Peinados
Empresa descabellada y peligrosa: Los salones de "coiffure" porteños
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"Vivir del corte y del peinado es imposible. Una vana ilusión." Con esta frase, los peinadores de Buenos Aires expresaban, en la pasada semana, uno de los matices que complican la crisis que desde hace meses afecta a las peluquerías de señoras. Son matices que concurren a demostrar una misma cosa: dedicarse a peinar mujeres tiene riesgos comparables a los de una expedición a tierra ignota. No hay garantías de sobrevivir.
Dos son las presencias que han hecho tambalear la industria de los salones de peinado: la aparición de las academias y las peluquerías en domicilios privados.

Dos enemigos
Las academias han llegado a ser innumerables y agrupan números variables de alumnos, más mujeres que hombres, que pagan entre 500 y 1.500 pesos mensuales por su aprendizaje. De esta manera, "toda la ciudad se ha llenado de egresados sin garantía, que a veces ni siquiera saben tomar el peine en las manos".
Mujeres de recursos y pretensiones escasos pueden hacerse peinar por los alumnos, pagando sólo diez pesos. Esta es una de las razones por las cuales las peluquerías modestas han visto disminuir su clientela.
La segunda razón también tiene origen en las academias. Los egresados, especialmente del sexo femenino, deciden dedicarse a peinar en su propia casa. Compran, a plazos, un secador, y la voz se corre entre parientes y amigos. Es así coma "hoy, en cualquier barrio porteño puede haber diez o doce salones privados, y que el que pasa por la calle desconoce". Por ello no extraña la situación a que ha llegado gran parte de las peluquerías de barrio: cierran los lunes, martes y miércoles, y peinan sólo los tres días restantes.
La crisis, sin embargo, no afecta sólo a los barrios. Incluso en la zona norte, a pesar de los altos precios y de la estabilidad de la clientela, hay una señal: los peluqueros ya no eligen a sus clientas desdeñando a otras. Es una situación menos manifiesta, pero real. "La única forma de mantenernos es ubicando productos de marca: tónicos, savia para cabello castigado por la tintura, baños de crema, matizadores. Es verdad que con el corte se gana el 100 por ciento porque uno no gasta nada, pero no hay que olvidar que un corte implica el uso de un peinador, un lavado, el de una toalla, y la electricidad del secador, etc." A estos gastos vienen a sumarse otros afligentes: "los productos han aumentado un 50 ó 60 %, la luz ha llegado a costar casi o más que el alquiler. También el teléfono ha subido. Además, pagamos impuestos por el salón. Pero nosotros no podemos hacer un aumento proporcional en el corte y el peinado, porque nos quedaríamos sin clientela".

Clientela peculiar
La clientela, a su vez, ha hecho una trayectoria inversa a la de los precios: "la gente que iba dos veces por semana a peinarse, ahora va una, y los que iban una sola vez ahora dejan pasar unos quince días".
La competencia entre los peinadores tiene sus principios éticos. Un rumor insinuó que el precio de los peinados había bajado y el de los servicios y productos adyacentes subido. Tal rumor despertó enérgicas desmentidas: "No creo que ningún profesional sea capaz de hacer eso. El peinado tiene un valor y no se puede rebajar". Sin embargo, en otros campos se libran competencias astutas. Por ejemplo, en las tinturas: "hay salones que prefieren hacer más por día, y cobran 400 ó 500 pesos la tintura. Otros, manteniendo alta la categoría de su negocio, cobran 800 pesos, pero trabajan menos."
Algunos observadores notaron un cambio en la clientela: "Las mujeres han optado por lavarse la cabeza en su casa y peinarse en la peluquería". No todos los peinadores están de acuerdo en aceptar dicha actitud. "Por el contrario — opinan — como han salido al mercado champús y enjuagues excelentes, las mujeres prefieren no comprar productos tan caros, pero sí hacérselos aplicar de vez en cuando en la peluquería."
Conscientes de que tienen que vérselas con una clientela peculiar, los peinadores menean la cabeza: "las mujeres son increíbles: oyen los cañonazos y lo primero que hacen es ir a la peluquería". A pesar de esto, están acordes en confesar que durante los últimos disturbios "mermó un poco".

FAPPYA en pie de guerra
Juan Carlos Altopiedi, presidente de FAPPYA (Federación Argentina de Patrones Peinadores y Afines) resumió para PRIMERA PLANA el plan de defensa de los profesionales que encabeza. "Hace como diez años que estamos trabajando en la reglamentación de las escuelas de peinadores". Se confía en que, al ponerla en práctica, se desmoronarán las academias de tres por cinco. "Hoy día, cualquiera que ponga un rulero y alborote el cabello cree que sabe peinar. Es un problema nacional para el peinador y debemos defendernos". Una comisión mixta (2 delegados de la Dirección de Enseñanza Técnica del Ministerio de Educación, 2 del Ministerio de Salud Pública y 2 de FAPPYA) elaboran el proyecto: La carrera durará tres años, con exámenes anuales. Habrá siete materias de cultura general además de la técnica. "Cuando el Poder Ejecutivo apruebe esta ley, durante tres años no habrá ningún peinador nuevo".
Hay un tema que desarruga el entrecejo de los más preocupados peinadores: la nueva línea de moda. Poco abultada, movimientos naturales, orejas descubiertas por lo general. Y por la noche, sofisticados rodetes y bucles postizos. El flequillo continúa a la orden del día. Y una noticia que causa efecto entre los hasta hoy consternados observadores masculinos: el spray en vías de extinción. Las pétreas armazones capilares han pasado de moda. Sólo se utiliza un spray liviano, que fija sin endurecer.
Página 23 - PRIMERA PLANA
16 de abril de 1963

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