Cómo operan las organizaciones y los «oportunistas» que buscan
status. Policías expertos en el tema explican cómo encaran la
represión de este delito y ofrecen consejos a posibles víctimas.
Cuáles son las marcas preferidas y adonde van a parar los coches
En Buenos Aires desaparece un automóvil cada quince minutos. Y
no es todo. Sobre ese alarmante, curioso record para
Latinoamérica, la Policía Federal aporta otra estadística no
menos impactante: el 5 por ciento de esos coches hurtados o
robados se recupera en un lapso que no excede los 90 días; el 15
por ciento comprende vehículos que se comercializan en el
extranjero y el interior y el 10 por ciento corresponde a
automotores que van a dar a desarmaderos donde son negociados,
pieza por pieza; el 70 por ciento restante suele aparecer luego
de los tres meses. Semejante panorama, sin duda, mantiene en
un estado que no es precisamente el de la tranquilidad a los
usuarios de un parque automotor que, sólo en Buenos Aires y el
Gran Buenos Aires, orilla los dos millones y medio de unidades.
Ser propietario de un automóvil en los últimos tiempos es cosa
dura. Aumentó la nafta casi al doble, los seguros exigen más y
dan menos, el costo de los repuestos devora las finanzas y el
robo de unidades se multiplicó. Sin embargo, muy pocos se
resignan a prescindir del coche. Frente a esos devotos del
vehículo propio —personajes que comenzaron a florecer en
Argentina a partir de 1967, cuando las fábricas de automotores
se instalaron masivamente en el país—, se levanta una afiatada
organización delictiva que no escamotea ardides para alzarse con
cuanto automóvil se cruce en su camino. Siete Días conoció,
merced a sus investigaciones y los datos aportados por la
Policía Federal, las andanzas de esas bandas especializadas en
sustraer automotores. La experiencia, sin duda, fue alucinante.
EMPAQUETAR EL TRUCHO "Mi auto desapareció como por arte
de magia. Lo estacioné en pleno centro, a pocos metros de
Riobamba y Charcas, para cumplir un trámite bancario que duró
apenas 2 minutos. Cuando abandoné el Banco, ya no estaba. Nunca
más supe de él", se asombró el ciudadano Enio Perri (29, dos
hijos) ante el redactor. Obviamente, Perri —automovilista que
no había tenido la precaución de contratar un seguro— ignoraba
el destino que los ladrones habían dado a su unidad. De haber
charlado, como Siete Días, con un oficial de la Policía
bonaerense, tal vez hubiera obtenido una perspectiva más
clarificadora: "Las modalidades del robo de autos reconocen
cuatro estilos: primero, se roba para dar un paseo con el
vehículo (por status) o para efectuar con él otro delito (robo,
secuestro, o cualquier acto ilegal posible); segundo, para
comercializarlo; tercero, para desmantelarlo y vender sus partes
como repuesto; cuarto y último, se roban piezas del vehículo
estacionado en la calle". Generalmente, los automóviles
sustraídos para cumplir una misión específica no tardan en
aparecer. En cambio, aquellos que van a ser comercializados o
desmantelados corren otra suerte. Misteriosas organizaciones que
actúan a la manera de células —los individuos que cumplen tareas
en esas bandas prácticamente no se conocen entre sí— se encargan
de esfumarlos. Para lograr ese objetivo, los cacos compaginan
una aceitada maquinaria. Los levantadores componen el primer
eslabón de la cadena: son los encargados de hurtar el auto —que
generalmente se encuentra en la vía pública— en un lapso que no
supera los 2 minutos. Cumplen esa misión provistos de yuguitos
(son llavecitas toscas, sin dientes ni estrías) y arrancadores
eléctricos especiales. Una vez que el automóvil ha sido
levantado —operación que demanda a su ejecutor desplazarse con
el auto por un trecho no mayor de veinte cuadras—, pueden
ocurrir dos cosas: que sea depositado en un desarmadero (taller
donde utilizarán las piezas para ser vendidas como repuestos) o
destinado a la comercialización. En esta segunda instancia
intervienen otros personajes además de los mecánicos: los
editores (así se denomina a los expertos en adulteración de
papeles) y los empaquetadores, individuos encargados de volver a
sellar los vehículos hurtados. A la operación de cambiar las
numeraciones de fábrica por otras falsas se la denomina hacer la
ventana. Un coche regrabado, listo para ser negociado en una
coqueta agencia o bien llevado al interior o exterior con
idéntico propósito, es, en la jerga delictiva, un trucho. Las
retribuciones que abonan los capitalistas (jefes de las
organizaciones) por intermedio de sus contactos (allegados a los
jefes) son, en verdad, jugosas. Un levantador recibe 100 mil
pesos viejos por auto entregado. Editores, empaquetadores y
mecánicos embolsan sumas que pueden oscilar, según la dificultad
que ofrezca la tarea, entre 150 y 120 mil nacionales,
respectivamente, por unidad.
