El aspecto de la villa miseria "La Esperanza" es
deprimente. Está ubicada sobre el camino a Pilar, a unos 4
kilómetros de la Capital Federal. En una franja de terreno
de 100 metros de largo por 400 de ancho, se amontonan 50
casillas construidas con chapas, tablas de cajones y
arpilleras, y también dos baños, para uso común de los 300
habitantes. El único mueble, en esos tugurios, es el
televisor. Los colchones, colocados sobre el piso de
tierra o sobre rectángulos de ladrillo, forman un
semicírculo frente a la pantalla: es la platea.
La familia Araujo (siete hijos apiñados en una habitación
que alternativamente hace las veces de dormitorio,
comedor, sala y cocina) es la última que ha adquirido el
aparato: "Es muy útil. Los chicos se pasan el día entero
mirándolo", explica el padre, camionero de una empresa de
construcción.
Pero ese día ( un domingo, en que está toda la familia en
casa) solo el padre y la madre están frente a la pantalla.
La hija mayor, que los acompaña, es una espectadora
distraída: alterna la contemplación de la "serie" con la
lectura de una revista. Los hijos del matrimonio juegan en
la calle, entre un enjambre de chiquillos rotosos y
sucios.
La mujer da otra versión sobre la compra:
"Mi marido no quería. Pero yo insistí. El es el que más lo
mira. Desde que el televisor está en casa, va menos al
boliche."
—¿No les parece un lujo el televisor?
—¿Por qué, si podemos tenerlo?
Y echan cuentas: siete, ocho, nueve mil pesos de sueldo.
Alquiler, ninguno; impuestos, ninguno; luz (la que gasta
el televisor y una sola lámpara) ; ropas, muy poco. El
jornal se divide entre alimentación y la cuota del
televisor. A nadie se le ocurrió ahorrar para construir un
baño individual, o bien comprar la cocina a gas o la
heladera. La antena, en los techos de las villas miserias,
luce como blasón de aristocracia.
Este fenómeno no es privativo de las villas miserias. En
la Capital Federal, la euforia del televisor es casi
patológica. Entre gente de condición humilde. la posesión
de un televisor es el índice más elemental, visible y
apreciado de holgura económica. En los barrios de clase
media (Belgrano, Flores,
Caballito, etc.), desde las seis de la tarde hasta la
medianoche es corriente ver a la familia en pleno reunida
en torno del televisor. Y lo mismo ocurre en el Barrio
Norte, en Palermo Chico y en las suntuosas residencias de
Vicente López, Olivos y San Isidro. El espectáculo no es
de exclusivo usufructo hogareño: ha invadido hoteles,
bares y restaurantes, y hasta las vidrieras de los
comercios.
El mercado del entretenimiento
¿Qué es lo que hace posible el incesante despliegue de
imágenes proyectadas durante 45 horas diarias? El canal es
un mundo desconocido para la mayoría del público. 1.500
técnicos y empleados y más de un millar de artistas, y los
gastos insumen aproximadamente 2.500 millones de pesos por
año, se mueven entre bastidores para mantener expectantes
a los cinco millones de televidentes que están frente a
las pantallas del millón de receptores vendidos en todo el
país.
Estas cifras bastan para dar una idea de la importancia
alcanzada por la televisión, desde el día en que don Jaime
Yankelevich —dueño de LR3 y sus filiales— compró en
Estados Unidos, por medio millón de pesos, un aparato
radiado de servicio, que, reacondicionado apresuradamente,
inauguró la era de la TV en la Argentina, con la
trasmisión del acto oficial que se realizó el 17 de
octubre de 1951.
Antes de morir, Yankelevich pidió que lo velaran en el
canal 7, pero ya "su" teleemisora había pasado a manos
estatales, y el féretro debió ser velado en una sala
contigua al estudio, donde se seguía transmitiendo el
programa del día.
