Roberto Cossa: "La nueva etapa de la guerra" Volver al índice
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A partir del pronunciamiento popular del 11 de marzo, y ya en los umbrales del próximo gobierno peronista, los diferentes sectores de opinión parecen haber concentrado sus esfuerzos en la elaboración de complejas hipótesis, especulaciones y pronósticos en torno al proceso político que se avecina. Como no podía ser de otra manera, los escritores —sin duda uno de los grupos más influyentes dentro del amplio espectro de la intelectualidad argentina— participan de esa polémica. Con la sección Testimonios, Siete Días aporta un eficaz instrumento para que los profesionales más representativos de ese medio puedan hacer públicas sus opiniones acerca de tan discutido fenómeno.
En esta ocasión la oportunidad correspondió al dramaturgo Roberto Cossa (38, un hijo), el celebrado autor de Nuestro fin de semana (1964), Los días de Julián Bisbal (1966), La pata de la sota (1967) y El avión negro (1970), esta última en colaboración con Carlos Somigliana, Germán Rozenmacher y Ricardo Talesnik. Escritor y periodista, a lo largo del reportaje Cossa se reveló como un lúcido observador de la realidad política nacional y evidenció una sólida coherencia. A continuación se trascribe textualmente el diálogo que sostuvieron Roberto Cossa y Daniel Pliner, redactor de Siete Días.


—¿Podría intentar una caracterización del proceso que culminó con el pronunciamiento popular del 11 de marzo?
—Las elecciones fueron, básicamente, la culminación de un largo proceso de luchas populares. En 1966 se instaló en el país una dictadura militar con un doble proyecto: de permanencia, desde el punto de vista político, y de entrega de las riquezas básicas del país, desde el punto de vista económico; en suma, un proyecto de enriquecimiento de las clases dirigentes, fundado en la explotación del pueblo trabajador. Esto desencadena, a manera de reacción, una serie de luchas populares, algunas mayoritarias, como el Cordobazo; otras minoritarias, como la guerrilla, que obligaron finalmente a elegir el camino de las elecciones.
—¿Cómo fueron, desde su punto de vista, esas elecciones?
—Elecciones condicionadas. Una trampa que, obviamente, comienza desde el momento en que Perón no puede ser candidato, siendo el líder natural de lo que, tal como se demostró posteriormente, es la mayoría del país. A través de la «doble vuelta» y el entorpecimiento del proceso electoral, se intenta lograr un gobierno continuista o, por lo menos, un gobierno civil presionado por la cúpula militar, que es la que, en definitiva, expresa los intereses de la clase dirigente. Claro que el resultado de las elecciones da por tierra con tales planes y crea una novedosa situación que no estaba prevista: un gobierno electoralmente mayoritario.
—¿Por qué, si a su entender fracasaron, las Fuerzas Armadas entregan el poder?
—Porque han quedado muy aisladas y no tienen otro remedio; porque no entregarlo significaría sumir al país en estado de guerra civil. Más bien, tiendo a pensar que tratarán de condicionar al nuevo gobierno todo lo que puedan.
—¿Usted votó por el Frejuli?
—Sí. En realidad yo tenía dos caminos ante las elecciones: podía votar por sectores mayoritarios que me expresan mejor políticamente, y diluir de esta forma mi voto en una izquierda que se ha evidenciado inocua y que en la práctica no expresa a la clase trabajadora; o bien podía votar por un proceso de cambio cuya necesidad fue mayoritariamente expresada en el peronismo. Opté por esto último. No se me escapa por eso que el Frejuli conforma un movimiento heterogéneo, donde coinciden sectores populares con sectores enemigos del pueblo. Pero era, a la vez, el instrumento del cambio, el medio (tal como quedó demostrado) de derrotar en la cúpula dirigente. Insisto en que no me siento totalmente expresado por el Frente, pero creo que dentro de él están creciendo, cada día más, las fuerzas que propugnan cambios revolucionarios.
—¿Cuál de las tendencias que nuclea el Frejuli lo representa más cabalmente?
—La tendencia revolucionaria de la juventud.
—¿Por ejemplo, la tendencia Galimberti?
—Yo no haría cuestión de personas. Confío mucho en las bases de esa juventud revolucionaria, que son las que realmente expresan con sus acciones, sus declaraciones, sus estribillos...
—Hice la pregunta porque Galimberti aparecía como uno de los dirigentes más radicalizados del peronismo y su alejamiento podría significar una frustración para quienes alimentan esperanzas de cambios revolucionarios.