LAS FORMAS DEL LEVANTE La
división Sustracción de Automotores de la Policía Federal
desbarató, en dos años, tres importantes organizaciones de ese
tipo. "Lamentablemente, cuando los descubrimos, ya habían
logrado introducir más de 3 mil automóviles en Paraguay. Casi
todos los vehículos eran Peugeot 504 y 404 y Fiat 125 y 128",
explicó el comisario Luis Félix Gómez (41, dos hijas). Gómez,
titular de esa división policial inaugurada ocho años atrás
en mérito al auge progresivo que tomaba el robo de automotores,
reseñó, además, las etapas operativas de esas organizaciones:
"Mediante contactos, llevaban (os automóviles robados por la
ruta nacional número 9. Luego los cruzaban al Paraguay por los
puertos de Clorinda y Pilcomayo, en Formosa, y los de Foz de
Iguazú y Posadas, en Misiones. Los contactos cobraban 150 mil
nacionales por cada auto que entregaban a los cabecillas, todos
paraguayos de alta posición." Para concluir con éxito la
pesquisa, Gómez y sus sabuesos debieron apelar al apoyo de las
autoridades aduaneras lugareñas. "Funcionarios de esas
dependencias accedieron a nuestra solicitud y revisaron,
puntillosamente, las planillas que asentaban le entrada de autos
al Paraguay. En ellas aparecieron individuos que, en dos meses,
habían ingresado más de diez veces al país hermano conduciendo
coches siempre diferentes". Esos automóviles procedían, en su
gran mayoría, de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires. Los más
fueron levantados a la usanza tradicional pero, algunos de
ellos, mediante métodos más sutiles. Así, una de las
organizaciones, descubierta hace pocas semanas, apostó a
curvilíneas damas en sectores estratégicos de la ciudad —el
centro, Barrio Norte y la Costanera, por ejemplo— con la misión
de aceptar el convite de fogosos propietarios de automóviles
Peugeot. En la primera ocasión propicia las damiselas tomaban
el número de las llaves para transmitirlo, más tarde, a los
expertos de la banda. Así, en la segunda cita, y mientras las
jóvenes departían con los donjuanescos automovilistas en algunos
reductos de moda, aparecían los levantadores y con ellos
desaparecían los Peugeot. También abundan, claro, los métodos
menos refinados. Otra organización disponía de un paquidérmico
camión jaula que daba cabida, holgadamente, a cualquier
automóvil. De su interior emergía una especie de rampa, mediante
la cual se izaba al interior del camión el automóvil seleccionado
previamente. Luego, mientras el camión cubría el tramo de la
ruta 9 que media entre Buenos Aires y Rosario, dentro de la caja
veloces operarios repintaban el coche, le cambiaban el número de
sus placas y el del motor. "Estas muestras de
perfeccionamiento delictivo nos obligan a mejorar constantemente
nuestros conocimientos —advirtió a Siete Días el oficial
principal Roberto Miguel Ángel Fernández (35, dos hijos), jefe
de una de las tres patrullas que revistan en la división
Sustracción de Automotores—. Montamos un archivo que registra,
prácticamente, todo el parque automotor del país. Otro más
pequeño prácticamente, todo el parque automóviles sustraídos.
Cuando patrullamos las calles nos comunicamos con el archivo por
medio de un aparato de radio y, en menos de cinco minutos, nos
provee la información solicitada". Poco después, Siete Días
pudo contemplar una de esas investigaciones. Cuatro agentes
abordaron un veloz sedan sin placas y, portando armas largas,
detuvieron con ululante sirena a todo vehículo sospechoso.
Exigían a los choferes cédula de identificación del automotor,
recibo de la última patente y documento de identidad. Cumplido
ese primer requisito, procedían a revisar las numeraciones del
motor y chasis consultando al archivo emplazado en e!
Departamento Central. "Para capacitarnos en la lectura de
motores y chasis —había explicado antes Fernández a Siete Días—
concurrimos periódicamente a todas las fábricas de automóviles
del país. En ellas adquirimos un conocimiento que nos convierte
en investigadores especializados".
