Revista Siete Días Ilustrados
04-10-1971 |
El video nacional está en vísperas de cumplir 20 años. La
trasmisión de los actos justicialistas en el día de su
máxima efemérides constituyó el punto de partida de las
emisiones del primer canal argentino. Quiénes son los
pioneros que hicieron posible el "milagro electrónico" en el
país, y los primeros adelantados de la pantalla que
contribuyeron a forjar uno de los hábitos más férreos de los
últimos tiempos
El 17 de octubre de 1951 fue un día bastante trajinado en el
mundo. La Academia de Estocolmo, por ejemplo, se reunía para
discernir el Premio Nobel de Medicina; en Montevideo, los
empleados públicos seguían en huelga; Liaquat Alí Khan,
primer ministro de Pakistán, moría acribillado a balazos; en
Egipto se proclamaba el estado de emergencia, en tanto Gran
Bretaña concentraba tropas cerca del Canal de Suez, y
norteamericanos y comunistas discrepaban, una vez más, sobre
los límites de la zona neutral de Corea. En Buenos Aires,
Plaza de Mayo hervía de gente: en el trascurso de la
celebración justicialista, Juan Domingo Perón lanzó una
pregunta a la multitud: "¿Están satisfechos con este
gobierno?". El sí, coreado por miles de gargantas, prologó
otra frase del líder: "¡Como éste 17 de octubre se lo han
dedicado a mi esposa, mañana en vez de San Perón será Santa
Evita!".
Estos sucesos monopolizaron las primeras planas de los
vespertinos, relegando a una tipografía más modesta otra
noticia: "Hoy se realizó, por primera vez en el país, una
trasmisión de televisión. Argentina es el segundo país del
continente, después de los Estados Unidos, que incorpora
definitivamente este nuevo medio de comunicación".
Veinte años después, aquel modesto anuncio ha alcanzado la
trascendencia de los acontecimientos que trasforman una
época y una sociedad. No hace falta ser licenciado en
sociología para advertir la intensa, casi absorbente
influencia que ejerce la caja mágica —como se la bautizó en
un comienzo— sobre la población. Tampoco es menester
referirse a las siderales sumas de dinero que se mueven en
un ámbito donde lo sorpresivo y sorprendente es ley.
EL LANZAMIENTO Y LAS VISPERAS
Quien pretenda detectar a los primeros adelantados de la
televisión argentina corre el riesgo de equivocarse. Muchos
se atribuyen el privilegio de haber ocupado la atención de
las cámaras en primerísimo término. Un rastreo realizado
por SIETE DIAS en los medios artísticos demostró que con la
televisión se verifica un fenómeno similar al que nutre el
mito de Carlos Gardel: son muchos —demasiados— los que lo
frecuentaron en calidad de íntimos.
Existe, sin embargo, un punto de partida. Nadie podrá
discutir que fue Jaime Yanquelevich, propietario y director
de Radio Belgrano, su auténtico pionero. Todo comenzó en un
viaje que J.Y. realizó a Estados Unidos hacia fines de la
década del 40, en donde le mostraron lo que era ese flamante
monstruo electrónico. Y quien había concretado las más
audaces aventuras artísticas en el país atisbo el formidable
futuro de la pantalla casera, la fuerza que contenía. "A mí
—confesó entonces a un técnico de Radio Belgrano— no me
importa el dinero que haya que invertir en este asunto.
Cualquier cantidad de millones será poca". Con esos —y
otros— argumentos, Yanquelevich se apersonó al entonces
ministro de Comunicaciones, Oscar Nicolini. La euforia
económica del país permitía la empresa, "descabellada" para
muchos. Años más tarde, un admirador de J.Y. trazaría un
curioso parangón, comparando su impaciencia a la de
Sarmiento, cuando pidió un crédito de 70 millones de duros
con destino a los ferrocarriles, provocando risotadas entre
muchos legisladores.
Secundado por un equipo de experimentados hombres de la
radio (César Guerrico, Ignacio Demaría, Francisco Romero,
Raúl Rosales, entre otros), Yanquelevich se dedicó
fervorosamente a organizar el primer canal argentino.
Obviamente, Nicolini ya había sido convencido. El edificio
del Ministerio de Obras Públicas, solitario y elevado sobre
la avenida 9 de Julio, resultaba ideal para sostener la
antena y el equipo trasmisor. Un grupo de técnicos, entre
los que figuraban James Ballantine (de Standard Electric),
Alejandro Spataro (Radio Belgrano) y Máximo Koeble,
supervisaron la instalación. El complejo artefacto —aún hoy
considerado un alarde de perfección tecnológica— era un
modelo FTL, de la empresa ITT. Las cámaras ostentaban la
marca Dumont.
