, Juan Canter, y otros. La librería "El Ateneo" ha publicado dos de las tres ediciones de la Historia de la Nación Argentina, con una tirada presumida— la Academia es reticente en brindar información—de 10.000 colecciones, a $ 21.700 por colección.
Dentro de la orientación académica, pero ligeramente heterodoxos por su tono chispeante y juguetón, pueden clasificarse los tres tomos de Historia Argentina, de los que es autor Gustavo Gabriel Levene, sobrino de quien fuera durante muchas décadas el "dueño de la historia". Levene, un profesor secundario, afiliado a la UCRI, prefiere omitir hechos y fechas para rastrear las costumbres, las modas, los pintoresquismos que aparecen en la evolución argentina. Se atiene fielmente a las líneas de la historia oficial, pero su obra es, más que historia, una descripción de la formación del país, del papel que ha jugado la mujer, del modo como el pueblo ha adquirido una fisonomía propia.
Los 5.000 ejemplares del libro de Rosa han sido colocados en pocas semanas, al igual que los casi 4.000 de Levene; el de Sierra estaba vendido por anticipado a los suscriptores de la obra.
En la Edad Media solían decir los escolásticos que todos los hombres son aristotélicos o platónicos, aunque lo ignoren. En la Argentina, todos son revisionistas o liberales, aunque no todos hayan leído a Sierra, Rosa o Levene. Ningún pueblo olvida su pasado histórico. Pero pocos pueblos lo siguen viviendo como si fuera presente.

 

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