Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Sastrería Muro
La historia de tres crisis en una sola generación de empresarios
Revista Primera Plana
01.01.1963

Tow, Zabala, El Coloso, Vargas: estas famosas "grandes tiendas", que por largos años impusieron su nota nerviosa y multitudinaria al centro mercantil de Buenos Aires, ya no existen. Otras, que ya eran clásicas en tiempos de nuestras abuelos, se achican, atienden en menos espacio a un público que ha vuelto a ser de "élite".
Es que vender a plazos en tiempos de inflación representa una aventura temeraria. Los clientes se atrasan en los pagos, el comerciante no puede pagar al industrial. En realidad, la época de las "grandes tiendas" ha pasado, y no sólo por obra de esta crisis financiera. Es que el comercio de los barrios y las innumerables "boutiques" compitan eficazmente.
Pero quien espere ver en ese cementerio de firmas prestigiosas a la casa Muro —que acaba de cumplir les 75 años—, pierde su tiempo. Don Francisco Muro de Nadal vaciló entre vender la mitad de su edificio, fusionarse con otro comerciante del mismo ramo, abrir una galería, vender todo e irse a los barrios. Ninguna de esas soluciones le satisfacía.
—Por este local —dice— me han ofrecido un millón de dólares. Pero yo no voy a destruir lo que mi padre construyó. Mi hijo se quedará con él, así tenga que aguantar tantas dificultades como yo y algunas otras. Si recibiera ese millón de dólares, al marcharme de este mundo me quedaría sin saber qué hará él con esa suma. Prefiero asegurarme.. . ¿comprende? Mi familia tiene compromisos con un público al que ha servido durante tantos años y con un personal que hoy no hallaría fácilmente otra fuente de trabajo.
Decidido a resistir, Muro encontró finalmente la solución adecuada: era el sistema que en USA se llama "leased departments". Acaba de ponerlo en práctica, y sus ventas se multiplican geométricamente. El lunes pasado, al llegar a su oficina, se encontró con una cola de media cuadra.
—Un espectáculo que ya no creía volver a ver... —suspira.

La era del frontón
El señor Francisco Muro de Nadal tiene 54 años y dos hijos: una niña y un varón que todavía estudian. Su padre, don Bernabé, era castellano viejo, y llegó a Buenos Aires en 1885 —casado con una catalana—, el mismo día en que se enfrentaron dos campeones de pelota vasca: Chiquito Deibar y Paysandú. Fue el acontecimiento deportivo del siglo pasado. Don Bernabé, dos años más tarde, instaló un almacén de ramos generales, y todavía no se hablaba de otra cosa. A veces, sus clientes y él se desafiaban y salían del negocio para ir a ventilar la cuestión en alguno de los muchos frontones que se abrieron en Buenos Aires después de aquel histórico partido de pelota.
Cuatro hijos varones nacieron de aquel matrimonio. Como el mayor, José, se graduó de ingeniero y entró en Catita —a cuyo frente estaba en el momento de liquidarse la empresa—, y como el tercero, Fernando, entró en la Armada —hoy es contraalmirante retirado—, los otros dos, Francisco y Luis, fueron preparados para dirigir la empresa paterna.
Francisco comenzó a trabajar a los dieciséis años. Después pasó dos años en Yorkshire y Lancashire, estudiando la industria lanera, y poco después, a los 23 años, su padre lo asoció. Era en 1930.
El ramo del negocio se había definido desde fines de siglo: sastrería fina. Don Bernabé Muro fue el primer comerciante que compró trajes en Europa: trajo de Viena una partida espléndida y la colocó a buen precio.
Naturalmente, eran trajes de medida, para la sociedad elegante. Su hijo recuerda con una sonrisa que los cortadores venían a trabajar vestidos de jacquet...