Durante 20 días, operarios que despreciaron el vértigo se
dedicaron a montar la antena de 50 metros de altura,
mientras en el piso 23 del ministerio se habilitaban los
primeros estudios. En setiembre de 1951 se iniciaron las
trasmisiones experimentales. El stock de aparatos
receptores, en Buenos Aires, era reducido —la primera
partida importada no superaba los 30—, pero en los diarios
comenzaron a aparecer avisos sofisticados ofreciendo el
"nuevo milagro electrónico". Se afirma que la primera imagen
que reflejaron las pantallas de los monitores fue la del
ingeniero Koeble, sorprendido mientras realizaba algunos
ajustes. Posteriores tomas mostraron panorámicas de la
ciudad, captadas desde uno de los balcones del edificio. En
las emisiones de prueba ya intervenían figuras familiares de
la radio y el cine —Adolfo 'Fito' Salinas, Eve Gerbolés,
Jaime Más, Isabel Marconi, Nelly Prince, Mario Oscar
Catalano, Guillermo Brizuela Méndez—, bajo la dirección del
doctor Enrique Telémaco Susini.
El anecdotario de aquellos días previos al gran debut se
nutre de hechos imprevistos. Uno de los más recordados por
los veteranos del video local es el siguiente: se estaba en
plena trasmisión cuando el doctor Susini vio una imagen que
consideró insólita. "¡Sáquenme ese papanatas de la
pantalla!", bramó. El operador se limitó a informarle: "El
que está en el aire es usted, doctor".
EL DIA CLAVE
A mediados de 1951, Héctor Horacio Ghiggeri, un adolescente
sin pretensión de paga (actualmente productor televisivo),
se consideró afortunado cuando lo llamaron para integrar el
equipo que protagonizaría, el 17 de octubre de ese año, la
primera trasmisión, desde Plaza de Mayo. "Temprano, me
ubiqué en el camión de mudanzas que se estacionó frente al
edificio del Banco de la Nación —recuerda ahora—. Allí
estaban, bajo la dirección de Orzábal Quintana, los
camarógrafos Nicolás del Boca, Noisseaux y Celasco. En
distintas vidrieras céntricas podían verse aparatos
encendidos desde la mañana, cuyas pantallas reflejaban la
placa identificatoria de la emisora: LR3 Radio Belgrano -
Canal 7. La gente se apiñaba frente a ellos, entre curiosa y
desconfiada. Avanzando el día, eran privilegiados quienes
mantenían posiciones cómodas para presenciar el desarrollo
de la concentración peronista. La televisión era la
novedad." Una intrusión deseada, aunque el precio de los
primeros aparatos excedía enormemente las posibilidades del
hombre medio: como si ahora costaran 500 mil pesos.
Orzábal Quintana, en la central instalada en el Banco de la
Nación, manejó las tres cámaras con idoneidad de
documentalista. Se alternaban enfoques a la multitud con
planos del célebre balcón, donde la aparición de Perón y su
esposa marcaron los instantes cumbres. Eva Perón apareció en
plano exclusivo cuando asomó para saludar; la escena de su
furtivo desmayo —su esposo alcanzó a tomarla de la cintura—
fue vista por miles de teleespectadores con mayor nitidez
que la disfrutada por la multitud esparcida sobre la plaza.
Se vio también claramente la entrega del Laurel a la
Distinción del Reconocimiento, con el que la CGT homenajeaba
a la entonces primera dama por su renunciamiento a la
candidatura para la vicepresidencia de la Nación.
Cuando el gentío se desconcentró, el grupo que hizo posible
esa emisión inaugural se permitió probar el primer café de
la jornada en el camión de exteriores del debutante Canal 7.
Pero no disfrutaría de mucho tiempo libre: esa misma noche
Jaime Yanquelevich anunciaría el comienzo de las
trasmisiones regulares. En Ayacucho y Posadas,
sobre el escenario del Teatro Intimo del Alvear Palace
Hotel, se desarrolló la histórica ceremonia. J.Y. fue el
primer orador; le siguió el gerente de Gath y Chaves —la
primera firma que comprometía su apoyo económico a la
televisión local—; el ministro Nicolini estuvo representado
por su secretario. Los números artísticos incluyeron
recitales de piano, a cargo de Pía Sebastiani, el ballet del
teatro Colón y un show que agrupó a las figuras más notorias
del momento. Al cierre de la trasmisión, con el "Hasta
mañana" del locutor de turno comenzaba un proceso de
habituación que ya está tremendamente arraigado en el
público.
LOS PRIMEROS SERAN LOS PRIMEROS
Sumergirse en los períodos iniciales del video nacional —es
decir, en los albores de Canal 7— supone tropezar con una
galería de personajes, estereotipos, anécdotas y secretos,
muchos, de los cuales militan en el olvido; otros, alimentan
la todavía juvenil mitología de la televisión local. A
continuación algunos fogonazos retrospectivos que iluminan
facetas de esa etapa que sus protagonistas consideran épica.
• Cuando a Jaime Yanquelevich le preguntaron por qué había
elegido el número 7 para el canal pionero, respondió: "Muy
simple: porque se encuentra en el medio del dial. Cuando
instalen otros canales, nosotros ocuparemos el centro de la
manijita sintonizadora. O sea que para cambiar de emisora el
telespectador deberá pasar, en la mayoría de los casos, por
la nuestra". Claro que la elección numérica le redituó no
pocas bromas: las dos más famosas que le jugó el personal de
Radio Belgrano consistió en hacerle llegar una fotografía
del Canal 7 de San Fernando, y otra alegórica,
irreproducible.
