PEREZ CELIS, FAMOSO PLASTICO ARGENTINO, 30 AÑOS, CASADO, DOS
HIJOS. VIVE EN LA BOCA, HACE 12 AÑOS QUE ESTA CASADO Y ES
FELIZ. COMENZO A TRABAJAR DE TORNERO; AHORA SUS CUADROS
LOS COMPRA HASTA EL MUSEO DE ARTE DE NUEVA YORK. ES TAMBIEN
GRABADOR, GRAFICO Y MURALISTA. HACE POCO DISEÑO PANTALONES
DE BAÑO. PESE A TANTAS FACETAS SE CONSIDERA UN HOMBRE
COHERENTE. CREE QUE LA ESENCIA DE SU TEMATICA SE HALLA "EN
LA COSA PRIMITIVA DE AMERICA".
Desde la calle lo
vimos aparecer entre las plantas del balcón, todo pelo y
bigotes. Trepamos la vieja escalera hasta el primer piso.
Pérez Celis nos sale a recibir con bermudas, sandalias y un
inesperado Bach de sonido metálico, grabado por
computadoras. —Perdonen que los hice venir tan temprano,
pero el partido no me lo pierdo ni muerto. Su casona es
de esas que todos los cuartos dan a un pasillo, en este caso
pintado de colorado. Hay un balcón que está por caerse en
cualquier momento y las paredes están repletas de cosas
hasta los altísimos techos. —Contrariamente a lo que la
gente puede pensar, yo vivo muy naturalmente. Hace doce años
que estoy casado. Creo en el trabajo y en el método. Como
dijo Leonardo: 1 por ciento de inspiración y 99 por ciento
de trabajo. Aparece Sara, su silenciosa y pequeña mujer.
Trae una bandeja con refrescos. —No tenemos nada
estipulado, ni para vivir ni para convivir. El país es
nuestro campo de batalla. —¿Sara también pinta? —No.
Sara no es artista. Es una compañera excelente y una gran
mujer. Es capaz de sobrellevar cualquier situación con mucha
entereza. Además, como dijo Bretón: "si todos somos
surrealistas, ¿quién va a repartir la leche?" A los doce
años Pérez Celis vivía en Liniers y aprendía dibujo de
historietas por correspondencia. Un día leyó: "El hombre
mediocre", de José Ingenieros, y "mandé todo al diablo y me
compré telas, caballete y pinturas". A los catorce años,
junto con algunos amigos, fundaron un club surrealista
destinado a condenar a la gente que "existe sin existir".
Revolucionó el barrio recorriendo las calles envuelto en una
sábana o pintando, en Carhué y Rivadavia, un cuadro
inexistente. Entre los manifiestos pop, las guardas
incaicas, los guacos peruanos, las fotos de los Beatles, un
poster de Raquel Welch y el retrato de Gardel, encontramos
un afiche que anuncia: LA PINTURA NO HA MUERTO. YO ESTOY
VIVO. PEREZ CELIS." Después de la enloquecedora serie de
experimentos en el Di Tella, hubo un gran grupo de artistas
que decidieron que ya no quedaba nada por hacer con los
pinceles. Celis saltó en defensa de la pintura con el mismo
fervor con que seguramente saltaría para defender a Boca de
un penal injusto. —Quienes necesitan matar algo para
subsistir se desarrollan como criminales. Hasta ahora habían
importado tendencias. Cuando éstas se acabaron, importaron
también la muerte. —Hay algunos, como De La Vega, Cancela
y Mesejean, que directamente dejaron de pintar. ¿Qué opina?
—Ellos por lo menos son honestos. Admiten que la pintura se
acabó, pero para ellos. "Parecería que algunas tendencias
contemporáneas —dice el critico argentino Guillermo Whitelow
en Art International— se sintieran a salvo de intermitentes
justificaciones y se permitieran planear por encima de los
vaivenes que sacuden a los demás movimientos, casi siempre
efímeros, necesitados de interpretaciones rejuvenecedoras.
