EN los últimos días de mayo, una intempestiva decisión
gubernamental sacudió a todos aquellos relacionados de alguna
manera con la televisión argentina: en dos reuniones del
Presidente de la Nación con representantes de los sindicatos de
esa industria y con personalidades que han actuado recientemente
en cámara, se aceleró abruptamente el proceso iniciado en
octubre de 1973, y se tornó inminente la definitiva estatización
de tres canales de la Capital Federal, uno de Mendoza y otro de
Mar del Plata, pese a la existencia de una comisión bicameral en
el Poder Legislativo, que había sido creada con el propósito de
establecer la legislación definitiva para radio y televisión.
El nuevo enfoque marcó una gran diferencia con la política
anterior de dejar que la Comisión, en un proceso lento y sujeto
a negociaciones, arribara a la redacción de la Ley. Se tomaba
una línea eminentemente ejecutiva, que no fue del agrado de los
legisladores, quienes se van a encontrar al final del camino con
una serie de hechos irreversibles, tales como la propiedad
absoluta de los canales por parte del Estado, y la experiencia
anterior con las radios (actualmente en poder de la
Administración de Emisoras Comerciales) demuestra por ejemplo
que es mucho más difícil privatizar que estatizar. Las dos
reuniones con el Presidente —difundidas precisamente por TV—,
fueron ampliamente comentadas en los círculos allegados a
televisión, en las emisoras privadas existentes, y en todas las
agencias de publicidad. Dos productos típicos de la TV
cuestionada, Luis Brandoni y Juan Carlos Mareco, concentraron la
mayoría de las críticas, pero la inmediata reacción de los
anunciantes era también motivo de preocupación para los
publicitarios, quienes ven reducirse aún más el volumen de los
presupuestos para las campañas de productos de consumo masivo.
Otro de los temas en discusión fue la actividad de los
interventores de los canales 9, 11 y 13. La acción del Poder
Ejecutivo parecería indicar falta de conformidad con la
situación actual, pues de lo contrario no hubiera sido necesario
promover un debate público sobre la materia. Pero ocurre que
desde hace nueve meses son justamente los delegados del Gobierno
quienes controlan la línea artística y la programación de los
canales, y en todo ese tiempo el mejor aporte que hicieron al
levantamiento del nivel cultural fue el programa "Hola, vecina",
con el actor cómico José Dezer. Este hecho parecería indicar
que tampoco en un futuro cercano podrían esperarse grandes
cambios, fuera de los ya anunciados con motivo de restricciones
económicas en las empresas de televisión. Tampoco dejó de ser
mencionado el paradojal caso del 7, que está en poder del Estado
prácticamente desde que nació, y cuya precariedad de medios es
conocida. Si bien la programación de este canal llegó a alcanzar
un mayor porcentaje de emisión de cierto nivel, esta tendencia
ha declinado notablemente en los últimos tiempos. Una
alternativa hubiese sido que el Estado concentrara todos los
esfuerzos anunciados, en mejorar esta emisora, pero
aparentemente no será así, y la sola idea de una perspectiva de
que dentro de algunos años los otros canales se parezcan al 7,
estremece a la gran mayoría de los televidentes. Nadie ignora
que el Estado dispone de un gran poder de control sobre todas
las ondas de radio y televisión existentes, y que ha tenido
siempre ese poder en sus manos. Que haya sido usado para
controlar infracciones menores —como el exceso de publicidad por
hora o la aparición de escotes pronunciados— y no para alentar a
los canales a producir los espectáculos de nivel que suelen
prometer en sus ofertas el día de las licitaciones, es una
gruesa falla que debe corregir el propio Estado. Ahora en cambio
habrá otro canal nuevo (el 4, del Ministerio de Cultura y
Educación), que será evidentemente cultural y se sumará a los
otros cuatro, todos con idénticas aspiraciones educativas. Y
aquí hay un argumento fuerte: si —como advirtió el Presidente—
hay que ir a todos los públicos, incluso a aquellos que desean
sólo divertirse, ¿es necesario que el Estado tome a su cargo
también el entretenimiento? Nadie discute tampoco que los
programas de televisión en los canales comerciales apelaron, en
su momento, a elementos de competencia y no a perspectivas
culturales. Pero las características deformantes que se les
atribuyen han sido exageradas notablemente; un caso típico es el
vocabulario de las series dobladas en México, con sus
"balaceras" y "aparcamientos". Pero no se han registrado casos
de niños argentinos que utilicen esas expresiones; por el
contrario, hay adultos que dicen "en vivo y en directo", un
error idiomático mucho más grave y de origen absolutamente
nacional. Al personal de los canales el nuevo patrón (el
Estado) les dará supuestamente mayor estabilidad, siempre que
los recomendados no se acaparen los mejores puestos y no quieran
aparecer en cámara todos a la vez. El problema más serio será la
creatividad, lógicamente limitada por la situación financiera de
las empresas, y los programas que puedan ponerse en práctica en
el futuro dependerán, inevitablemente. de la facturación
publicitaria. Si esta se retrae por falta de interés de los
anunciantes, puede sobrevenir una crisis a corto plazo. Tal vez
se vuelva a la idea de reducir la cantidad de canales, con lo
cual el número de puestos de trabajo puede también mermar. Si
ello sucede, la menor variedad de programas inevitablemente
reducirá el interés de los teleespectadores y los inducirá a una
mayor atracción por las revistas, los diarios y los libros, como
sucediera durante los dos meses en que no hubo TV en horarios
centrales. Esta podría ser la consecuencia más favorable, pero
para la industria editorial no para los profesionales de la
televisión que fueron a pedir la supresión del sistema que los
hizo idóneos. Perón mencionó en la primera reunión a la
televisión europea como modelo digno de tener en cuenta, y López
Rega dijo en la segunda reunión que "la televisión argentina no
tiene nada que envidiarle a la europea, porque la hacemos
mejor". Es fácil advertir entonces que los argumentos importan
mucho menos que las ganas de pasar al poder del Estado todos los
canales. Esta parece haber sido la única y verdadera razón.
Revista REDACCION junio 1974
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