—Creo que el alejamiento de Galimberti es el primer síntoma de la división interna que existe en el peronismo. No es más que el anticipo de una cosa que habrá de producirse irremediablemente: la división del peronismo. No hay movimiento, por mucha que sea la habilidad y el talento político de Perón, que permita coexistir en un mismo frente a Rucci y la juventud, a Ongaro, Frondizi y Ortega Peña. Si ese sentido, lo de Galimberti es un síntoma, pero un síntoma que debe tomarse con pinzas, que no puede interpretarse, apresuradamente, como una derrota del sector combativo. Hay que tener en cuenta que las declaraciones de Galimberti fueren realmente imprudentes.

DESILUSION Y FISURAS
—Usted es un hombre de extracción de izquierda y, como tal, su formación política le ha señalado que la revolución pasa por la lucha de clases. Sin embargo, el 11 de marzo votó por una coalición policlasista. ¿Cómo se explica?
—Sigo creyendo en la lucha de clases. No hay que olvidar que el Frejuli no es más que un conglomerado provisorio creado para una coyuntura electoral. Creo que la ideología de Perón pasa por la conciliación de clases; pero creo también que existe una realidad política que no puede desconocerse: el peronismo es la mayoría del país, expresa a la clase obrera, y en los últimos años ha ido tomando mayores contenidos revolucionarios; incluso, hay sectores dentro del movimiento que cuestionan el policlasismo y plantean un proyecto de poder revolucionario.
—En suma, ¿apostó al triunfo de los sectores más radicalizados dentro de la lucha interna que habrá de librar el peronismo?
—Sí, o a que el peronismo asuma su condición de movimiento revolucionario, ya porque los sectores revolucionarios sean mayoría, ya porque el ejercicio del gobierno determine que el pueblo trabajador tome conciencia de que el único camino hacia la revolución es la lucha de clases.
—Pero usted afirma que Perón, el líder indiscutido, está por la conciliación de clases...
—Perón es un político pragmático, con una gran sensibilidad para captar las constantes populares: e incluso pienso que se ha radicalizado mucho en los últimos años. Pero aquí no es cuestión de Perón o de Cámpora, el proceso pasa por otro lado: por esta nueva fase de la guerra que vive el país desde 1955; una guerra con muertos y luchas permanentes. El 25 de mayo se abre una nueva etapa de esa querrá.
—¿Cuáles serán a su inicio los primeros problemas que deberá enfrentar el gobierno peronista?
—En el orden interno, los primeros problemas van a ser las desilusiones y los enfrentamientos que provocará el acceso al poder de los distintos sectores que integran el Frente. Es indudable que la distribución de los cargos habrá de crear roces.
—¿Qué sector considera que saldrá ganancioso de esa lucha?
—Pienso que se tratará de formar un gobierno lo más representativo posible: la táctica de Perón en este momento consiste en ampliar sus bases civiles.
—Pasando a otro tema, ¿a qué atribuye el tránsito de los intelectuales argentinos desde la izquierda hacia el peronismo?
—Fundamentalmente, al fracaso de la izquierda en su afán por liderar el proceso de cambio. La disyuntiva era permanecer enmarcados en esquemas propios de grupos minoritarios aislados de las masas, o sumarse a ese movimiento masivo que es el peronismo, aportando una visión diferente de la que siempre tuvieron sus dirigentes.
—¿Hasta qué punto ese tránsito no obedece a que los intelectuales vieron en el peronismo una opción de poder que la izquierda no ofrecía?
—Eso es enteramente cierto. Además, el peronismo significaba el tránsito al poder por la vía pacífica. La guerrilla, por ejemplo, ofrecía a los intelectuales una opción: tomar una ametralladora y salir a la calle o quedarse en su casa. En ese sentido, la variante peronista es una especie de salida aleatoria por una vía pacífica.
—¿Cuál es el compromiso que deberán asumir los intelectuales en este proceso?
—El papel de todo intelectual, en este momento, es buscar un puesto de lucha en el proceso. Se abre una etapa muy dura, muy confusa, pero inevitablemente decisiva: se abre la posibilidad de un proceso de cambio real.
—¿Cómo se da esa lucha en el caso de un escritor teatral?
—Pretender quedarse en el ámbito del propio trabajo es limitarse, independientemente de que un intelectual que hace obras de teatro pueda decir más cosas que un intelectual que se dedica a la numismática. Hay que introducirse en el hecho político directamente. Si no, corremos el riesgo de aislarnos, de caer en el error de suponer que mediante una obra estética, una novela, una pieza teatral o una revista literaria, podemos gravitar en el proceso. De pronto, detrás de una crítica aparentemente justa, se puede estar sirviendo a la reacción.
—¿De modo que escribir obras de teatro no sirve para nada?
