Revista Gente y la Actualidad
18.09.1969 |
NACIO EN LA PLATA HACE 76 AÑOS. EN EUROPA SU PINTURA SE
IMPUSO CON UN EXITO ASOMBROSO. HACE 15 AÑOS SE FUE A VIVIR A
PARIS POR RAZONES POLITICAS. MUY PRONTO PIENSA REGRESAR
DEFINITIVAMENTE A BUENOS AIRES O CHILE, DONDE TIENE AMIGOS.
SIGUE TAN VEHEMENTE COMO SIEMPRE Y SE NIEGA A HABLAR DE LOS
PINTORES ARGENTINOS: "NO LOS CONOZCO".
Cuando le preguntamos a Emilio Pettoruti si podíamos
levantar un poco la persiana para que entrara más luz
("usted, sabe, don Emilio, las fotos. . .") nos miró por
arriba de sus anteojitos de armazón de metal, y susurró:
—No, no. Yo vivo a oscuras. Se pinta mejor con poca luz. La
mucha luz, ¿me entiende?, destruye los colores.
Así es de terminante en sus contestaciones este venerable
patriarca de 76 años ("Tengo 76, no 78, como algunos
dijeron") que está sentado sobre una larga mesa cubierta de
catálogos y papeles ("Son cosas que traje para mis sobrinos.
Las coleccionan"), y que cuando alguien le pregunta algo que
le parece desacertado levanta de pronto la voz y gesticula:
"No me vengan a esta altura con esas cosas..."
Estábamos en un piso 13 de la calle Viamonte, el hogar
provisional de Pettoruti mientras permanezca en Buenos
Aires. Cuando usted, lector, esté leyendo esta nota él
estará ya en Chile, adonde va porque tiene muy buenos
amigos, porque puede vivir con gran tranquilidad, y porque
ésa es la patria de su esposa, la escritora María Rosa
González, muerta hace dos años en París.
Desde hace 15 años fijó su residencia en París. Allí es
conocido, respetado y valorado. Cuando se fue, París era el
centro mundial más importante en pintura. Ahora las cosas
han cambiado.
—Hace muchos años París era el lugar adonde llegaban los
mejores coleccionistas, los más importantes directores de
museos, donde ocurrían las mejores muestras. Sucedían cosas
que no pasaban en Roma, o en Nueva York, o en Buenos Aires.
—Hoy es distinto?
—Hoy las cosas han cambiado. Ahora se impone el acrílico...
—¿Y qué tiene usted contra el acrílico?
—Nada. Simplemente que pienso que no es pintura, aunque tal
vez le podamos llamar arte. Ellos hacen objetos, yo amo la
pintura. Toda mi vida trabajaré con paleta y pinceles, o sea
que haré la pintura de caballete.
Hace 45 años esa pintura de caballete de Pettoruti le valió
varias críticas y algunas bromas. Fue él el verdadero
revolucionario de la pintura argentina.
—En 1924, cuando todos hacían aquí un falso impresionismo,
ya empecé con otra cosa, que algunos llamaron cubismo, pero
que yo prefiero llamar simplemente Pettoruti.
—¿Esa pintura con que usted pensó se puede llamar pintura
abstracta?
—No. no. mil veces no. No se puede llamar ni cubismo, ni
futurismo, ni pintura abstracta. Es, simplemente, pintura
Pettoruti.
—Pero. .., ¿cómo hacemos para diferenciarla de la anterior
pintura Pettoruti?
—Simplemente, viéndola. Toda pintura puede ser más o menos
objetiva, pero al final es como la poesía. Lo que importa es
la calidad, y la calidad no se puede explicar. Aquel que
dice que puede explicarla es un charlatán.
—Entonces hay muchos charlatanes. ..
—Perfecto. Por eso hay tanto macaneador en el arte
abstracto.
De cualquier manera, discusión aparte (no se puede discutir
con Pettoruti, siempre se impone, aunque más no fuera por el
tono de voz), en 1924 él protagonizó la primera vanguardia
de la pintura argentina. Es el primer hito del siglo en ese
sentido. Si arte nuevo, no tuvo hasta entonces antecesores,
y creo que tampoco tuvo seguidores. Aunque a él le
desagrade, fue en 1924 cuando empezó esa tendencia suya
hacia el cubismo, esa forma nueva de plasmar realidades, que
aparentemente sólo él parecía entender.
—No, tampoco fue en 1924. Ya en 1914 yo hacía "eso" que se
llamó abstracto.
En uno de los rincones del cuarto donde estamos hablando con
Pettoruti hay dos retratos pintados por él. Uno es el de su
hermana Carola, la dueña de este departamento, que vive con
él en París desde que murió su esposa, y el otro es de su
mujer, que aún está inconcluso.
—¿Volvería a hacer este tipo de pintura?
—Yo puedo hacer esta pintura, que es figurativa, cuando
quiero. Pero no la siento. Por eso no la hago más.
