Revista Redacción
mayo de 1973 |
En la última etapa del proceso electoral, Perón se decidió
por Ricardo Obregón Cano como candidato a gobernador de
Córdoba —donde fue ministro hasta 1955— para neutralizar la
tendencia izquierdizante que se insinúa en el peronismo de
esa provincia. Por su parte, los gremios lograron imponer a
Atilio López, uno de los líderes del movimiento obrero
cordobés.
EL mismo 15 de abril, a dos horas y media de cerrado el
comido, Radio Universidad dio una muestra singular de
eficacia periodística: proclamó ganador de las elecciones,
al binomio Ricardo Armando Obregón Cano - Atilio López, tras
los procesamientos de su departamento de computación.
A esa hora, y en algún lugar de Córdoba, es posible que un
puñado de recuerdos agitaran la memoria del nuevo
gobernador. Quizá la paradoja de retornar al poder luego de
18 años de ausencia.
"Dos días antes que estallara la revolución de 1955 —narró
alguna vez a este periodista— hicimos cerrar el Pasaje Santa
Catalina, que divide el Cabildo de la Catedral, para
evitarnos sorpresas. Había llegado a Córdoba una pianista
recomendada por el general Uriondo, jefe del cuartel maestre
del Ejército, para dar un concierto el 15 de setiembre a la
noche, en el Teatro Rivera Indarte. Allá fuimos todos a
escucharla y al rato llegó el intendente Leandro Obeid con
la noticia del alzamiento. Le contamos al general Morello y
éste no lo creyó. Dijo que no debíamos dejarnos llevar por
la guerra de nervios desatada por los opositores y siguió
escuchando el concierto. Cuando llegué a mi casa sonó el
teléfono: era el gobernador para pedirme que fuera a la
jefatura porque la revolución ya estaba en la calle''. En
setiembre de 1955, Obregón Cano era Ministro de Gobierno en
la gestión de Raúl Felipe Luccini.
No será la única historia, ni siquiera la última. El nuevo
gobernador comenzaría desde entonces a rehacer un camino de
paciencia. Tal vez por eso, en la parte final del proceso de
la Revolución Argentina, fue escogido por Juan Perón para
neutralizar los pasos a la izquierda que insinuaba dar el
peronismo cordobés. El 15 de abril, luego de la segunda
vuelta, su postulación lograría el apoyo de 695.268 votos
contra 516.936 logrados por la Unión Cívica Radical.
El padrón revelaría algunas preferencias para esa ronda:
pese a la derrota, Víctor Martínez parecía contar con menos
sufragios adversos en el sector femenino que en el
masculino. Tras el cómputo definitivo, los votos se
dividieron así: Frejuli: masculino 305.560; UCR 243.789; en
mujeres, el Frejuli logró 299.762 y la Unión Cívica Radical
273.147.
Los caminos del ganador
El proceso electoral dentro del peronismo cordobés, en esta
etapa 1973, aparece como uno de los más contradictorios,
confusos, fluidos, y quizá como uno de los más dialécticos
de los últimos tiempos.
Para llegar a esta afirmación es preciso remontarse al
momento en que Obregón Cano derrota en las elecciones
internas del movimiento a su más importante oponente, Julio
Antún, que había sido uno de los voceros más airados en
contra de la Revolución Argentina.
Después de esa victoria, Obregón que había sido marginado en
las luchas intestinas del peronismo en los años de la
oposición, dio un paso al frente. Claro está que esa
marginalidad, no significaba ausencia. Siempre estuvo entre
los más importantes del sector político del peronismo, pero
nunca contó con un caudal de opiniones tan importante, como
para que pudiera decirse que contaba con una fracción
propia. Ello generó una suerte de "incontaminación" que le
permitió reunir a su alrededor a los jóvenes del partido con
marcada tendencia revolucionaria —dicho así, en forma
global, y por oposición al conservadorismo o quietismo con
variados aportes colaboracionistas a la administración de la
Revolución Argentina—. a ciertos sectores políticos del
interior que habían permanecido aislados en la lucha interna
y al mismo tiempo, Obregón logró sumar el aporte principal
del sector legalista de las 62, que liderara Elpidio Torres
en principio y luego de su retiro, Atilio López.
Mas aún, la posición personal de Obregón Cano encajaba en el
nuevo tiempo político que vivía Córdoba desde el 29 de Mayo
de 1969. Y esto debió saberlo el propio Perón, que desestimó
a su ahijado de casamiento Julio Antún, para encumbrar como
delegado a quien resultaría electo gobernador.
