Revista Siete Días Ilustrados
23.05.1967 |
El deporte nacional padece su paradoja: el mundo aún le reconoce una
plenitud de individuos hábiles y talentosos, pero lo acusa de ser
incapaz de poder ganar en equipo.
Es difícil encontrar un futbolista argentino que sinceramente haya
dicho: "Perdimos bien; ellos fueron mejores". En nuestro país,
cuando se gana, el mérito es propio. Cuando se pierde, la culpa la
tiene: el tiempo muy lluvioso o muy poco lluvioso, el público
favorable o contrario, el referí equivocado, la mala suerte, los
nervios.
Somos plañideros: somos perdedores. Los argentinos están
considerados como los mejores futbolistas del mundo, pero siempre
falta "algo" para lograr victorias concretas. Y no sólo en fútbol.
En boxeo, Eduardo Lausse, Nicolino Locche, Jorge Fernández, son
tradición: los "campeones sin corona". Los mejores púgiles en su
peso. Pero nunca llega el cetro. Hay árbitros traidores, hay
confabulaciones, hay mala suerte. En el automovilismo, todas las
admiraciones se retrotraen a la inalcanzable gloria de Fangio.
Somos mejores, pero todos nos ganan. Nuestra especialidad es la
exclusiva (Nota ¿habrán querido poner "excusa"?). Se nos conoce como
"los perdedores por vocación".
TODO LES DUELE
"Siempre llama la atención, claro: cada cinco minutos los argentinos
se tiran al suelo, se retuercen de dolor, vienen corriendo dos
masajistas como si fueran la ambulancia pedestre. Y uno se pregunta.
. . ¿Por qué los jugadores hacen eso, y después siguen jugando como
si nada?". Pepe Peña (José Gabriel González Peña, 43 años,
empresario, técnico y comentarista) tiene la respuesta: "Hacen todo
ese aspaviento porque después del partido los dirigentes le van a
decir, cómo te perdiste ese gol en el primer tiempo. Y el jugador
contestará que lo habían lesionado, que todos vieron cuando se caía
transido de dolor. Tiene su excusa lista. Se ha salvado. Que es eso
lo que los futbolistas profesionales buscan salvarse. Con ese
espíritu, evidentemente, no se le gana a nadie. Pero ellos no tienen
la culpa: vienen de un origen social terriblemente bajo, y la fama y
la fortuna los atropellan a los 20 años. Quedan deformados."
Ese profesional blando y a veces mezquino no es, pues, el culpable.
La raíz de nuestra leyenda de perdedores, que según Peña "ha nacido
en Latinoamérica para extenderse a todo el mundo", hay que buscarla
en motivaciones más profundas. Y en esa búsqueda, nuestra pregunta
("¿Somos todos perdedores?") ha encontrado las respuestas más
curiosas.
ESTAMOS MUY SOLOS
A los 30 años, Tito Lecture maneja el boxeo nacional: callado, un
poco apático, es el promotor del único estadio del mundo que realiza
dos reuniones semanales de boxeo: el Luna Park de Buenos Aires. "En
boxeo se sale a ganar —asegura Lecture— ... Lo que pasa es que no
estamos acostumbrados a la competencia internacional. No nos
interesó nunca. Recién hace unos años hemos aparecido en los
rankings y nos hemos integrado al mercado mundial. Somos el país más
poderoso después de EE. UU. Pero tenemos un solo campeón mundial, y
no nos dan peleas por el título. Es lógico: a los empresarios
norteamericanos, o europeos, les interesa que las coronas mundiales
queden allá, porque significan dólares. Por eso siempre andamos
quejándonos. Estamos pagando el aislamiento."
La falta de competencia internacional aparece así como una de las
razones básicas de nuestras flojas actuaciones "a la hora de la
verdad". Es una tesis que el legendario Juan Manuel Fangio,
convertido en próspero comerciante, intenta ratificar: "Habría que
competir más. Ahora es más complicado que en mis tiempos, es cierto,
pero no se puede ganar sin competir activamente. Por eso somos
perdedores. Hay muchos corredores en nuestro país. Pero pocos
ganadores. Y así ocurrirá hasta que podamos competir más seguido".
