Revista Siete Días Ilustrados
04-10-1971 |
Para suministrar servicios a más de un millón de
personas, Obras Sanitarias completa la construcción de un
formidable acueducto subterráneo. Detalles de una obra tan
importante como poco conocida.
Se escucha como el sordo estertor de un remezón, un temblor
que estremece las apacibles entrañas de Lanús, en la
provincia de Buenos Aires. Hasta no hace mucho, los sordos
ruidos estremecieron también el ánimo de quienes habitan la
ribera de el Riachuelo. Uno de ellos, Roque Rosito, comentó
a su cónyuge la semana pasada: "Vieja: o yo me estoy
volviendo loco o por acá abajo pasa el subterráneo". Pese a
la escéptica expresión de su mujer, el sano juicio no había
abandonado al inquieto don Roque: en ese instante siete
vagones llenos de tierra, remolcados por una locomotora
eléctrica, discurrían por el subsuelo de Lanús, a poca
distancia de la morada de Rosito. El extraño convoy —junto
con el túnel de casi cinco metros de diámetro por el que se
traslada— forma parte de las obras de un gigantesco
acueducto que correrá desde las porteñas Pavón y Entre Ríos
hasta Lanús: algo así como el equivalente al río Jachal de
San Juan —un caudal acuoso de 10 metros cúbicos por segundo—
beneficiará a más de un millón de personas cuando la empresa
Supercemento S.A. ponga fin al gigantesco proyecto encargado
por Obras Sanitarias de la Nación.
La obra, que comenzó en 1966, insumirá alrededor de 12
millones de dólares (unos 6 mil millones de pesos viejos).
Si bien se prevé un aumento por razones obvias, el monto es
en sí mismo significativo: equivale a la tercera parte del
invertido en la construcción del túnel Hernandarias, que une
Santa Fe con Paraná, y al tercio de lo que insumirán las
obras del complejo Zárate-Brazo Largo.
No es tarea fácil ahondar en la topografía bonaerense:
"Trabajamos en el terreno más difícil de todo Buenos Aires.
Aquí, cada metro de subsuelo es diferente, todo es terreno
residual de antiguos bañados", explicó el arquitecto José
Alberto Vázquez (33), jefe de la obra, para quien la etapa
más difícil la constituyó el cruce del Riachuelo: se realizó
a más de 9 metros por debajo del lecho; o sea,
aproximadamente, a 18 metros de la superficie del agua.
Claro que para llevar a cabo semejante epopeya fue necesario
preparar —con muchos vagones de pedregullo— el fangoso fondo
del Riachuelo a fin de evitar los riesgos de una eventual
erosión.
Rogelio Martín (40), superintendente de excavación, también
glosó las dificultades del cruce: "Con nuestra máquina, que
habitualmente avanza a razón de 25 ó 30 metros por día, al
pasar por debajo del río sólo realizamos un avance diario de
15 metros". Las frecuentes, imprevisibles dificultades
crearon en los trabajadores un notable espíritu de equipo:
"Nuestro personal —se regodea el jefe de la obra— está
formado por gente especializada, donde hay muchos
universitarios. En general, gente joven (29 años, promedio)
y bien remunerada. Un operario gana 700 pesos por hora. Un
ayudante, 500. Hay oficiales que cosechan mensualmente hasta
190 mil pesos. Por eso llama la atención de que aquí todo el
mundo tenga su automóvil", se alegra el arquitecto Vázquez.
Claro que tales privilegios se obtienen a cambio de; un
trabajo realizado en singularísimas condiciones: por de
pronto, todas las tareas en el interior del túnel se cumplen
en una atmósfera especial, con una presión de 14 libras por
pulgada cuadrada. "Imagínese usted trabajando dentro de un
neumático de Renault Dauphine en toda la extensión de la
obra", comparó Martín, quien explica que el aire comprimido
"sirve para mantener a presión la tierra que forma el arco
del túnel, sobre todo en la zona del Riachuelo, donde a cada
rato uno se topa con terreno limoso". La compresión del aire
tiene también otras ventajas: impide las filtraciones,
permitiendo trabajar prácticamente en seco.
Las medidas de seguridad que se toman para el acceso al
subterráneo lindan a menudo con la ciencia-ficción. Por de
pronto, toda persona debe ser revisada por el servicio
médico. Según explicó el doctor Míctor Mizrali (40), jefe
del servicio, "cada persona que entre debe permanecer
comprimiéndose en una cámara especial. Al salir, es
necesario descomprimirse lentamente. En caso de aparecer
dolores en las articulaciones u otros efectos secundarios de
la descompresión —aclara el galeno—, tenemos una cámara
especial donde la persona afectada recibe el tratamiento
correspondiente". Esta rutina hace que los obreros se
autocalifiquen jocosamente de "astronautas": pero nadie ríe
cuando se recuerdan los fatales efectos de la brusca
descompresión que segó la vida de los cosmonautas
soviéticos.
Por otra parte, en las entrañas de Lanús, la vida trascurre
apaciblemente: los obreros —que trabajan en cuatro turnos de
seis horas— disfrutan de una temperatura media de 23 grados,
de una humedad relativa del 80 por ciento y, como bromeó
Ignacio Chávez, un boliviano de 21 años, "el equipo está a
la última moda: trabajamos en hot pants y botas. Lo que mata
la elegancia es el casco", un adminículo de uso obligatorio
y cuyo abandono motiva severas sanciones disciplinarias.
Sin embargo, gracias a semejante estrictez. Julio César
Rodríguez (28), jefe de seguridad, puede vanagloriarse de la
falta absoluta de accidentes: sólo una vez —hace tres años—
el mundillo que controla se conmovió con un accidente de
superficie. "Por otro lado —explicó—, mantenemos un riguroso
estudio de la atmósfera con aparatos especiales. El monóxido
de carbono es mínimo ;(10 partes por millón), aceptando que
la concentración respirable puede llegar hasta 50. Es más
puro el aire aquí que en cualquier calle céntrica de Buenos
Aires", acertó Rodríguez.
Mientras tanto, cada metro de túnel consume, voraz, la
madera de ocho árboles, sobre los que posteriormente se
aplican las dovelas: unas chapas de hierro que
originariamente fueron importadas. Un mojoncito con los
colores nacionales señala el momento en que comenzaron a
usarse las fabricadas en el país.
Para prevenir un eventual apagón de luces en la zona,
poderosos equipos electrógenos proveen la energía necesaria
para mantener el aire comprimido y la iluminación: en caso
de corte, el trabajo no se detendrá un solo segundo.
Cuando los vecinos de Lanús saboreen el agua del flamante
acueducto, los trenes subterráneos que estremecieron la
sensatez de Roque Rosito habrán trasportado más de 200 mil
metros cúbicos de tierra, cuyo destino final son los bañados
de Flores, y 400 obreros —sin contar a jefes e ingenieros—
habrán excavado cerca de nueve kilómetros en las entrañas de
Buenos Aires. También habrán talado y replantado más de 40
mil árboles. Y —lo que tal vez es más importante— habrán
cosechado una experiencia tunelera que permitirá ampliar las
redes de trenes subterráneos de Buenos Aires a razón de un
metro cada veinte minutos. Una velocidad que es casi record
mundial.
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La boca de acceso al túnel en la zona sur de la Cap. Fed., y
la cilíndrica cámara de presión, paso obligado del personal
antes de entrar o salir del acueducto |
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