Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


ULISES BARRERA
«¡YO NO SOY UN GUANTE QUE CAMINA!»
Revista Siete Días Ilustrados
10.10.1975

Aunque se enoja cuando creen que él sólo es un especialista en boxeo, ese deporte lo apasiona y le consume gran parte de su tiempo de trabajo. En los otros momentos se transforma en un comentarista zumbón y divertido que habla para un público de mujeres. Su historia, sus secretitos y su curioso amor por la psicología y los autores clásicos.

Cuando no hay grandes sucesos que sacudan al país, los estudios desde los que se emiten los noticieros de televisión resultan bastante aburridos. La gente se mueve con pereza, sin atender demasiado al locutor que enfrenta la cámara. El encargado de sonido charla con algún utilero sobre la eficacia de un curioso té de yuyos, el cameraman le cuenta al asistente de dirección la última travesura de su nena y todos, en general, navegan mansamente en medio de las noticias de actualidad. En Canal 11 ese rito se repite todos los mediodías sin que nadie se ocupe demasiado por la tarea de sus compañeros: se saben buenos profesionales y, mientras no tienen que salir al aire, hablan y bromean entre susurros —una costumbre sagrada, pues los micrófonos son muy sensibles— sin mirar la emisión. Sin embargo, hay un momento que el estudio se paraliza y la atención de técnicos y locutores enfoca a un hombre cincuentón, de rostro afilado y sereno y voz suave y picarona. Sobriamente, dibujando apenas la sombra de una sonrisa en su cara casi inexpresiva, Ulises Barrera conquista así a uno de los auditorios más difíciles: el de sus propios colegas, normalmente poco predispuestos al asombro.
Esa fue la primera sorpresa que recibí —luego vendrían otras— al abordar a Barrera: yo mismo estaba seducido con su comentario zumbón y le dije que era un gran mérito cautivar, con una nota de actualidad, a un puñado de periodistas acostumbrados a tutearse diariamente con las noticias. Sonrió para adentro —no se me ocurre otra forma de definir la curiosa muestra de alegría que esboza cuando lo alaban— y me respondió, entre irónico y serio: "Si a mí me hacen un análisis de sangre, seguramente encuentran claveles, fandangos y guitarras. Creo que mi origen andaluz me dotó de un sentido del humor muy especial y ahora sé que al enfocar la realidad con una sonrisa todos se distienden y se encuentran a gusto. Desde que me propusieron hacer mis comentarios en la emisión del mediodía del Canal 11 —un noticiero destinado fundamentalmente a las amas de casa— yo me he convertido en la pausa que refresca. Y bueno... aquí estoy; ya hace siete años que les pongo sal y pimienta a esas pequeñas noticias que casi nadie advierte."
Claro que eso no resultaría tan curioso si Ulises Barrera no fuera, también, uno de los decanos del periodismo especializado en boxeo, un profesional serio y mesurado que comenta un deporte que gusta casi exclusivamente a los hombres. Esas dos imágenes —la del charlista zumbón y la del técnico en boxeo— no conviven demasiado bien en él, pese a que afirma lo contrario. Lo advertí cuando, al llevar el diálogo al tema del boxeo, frunció el ceño, prendió un cigarrillo olvidándose de la boquilla que usa siempre y contestó, en tono airado: "Este es un país de escapularios: a uno le encajan un rótulo y no lo quieren sacar de eso por nada del mundo. Para mucha gente yo soy un guante que camina. Llego a cualquier lado para hacer una nota de actualidad y me preguntan por Monzón o por Galíndez. Políticos, actores, empresarios, todos. ¡Hasta Onganía, siendo presidente, se me acercó para ver cómo andaba Bonavena en un momento en que yo quería hacer una nota política!"

CUANDO HAY HAMBRE NO HAY OFICIO DURO
Sentados en una mesa de un tranquilo restaurante árabe —UB tiene cierta debilidad por las exquisiteces orientales—, se sirve un largo trago de vino ("ayuda a sobrellevar los malos recuerdos" medita con un toque de amargura) y comienza a hilvanar su historia. Lo dejo pelearse con algunos fantasmas de su pasado porque su monólogo es cautivante y porque entrevistar a un periodista requiere, también, algunas mañas: es preferible que el reporteado se despache a gusto y acceda al juego de preguntas y respuestas, al que está acostumbrado, sólo después de haber agotado su propia versión de si mismo.
"Dicen por ahí que soy un buen orador —deslizó mientras se acariciaba su breve bigote canoso—; tal vez eso lo haya heredado de mi padre, que era maestro y profesor de historia y, según me cuentan, pues murió cuando yo tenía 4 años, solía fascinar a sus auditorios con una charla fresca y profunda a la vez. Lo cierto es que su desaparición nos dejó en la miseria a mi mamá, a mis dos hermanitos y a mí. Fueron épocas muy fuleras en las que supe lo que es irse a dormir habiendo tomado en todo el día un par de vasos de agua. