Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Sábato recita su "Romance"
con Falú, Los Huanca-Huá y el Chango Farías Gómez
Revista Gente y la Actualidad
10.09.1970

ASI SE VIVIO EN LA INTIMIDAD DE LOS ENSAYOS LA DELICADA PREPARACION DEL "ROMANCE", A CARGO DE UN INSOLITO EQUIPO DE GRANDES TALENTOS ARGENTINOS: EL CALOR DE UNA OBRA QUE TODOS QUIEREN Y EL APASIONADO CLIMA DE UNA AVENTURA CREATIVA.
EI teatro Regina, como todos saben, queda en un edificio de la avenida Santa Fe, donde hay olor a perfumerías y a boutiques, vidrieras muy luminosas, alguna pared de mármol. Está la boletería, está el ascensor, y después vienen pisos y pisos de oficinas. Uno anda entre los corredores y de pronto escucha la voz de Falú:
—¡Ay, mí general Lavalle. ..!
Es día de ensayo. A las cinco de la tarde, mezclando su sonido con el de las máquinas de escribir, resuena cavernosa y melancólicamente el coro de los Huanca Hua, el relato de Ernesto Sábato, el nostalgioso punteo de Eduardo Falú. Uno puede encontrar de pronto quien lo guie y montar en un ascensor de trastienda y desembocar inesperadamente en el mismísimo escenario. Allí están sentados Eduardo Falú y Ernesto Sábato. Sábato tiene las piernas cruzadas, con un papelito en la mano. Lee su "Romance de la muerte del general Lavalle" —un inolvidable capítulo de "Sobre héroes y tumbas"— con pausas inteligentes y una profunda tristeza criolla en la voz. De pronto calla y surge el punteo de Eduardo Falú, delicadamente, como acariciando el silencio, y por fin el bombo de Farías Gómez y el coro varonil de los Huanca Hua. El Romance se va desarrollando lentamente; la huida hacia Bolivia con el cadáver de Lavalle, que pretende Uribe para exhibir la cabeza; la desesperación de los 170 hombres vencidos, pero unidos en su decisión de hacer respetar al querido jefe, el descarne del cadáver, el corazón del general en un tachito con aguardiente, el final patético. Todo sentido y dicho profundamente por Sábato; a mucha gente grande se le caen las lágrimas.
—Sí, yo soy autor de toda la línea musical —dice Falú—, pero la idea, en cierto modo, empezó en el maestro Guastavino. En el 63, cuando yo me iba para el Japón, me regaló la novela de Sábato. Y me dijo: "Leete la parte de Lavalle, que es desgarradora". Bueno, yo estaba en el Japón por primera vez, y lleno de nostalgias por mi país, un poro extrañando en ese medio tan distinto. Empecé a leer el libro. Cuando llegué 3 lo de Lavalle realmente "me mató". No podía dejar da repasar una y otra vez el asunto. Y ahí empezaron a salir algunas cosas...
Después Falú volvió y la idea se esfumó de su mente. Hasta que un día hablando con Marito Sábato —hijo del escritor— apareció en la conversación el proyecto de dar al romance una estructura musical. "Yo no sabía si llamarlo cantata, oratorio o qué —recuerda Falú—, paro el asunto era transformarlo en un relato donde la música fuera acompañando el cima, exaltando la bravura o la nostalgia, según los momentos. .."
—Marito vino a casa y me lo dijo —memora Sábato—..., y a mí me gustó de inmediato el asunto. Algunos escritores se resisten a esas cosas, creen que la obra puede perder. Pero estaba Falú de por medio. El llevó el proyecto a Philips, su grabadora, y así se puso en marcha el sueño. No crea que fue muy fácil...
—No, qué va a ser fácil —ríe el músico con su voz profunda, educada—...; al principio en la grabadora querían que lo recitara un actor. Sábato proponía que lo leyera yo, pero yo le dije que tenía que ser él. Solamente él puede decirlo can la entonación que puso al pensarlo. ¿Me entiende? Un actor por su propio lucimiento profesional postergaría el texto, daría demasiado énfasis...
—Eso no lo diga, porque se van a ofender los actores —previene Sábato—... Mire, un día lo vi a Medina Castro, que es muy bueno, y le pregunté si él se animaría a hacerlo. Me dijo: "Vea, Sábato, eso es muy difícil. Les agradezco que piensen en mí, pero el único que sabe lo que quiere decir con lo que escribe es el que escribe..." Y Medina Castro tenia razón, sobre todo porque no era una pieza de teatro. No estaba escrito para ser recitado. Así que nos animamos no más. . .
Así, entre tropezones, se fue llevando al disco el "Romance de la muerte del general Juan Lavalle", en lo que por ese entonces era una experiencia única. Después fueron surgiendo grabaciones que combinaban —mal o bien— la recitación con la música, el relato con la canción, sobre todo en temas criollos, pero Muerte de Lavalle fue siempre la expresión primera y mejor, por la jerarquía del texto y la calidad da los intérpretes. La versión original, que apareció en 1964, contaba con el contrapunto Ernesto Sábato-Eduardo Falú y la voz de Mercedes Sosa en la parte de Damasita Boedo, la compañera de Lavalle.
