"Desde que Uds. no salen, ya nadie habla de golpe de Estado",
dijo un dirigente radical del Pueblo a un reportero de Primera
Plana, en los días iniciales de febrero, cuando un conflicto
gráfico impedía la aparición de esta revista. La insólita
imputación del dirigente respondía también a un atraso de
informaciones: no sabía que se hablaba tanto del golpe que hasta
dos conspicuos correligionarios suyos, un Ministro y el jefe del
partido, se convertirían en voceros de una conspiración militar
tendiente a derribar a Arturo Illia. La hora del miedo sonaba
para el gobierno, o por lo menos se hacía pública. Porque quizá
comenzó antes, a lo largo de 1965, mientras la imagen
paternalista y placentera que dibujaron el Poder Ejecutivo y la
UCRP se fue endureciendo y llegó a la agresividad. El Presidente
no pudo escapar a ese vuelco: su persistente campaña de
autopropaganda —la más intensa que conoce la Argentina desde el
régimen de Perón— se tiñó de brusquedades y disonancias. Los
radicales gustan explicar sus fracasos como la obra de sus
críticos y rivales, "los francotiradores nihilistas", según los
llama el doctor Illia en el más esotérico estilo yrigoyenista.
Pero 1966 no parece un año capaz de soportar fracasos,
especialmente en el campo político: es el preludio de elecciones
decisivas, que la UCRP necesita ganar para asegurar su
estabilidad en el gobierno. Desde principios de 1966, una
ofensiva gremial golpeó contra la Casa Rosada. Los informantes
militares detectaron índices más perceptibles de golpismo en las
Fuerzas Armadas y el PE debió paliar el embate sindical
aboliendo sus propias medidas económicas. El gobierno no pudo
seguir ocultando sus temores. Si los prohombres radicales
decidieron tomar nota de una posible conjura de las Fuerzas
Armadas fue porque comenzaron a convencerse de que ese paso no
era —como señalaban en otros momentos— fantasioso. Pero pronto
advirtieron que la expresión de sus temores merecía
capitalizarse: anunciar una catástrofe suena primero a síntoma
de debilidad, si bien al mismo tiempo despierta simpatías y
sirve para dejar constancia, cuando la catástrofe se produce.
Divulgar desde la cúspide la inminencia de un golpe, puede
desorientar al enemigo, acercar votos al poder en peligro,
preparar el camino para futuras medidas drásticas. Puede, por
ejemplo, crear un clima adecuado para que una proscripción del
peronismo se justifique. Pero el gobierno no se contentó con
ventilar sus inquietudes y aprovecharse de ellas. Entonces,
prosperaron otros aprestos. El Ministro Juan Palmero develó que
se encaraba una reforma al Estatuto de los Partidos Políticos
para exigirles un mínimo del 8 por ciento de los votos en los
dos últimos comicios, en vez del 3 por ciento que es el límite
requerido hoy para intervenir en elecciones. El plan conmovió a
las agrupaciones que correrían el riesgo de desaparecer; no era
difícil adivinar que el PE pretendía que esos sufragios vacantes
se volcaran en la opción que atiza: peronismo-UCRP. Las
imprevisibles consecuencias del proyecto Palmero fueron
advertidas por su correligionario, el Diputado Arturo Mor Roig,
que confió a los legisladores la impresión personal de que era
una gaffe y no se concretaría (a fines de la semana pasada,
Illia arribaba a la misma conclusión). La búsqueda de nuevos
votos tuvo un antecedente en 1965: la iniciativa para conceder
sufragio a los extranjeros. Quedaba en pie otra arma de
indudable peso: la reglamentación de la Ley de Asociaciones
Profesionales, cuyos efectos serían la dispersión del peronismo
gremial, concentrado sobre todo en el Gran Buenos Aires,
distrito donde aventajó a la UCRP en marzo de 1965 por 380.000
votos. Balbín :—que respalda la proscripción— recorrió los
comités bonaerenses y en una reunión celebrada en Mar del Plata
develó a sus acólitos dónde estaba el secreto del triunfo: el
interior de la provincia podía acumular sufragios que el
peronismo conurbano no estaría en condiciones de descontar,
reflexionó Don Ricardo. En el Ministerio de Trabajo se
aseguraba que la reglamentación será aplicada más adelante y que
se estudian retoques para impedir que una atomización sindical
fomente una constelación de pequeños gremios copados por los
comunistas. Sin embargo, el impacto amenazante había sido
logrado, y con él un punto de negociación con el peronismo.
Otros aprestos quedaron en manos del doctor Illia: sondear y
calmar a los militares. Durante febrero, el Presidente dedicó
tres viernes, en Olivos, a dialogar con el Ejército (el 4), la
Marina (el 12) y la Aeronáutica (el 25). O a "monologar", según
un general. Las tres reuniones, matizadas con cenas, tuvieron el
mismo tenor en cuanto a los aspectos generales de la actualidad.
Illia expuso: • No habrá cambio de gabinete. Si lo hubiere,
el nuevo equipo sería de origen radical. "Nunca formaré un
gabinete de coalición." • "Lo de Tucumán [ver página 19] no
constituye un problema." • Comicios de 1967: "Si unos cuatro
o cinco meses antes no se ve con claridad el proceso o el
resultado de las elecciones, yo voy a apretar el gatillo." (Se
dedujo que era una castrense y no comprometida manera de sugerir
que proscribiría al peronismo.) • "Se dice que en la
Argentina hay un vacío de poder. No es verdad. Mi fuerza es la
ley. Los que creen que hay un vacío de poder son los que
escuchan a los militares retirados y a algunos sectores."
