"Mi plan consistía en venir aquí dos meses antes, hacer
todas las pruebas que fueran necesarias y volver para armar
los autos en la Argentina; seguramente hubiéramos podido
regresar con coches más veloces y más fuertes, y el
resultado habría sido totalmente distinto". A poco de
finalizar las endemoniadas 84 horas de la Maratón de la
Ruta, en Nürburgring (Alemania Occidental), el sábado 23,
Oreste Berta, jefe técnico de la delegación argentina,
suspiraba ese lamento a manera de velada autocrítica. Sin
embargo, el Torino había sido probado en los términos en que
exigía Berta; algunos meses antes de la competencia, Juan
Manuel Fangio y el piloto Juan Manuel Bordeu habían
experimentado el auto en ese mismo circuito, arrojando un
saldo satisfactorio. La de Berta es, quizás, la única
expresión de inconformismo que se detectó entre los 500
argentinos que serpentearon el anillo de Nür. De todos
modos, la performance del coche argentino no sólo sorprendió
a los exigentes críticos especializados que se dieron cita
en Nürburgring la penúltima semana de agosto; los propios
integrantes de la delegación criolla fueron testigos
azorados de un hecho imprevisto: que dos automóviles
argentinos dictaran las leyes del juego, hasta convertirse
en los amos de la competencia. Ahora, cuando todo parece
indicar que el automovilismo nacional vuelve a fatigar la
huella que transitaron Fangio y José Froilán González, tal
vez sea necesario recordar aquellas observaciones del
técnico Berta para comprobar lo difícil que fue recorrer "el
infierno de Nürburgring".
"ALGUNAS PIEDRAS" "La
verdad sea dicha, encontramos algunas piedras en el camino,
algunas dificultades que debemos olvidar". Fangio, jefe del
equipo y factótum de la hazaña argentina, empleó un idioma
no demasiado explícito para referirse a los inconvenientes
que tuvieron los argentinos. Berta, sin embargo, prefirió la
acidez del lenguaje directo: "Esta carrera no me gusta —dijo
cuando todavía Eduardo Copello punteaba la competencia a
bordo del coche Nº 3—; tiene muchas cosas un tanto
inexplicables". Sus colegas europeos no parecieron
comprender demasiado: "¿de qué puede quejarse este
argentino, cuando sus pilotos van ganando la carrera?",
musitó Ghesaro Fiorio, jefe del equipo Lancia —uno de cuyos
coches, el Nº 38, se adjudicó la carrera—, mientras se
apartaba del grupo de técnicos que conversaban en las
inmediaciones de los boxes. Días después, Berta insistió:
"¿Por qué algunos autos circularon con sus caños de escape
rotos durante más de un día y no se los detuvo en el box
para intimar la reparación? ¿Qué sentido tiene castigar,
restándole una vuelta, al coche que se detiene para un
arreglo?". Estas fueron algunas de las ingenuas preguntas
(porque la competencia tiene ese reglamento) con las que el
técnico cordobés azuzó la susceptibilidad de los
organizadores. Para muchos de los argentinos que
aguardaron incólumes el desenlace de la Maratón, los
interrogantes de Berta no sólo eran correctos, sino que,
absurdamente, abrían la posibilidad de una conspiración
internacional: "¿No se habrán puesto de acuerdo los europeos
para evitar que ganara el equipo argentino?". Más allá de la
duda, la suerte se confabuló contra los pilotos criollos; la
lluvia, por ejemplo, le jugó una mala pasada al Torino Nº 2
(piloteado por la terna Jorge Cupeiro-Gastón Perkins-Eduardo
Rodríguez Canedo), cuando a las 11.30 horas de carrera, en
una maniobra fallida de Cupeiro —quien lo conducía en ese
momento— el automóvil salló de pista sin posibilidad de
regresar a ella por sus propios medios: fue el primer
abandono de un coche argentino. Aún más lamentable fue el
destino del Torino Nº 1 (Luis Di Palma-Oscar Cacho
Fangio-Carmelo Galbato), que debió abandonar la competencia
cuando marchaba en un inmejorable tercer puesto, al
producirse un corto circuito que lo dejó sin luces en el
sector de mixtos veloces (había circulado durante 49.30
horas). Si alguna conjetura flotaba aún en relación a las
presuntas maniobras de los europeos, se desvaneció cuando
una voz femenina —al término de la carrera— pronunció en un
castellano alemanizado a través de los altoparlantes:
"Bravo, argentinos, los esperamos el año próximo".