Juan Manuel Bordeu, un discípulo que debe soportar incómodas
comparaciones con Fangio, no se siente perdedor: "Es natural,
estamos totalmente aislados. Corremos poco a nivel mundial".
NOS FALTA MUSCULO
La década peronista, que significó la edad de oro para el
automovilismo
(Fangio y Froilán González) trajo para el fútbol un aislamiento
total. Al salir de esta etapa, Argentina concurrió con poquísima
fortuna a los mundiales de Suecia y Chile. Allí aprendió
dolorosamente que el jugador argentino es hábil pero carece de la
potencia física de los atletas europeos.
Este sonsonete se reitera en el boxeo, donde Héctor Méndez (promotor
rosarino, radicado en Nueva York, 46 años), nos acusa de débiles.
"El boxeador argentino es una farsa —exclama—. Por eso somos
perdedores, por eso no podemos competir. Tenemos hombres elegantes,
técnicos, pero no hacen más que resoplar, saltar y hacer fintas.
Viene un norteamericano mediocre y mata. ¿Por qué? Porque tiene un
físico trabajado al máximo. No regala ni un segundo. No descansa
durante la pelea: pega y pega."
¿Y LOS DIRIGENTES?
Hay otro acusado, quizá el gran responsable del miedo a la derrota:
el dirigente deportivo. Inflamado, Pepe Peña lanza su juicio: "Los
dirigentes argentinos, a nivel político, económico o deportivo, no
responden a su país. Se saben mediocres y efímeros. Lo único que les
preocupa es "quedar bien" en los demás países. Dejar el camino
sembrado de amistades. Hacer su círculo de relaciones públicas para
triunfar personalmente. Por eso ceden en todo. Y el que se perjudica
es el país. Cuando uno representa a su patria tiene que salir a cara
de perro. Enojado. Exigente. Es la única manera de no ser perdedor."
El más publicitado dirigente argentino es Alberto J. Armando,
presidente de Boca Juniors. "Al directivo le falta espíritu
empresario —dice—, que no significa negociante ni comercial.
Empresario organización, disciplina, oportunidad y responsabilidad.
Vocación creadora. Sin temor a la hinchada. Sin supeditarse al éxito
del momento. Hay que trabajar con grandeza, con futuro. Así, además
de capaces y merecedores del triunfo (que lo somos), seremos
ganadores en los hechos."
EN EL COLEGIO
El reverso de la medalla: Alberto Camardón, 35 años, entrenador de
Los Pumas argentinos que asombraron en Sudáfrica, la meca del rugby.
Ellos no fueron perdedores. "Porque no improvisamos —sostiene
Camardón—. Porque trabajamos durante ocho meses, en serio. Porque
son muchachos formados atléticamente y con espíritu de sportsmen.
Han hecho deporte toda su vida. No sólo rugby. Primero han aprendido
a competir. A saber perder. Se han unido en un grupo. Se han hecho
fuertes desde todo punto de vista. Después, han empezado a ganar. Yo
sostengo que a los argentinos nos falta fe ganadora porque no
tenemos educación deportiva en los colegios: entre los 10 y los 15
años se templa el cuerpo y el espíritu para competir. Ahí se hace el
ganador". A la edad en que el argentino aprende a fumar, en otros
países se forjan hombres profundamente sanos y fuertes.
Hay que notar que hemos tenido ganadores, pero siempre solitarios:
Accavallo, Osvaldo Suárez, Norma Baylon, Nicolao, Demiddi, el
capitán Muratorio y tantos otros. Individualmente, desde Firpo hasta
nuestros días, pasando por Fangio, numerosos deportistas argentinos
se han impuesto al mundo. La derrota sobreviene cuando interviene un
equipo: en el fútbol, en las Olimpíadas, en el basquetball. Es el
reflejo de nuestro individualismo.
"¿Sabe lo que enseña el deporte a un chico de 15 años? —remata
Camardón—. Primero: a formar equipo. A asociarse. A querer a su
compañero. A cooperar. Segundo: a saber perder. Ennoblece el
espíritu. Tercero: a ser fuerte y hábil físicamente. Por todo ello,
un país ganador necesita una juventud deportista."
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