Desde aquel instante, Obregón Cano que había pasado sus días
previos ejerciendo la presidencia del Club Atlético
Universitario, se dedicó a formar su equipo, sus hombres,
pero sin que el tiempo le alcanzara para lograr una
homogéneo plantel de colaboradores, a punto tal que cuando
llegó el momento de preparar las candidaturas, lo único que
tuvo asegurado fue su postulación. Cuenta con la seguridad
que con los diez candidatos a legisladores que irán por el
sector gremial, habrá mayoría "legalista". Pero cuando
comienzan a discutirse los cargos legislativos entre
políticos, jóvenes y mujeres, la falta de una tendencia
definida le hace sentir al justicialismo cordobés todo
aquello que de contradictorio y confuso sugería el análisis
preelectoral. Claro está que la conducción general de Perón,
obviaría en el momento de las urnas, toda discrepancia o
indefinición. Sin embargo, aquella puja de sectores elevó a
la Intendencia Municipal al médico Juan Carlos Avalos, un
dirigente sin relieve, que perdió en su propia seccional.
Avalos debió ser el único candidato que en todo el proceso
no accedió a ser entrevistado por radio y televisión.
Gente que viene, gente que va
En la hora de la euforia, los movimientos previos a la
consagración del binomio frentista parecieron diluirse. No
obstante, habrá que tenerlos en cuenta para calibrar el
comportamiento futuro del gobierno de Obregón. Aquella
indefinición, permitió a distintos grupos acercarse a la
sede justicialista, en los que no faltaban quienes venían a
purgar sus frustraciones en otros partidos. "Se dio el caso
—relató a Redacción un miembro de la alianza— de personas
que entraban al local del Frente para ver qué podían hacer y
de golpe se encontraban en una reunión, opinando y
escuchando en medio de los más importantes candidatos, sin
que ellos pertenecieran ni siquiera a los aliados orgánicos
del Frejuli". Era en realidad una muestra de lo que José
Luis Romero llamó, "la democracia inorgánica", y no faltaron
por cierto las presencias montoneras, para terminar de
tipificar el fenómeno.
Esta heterogeneidad llevó también a una campaña proselitista
donde se entremezclaron variadas estrategias electorales y
multitud de expresiones publicitarias que sirvieron en
definitiva para apuntalar la victoria, de manera especial en
la primera vuelta. Para e! ballotage, la relación fue
distinta y toda la presión del aparato nacional, del. nuevo
presidente Cámpora, se asentó en Córdoba para respaldar la
candidatura de Obregón Cano y Atilio López.
¿Y ahora qué?
Los sectores más lúcidos de la cúpula peronista aseguran que
existen más cargos de funcionarios que candidatos a
llenarlos, así como sobrarán postulantes a las escalas
inferiores del presupuesto.
Por otra parte, los elementos ajenos al justicialismo, ya
sea en grupos o personalmente, han sido subsumidos. Aquellos
que se presentaron en la campaña electora) como MID, PPC o
MAP, han perdido toda su individualidad y su influencia en
el Frente cordobés ha sido tan efímera como inocua.
Simplemente se incorporaron y desaparecieron como tales. Un
ejemplo pudo advertirse cuando en la madrugada del lunes 16,
la plana mayor del peronismo y José Antonio Allende senador
nacional por la provincia pugnaban por llegar al balcón del
triunfo:
"Déjenlo pasar... es el senador ..." —clamó un acompañante
—; "¿Y para qué lo queremos... ?" —le replicaron—, y un
tercero le preguntó: "Che, Allende (Aiiende...) ha'i visto
qué lindo es ser popular...".
Con 150 afiliados en su Partido Popular Cristiano, el
legislador, apenas esbozó una sonrisa.
El fin de las estrategias
En la Unión Cívica Radical, en la vieja casa rosada de la
Avenida Vélez Sarsfield, un proceso distinto pero
paradojalmente parecido vino a darse casi con la misma
intensidad. Pero con motivaciones diferentes, con
discusiones de otro plano y con estrategias confluyentes en
explotar las virtudes de su candidato: Víctor Martínez. El
ex intendente cordobés había recolectado una suma de
prestigio por su administración, pero en eso en Córdoba si
bien es importante ya no es suficiente.
El radicalismo local conducido por Eduardo Angeloz, también
sufrió el choque de tendencias, aunque una aparente calma se
encolumnara tras las siglas del Movimiento Nuevo, adosadas
al modernizado ideario de Raúl Alfonsín.