EL
NACIMIENTO DEL MITO Si la destreza de los pilotos
argentinos les valió el mote de "demonios del volante", la
robustez y la velocidad del Torino impresionó aún más a los
espectadores de Nürburgring. Tony Fall, el volante inglés
que comandó el Lancia ganador, sólo atinó a decir: "No puedo
creerlo, ese coche argentino hizo lo imposible". La opinión
de Fall coincidía con la de la mayoría de los comentaristas
europeos, quienes cayeron en la redundancia de la palabra
"increíble" para calificar la actuación del coche argentino.
Cuando un mes antes de la carrera los guinches del puerto de
Amberes, en Bélgica, desembarcaron los tres grandes baúles
que contenían a los Torino, algunos de los organizadores de
la Maratón se miraron entre sí con gesto de suficiencia,
como subestimando lo que veían. Aun en los primeros
entrenamientos, la mayoría de los expertos le restaba toda
chance al equipo argentino. Era entonces cuando Fangio
respondía a los requerimientos periodísticos con una
invariable aspiración: "Nos conformamos con llegar". Pero el
esquema se rompió no bien fue dada la orden de largada; el
pique del Torino Nº 2 aventajó a sus 62 contrincantes (sólo
19 de los cuales completaron las 84 horas) ante la sorpresa
unánime. Muchos se resistían aún a dar crédito a lo que
estaban viendo y se refugiaron en una frase: "Esos coches no
van a aguantar el ritmo de la carrera". Se equivocaban: el
Torino Nº 3 no sólo llegó en cuarto lugar (a pesar de haber
cumplido dos vueltas más que el Lancia Fulvia vencedor,
quince más que el BMW 2.002, que arribó segundo, y 19 más
que el Triumph TR 5, clasificado en tercer lugar), sino que
logró esa performance —que solo nubló el reglamento del
certamen— superando a máquinas cuyas fábricas (como en el
caso de Porsche o Mercedes Benz) vienen experimentando sus
productos desde hace más de 20 años. Además, los Torino
tuvieron que rivalizar con coches ostensiblemente más
livianos (una ventaja en circuitos tan sinuosos como el de
Nür) y con una potencia muy cercana a la del auto argentino.
Claro que no todas las glorias recaen en las máquinas
nacionales: sus pilotos contribuyeron a disimular las
desventajas que exhibía el Torino frente a las otras marcas.
La velocidad vertiginosa con que tomaban las curvas los
volantes criollos, por ejemplo, no obedecía a un capricho:
de esa manera evitaban accionar excesivamente los frenos, a
los que el peso del Torino desgastaba rápidamente. El
notable espíritu de solidaridad y disciplina que se advirtió
en los boxes argentinos, una de las claves del éxito, fue,
sin duda, consecuencia de la experiencia asimilada por
Fangio, cuando sirvió en escuderías tan exigentes como
Mercedes Benz y Ferrari. La actuación del equipo
argentino reveló la verdad de un viejo aforismo tuerca: "Un
buen piloto puede proceder de cualquier país, una buena
máquina sólo de un país altamente industrial". Lo que
descubre ante el mundo las cualidades de la industria
automotriz argentina, aunque la revista alemana Rally Und
Racing haya titulado, poco después de finalizada la
competencia: "Gran actuación de los Torino brasileños".
Revista Siete Días Ilustrados 01.09.1969
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