•En un comienzo los programas eran una curiosa combinación
de teatro, varieté y radio. Resultaba difícil encontrar el
tempo de la televisión. Por otra parte, los equipos técnicos
debían ser versátiles y ubicuos. A propósito, Ghiggeri
recordó a SIETE DIAS fragmentos de la agenda que debía
cumplir el trío de camarógrafos integrado por Domínguez,
Bertotto y Viegas. "De 20.30 a 21, en el Palais de Glace,
hacíamos 'La azafata enamorada', con Paulette Christian.
Entre 21 y 22 corríamos a Ayacucho y Posadas para cubrir el
show de Jorge Salcedo y Eda Vermont, que se desarrollaba en
el estudio A. Inmediatamente subíamos al estudio B: nos
esperaba El show de Lydia Scotti. Y a las 22.30, de nuevo en
el Palais, enfocábamos Teatro Universal. Parecíamos locos,
corriendo por la calle desaforadamente, mientras nos
esperaban trasmitiendo publicidad."
•El primer telenoticiero fue dirigido por Tito Martínez
Delbox, con la locución de Carlos D'Agostino. Mucha, gente
del ambiente sostiene que, aún hoy, a pesar de las
facilidades técnicas y perfeccionamiento del instrumental
óptico existente, no se ha superado el ritmo de Tito. "Daba
a las noticias un suspenso nunca igualado", insisten.
•Los chilenos vieron televisión por primera vez gracias a
Canal 7. En ocasión de la visita que Perón hizo a Santiago
(febrero de 1953) para reunirse con el presidente Ibáñez,
emprendió azaroso viaje el camión de exteriores. Superando
los caminos de cornisa, cargado con todos sus equipos, el
rodado llegó a Chile, se instaló frente al palacio de La
Moneda y, mediante monitores distribuidos estratégicamente
en la ciudad, realizó una trasmisión impecable.
•Ricardo Barilatti fue el primer apuntador del video local.
Ronco, a veces imperioso, salvó muchas situaciones de
apremio, manteniéndose siempre al margen del campo visual:
habilidad que, aún hoy, no terminan de conquistar muchas de
las figuras más experimentadas.
•Canal 7, en circuito cerrado, realizaba numerosas emisiones
que no llegaban al público. Por ejemplo, las más importantes
peleas concertadas en el Luna Park se televisaban
exclusivamente para Perón y sus ministros, gracias a un
microenlace logrado por los técnicos.
•Los primeros avisos, naturalmente, se leían en cámara. Uno
de los locutores más recordados es Héctor Cattaruzza, quien
se presentaba, invariablemente, con una flor en el ojal; lo
acompañaban Fito Salinas, Juan José Piñero y quienes aún
conservan vigencia intacta: Pinky, Cacho Fontana y Brizuela
Méndez.
•Un episodio fortuito impidió la permanencia televisiva de
un con sagrado personaje radiofónico: El Amigo Invisible,
cuyo debut fue pulcramente preparado a las pocas semanas de
inaugurado el canal. Se había planeado que El Amigo
permaneciera en la penumbra, mientras un locutor en off
recitaba aquello de "Y ahora, el rayo de luz con los grandes
pensadores de la vida...". El día del lanzamiento, y apenas
escuchó "Un rayo de luz...", un técnico giró las llaves e
iluminó al veterano locutor, terminando de entrada con una
incógnita que se presumía perdurable.
•Entre los precursores de la televisión argentina figura un
personaje que, según la gente del ambiente, se constituyó en
el primer productor: Alberto 'Tano' Nozzi. Dueño del
'calembour' porteño, filósofo a la discepoliana, Nozzi es el
"fabricante" de varios monstruos que dominan la pantalla
chica; Pinky es uno de ellos. Muy joven, su paradero fue la
cortada de Carabelas, donde se había convertido en escucha
de los más talentosos escritores y periodistas de la ciudad.
De allí data su incondicional devoción por Samuel Eichelbaum
y otros ilustres bohemios de esa belle epoque porteña. Nozzi
debutó en la televisión como tiracables, pero evolucionó
rápidamente y se erigió en productor, organizador y factótum
de cuanto programa hablado se trasmitía. En cierto espacio
periodístico que dirigía, Nozzi se disfrazaba de mozo para
indicar a los panelistas —en cámara, pero en voz baja—
cuándo debían dejar de hablar. Además, como no existía sino
una máquina de hacer café de utilería, Nozzi imitaba, en
off, el siseo del vapor. Un día el descuido de un técnico
hizo reír a medio Buenos Aires: apareció en pantalla la
regordeta cara del Tano con las mejillas infladas,
produciendo el clásico "shshshsh" del armatoste imaginario.
En aquellos tiempos no existía un fantasma llamado rating
que luego, con el advenimiento de los otros canales, dio por
tierra con una época de pioneros; tal vez, la etapa más
pintoresca de toda actividad humana.
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