—Esta idea de la gente del teatro Regina —concede Falú con sus pausas provincianas— de repetir el asunto, paro "en vivo", nos obliga a cambiar, a mejorar la versión original. Han pasado seis años, mucha agua corrió bajo los puentes, y, además, otra cosa es con público y en un teatro.
—¿A Sábato no le molesta la idea de recitar el texto entero todas las noches?
—Bueno, son solamente ocho días, y no todos seguidos. Yo no soy actor, no tengo buena voz y puedo equivocarme, pero pongo todo lo que tenga en la obrita, y así creo que sale muy auténtico.
—¿Cuáles son las variaciones musicales con relación a la versión grabada?
—Bueno, la presencia de los Huanca Hua haciendo el coro de la Legión es muy importante. Ellos tienen sus ideas musicales propias y el Chango Farías Gómez nos ha agregado toda esa orquestación venal de sonido tan actual, pero profundamente criollo. Con ellos sale bien. Después hay diversas, pequeñas alteraciones para dar más fuerza dramática, sobre todo al final...
El descanso ha terminado. Se vuelva al ensayo con inesperada paciencia. De pronto, Sábato equivoca la entrada, los Huanca Hua saltean una estrofa o Falú "se mete" en el terreno del coro. Una sonrisa, una disculpa y vuelta a empezar. Hay una constante y laboriosa recreación del tema. De pronto hasta Sábato "reescribe" su obra:
—¡Un momentito! ¿Alguien tiene un lápiz? Ah, gracias. Quiero retocar una palabra. Esta consonancia es horrible. Uno siempre descubre cosas...
Y se retoma el hilo con seriedad casi sacramental. Muy pegado al micrófono y con ese raro gesto que le inflama los músculos de la mandíbula —parece como sí llorara—, Sábato va desgranando las últimas líneas del texto. El sargento Sosa con el tachito muy apretado junto a su pecho, ese tachito donde —flotando en aguardiente— se reseca el valeroso corazón del general Juan Galo de Lavalle. Sosa mira hacía la frontera. Ya ha llegado a Solivia; ya los federales no pueden arrebatarle ese corazón de Lavalle, ni la cabeza, que pretenden clavar en una pica para exhibición y escarnio. El jefe será enterrado con dignidad. Pero la patria queda lejos, y tal vez para siempre, con su contenido de hermanos, madre, hijos, esposas, amigos. Así llega el final, con una angustia argentina que es casi un mensaje político —la zozobra del exilio, vieja costumbre criolla—, y el coro de los Huanca Hua que redondea brillantemente en el minuto final. A Sábato le gusta ese coro:
—Muy bien, chicos. Está fantástico, che.
Después se acerca al proscenio y confiesa una alegría que su rostro serio no delata casi nunca: "Realmente, estoy muy satisfecho. Esta es una de mis páginas más queridas. Creo que no soy un escritor tierno, y sin embargo en toda esta historia de Lavalle he puesto mucho afecto. He visto a muchos llorar al escucharla, y eso me ha ido alimentando de cariño por el «Romance». Además me entusiasma el trabajo de Falú. Es un hombre que no cae jamás en la vulgaridad, con una línea musical refinada, tristona, muy auténtica. Los temas que ha sacado él con el material del «Romance» son geniales. Y realmente el trabajo se enriquece con el grupo de Farías Gómez. Esperemos, esperemos, esperemos..."
Cuando estas líneas salgan a la calle ya el teatro Regina habrá dejado de esperar. El polvoriento clima de ensayo habrá llegado a su fin. Da las largas semanas de trabajo y elaboración, los innumerables cafés tomados en el café de la vuelta, las charlas, discusiones, intentos, modificaciones, noches de insomnio, malas palabras, momentos de euforia o de entusiasmo, tardes de hastío, de agotamiento, de nervios, de todo eso no quedará nada. O tan sólo esas dos horas de canción y recitado, esa minúscula joyita que ni siquiera puede definirse como teatro, literatura o música, que en realidad no debe definirse como nada, pues no tiene límites ni rubros que la clasifiquen. Es una porción bravía y áspera del alma argentina, delicadamente expresada por un grupo de grandes artistas que, en las cúspides de sus carreras, se toman el terrible trabajo de crear con emoción de principiantes.

 

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Sábato recita con Falú, los Huanca Huá y el Chango Farías Gómez
Falú y Sábato
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Farías Gómez y los Huanca Huá

 

 

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