Las otras crisis
Don Francisco ha tenido que soportar, además de ésta, otras dos grandes crisis: la de 1930-35 y la de 1945-55.
La primera se tradujo en una violenta retracción del público, y la respuesta de la empresa fue agrandarse y popularizarse. El vuelco de la medida a la confección y las ventas a crédito le permitieron capear el temporal.
La segunda crisis fue social y no tomó por sorpresa a Muro. En tiempos de Uriburu, el personal de la empresa seguía a un delegado realmente implacable: con él, era imposible obtener un mínimo de colaboración, y el gerente vivía tan preocupado que le explicó la situación a un alto funcionario. "Eso se arregla", respondió el otro. "Le ponemos alguna cosa en el bolsillo, lo detenemos, y si se hace el malo será peor para él". Era una barbaridad; un sistema como éste tenía que provocar odio y violencia. Los abusos que la otra parte cometió durante una década, encuentran allí su explicación.
Muro está convencido de que, si el sector empresario no hubiera resistido el decreto 33.302 (aguinaldo), que se convertiría en el tema central de la campaña electoral, Perón, que sólo sacó un 4 % de ventaja, no ganaba las elecciones. Y él lo sabía, porque luego nombró ministros a Borlenghi y a Cereijo, los inspiradores de aquel decreto. En cambio, varios ministros del gobierno provisional pidieron a los empresarios que no adoptasen una postura de "todo o nada": confiaban en que, si esa apresurada legislación social aparecía como fruto de un gran acuerdo entre las partes, el turbulento coronel perdería.
El nuevo régimen, elevando el poder adquisitivo de la población, favoreció, sin duda, al comercio y a la industria. También permitió comprobar que se habían subestimado las posibilidades del país y la aptitud de su mano de obra. Así, por ejemplo, hoy ha desaparecida por completo el viejo prejuicio contra el textil nacional y hoy es raro que un cliente exija telas importadas. Esto se logró, y en poco tiempo, gracias a la nueva política social. En cambio, la tendencia a culpar por los mayores costos a la industria y al comercio, a controlar con lógica pueril los precios, amedrentó al capital, que optó a menudo por la fuga, y la agitación permanente redujo la productividad.
En definitiva, el señor Muro, que es dirigente del Foro de la Libre Empresa, está convencido de la superioridad de este sistema; pero no cree que los empresarios actuaran con tino cuando se dejaron llevar por los políticos derrotados a un enfrentamiento irracional con el régimen depuesto. Lo que correspondía era mantener contacto para limitar los daños. Él, que ya en 1932 fue vocal del Centro de Tiendas y en 1936 presidente de la Cámara de Grandes Tiendas, continuó asumiendo, en condiciones sumamente ingratas, su responsabilidad de dirigente empresario. Muchas veces, cuando intercedía por un comerciante, los funcionarios murmuraban entre si: "Este que viene a hacerse el influyente, ¿cómo andará por casa? A él también hay que mandarle la Inspección..."
Fue consejero de la Bolsa de Comercio, presidente de la Confederación del Comercio, miembro del directorio del Banco Nación y desde 1954, con un solo intervalo de dos años, representa a nuestro país en el consejo de administración de la Oficina Internacional del Trabajo. El hecho de que haya fundado y dirigido también la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, y que mantenga sus convicciones acerca de las ventajas de una economía de mercado no lo obligan, por cierto, a juzgar el pasado inmediato sin aquella objetividad que caracteriza al verdadero dirigente.

El nuevo sistema
En cuanto a la crisis actual, el señor Muro opina que no conviene asustarse: el país, su sector empresario y su fuerza de trabajo, están en condiciones de sobreponerse.
En su ramo, así como la casa ha sobrevivido a las crisis anteriores —adaptándose, cambiando de gustos, de surtido, de sistema, de tamaño— la salvación exigía por parte del empresario un pequeño gasto de imaginación. O de información, simplemente. En los Estados Unidos se aplica desde hace tiempo el sistema de "leased departments". ¿Por qué no adoptarlo?
Consiste en un acuerdo entre comerciantes e industriales para vender más a menor precio. Muro ha cedido una parte de sus vidrieras y de su salón de ventas para dejar espacio a 14 departamentos donde los propios industriales —de otros ramos afines— venden su mercadería en sociedad con él. Ya no se necesitan dos utilidades sino una sola; no hay interés del capital, ni estacionamiento de la mercadería, ni sección de compras, ni contabilidades que se superponen. La sorpresa fue que Muro vende también más trajes, por el mayor impacto de la publicidad y porque acude más público al local.

 

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Muro de Nadal