Después de la primera vuelta, la nueva guardia volvió a
adueñarse de la Casa Radical. La derrota en todo el país
sobre la fórmula Balbín-Gamond dejaba a los cordobeses, como
el último ariete de un proceso electoral implacable, y por
el cual los líderes del Comité Nacional con Ricardo Balbín a
la cabeza, había oblado un precio que alguna vez lo juzgará
la historia.
El radicalismo cordobés, que emergía del onganiato, de la
Revolución Argentina, fortificado en lo popular, con sus
huestes mezcladas en todas las manifestaciones, con uno de
sus candidatos a legislador (Juan Malvar) en el secretariado
de la combativa regional de la CGT, con una clara postura de
realidad política, impregnada de cordobazos y viborazos,
terminaría entrampada, casi impotente para dar vuelta una
situación provincial, sobre la que el triunfo nacional del
Frejuli influía decisivamente.
Por allí, los radicales armaron su nueva forma de enfocar la
administración. Bajo el nombre de "Diagnóstico y Pronóstico
para los problemas provinciales", dispusieron de un serio
equipo de trabajo integrado por una veintena de técnicos que
no desdeñan la política menuda. Se tomaba en cuenta el mismo
sistema que les permitió en La Cumbre —en marzo de 1969—,
actualizar una doctrina para una ciudad que sería sacudida
cuatro días más tarde con los efectos del Cordobazo.
"Para los radicales —confió uno de sus principales
dirigentes— el acto público ha muerto como tal. Recorrimos
207 pueblos del interior, indagamos sobre sus problemas y
sus soluciones". Pero no fue suficiente: debió pagarse el
riesgo de la intelectualización, más aún en un partido que
no olvida la fibra emocional.
De todos modos, el partido perdedor abrió la lucha con Raúl
Alfonsín: fue el único dirigente nacional que acompañó
personalmente en la campaña a las huestes de Angeloz, de
Becerra, de Martínez. Eduardo Gamond, resentido por lo que
consideró un desdén a su persona —el resultado de la primera
vuelta—, no pisó más la Casa Radical y se permitió enviar
una cáustica misiva al Comité de la Provincia.
Los cordobeses, recién recibieron un llamado de apoyo del
Comité Nacional en la mañana del mismo domingo 15 de abril.
Antes, esa solidaridad de línea se había manifestado en
algunos mensajes del norte del país, de Entre Ríos, de
Misiones, La Rioja y del propio García Puente, de la
Provincia de Buenos Aires. Y en esa forma, la UCR fue al
comicio de la segunda vuelta. Antes —al igual que el
peronismo— había trabajado en la política subterránea
tratando de lograr el apoyo que permitiera dar vuelta el
resultado. No se desdeñaron los contactos con los
movimientos vecinales del interior, con el manriquismo y
algunos disidentes del peronismo. Pero, es obvio en Córdoba,
nadie responde a caudillos.
Los tratos no aseguraban votos. Apenas un compromiso
personal. Sin embargo el radicalismo no pudo vencer la
inteligente opción que proponía el Frejuli para la segunda
vuelta: "No aísle a Córdoba".
La provincia estaba en manos del futuro oficialismo, con
mayoría en las cámaras, con la intendencia de Capital y de
los principales pueblos del interior.
Además, el Frente proponía cicatrizar las heridas de tantos
combates, darle paz a Córdoba, asegurarle el apoyo del
gobierno nacional.
La propuesta tuvo su efecto. En ningún momento se insinuó la
intervención a Córdoba en caso de ganar Víctor Martínez;
apenas si se rumoreaba que le resultaría difícil gobernar,
en cambio a su rival todo le resultaría más fácil. Ese fue
el argumento central de la segunda vuelta. Y así se
decidieron los sufragios, más allá de las campañas
publicitarias, del análisis sobre el comportamiento de cada
clase social, aunque las cifras dijeran algunas cosas de
interés. El fenómeno fue global, sin demasiadas áreas de
selección. El campo volvió a negarse a los requerimientos
radicales que planteaban una reforma agraria concreta, y que
para algunos aparecía como un amenazador avance en sus
intereses. El justicialismo por su parte propuso, con
lenguaje más llano, hacer también la reforma, pero
atendiendo primero a los colonos desalojados.
Unidos triunfaremos. ¿O no?
