Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


POLEMICA EN EL BAR
EL RINCON DE LOS REZONGOS

Revista Siete Días Ilustrados
13.02.1968

Polémica en el bar
Muchas de las discusiones terminan en una gran gresca, con más poses que violencia

La porteñísima costumbre de reunirse en el café de la esquina para intercambiar cuitas y pareceres es disecada en un exitoso sketch de la T. V.

El sketch fue un éxito desde su primera emisión, hace casi dos años y medio, incluido en un programa cómico de alta audiencia: Operación Ja-Ja. Los hermanos Sofovich —Gerardo, cara de nene pícaro, y Hugo, cara de nene bueno— tratan de explicar su clave: "Son temas de la vida real y la actualidad, temas que interesan a todos y sobre los que todos hablan cada día. Además, los personajes son tipos característicos de nuestra ciudad, y aún tipos nacionales, de todo el país..."
Una comicidad basada en lo cotidiano. Evidentemente, una fórmula que rinde. Pero los Sofovich parecen de pronto como los aprendices de brujo que desencadenan un fenómeno mágico sin conocer muy bien sus razones. Porque el impacto de "Polémica en el bar" los supera un poco a ellos, a los actores y también a los que están del otro lado de la pantalla, tal vez en un bar. Los supera a todos en la medida que es una expresión fiel de cierto sector, de cierto aspecto de la vida porteña, de una modalidad que perdura, que brota con sorprendente espontaneidad.
La acción se desarrolla en torno de una pequeña mesa de un bar de barrio, donde algunas tazas de café significan la única consumición de la noche. Los cinco personajes hablan, discuten, se enojan, se aguantan. Son cómplices en este oficio de "seguir tirando" que une a todos los habitantes de una ciudad —o de un país—, donde queda mucho por hacer, al que los economistas y sociólogos califican de subdesarrollado o en desarrollo —según sus teorías y su grado de "muta"— y en el que todos sus problemas se
viven a nivel personal como frustración, imposibilidad.
El café fue siempre el refugio para los sueños o el aburrimiento de los hombres de las clases medias para abajo. El lugar donde se lamentan e intercambian rezongos. Donde están solos en grupo. Y los cinco personajes de "Polémica en el bar" son cinco de ésos. Cinco cualquiera... El mérito de los Sofovich está en haber organizado la espontánea expresión de esa realidad y haber encontrado a cinco actores muy adecuados para la tarea. Y el programa llega a todos, porque para vivir la angustia de un país en el que hay mucho por hacer no hace falta ir a un bar. Los personajes prototípicos y caricaturescos que se pueden encontrar en un bar —no sólo en el programa de los Sofovich— también expresan algo que en cierta medida es común a todos. También para los que no sólo sueñan, sino que tratan de hacer algo...

LA "COMMEDIA DEL... BAR"
Gerardo Sofovich, productor y autor del programa junto con su hermano, pero además responsable de la puesta en escena, explica el mecanismo del sketch. No tiene libreto. Sólo se elige un tema para cada emisión y sobre él se trabaja en los ensayos, libremente, con improvisación. .. "Es como en la tradicional 'commedia dell'arte' italiano, —dice —: hay personajes definidos y una simple guía temática. Después, creamos todos, yo y los actores, hasta obtener en los ensayos una serie de gags, conceptos básicos y frases, que serán el esquema sobre el que se desarrollará la escena definitiva, ya frente a las cámaras. Gestos y palabras surgirán en ese momento, casi espontáneamente y siempre distintos".
"Polémica en el bar" fue el primer programa televisivo en el que se trabajó con esta técnica. Una innovación y algo muy importante, fructífero y difícil. Se necesita una total compenetración con los papeles de cada uno y con el clima del "bar". En cuanto a los personajes, Gerardo los define así: "Rodolfo Crespi encarna al típico hombre de clase media con pretensiones burguesas y hasta aristocráticas. Su ideal es el ejecutivo. Carlos Alberto Carella es el intelectual semiinconformista, izquierdista pero no mucho, al tanto de los best-sellers. Jorge Porcel, un gordo desmesurado, es bohemio, alocado y optimista. Piensa siempre en la "farra", las mujeres, etcétera. Juan Carlos Altavista, un excelente actor, encarna al muchacho de barrio simple, torpe, ignorante, que no tuvo muchas oportunidades en su vida. Alberto Irízar, por último, es el reflejo de la corriente inmigratoria que refugia su frustración en la nostalgia. Vive a 'lo español', pero tal como se vive a 'lo español' en Buenos Aires".
Todos reunidos en el bar de su barrio, enfrentan noche a noche sus distintas perspectivas, sus esperanzas, sus fracasos. Se dicen palabras duras, de algún modo se quieren. A veces se pelean con furia. En definitiva, están todos en lo mismo.

INTERPRETES DE SI MISMOS
Y algo curioso, o sintomático. En la vida real, cada uno de ellos tiene una personalidad emparentada con su personaje. Minutos antes de comenzar una grabación, por ejemplo, se lo pudo ver a Crespi hablando de lo bueno que es viajar a Santa Fe en un tren con aire acondicionado, baño y toilette, "comodidades que uno no encuentra en un avión, por ejemplo..." Y anda en negocios, en compras ventajosas de terrenos. Carella es el intelectual del grupo, se codea con el "clan" Stivel, lee... Porcel, a pesar de que se queja de tener que trabajar 16 horas diarias, es un hombre de la noche, un bohemio. Altavista es un muchacho simple, sincero, sin vueltas, e Irízar, el "yoyega", llegó aún más lejos: los actores de Operación Ja-Ja realizan sus ensayos, desde hace cuatro años, en el Centro Región Leonesa, y él intimó con los socios de la entidad, concurrió asiduamente a jugar al tuta cabrero y terminó por integrar la comisión directiva.

HIJOS DE LA REALIDAD
Todos ellos coinciden en afirmar enfáticamente: "Nosotros representamos una realidad que existe. Nuestra discusión semanal frente a las cámaras se repite todas las noches en cientos de bares de la ciudad". Y representan más, porque también representan un estado de ánimo: el de ellos, el de los Sofovich, el de millones de argentinos. Con las limitaciones debidas. La política sólo se roza en sus discusiones y todo queda a un nivel superficial de descontento o afirmaciones arbitrarias. Las imágenes que cada uno propone como ideales son inconsistentes e irrealizables. No están conformes pero tampoco saben qué hacer.
En esa situación, tal como sucede en la realidad, surgen frases agudas, pequeños milagros de creación poética, de ironía, junto a los más consabidos lugares comunes. Son y resisten, simbolizan. Dan lugar a una comicidad perdonadora, simpática. Aun después de la más enconada disputa, vuelven a sentarse juntos y reinician el ciclo de los temas perpetuos. Nunca llegan a la sátira destructora, pero que podría originar luego un proceso de reconstrucción, mejor dicho, de construcción de una realidad distinta. Allí está su límite, un límite, por supuesto, que no sólo es de ellos. Porque: ¿se podría hacer un programa en el que, en lugar de aspirantes, dialogaran un burgués, un izquierdista, un play-boy, un comerciante español y un obrero, seriamente plantados en lo suyo? Lo difícil sería conseguir que fuera cómico.

 

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Polémica en el bar
Aprovechando una pausa de la grabación en tape, los cinco protagonistas dan un paseo
Polémica en el bar
Los actores, reunidos en el bar de Roberto, en la esquina de Canal 11