El más controvertido bandoneón de la Argentina afronta un
riesgoso desafío: su "María de Buenos Aires", primera ópera
sobre música de tango, subirá en días a un escenario porteño
ante la expectativa de partidarios y detractores. La obra de
Piazzolla-Ferrer será animada por un calificado grupo de
músicos y artistas
"Nació un día que estaba borracho
Dios / Por eso en su voz dolían tres clavos zurdos / Nacía
con un insulto en la voz / Tres clavos chuecos un día que
estaba mufado Dios. Este difícil e intelectualizado
alumbramiento no es otro que el de María de Buenos Aires.
Se trata de una aventura operística del bandoneón más
discutido de la Argentina —Astor Piazzolla— y el historiador
y letrista de tango Horacio Ferrer, que en los primeros días
de mayo retumbará en la sala Planeta. De esta manera,
tanto los conservadores del malvón, el hollín y la puñalada
fatal, como los rebeldes constructores del tango nuevo, sin
"chan-chán" al final, tendrán oportunidad, una vez más, de
comprobar fehacientemente su capacidad crítica y boxística.
Porque Piazzolla suele inspirar sobre su numeroso público
una suerte de "amor enfermo": tanto sus amigos como sus
enemigos se ven forzados a asistir a cada nueva idea suya
con los oídos atentos y despiertos al más leve fraseo.
EL DEDO EN LA TECLA El controvertido Piazzolla
—muchos le endilgan ser intelectual— es más extraño de lo
que parece: a los 47 años confiesa haber leído sólo
partituras musicales y novelas de cowboy. Como buen hijo de
italianos —su familia se dedicaba a la pesca, en Mar del
Plata— posee una cualidad saliente: la de ser un obstinado
perfecto. "Para ser músico hay que sacrificar muchas cosas
—reflexiona—; yo iba a los ensayos del Colón por la mañana,
de tarde estudiaba y durante la noche tenía que trabajar. En
total, dormía dos horas diarias". Profesionalmente se
inició zapateando americano en un bar, durante algún tiempo.
Sus escapadas eran para estudiar, para empuñar su única
arma: en el bandoneón ensayaba los temas de jazz que hacían
furor en la época y que mantenían a la juventud magnetizada
por la figura de Glenn Miller o el clarinete de Benny
Goodman. Después, su larga carrera de "fracasos", su
deambular incesante por las grabadoras, sus tangos "raros",
los viajes a Estados Unidos y, por último, el de la entrada
triunfal en un Buenos Aires cansado de la música de siempre
y con urgente necesidad de estímulos renovadores. Son
diecinueve años de nuevos repertorios, estudios en París,
premios internacionales, becas, y ahora, una ópera, que
Astor Piazzolla denominó operita.
¡AL COLON, AL
COLON! "Disolví el quinteto para hacer esto; las críticas
llovieron de todos lados y divulgaron cualquier cosa de mí.
Como en los tangos, 'me llaman loco'. Pero no me interesa.
Yo no puedo quedarme. Necesito innovar permanentemente". En
un comienzo, todo el proyecto se remitía a una milonga
dividida en tres partes, que seria interpretada por "la
negra de oro", eufemismo que, para muchos, traduce las dotes
de la ex vedette Egle Martin. Pero algunos problemas
privados de la intérprete —pulcramente ventilados en los
corrillos teatrales— cambiaron el curso de los
acontecimientos. Ahora, la operita consta de dos actos y
dieciocho cuadros; su papel central estará cubierto por la
folklorista Amelita Baltar, acompañada por el cantor y
recitante Héctor De Rosa (vocalista, durante tres años, del
quinteto de Piazzolla). "A mí me entusiasmó mucho la
historia —confiesa el libretista Ferrer—. Tanto, que me
ofrecieron dirigir el teatro uruguayo del Sodre y decliné la
propuesta. También dejé mi puesto de periodista en El País,
de Montevideo. Si Astor se jugaba, yo debía jugarme en igual
medida. Por eso, este trabajo es para mí un verdadero
privilegio: escribí sobre la música de un maestro". Toda
la ópera se pensó en tres meses y, aunque en algunas
ocasiones fue desvirtuada, es la historia de una muchacha
porteña con ambición de ser mujer, los pasos que debe dar
para llegar a serlo, las caídas que el medio ambiente le va
proponiendo en cada esquina y que ella no sabe cómo evitar,
y el dejo final y empecinado de creer, candorosamente, en la
salvación de las cosas. Los temas instrumentales son cinco,
los demás son cantados o recitados, según la ocasión. Un
infaltable cuadro con psicoanalistas se desarrolla al ritmo
efe un vals, una milonga, un tango y una polka. Los
obstinados taconeos, el ritmo creciente, el brillo lujurioso
de un Buenos Aires 1968, constituyen la esencia de esta
ópera tanguera. "Cuando escuché el poema, casi me caigo
redondo al suelo —enfatiza Piazzolla—. Nunca imaginé que un
historiador del tango pudiera tener también tanta fuerza en
su poesía. Pero por algo lo elegí a Ferrer... Mi intuición
no me defrauda nunca". La feliz conjunción promete un seguro
éxito a la pieza. Por otra parte, el concurso de músicos de
primera línea le otorga a la obra visos de indiscutible
seriedad: Jaime Gossis, piano; Antonio Agri y Hugo Baralis,
violín; Quicho Díaz, contrabajo; Cacho Tirao, guitarra
eléctrica; Antonio Bissio, vibrafón y xilofón; Arturo
Schneider, flauta; José Correales, percusión; Mario Lalli,
viola; Víctor Pontino, cello. Los duendes, la sombra de
María, las bocas de tormenta, el ladrón del tiempo mayor,
son algunos de los pasos rítmicos de esta ópera "pagana"
-—es la primera vez que alguien crea una ópera con música de
tango— que inundarán la sala Planeta, para satisfacción o
descrédito de ese público que cuando le nombran a Piazzolla
(Astorpia, para los amigos), Prepara el oído. Revista
Siete Días Ilustrados 23.04.1968
Ir Arriba
|
|
|