En poder del gobierno, comenzó la declinación del Canal 7:
nueve directores en nueve años y una frondosa burocracia
lo convirtieron en caldo de cultivo para experimentos
costosos y negociados millonarios. La aparición del canal
9 y del 13, en 1960, le dieron el tiro de gracia, y hoy,
aun cuando es el de mayor alcance (15 cámaras y 2 equipos
móviles), es el de menor audiencia. El canal 9, en cambio,
fue creado merced a la combinación de capitales
estadounidenses (RCA Víctor) y argentinos. Un golpe de
audacia, del que fue, hasta 1963, su mayor accionista,
doctor Ildefonso Recalde, lo convirtió en el primer canal
privado integrado por capitales argentinos. En distinta
situación están el canal 13, del que es principal
accionista la CBS (Columbia Broadcasting System), y el 11,
creado con posteridad, que cuenta con capitales de la ABC
(American Broadcasting Company). La competencia mejoró los
programas y amplió la fuente de trabajo para el gremio
artístico, pero el mercado publicitario resulta
insuficiente para financiar la existencia de cuatro
canales que deben atender las crecientes exigencias del
público sin que ello esté respaldado por un aumento acorde
de los avisos.
Programas envasados
La proliferación de las series es mal vista por el gremio
artístico y por un sector del público que prefiere los
programas en vivo. Se suele argumentar que las series se
"pasan" por economía, para compensar la retracción de los
avisadores. Pero no es así: cuestan entre 250 y 1.000
dólares por programa, suma con la cual podría ser
financiado el teleteatro más ambicioso. Sin embargo, los
directivos de TV consideran que, a despecho de la calidad
artística, la calidad técnica de las series no puede ser
superada por los programas en vivo.
Las series, hijas de los "comic books" comenzaron a
fabricarse con un solo esquema: acción, violencia y
sadismo. Así surgieron los primeros westerns y policiales,
como Bat Masterson, Los intocables, etc. Pero los
productores estadounidenses no tardaron en fabricar
programas para un nivel cultural más elevado. El amplio
mercado interno (200 millones de espectadores) y externo,
les permitían afrontar ese riesgo comercial. Los
defensores, al igual que El doctor Kildare, adquirieron
una popularidad inesperada, desplazando a programas de
gran impacto como Revólver a la orden, El hombre del
rifle, La ciudad desnuda y otras que ya han dejado de
producirse, lo cual prueba que la cultura y los gustos del
público no son tan deplorables como creen algunos
productores.
En nuestro país, las series (cuya importación cuesta un
millón y medio de dólares por año) ocupan la mayor parte
de la programación de los cuatro canales y los ratings
demuestran que la afición del público por este tipo de
espectáculos no decae. Solamente el canal 13 proyectó en
el último trimestre del año pasado 768 horas de material
filmado, sobre un total de 168 horas de teleteatro y 200
de shows.
Programas "en vivo"
El secreto del éxito de los programas en vivo es de fácil
aplicación: trabajar para una audiencia de un nivel mental
de 15 años. Pepe Biondi, el campeón del rating en la
Argentina, con un índice del 60 por ciento, emplea la
receta en cada uno de sus programas. Su iniciación, a los
13 años, en el circo Anselmi, le proveyó de la experiencia
necesaria para poder pulsar la cuerda sensible del
público. Siete años en Cuba le bastaron para pulir su
lenguaje y aprender los recursos para conquistar una
platea más vasta y heterogénea que la del picadero. Cuando
Goar Mestre se vio obligado a emigrar sus capitales a la
Argentina y crear el canal 13, lo primero que hizo fue
traerse a Biondi, trasplantarlo tal como estaba, con su
flequillo, sus bofetadas y su estereotipia de "muchacho
zonzo", heredada del tony circense. En orden de audiencia
siguen a Biondi dos programas serios: Cándido Pérez,
señoras y La familia Falcón. Con diferentes
características, ambos crean en el público la ilusión de
una estructura familiar sin conflictos graves, mostrando
la realidad tal como el espectador desearía que fuese.
Sus vecinos inmediatos en el éxito son los shows, y los
dos showmen de más popularidad: Antonio Prieto, "as" del
show musical y Nicolás Mancera, su igual en el show
periodístico. Pero resultan caros (el de Antonio Prieto
costaba por programa alrededor de medio millón de pesos y
Mancera cobra tres millones), y requieren más de 70
personas, entre técnicos y artistas, además de un refuerzo
de porteros para disciplinar al público, que espera
pacientemente durante horas para ver a su ídolo en carne y
hueso.
La "soap-opera"
Las telenovelas vegetan encasilladas en los viejos
esquemas de cursilería y truculencia. Una conocida firma
comercial recomendaba a los autores para lograr una obra
de impacto: 1) destacar la virilidad del galán; 2)
incursionar veladamente en el asunto "sexo"; 3) ubicar a
los protagonistas en el Barrio Norte, y 4) regirse por las
normas morales de 1930.
