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crónicas del siglo pasado

 


Política Nacional
Balance de la crisis: La unidad del Ejército consolidó la legalidad
Revista Primera Plana
11.12.1962

Ya concluida la crisis de la semana última, en la tarde del viernes, el comandante en jefe del Ejército, general Onganía, dirigiéndose a la Brigada Especial que debía participar en la lucha del Caribe, en caso de un ataque comunista, señaló una vez más el papel de su arma: "Luchar contra todos los sistemas y estructuras totalitarias y llegar al reencuentro nacional por vía de la plena vigencia de las instituciones republicanas, sobre la base del absoluto acatamiento a la ley, el orden y el respeto a la libertad".
Quizás esta afirmación, más que el nombramiento del doctor Eustaquio Méndez Delfino para el cargo de ministro de Economía, fue el hecho que cerró el ciclo iniciado no con la renuncia del ingeniero Alsogaray, pero sí con la negativa del contraalmirante Kolungia a designar al capitán Noriega para el cargo de comandante de la aviación naval.
La casual simultaneidad de la renuncia del ingeniero Alsogaray con la crisis en la Marina de Guerra, confundieron en gran parte el carácter de los acontecimientos vividos en los últimos días. La ola de versiones desatada por expertos en acción psicológica, hizo, evidentemente, el resto.

La demolición
Un oficial del Ejército comentó del siguiente modo el proceso vivido por
el contralmirante Kolungia al frente de la Marina: "Se dejó demoler, igual que el general Loza cuando fue secretario de Guerra. No liquidó de entrada a sus opositores. El tiempo hizo el resto". Es probable que el símil sea correcto, pero la situación era distinta: la mayoría de los mandos del Ejército coincidía en su momento con la conducción del general Loza; pero la mayoría de los mandos de Marina no coincidía con la conducción del contralmirante Kolungia. Fue este hecho, en definitiva, el que tarde o temprano debía marcar su destino en momentos que las tres armas buscan su cohesión interna.
Pero la renuncia del secretario de Marina debía desencadenar otras situaciones. Con excepción de Ejército, cuya inesperada y sorprendente unidad en torno al secretario de Guerra y al comandante en jefe impuso una salida pacífica a la crisis vivida, en las otras dos armas se reinició el debate sobre el plan político y la necesidad o no de mantener al presidente Guido. Cualesquiera sean las aclaraciones que ahora se formulen desde las esferas oficiales, lo cierto es que el mismo presidente Guido, en su primera reunión con los mandos, señaló enfáticamente que mientras se discutía si derrocarlo o no, era imposible para él intentar encontrar una salida a la asfixiante situación económica y a la difícil situación política.
Las reuniones de los comandantes de las tres armas, una vez en el edificio de la Secretaría de Marina y otra en la Secretaría de Aeronáutica, destinadas a intercambiar opiniones sobre los acontecimientos políticos y económicos, hubieran podido derivar en cualquier agravación de la situación, de no mediar la posición categórica del general Onganía en defensa de una salida electoral dentro del cuadro del plan político ya aprobado y elaborado en común por las tres armas a través de sus representantes: el comodoro Rainelli, el capitán de navío (R) Rawson y el coronel Aguirre. La posterior declaración de la Secretaría de Guerra y dos radiogramas del general Onganía a sus tropas fueron la reafirmación del comunicado 150, y, evidentemente, jugaron el misino papel: clarificaron la disposición del Ejército a defender la salida electoral.
Precisamente, esas declaraciones hicieron innecesaria la tercera reunión de los comandantes en jefe de las tres armas, que debía realizarse esta vez, en la Secretaría de Guerra. Las cosas estaban demasiado claras. Una reunión de camaradería, en Campo de Mayo, entre oficiales de Ejército y Aeronáutica, terminó de aclararlas. La culminación de esta etapa de la crisis fueron las declaraciones categóricas del brigadier Cavo Alsina, desmintiendo informaciones que colocaban a su arma o a su persona en una actitud subversiva.