Una de ellas es el surrealismo." Si bien Pérez Celis ya
no se encuadra dentro del surrealismo, cree que su tendencia
personal es también de las que duran. El surrealismo
explica su supervivencia afirmando que se trata ante todo
del triunfo de una idea. —Mi supervivencia se explicaría
por ser coherente, por ejemplo. Cuando yo me aburro de mi
cara, me la cambio. Mi pintura no. No es una carrera de cien
metros, sino una maratón de diez mil. —¿En qué medida lo
ha influenciado el arte geométrico? —Mucho. Yo partí de
las formas geométricas. Empecé a empastarlas hasta
convertirlas en signos y símbolos. —¿Cuál es su tema?
—Me interesa la cosa primitiva de América. Todo eso que ha
estado sepultado durante tanto tiempo. La última pintura mía
se basa en la Pampa. La Pampa, para mi, tiene un sentido
cósmico. —Usted define a su pintura como típicamente
argentina, como americana. . . —No es ni nacional ni
americana. Es una de las posibilidades de traducir en las
telas los elementos de este lugar del planeta. Hoy Pérez
Celis vive íntegramente de su pintura. Un cuadro suyo vale
entre cien y doscientos mil pesos. Los grabados y dibujos
entre treinta y cincuenta mil. —Cuando me casé —nos
cuenta— trabajaba en una fábrica, de tornero, y la pasábamos
económicamente muy mal. Estuvimos un año en el Uruguay,
donde nació nuestro primer hijo. Después volvimos. Seguimos
luchando hasta que en el 61 Guido Di Tella me dio una beca
para que pudiera pintar. Estaré eternamente agradecido. En
el 63 viajé al Perú. —¿Allí tomó contacto con el tema
incaico? —Bueno, cuando me encontré con las mastodónticas
ruinas, me sentí muy ligado con algunas cosas que ya había
realizado como muralista, por ejemplo. Fue una estupenda
sensación. —¿Por qué vive en Buenos Aires, y en la Boca?
—Me siento muy bien y muy identificado con la Boca. Me
gustan sus atardeceres y su gente. ¿Y Buenos Aires? Bueno. .
. Creo que uno debe vivir donde pueda desarrollarse y
aportar algo universal. Pero que en la misma medida sea muy
particular y muy auténtico. —Y los artistas que viven en
el extranjero, ¿no valen? —Un Cortázar no es ni universal
ni argentino. Aporta a una cultura que no le pertenece. Y no
se me acuse por esto de nacionalista. En el dormitorio tengo
un retrato de Sarmiento. —¿Entonces es antinacionalista?
—En fútbol soy de Boca. En la historia no tomo partidismos
de ese tipo. Ni por Rosas ni por Sarmiento. Más importante
que el país que recibimos es el que tenemos que dejar.
—¿Es cierto que si Boca sale campeón del mundo se afeitará
los bigotes? —Los bigotes y la barba. Todo. Pérez
Celis es pintor, grabador, muralista y gráfico. Ha obtenido
diversos premios y el Museo de Arte Moderno de Nueva York le
ha comprado cuadros. Hacía también tapices, ahora diseña
alfombras. Hace poco presentó una nada formal colección de
trajes de baño en la nada formal Galería del Este. —Es la
contribución del artista a la cosa cotidiana. También
diseñaría calzoncillos. Pérez Celis tiene cara de feliz.
Se lo preguntamos y ensaya una definición: "el éxito es
obtener lo que uno quiere. La felicidad es amar lo que uno
tiene". Desde sus telas, la semifiguración simbólica de
raíz indigenista y mítica, o la luminosa y abstracta
extensión en que convierte a la pampa, tienen mucho que
decirnos. Lo que en ese momento tiene que decirnos su
autor es: —"Perdonen, perdonen, pero tengo que llegar a
la cancha a tiempo." Sus bigotes se agitan como si
supieran el peligro que corren. Cuando nos vamos, una
inesperada música beat nos acompaña por la escalera.
Revista Gente y la Actualidad 01.01.1970
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