De todos modos, el ritmo de trabajo que impone una
telenovela no permite muchas exquisiteces. Los capítulos
se graban una semana antes y en dos días deben estar
listas 5 entregas, o sea un total de 100 páginas de
diálogo, intriga y acción, que el actor tiene que aprender
de memoria una vez por semana. Actores como Fernando Siro
son famosos por su falta de memoria y los utileros deben
esconder las páginas de los libretos en la escenografía
para que el galán pueda leerlas durante la representación.
La telenovela diaria, con sus aranceles generosos (4.500
pesos por capítulo) permite al autor ganar sumas
tentadoras. Un escritor de indiscutible éxito, Alberto
Migré, ha llegado a cobrar nada menos que medio millón de
pesos mensuales.
Sin embargo, costó mucho organizarse para impedir que los
productores inescrupulosos se llevaran la parte del león.
Al principio, cada actor tenía que pelear individualmente
su salario, y cobrarlo (cosa que a veces no conseguía)
cuando al productor o al canal le resultara cómodo. Recién
a mediados del año pasado, la Sociedad de Actores adquirió
fuerza suficiente como para imponer convenios, fijar
aranceles mínimos y poner a prueba su unidad con una de
las huelgas más extensas realizadas en la televisión
mundial: la que se declaró contra el canal 7, con dos
meses de duración. Hoy es la misma sociedad quien, en
representación de los actores, cobra los salarios y exige
el cumplimiento de los contratos. Pero todavía se le
escapan algunos resortes: 1) Las figuras de renombre que
rechazan la administración de sus contratos por la
sociedad de Actores para evitar que se divulguen sus
cachets; 2) los artistas que para conseguir algún contrato
ofrecen devolver al productor parte de sus aranceles.
Las damitas jóvenes
Los convenios gremiales tampoco rigen para las damitas
jóvenes, que, recién llegadas a la farándula, perciben
cien o doscientos mil pesos mensuales, mientras que una
actriz del talento de Milagros de la Vega permanece casi
olvidada. "La TV reclama caras jóvenes y bonitas, cuerpos
atractivos, magnetismo personal", explican los
productores. Y para eso no se necesita ser muy inteligente
ni haber cursado estudios escénicos: cualquiera podía ser
estrella de la noche a la mañana mediante una intensa
promoción publicitaria.
La omnipotencia que habían conquistado productores y
directores de TV sobre el futuro de la actriz fue causa de
maquinaciones turbias con las aspirantes a la fama. Desde
comienzos del canal 7 se vio rondar en las puertas y en
los cafés cercanos a la teleemisora a un pequeño y
lamentable ejército de adolescentes que iban a mendigar la
limosna de un "bolo". Esa caldera de pequeñas ambiciones
iba a terminar por acoger a toda clase de individuos y
pronto saltó el primer escándalo relacionado con drogas y
prostitución organizada. La policía comenzó a patrullar
las inmediaciones de los canales y se exigió la
presentación de un carnet especial para el acceso al
estudio. El ambiente trató de tapar el escándalo, pero en
el programa "Apelación pública", Inés Jordán, una bonita
actriz de 20 años, ex maestra y decoradora, admitió
públicamente la existencia de ese submundo oscuro de
muchachas que urgidas por la ambición se sometían a las
exigencias de los sultanes del canal. La denuncia originó
un nuevo escándalo, que fue sofocado antes de cobrar
dimensiones de alarma.
—Sin embargo, esas muchachas continúan existiendo
—confiesa Inés Jordán—. Entran con facilidad, pero salen
tan rápidamente como han entrado.
Por otra parte, la televisión ha exacerbado un sistema de
clases propio que es imposible modificar. La pirámide es
curiosa, pues en su cúspide no están las figuras teatrales
sino los locutores. Les siguen los showmen, los galanes,
el amplio mundo de actrices y actores de reparto y, en su
base, el ejército esforzado y siempre relegado de los
extras.
El misterio del paquete
Y del escándalo pasamos a la estafa. El "paquete", en la
jerga de TV, es un convenio entre la emisora y un
productor independiente, mediante el cual este recibe una
determinada suma de dinero por un programa,
comprometiéndose a pagar a los actores, al autor y a los
colaboradores los cachets correspondientes. Este sistema
ha permitido infinidad de negociados, especialmente en el
canal oficial, los cuales obedecen al siguiente mecanismo:
1) el productor declara que necesita 200.000 pesos por
programa, prorrateados entre sus colaboradores, a los que
pagará 180.000, quedándose con los veinte mil restantes en
concepto de ganancia; 2) pero el productor obliga a firmar
a los artistas recibos por 180.000 y les paga solo la
mitad, ganando en consecuencia más de cien mil pesos. A
veces sucede otra variante: 3) el productor no paga a
nadie y se guarda el dinero.
Los "paqueteros" circulan por el ambiente sin problema
alguno.
¿De quién es la culpa? Algunos consideran que los actores
y autores que se someten a renunciar a parte de sus
haberes son cómplices y merecen compartir la culpa. Otros
los justifican. En los últimos años, la demanda de trabajo
fue tan escasa que los actores aceptaban cualquier cachet,
con tal de que los oyentes no se olvidaran de ellos.
El fantasma del rating
Las encuestas, los ratings son en todo el mundo la palabra
del oráculo. En nuestro país, las agencias más importantes
son IVA (Instituto Verificador de Audiencias) e IPSA.
Ambas se dedican a llamar diariamente por teléfono a los
hogares que poseen televisor y a preguntar qué audición
están escuchando. Los resultados de la encuesta son
enviados diariamente a los canales que pueden apreciar así
el mayor o menor éxito de sus programas, lo cual facilita
la venta a los avisadores.
La importancia que adquiere este servicio se presta a toda
clase de suspicacias en Estados Unidos Robert Colan,
director de la empresa de Encuestas Associates, de Kansas
City, confesó que el 75 por ciento de los informes eran
falsos. Lo mismo ocurrió con otra agencia: la Videode
Inc., de Nueva York. En estos casos solo había existido
delito de estafa contra las mismas empresas que recibían
ratings fabricados sin encuestas previas, pero también
puede haber ocurrido que algunas agencias encuestadoras.
hayan dado a publicidad datos que favorecían a un canal en
detrimento de otros.
Fobias y manías
Un alto porcentaje de audiencia lo constituyen los niños.
Los padres manifestaron su inquietud, pero las respuestas
de los médicos liberaron de culpa y cargo a la televisión.
El médico psiquiatra Jaime Guillermo Rojas Bermúdez (37
años, colombiano), director de Psicodrama y Psicoterapia
de Grupo y presidente de la Asociación Argentina de
Psicodrama, opina que alarmarse por el supuesto sadismo de
las series es no encarar el problema en profundidad: "Si
el niño se siente atraído por la imagen de la pantalla más
que por la compañía de sus padres, es porque en él hay un
déficit de afectividad. La falta de identificación con el
padre favorece su tendencia a pegarse al aparato de
televisión. Cuando el niño sienta que su padre es más
interesante que la televisión prescindirá de esta. No la
hagamos chivo emisario de un problema que nos incumbe a
nosotros mismos".
Pero los maestros discrepan: Desde que apareció el
televisor —dicen— los alumnos son más indolentes y
distraídos. Estudian menos y se resisten a hacer los
deberes.
La serie de reparos se extiende en una enumeración
fatigosa: corrupción del lenguaje, deformación
psicológica, embotamiento de la mente y la imaginación,
hábito de la haraganería, cursilería, etc.
Por otro lado, las ventajas: contribuye a la unión de la
familia (cierto que una unión silenciosa y sin
comunicación espiritual), a la formación cultural del
pueblo, al acercar hasta sus hogares espectáculos que de
otra manera permanecerían ignorados, etc. La enumeración
de los méritos de la pantalla chica, en boca de sus
adictos, es tan larga como la de sus inconvenientes para
sus enemigos. Pero unos y otros se sientan frente al
aparato, y los programas, buenos o malos, por interés o
por molicie, tienen una audiencia que ningún otro
espectáculo ha alcanzado. El televisor ha vencido todas
las resistencias. De hecho es parte del mobiliario
moderno. Una vez conectado, con la antena alerta, pocos se
resisten, en algún momento del día, a la curiosidad de ver
animarse la pantalla.
Revista Panorama
abril 1964
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