Casi simultáneamente, asomó en esferas partidarias la versión de
que Illia alentaba un gabinete de coalición para conformar a los
militares y constituir en la Casa Rosada otra Unión Democrática
que garantizara la victoria del antiperonismo en 1967. El 17 de
febrero, el Secretario de Prensa, Luis Caeiro, desvirtuó esa
hipótesis por especial encargo del Presidente. El balbinismo
no se conformó con las palabras de Caeiro y se concentró en el
bloque de Senadores de Buenos Aires, y por la noche en una
quinta de Villa Elisa. Además de legisladores nacionales y
provinciales, se contaron entre los 300 asistentes los Ministros
Solá, Alconada, Zavala y Pugliese, el Gobernador Marini, y el
Vice Lavalle. Fue cuando Zavala Ortiz denunció el golpe,
"escuchado con mucha atención y en medio de un profundo
silencio", según la información oficial que se distribuyó en 7
carillas mimeografiadas. "Existen sectores —dijo el
Canciller— que ante el éxito del gobierno y seguros de que el
gobierno en poco tiempo más habrá superado totalmente las vallas
que se oponían en su camino, trabajan apresuradamente para que
no pueda cumplir su propósito y están dispuestos a cualquier
cosa para impedirlo, sea tomando el poder o perturbándolo."
Balbín, tras reverenciar a su partido ("Hay que estar orgulloso
de él"), tocó el tema candente: "Creo que el gobierno cumplirá
su período constitucional, pero si un evento cualquiera trajera
la fatalidad a la República, estoy seguro que estos tres años
del radicalismo del Pueblo en el gobierno, quedarán escritos
como ejemplo"... Un espeso silencio y la atribución de las
frases citadas a errores en la escritura de la información
oficial, rodearon la grave denuncia de Zavala Ortiz. Ni él ni
sus colegas de Defensa y de Interior se sintieron obligados a
ahondar tan importante acusación. Es que el gabinete de
coalición terminó por ser un globo de ensayo, que Zavala remontó
hasta el Olimpo partidario. Allí, el globo fue pinchado. Tres
días después de los cónclaves bonaerenses, Illia los comentó al
inaugurar obras en San Luis: "Deben preocupar los grandes
problemas nacionales y no las nimiedades, volcadas en
informaciones que distorsionan la psicología y mentalidad de los
argentinos" ... En la UCRP se manejan dos explicaciones de la
actitud de Zavala: • Acosado por amigos aramburistas y
gorilas, el Canciller, antiguo golpista y por ende unionista,
trabajó solo ante el resto del Poder Ejecutivo y el partido, y
fracasó en su gestión coalicionista, • Fue un instrumento del
propio Illia, quien necesitaba comprobar hasta qué punto el
partido se resistiría a abandonar el gabinete. Para el comité
nacional de la UCRP, el equipo de coalición sólo podría
aceptarse si así lo reclamara una imposición militar directa;
para los sabattinistas, ese gabinete es un instrumento de
presión de los golpistas para anular de antemano la injerencia
de Illia. En el fondo, es uno de los mojones en la ruta del
gobierno hacia 1967. En esta atmósfera confusa, el plenario
de la UCRP reeligió, por tercera vez, a Balbín como jefe de
partido, el viernes pasado, a la noche; su mandato durará dos
años, aunque no silenciará las disidencias que no cesan de
aflorar. Para el gobierno, la UCRP no obra como fuerza de
respaldo, no gana la calle, no convence, no sabe defenderlo.
Tal vez por ese antagonismo, Illia devolvió el ataque balbinista
de Villa Elisa, el martes último, al cenar con el Senador Ramón
Edgardo Acuña (tres horas, sin testigos) en la Casa Rosada,
escindido del bloque oficialista en desacuerdo con la conducción
económica. Ramón Acuña venía de desacatar al balbinismo en su
provincia, Catamarca, y fue el contacto de Isabel Martínez de
Perón para su ingreso al país. En la complicada artesanía
presidencial no se adivina aún qué papel puede jugar Acuña;
quizás el de gestor de una alianza con sectores peronistas. El
gobierno no renuncia a ningún 'manotón de ahogado: aumentar la
división peronista, decorar con amenazas militares el trayecto
hacia la proscripción, acercarse al peronismo, fomentar el
antiperonismo. Hasta el Ministro de Economía participa de esta
multifacética manera de restañar el miedo. No es ninguna
novedad: desde el 12 de octubre de 1963, Illia prefiere la
política al gobierna.
Ceguera Que el gobierno de Illia
no termina de acomodarse a la realidad lo demuestra su reacción
frente a la propia estadigrafía oficial. Los técnicos del Conade
obtienen una generosa promoción para su pronóstico de
crecimiento de la producción industrial en un 12,4 por ciento en
el curso de 1966, a pesar de que en su estimación anterior, para
1965, habían errado de medio a medio: pronosticaron un
crecimiento del 19,9 por ciento y la realidad arrojó un magro
11,5 por ciento. El pesimismo, en cambio, no está permitido:
• La Secretaría de Agricultura y Ganadería dispuso reestructurar
la Dirección de Economía Agropecuaria porque descubrió
estimaciones inferiores entre un 4 y un 9 por ciento, en las
últimas cosechas, respecto de la producción obtenida. • Ante
la alarmante alza del índice oficial del costo de vida, se
nombró un nuevo subdirector de Estadística y Censos, que tiene
por especial encargo investigar esos índices e intentar
desinflarlos basándose en precios de supermercados. Revista
Primera Plana 08.03.1966
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