Mientras en el Frente llegaba poco a poco la hora de la
definición, que si bien encaja en la corriente nacional, no
puede apartar la especial significación que por su propio
estilo político tiene la provincia de Córdoba. Por ahora,
algunos se ufanan de que en la lucha de los slogans
internos, se ha impuesto el que pretende "una Patria
socialista" al de aquellos que soñaron una "Patria
peronista". No debe extrañar: es el choque de dos
concepciones, que se amortiguan ante la concepción final de
una política que sólo dicta y resuelve Juan Domingo Perón.
Mientras, algunos radicales a los que les sobraba buen
humor, encontraron dentro de su tristeza, un inusual
consuelo: "Mejor que nos vayamos todos a vivir a Colonia
Meunier". Tenían razón, en aquel pueblito del departamento
San Justo, a escasa distancia de la Laguna de Mar Chiquita,
habían logrado la mejor de sus victorias: lograron 119 votos
contra ninguno del candidato del Frejuli.
Así se hace la historia en Córdoba, como sólo ella puede
entender. Aunque protesten los estudiosos de las cifras, de
los comportamientos de clase y se recurra a ese tipo de
explicaciones para adivinar por qué se ganó o por qué se
perdió.
Córdoba se entiende en sus calles y en el alma de sus
hombres. Eso podrá explicar por qué uno de los autores del
cordobazo, Atilio López será el presidente del Senado
Provincial, y dos de aquellos combatientes del 69, Lino
Verde (obrero minero) y Héctor Castro (trabajador del
estado) se sentarán en dos bancas de la provincia, para
recrear la imagen obrera de una ciudad política. Apenas eso,
una ciudad política. Para qué más.
"Y DALE, Y DALE, Y DALE ATILIO DALE..."
Reproducción textual del discurso que improvisó Atilio López
el 15 de abril en la sede del Justicialismo de Córdoba.
EN este momento de gloria, en este momento de profunda
satisfacción, es también un momento de profunda emoción en
base a este pueblo de Córdoba que ha dispuesto por el voto
secreto en las urnas un nuevo cordobazo (el público grita:
"cor-do-ba-zo... cor-do-ba-zo"), que ha dispuesto en base a
las pautas programáticas del Frente Justicialista de
Liberación, a las pautas programáticas ideadas y elaboradas
por nuestro insigne conductor, el general Juan Domingo Perón
(la multitud ruge: "Perón .. Perón... Perón"), y que han de
ser sin ninguna duda, porque ya lo están demostrando,
llevadas a la práctica por nuestro compañero presidente
Héctor J. Cámpora y por nuestro gobernador Ricardo Obregón
Cano (todos cantan: "Y dale... y dale... y dale tío dale...
Dale tío, dale") y es por ello compañeros y compañeras que
en base a esta programática de gobierno que señalo que este
día de hoy 15 de abril de 1973 es un cordobazo hacia el
futuro argentinazo en base a la gran liberación, la
felicidad y el bienestar de todo el pueblo argentino (la
muchedumbre corea: "Y llora... Y llora.. Y llora Víctor,
llora"). Yo quiero señalar concretamente esta noche, donde
ya mi pueblo de Córdoba, la clase trabajadora, nuestra
gloriosa juventud, esa vieja guardia peronista y todo el
pueblo me ha consagrado vicegobernador. Yo como hombre del
movimiento obrero, ya que no vengo a pedir ni vengo a
plantear la necesidad del voto, vengo a comprometerme ante
mi pueblo para decir que sí, no sé cumplir, esa gloriosa
juventud sepa ajusticiarme ("A-ti-lio. . A-ti-lio...
A-ti-lio").
Yo quiero agradecerle a este pueblo magnífico, a este pueblo
maravilloso. Yo quiero expresarle mi eterno y profundo
agradecimiento y mi mejor forma de expresarlo ha de ser mi
función de gobierno. Mi condición de obrero no se ha de ver
compañeros. En ningún momento me voy a sentir desplazado. Me
debo a mi pueblo, me debo al peronismo, me debo a Perón,
pero me debo a la clase obrera, fundamentalmente. Y esa
clase obrera a la par de nuestra vieja guardia peronista, a
la par que esta maravillosa juventud que ha llenado las
cárceles del país por luchar por la liberación, que tantos
jóvenes han regado generosamente con su sangre las calles de
la patria, lo menos que podemos hacer los hombres que vamos
a cumplir funciones de gobierno, es cumplir con esta
generación, por el bienestar y la felicidad de todo el
pueblo argentino. ¡Viva la patria! ¡Viva Perón!
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