Por momentos no podíamos reprimir una sonrisa ante las
salidas vehementes y cargadas de rebeldía de este anciano
que hoy, a los 76 años, confiesa que por fin se ha sosegado
un poco.
—Me imagino cómo sería cuando era joven. . .
—Es tal cual como se lo imagina. Mucho peor que ahora. Es
que me desagrada la estupidez en general.
—¿Esa vehemencia le trajo muchos enemigos?
—Me trajo muchos amigos y muchos enemigos. Generalmente los
tontos son mis enemigos.
A cada momento hay que aclararle que está en un reportaje,
que cada cosa que dice va a ser publicada. El parece darse
cuenta por primera vez que esto ocurre, y entonces se
sumerge en una nueva discusión, indignado porque aquí los
periodistas han inventado muchas cosas sobre él. Hay que
cortar de pronto su largo monólogo y hacerle una nueva
pregunta cualquiera.
—¿Cómo era usted cuando joven?
—Yo fui de los que no tenían ni para comer. Antes sí que
había una verdadera bohemia. Desde 1916 para adelante. Ahora
dicen ser bohemios, y aparecen de pronto largas melenas,
suciedad, quieren tener dos o tres mujeres, dos o tres
coches y pasarse todo el día en el café. Lo que más me
impresiona de todo esto es que, arriba, están llenos de
plata.
—Usted no se dejó la melena, pero se dejó la barba. ..
(Se lo digo tanto como para cortar su furia).
—Mi barba es muy reciente, y además es bien chica. Ningún
arte está reñido con la limpieza. Puede faltar plata para
comer, pero no para bañarse. El agua es gratis. Le voy a
contar una anécdota que me pasó hace poco. Una señora,
señalándome a un pintor con las manos impregnadas de
pintura, me dijo: "Es un excelente pintor". "No —le dije
yo—, es un sucio".
—Pettoruti, si tuviera suficiente dinero como para comprar
tres cuadros, o para recuperar alguno suyo, ¿cuáles serían?
—Compraría un Leonardo, un Velázquez y un Rembrandt.
—¿Ningún Pettoruti?
—Ya ni me acuerdo los cuadros que hice, y ni sé dónde están
ahora.
—¿Produjo mucho?
—Siempre he producido muy poco. Y fíjese que siempre ha
ocurrido así. Usted no va a contar más de cinco cuadros de
Leonardo. Cinco cuadros que sean realmente de él. ¡Y es
Leonardo! Cuando usted habla de Velázquez, pienso en "Las
Meninas", y sin embargo hizo varios. Siempre hay un momento
feliz en la vida de todo artista.
—¿El suyo cuándo fue?
—Algunos dicen que en mi todavía no se dio. Otros, que se
está dando en estos momentos.
—¿Cómo vamos a comprobar si se está dando en estos momentos?
—Muy pronto, en el mes de octubre, Rubbers va a exponer 12
telas chicas mías que hice últimamente en París. Entonces
todos podrán juzgar si estoy en el momento más feliz.
—¿Por qué siempre va en contra de los demás?
—No voy en contra de los demás, voy en contra de la moda. Y
es sin querer. La moda la sigue el que no tiene
personalidad. Yo creo tenerla; ¿a usted qué le parece?
¡Qué me parece! Vaya personalidad, diría yo. Está vestido
con chaleco, pantalones y saco de distintos colores, pero
todos muy oscuros. No fuma. "Nunca fumé. Somos 8 hermanos
varones y ninguno fuma". Apenas prueba un sorbo de whisky de
una botella que acaban de regalarle, y se resiste a cambiar
de posición para una nueva foto. A sus espaldas hay una tela
enorme, aún envuelta, que acaba de traer de París.
—¿Trabaja mucho allá en París?
—Trabajo mucho, todos los días, varías horas. Tengo que
sentirme bien para pintar, tengo que ambientarme. Ahora, por
ejemplo, cuando llegue, no podré ponerme a trabajar
nuevamente. Tengo que empezar a adaptarme de a poquito, y
esto me lleva como unos 15 días. Hay quien puede pintar en
seguida. Yo no puedo. Antes aprovechaba los viajes pira
hacer dibujos. Ahora ya ni eso.
—¿Cuántos cuadros suyos tiene?
—Sólo dos en mi estudio, y muy pequeños. No los vendería por
nada del mundo. Uno es de 1916, y el otro, más reciente.
—¿Los dos son abstractos?
Claro, no me contesta. Pero su gesto es tan expresivo como
si lo hiciera.
—¿Cuánto puede costar hoy un Pettoruti?
—El último que se vendió aquí en Buenos Aires, en Roldán,
salió 5 millones de pesos. Medía 1,15 x 0,80.
—¿Estos precios cambian en otras partes del mundo?
—Mis cuadros tienen el mismo precio en todos los países.
Otros tienen un precio para Turquía, otro para Nueva York y
otro para Buenos Aires. Yo no. Por eso algunos dicen que
aquí en Buenos Aires yo soy caro. En París o en Nueva York
resultan precios normales. Nuestra plata no vale mucho,
usted sabe...