LOS QUE ROBAN POR
STATUS La magnitud del problema, sin duda, obliga a extremar
precauciones cuando se desea adquirir un automóvil usado. En
principio, casi todos los entrevistados aconsejaron apelar, en
esos casos, a las agencias que deben mantener el prestigio de un
nombre comercial impuesto en el mercado. "Cuando una agencia
toma un auto usado como parte de pago, exige la papelería
completa del auto: el título de propiedad, la cédula de
identificación, todos los recibos de patente y los de impuesto
al parque automotor son imprescindibles. Sin ellos, ninguna
compañía de seguros abona la prima por un auto robado. Además,
las agencias se encargan de cotejar si las numeraciones no han
sido alteradas, porque va en ello un prestigio comercial",
explicó Arturo Villafañe (30, una hija), vendedor de la agencia
Vicente López S.A.C. El revendedor Héctor Scianca (49, casado),
por su parte reconoció que su actividad acarrea mala fama:
"Nosotros compramos y vendemos autos a particulares sin que
medie empresa alguna; por eso, a veces, la gente duda con razón.
En esos casos yo opto por llevar al posible cliente hasta mi
casa. Le muestro mi vivienda y mi señora: en una palabra, le
digo quién soy al comprador. Con esta táctica que denota
decencia, las cosas cambian y puedo vender". Curiosamente,
las zonas preferidas para levantar autos parecen ser, según los
expertos, Barrio Norte y Palermo. "El ladrón de autos,
generalmente, no es un individuo necesitado de dinero. Más bien,
busca prestigio a través de lo que toma", parcializó el mecánico
Lino González (53, tres hijos), con taller en la porteña calle
Oro al 2200. El comisario Gómez, por su parte, sostuvo tesis
parecida: "Algunos jóvenes de Barrio Norte han llegado a robar
un auto por razones de status: como no querían llegar a pie, por
ejemplo, a la boite, hurtaron un coche. Ese tipo de caco nunca
robaría un Ford Falcon o un Chevrolet, por ejemplo, porque
quienes lo vieran en ellos pensarían que es el auto del papá.
Los jovencitos. prefieren Fiat y Peugeot". Sobre esa base, la
estadística personal de Gómez es, por cierto, bastante
elocuente. "De cada diez levantadores, seis son adolescentes o
jóvenes que roban el auto para conquistar a las chicas. Recuerdo
que, en una oportunidad, mi brigada descubrió una banda formada
por estudiantes de un colegio secundario marplatense que robó
más de 800 autos en la Capital Federal. Con esas unidades daban
un paseo hasta su ciudad de origen y allí los abandonaban".
De todos modos, Gómez sabe que otros móviles conducen a sustraer
un automóvil. Las organizaciones descubiertas en los últimos
tiempos ofrecen buen ejemplo al respecto. Y en ellas los
levantadores funcionan en mérito a una habilidad personal que
les permite poner en marcha un auto en menos de un minuto. Con
un destornillador de punta doblada —si falló el yuguito en la
cerradura— se fuerza el ventilete; el resto es sencillo: sólo
falta establecer un puente con los dos cables existentes bajo el
tablero. "Para evitar el robo de un auto —aconsejó Gómez— lo
ideal es dificultar todo lo posible la tarea del ladrón.
Conviene colocar en el coche todas las trabas posibles y,
también, grabar en los vidrios el número de las chapas. Los
levantadores saben que, a la larga, podrían superar esos
escollos, pero prefieren las tareas simples, aquellas que no les
oponen mayores dificultades". Sin embargo, todas estas
precauciones a veces resultan insuficientes. Es que, cuando las
condiciones que regulan el robo de autos se ciernen sobre una
marca determinada, los escollos no arredran a los ladrones. Así,
algunos modelos están pertrechados con trabas de dirección,
colocadas en fábrica. Pero los levantadores idearon un diminuto
aparato que vence el sistema. "Si robar autos de una determinada
marca supone más riesgos, los delincuentes los afrontan: esos
autos se pagan más", confió a Siete Días un agente de la
Brigada. No lejos de él, mientras tanto, Gómez elaboraba
medulosos cálculos. Barruntaba que los 3 mil autos argentinos
introducidos en Paraguay pronto necesitarán repuestos. Y que,
obviamente esos requerimientos movilizarán, con renovado ahínco,
a las organizaciones. Será el momento de echarles el guante.
Revista Siete Día Ilustrados 03.06.1974
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