—Sirve, siempre y cuando se haga desde la inserción de la actividad política, la obra de teatro yo la veo como la consecuencia de una militancia, de un trabajo, de una acción ligada a esta nueva lucha que ahora se abre. Habrá grupos políticos afines al gobierno, y es ahí donde habrá que trabajar para ayudar a que se produzca el cambio. Hasta hoy el teatro político era, fundamentalmente, de denuncia: una acción combativa frente a un régimen claramente impopular. Eso tendrá que cambiar, desde el momento en que existe un régimen popular; algo que abrirá perspectivas absolutamente desconocidas.
—¿Eso significa que se abandonará la actitud crítica?
—Depende de qué tipo de gobierno haga el peronismo. Pero hay algo que considero mucho más importante que hacer un teatro de crítica o de apoyo, y es que en el país se va a abrir un gran debate cultural. Porque es evidente que el peronismo (aunque es innegable que expresa una línea nacional) no tiene claramente definida su doctrina cultural. En ese debate que, obviamente, será más que nada político e ideológico, es donde deberán participar activamente los intelectuales.

LA AMERICA QUE VENDRA
—Pasemos a otra cuestión fundamental: ¿cuál es el modelo de país al que usted aspira?
—Yo aspiro, fundamentalmente, a un país socialista, a un país en el que la clase obrera tenga el control del proceso; aspiro a un país donde no haya patrones. Quiero un país, por supuesto, soberano e independiente, donde el hombre pueda llegar a realizarse plenamente; cosa que es imposible en una sociedad donde existan las clases sociales: donde existan obreros que trabajan y sectores que viven de ese trabajo.
—¿Existe algún país en el mundo que se acerque a ese modelo que usted propone para la Argentina?
—Creo que, aunque con sus características individuales y sus diferencias, Cuba es un país que se acerca a eso. Hablo de Cuba porque es un país latinoamericano y, además, porque lo conozco. Es el único lugar donde yo he visto, de alguna manera, el ejercicio del poder popular y una verdadera libertad: una sociedad en la que el hombre tiene sus mayores posibilidades de realización y donde existen formas de que el pueblo controle al gobierno.
—A su entender, ¿existe Latinoamérica como una unidad diferenciada con características propias y comunes a todos los países que la integran?
—Pienso que sí.
—¿Cuáles son esas características comunes?
—La primera es la existencia de un enemigo común, lo cual determina un mismo proyecto político inicial para todos los países. Evidentemente, se trata de realidades sociales distintas, de procesos económicos diferentes: no se pueden comparar las condiciones de desarrollo económico de la Argentina con las de Perú en el momento en que el gobierno militar tomó el poder, por citar sólo un ejemplo. Pero, si bien esas realidades obligan a acciones políticas diferentes, creo que hay una misma base en todos los casos, que es la necesidad de independencia: todos son países dependientes de un mismo patrón y eso les da un criterio de unidad, al menos en el campo político. Además, todos están unidos por un mismo camino de liberación: el socialismo. No veo que los países latinoamericanos tengan otra salida que no sea ésa: la vía socialista.
—¿Cómo ve, de acuerdo a las tendencias políticas actuales, el futuro inmediato de Latinoamérica?
—Hay, evidentemente, un brote reformador. Así debe entenderse lo que ha pasado en Chile, Perú, Argentina, lo que de alguna manera está pasando en Uruguay, en Panamá... Vale decir, que hay un sentimiento de independencia que, en algunos casos, se canalizará al estilo Gattopardo: "Hay que cambiar algo para que nada cambie", dice el conde Salina en la novela de Lampedusa. Pero esto indica una nueva conciencia de cambio, que en las clases populares se da a nivel de las trasformaciones de fondo y en las clases dirigentes más lúcidas o menos reaccionarias como una necesidad de ir asimilando esa presión popular a través de nuevos proyectos políticos.
—¿Cuál es el papel que habrá de jugar Argentina en el proceso latinoamericano?
—El peronismo sube al gobierno con una definición muy clara en ese sentido: conseguir la mayor cantidad de aliados posibles para conformar un polo de fuerza que se oponga fundamentalmente a Estados Unidos, nuestro amo directo. Y creo que ya tiene algunos aliados firmes: Perú, Panamá; Chile podría llegar a serlo. Pero, evidentemente, todo depende de cuál sea la política interna que se lleve a cabo. Si, como se espera, se acentúa la guerra contra Estados Unidos, eso traerá aparejado, tal como sucedió con Chile y Cuba, un mejoramiento y un acercamiento en las relaciones con los países socialistas, de los que hasta ahora nos hemos mantenido distantes. Pero éstas son sólo inferencias y pienso que más vale esperar hasta el 25 de mayo.
Revista Siete Días Ilustrados
21.05.1973

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Roberto Cossa
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