Secretario de Marina
A mediados de la semana, la ola de rumores alcanzaba niveles insospechados. Incluso en las reuniones del consejo de almirantes se pensó, en determinado momento, que existían divergencias entre los generales Rattenbach y Onganía. Este, en verdad, fue el menor de los rumores. Durante toda la semana, el ministro de Interior se vio obligado diariamente a desmentir su tantas veces anunciada renuncia. Los dirigentes políticos se mantuvieron en vela durante varios días, viendo surgir por todos lados triunviratos militares en reemplazo del presidente Guido, si bien la principal víctima de esta ofensiva de los grupos de acción psicológica fue el
arma aérea, que, sin embargo, demostraba luego, categóricamente, que seguía en la misma posición señalada en una de las órdenes dadas por su comandante en jefe, el brigadier Cayo Alsina, durante los acontecimientos de setiembre último.
Dentro de este clima, la designación del nuevo secretario de Marina se hacía sumamente difícil. Mientras los sectores orientados en la misma línea que el contralmirante Kolungia hubieran deseado a alguien dentro de esa orientación —circuló por un momento el nombre del almirante Robbio —los sectores ubicados en el extremo opuesto indicaban los nombres de los almirantes Rial y Moritán Colman. El consejo de almirantes prefirió integrar una terna, de la cual surgió el nombre del vicealmirante Garzoni. Se cumplió así una etapa rodeada del mayor hermetismo, pero de suma nerviosidad, y, aparentemente, se prefería tomar un término medio y moderado.
El ex secretario de Marina, contralmirante Estévez, apasionado defensor del presidente Frondizi, expresó a un oficial de Ejército que el vicealmirante Garzoni era probablemente el oficial más capaz e inteligente con que contaba la Marina de Guerra, si bien no coincidía con sus ideas. Agregó, además, que si el nuevo secretario de Marina había prometido defender la legalidad y permitir la culminación del proceso electoral, podía descontarse que así lo haría: jamás había dejado de cumplir con su palabra empeñada.
Quizá convenga, a título ilustrativo, consignar una versión. En la reunión mantenida por el vicealmirante Garzoni con el presidente Guido, el jefe de Estado inquirió sobre la posición del nuevo secretario respecto dé la salida electoral y de las presiones golpistas que ejercían aún algunos sectores. Aparentemente, la respuesta fue totalmente satisfactoria. Tan satisfactoria, que llenó de entusiasmo al presidente Guido, quien transmitió ese entusiasmo al ministro Martínez, quien comunicó su entusiasmo al teniente general Rattenbach..., el cual, a su vez, emocionado, visitó al vicealmirante Garzoni. El diálogo de los dos secretarios no fue registrado.

La crisis menor
Cosa curiosa, a esta altura de los acontecimientos la designación del nuevo ministro de Economía ya parecía un hecho menor. El país había pasado por los peores momentos.
Las primeras críticas a la conducción económica del ingeniero Alsogaray, durante los días posteriores a las luchas entre azules y colorados, partieron de la Aeronáutica. Fue en esta arma donde hubo una mayor sensibilidad ante la crisis social. Las relaciones de oficiales de Aeronáutica con dirigentes gremiales no son de desestimar en este hecho. Pero, acuciados por encontrar una salida política (confección del Estatuto y preparación de la convocatoria), las otras dos armas postergaron el problema, basándose además en una promesa del ingeniero Alsogaray de tener resueltos para el 15 de noviembre gran parte de los problemas acuciantes.
Debía corresponder al secretario de Guerra, sin embargo, tomar la decisión final en el problema. Hasta último momento, el ingeniero Alsogaray podía haberse salvado. Se esperaban de él dos cosas: 1) que tomara algunas medidas mínimas para aliviar la situación, dentro de un plan de corto alcance que permitiera llegar en condiciones más fáciles a las elecciones; 2) que dejara de lado parte de la agresividad que lo caracterizaba, en sus relaciones con los gremios y las entidades empresarias.
Cuando se tuvo la convicción de que las dos cosas eran imposibles, su suerte estuvo sellada. La elección del nuevo ministro de Economía registró muchos menos inconvenientes de lo que se supuso. Varias veces desistió de aceptar el cargo el doctor Krieger Vasena. Algunos voceros explican esta actitud señalando su interés en trabajar por la candidatura del general Aramburu. Ante esta negativa, la designación del doctor Méndez Delfino era un hecho. En ningún momento hubo otro candidato serio, si bien oficiales de las Fuerzas Armadas trabajaron intensamente en el problema, consultando a numerosos expertos, entre quienes estuvo incluso el doctor Gómez Morales, ex ministro de Perón, y trayendo a colación ciertos planes, incluso uno del general Martijena, presentado por oficiales de la Marina.
Uno de los hombres más salvables del gabinete económico-social, parecía, en cierto momento, el doctor Galileo Puente. Una frase del secretario de Guerra resultó lapidaria: "Fue funcionario gremial peronista. Tiene hacia los sindicatos la agresividad de los conversos".
Al cierre de esta edición, ya existían algunos elementos de juicio sobre la política que seguiría el doctor Méndez Delfino:
• No habrá control de cambios.
• Una emisión controlada, a través de mecanismos aún no estudiados.
• Reducción drástica de las importaciones. Mucho más drástica de lo que los antecedentes del nuevo ministro de Economía podrían hacer sospechar.
• Batalla frontal contra el contrabando, y reforma del Código Penal para que el castigo de los culpables sea "terrible", según la definición de un funcionario.
Pero, al mismo tiempo, al comienzo de la presente semana había otros elementos de juicio que deben ser señalados:
• La cohesión del Ejército y la capacidad de iniciativa del general Onganía.
• El nuevo entendimiento logrado en los últimos días entre Ejército y Aeronáutica.
• La tarea iniciada por el vicealmirante Garzoni en la Marina de Guerra, única arma que experimente una crisis después de los acontecimientos de setiembre.

 

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