Una ex compañera de actuaciones propone a la recordada
cantante el retorno al canto. Ella se niega, pero reconoce
que le gustaría tener su propio café-concert. Además confesó
que, luego de haber transitado todos los niveles de la fama
como guitarrista, estudia modestamente "y en serio" el
instrumento. Para demostrarlo ofreció a Siete Días un
improvisado y vacilante recital. Muchos la comparan con
Gardel; todos la reconocen como una de las mejores voces
femeninas en la historia de la música ciudadana. Sus temas
sirvieron para imponer el tango en Japón y aun hoy —a pesar
de que abandonó sus actuaciones en 1948 — sus discos se
venden en todo el mundo, incluyendo una insólita y abultada
recaudación de derechos en Angola (África) y Turquía. Al
igual que muchos otros grandes cantantes, su fama alcanzó
los máximos niveles recién después de terminar su carrera
artística, cuando se disponía a ser sólo un recuerdo. Fue
entonces cuando las cámaras de televisión lanzaron
repetidamente su imagen, los sellos discográficos reeditaron
sus más grandes éxitos — especialmente Julián— y las
revistas y diarios la eligieron como blanco de sus notas.
Eso fue en la década del sesenta. Después, salvo cuando
alguna institución reflotó su nombre para entregarle algún
premio, casi nadie se ocupó de ella. Y si hoy Siete Días le
dedica un espacio no es, justo es reconocerlo, por algún
hecho nuevo en la vida artística de Rosita Quiroga, sino por
una extraña y tardía derivación de la primera nota que la
revista publicó: —Todavía me las rebusco, firmada por
Alejandro Marti— el 7 de junio de 1971. Ocurrió que
Lucrecia Dular, más conocida como La Mendocina, quien
integró durante varios años un famoso dúo con la Quiroga,
leyó hace pocas semanas aquel reportaje mientras esperaba
ser atendida por su médico en la localidad de Barranqueras,
provincia del Chaco. Emocionada por los recuerdos, La
Mendocina no tuvo mejor idea que proponer a su antigua
compañera volver a cantar. Por medio de una carta —cuyo
texto íntegro se reproduce en esta página— solicitó a Siete
Días la mediación en la propuesta. La sorpresa, en este
caso, se la llevó el redactor que visitó a Rosita Quiroga en
su coqueto departamento de la avenida Callao: quien fuera la
mejor guitarrista y cancionista argentina durante tres
décadas, después de más de veinticinco años de haber
abandonado sus actuaciones, se encontraba recibiendo una
clase de guitarra. "Ahora estudio en serio —se excusó—.
Estoy en cuarto año y tengo que practicar seis horas por día
para mantener ágiles mis dedos. ¿Sabe que a mi edad me
acuesto todos los días a las tres de la mañana? Es porque
recién después de cenar puedo tocar tranquila". Y, a modo de
demostración, arremetió con la tradicional Serenata de
Rovira, el tema musical de la película Juegos prohibidos. A
medida que avanzada en la pieza se hacía más evidente su
nerviosismo. Finalmente comenzaron las equivocaciones. las
vacilaciones. "¡Siempre me pasa lo mismo! —estalló—: por eso
nunca pude actuar en teatro o en vivo. Cuando hay público me
olvido de todo. Y no le miento: toda mi tarea artística fue
a través de la radio o los discos. Lo único que hago bien
delante de la gente, a pesar de mis años, es hablar y decir
chistes. Por eso pienso que aun ahora me defendería actuando
en un café-concert". —Hasta ahora dijo que aprende
guitarra y quiere actuar en un café-concert. Pero con
respecto al canto, ¿qué le contestamos a La Mendocina?
—Díganle que yo ya he abandonado desde hace mucho mis
actuaciones profesionales. Insisto en que todavía puedo
cantar y bien, pero no quiero hacerlo en público y mucho
menos en dúo. —Y sola, ¿qué cantaría? —Algo adecuado a
mi edad, adaptando las letras. —A manera de ejemplo, ¿por
qué no se canta un tanguito que represente esa edad
indefinida que usted dice representar y ejercer? Esta vez
sin vacilaciones ni equivocaciones, la guitarra y la voz de
Rosita Quiroga hicieron resonar en el amplio living la
milonga Campaneando mi vejez: "Es triste sentirse sola /
campaneándose al espejo / y ver dos hebras de plata / sobre
las sienes posar / lloriqueando arrepentida / no haber
seguido el consejo: / de que la vejez avanza. / ¡No te dejés
madrugar!" Terminada la canción, se quedó pensativa, como
acariciando al instrumento: "Para mí no hay como la
guitarra. Me saca la idea de que pronto voy a estirar la
pata. No se olvide que uno está viviendo de yapa". Una nueva
pausa, una nueva meditación, hasta que salta como movida por
un resorte: "Ahora tendrán que irse porque vienen a verme
otros periodistas. Dios mío. qué de cosas para hacer en el
día. Y eso que mi último tema lo grabé en 1948. Por eso
siempre digo: ya no actúo más pero ¿quién dijo que estoy
jubilada?". Revista Siete Días Ilustrados
10.10.1975
Ir Arriba
|
|
Rosita Quiroga
|
|
|
|