Los Pettoruti han llegado a venderse en mucho más que 5
millones. Pero muchísimo más. Cuando se lo pregunto a don
Emilio, me dice muy secamente: "Ponga mucho más. Es todo".
—¿Usted estudió pintura?
—Jamás, por lo menos en una Academia. Aprendí mirando cosas.
Cuando llegué por primera vez a Florencia, en 1913, me
sorprendió la gran cantidad de academias de pintura.
—¿Y usted cómo fue a Florencia en esa época?
—Por una beca del gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Tenía sólo 20 años.
—¿Se presentó a un concurso?
—No, no, de ninguna manera. Conseguí la beca por medio del
profesor Rodolfo Sarrá, que en esa época era diputado
conservador. A mí me gustaban mucho sus discursos, y tomaba
apuntes. Le hice una caricatura que apareció en "La ciudad",
de La Plata. Cuando la vio, Sarrá preguntó quién la había
hecho, y así lo conocí. Me invitó a su casa y nos hicimos
muy amigos. Una noche que llegué a visitarlo, Sarrá estaba
sumergido en un inmenso libro de presupuesto de la
provincia. Sin mirarme, me preguntó si me gustaría ir a
Europa a perfeccionarme. Yo no tuve tiempo de contestarle,
porque en ese momento sonó el teléfono, y era el gobernador.
Sarrá había tramitado mucho antes mi beca. En el libro había
becarios con 100 pesos oro y con 150 pesos oro. "Si algunos
pueden vivir con 100 pesos, lo pueden hacer otros", me dijo.
Y fue así como pudo calzar mi beca. Rebajándole a los de 150
pesos.
—¿Cuándo duró esa beca?
—Tres años y medio.
—¿Trabajó mucho en ese tiempo, es decir, se sintió
inspirado?
—La inspiración es un cuento. ¡Qué sé yo si estoy inspirado
cuando creo! ¿Cómo podría saberlo? Es un estado de
inconsciencia total.
—Pettoruti, ¿tiene hijos?
—No. No tengo nada más que hermanos.
—¿Le hubiera gustado tenerlos?
—No. No hubiera sabido educarlos.
Hay un tema —entre muchos — que parece disgustar a Pettoruti:
el de los pintores argentinos. "No los conozco. Por eso no
puedo opinar". Uno le dice entonces cómo es posible que no
conozca ni a los argentinos que van a Europa, y él me
contesta que nadie en Europa conoce a los pintores
argentinos.
—¿No se conoce a ninguno?
—El único argentino que figura en los catálogos y en los
diccionarios soy yo. Ni siquiera un nombre suena allí
conocido. Eso es mérito, en parte, a los embajadores: No
todos, claro, pero el de París, por ejemplo, no sirve.
Alguien que está presente en la entrevista sugiere el nombre
de Seguí como un argentino conocido en París.
—A Seguí sólo se lo conoce por los asados de tira— responde
Pettoruti.
De cualquier manera, insisto, varias personas resultarían
incapaces de convencer a Pettoruti de lo contrario. El es
tan personal en sus opiniones, que a fuerza de serlo resulta
algo terco.
—¿Es cierto que usted dijo que a Romero Brest hay que
echarlo a patadas del Museo?
—No, no es cierto. Lo que dije es que creía que el director
del Museo, Romero Brest, no había hecho nada importante y
había que cambiarlo. Pero de ninguna manera echarlo a
patadas, no es ése mi lenguaje. De cualquier manera Romero
Brest, que se opone a la pintura de caballete, sigue
exponiendo obras de caballete. Yo no entiendo.
Salta, de pronto, el nombre de Gyula Kocise y sus
hidroesculturas. Pettoruti vuelve a reaccionar con
violencia.
—Hace muchos años, casi 10, Marta Boto empezó aquí con eso
del agua. Luego aparece ese Kocise y dice haberlo inventado.
El único invento es ése, el de haberse atribuido la idea.
—¿Por qué se fue a París hace 15 años?
—Porque mis mejores amigos estaban presos. Barletta y
Candiotti, por ejemplo Me fui más que nada por cuestiones
políticas. El peronismo, usted sabe... Me sacaron de
Director de la Escuela de Bellas Artes de La Plata.
Suena el timbre de calle, y Pettoruti se levanta a atender.
Es otro periodista, uno más, que aprovecha estos días en
Buenos Aires para hablar con el maestro. El maestro dirá,
quizá una vez más, que "No soy iracundo, soy vehemente. Hay
una gran diferencia".
Y también, posiblemente, explique con dulzura, quizá la
primera y única en el día, por qué regresó una vez más a
Buenos Aires.
—Necesitaba un poco de oxígeno. ¿Sabe? Y eso tampoco, como
la inspiración, se puede explicar. ..
RENEE SALLAS
Fotos: Osvaldo Fernández Burgos
Ir Arriba
|
|
|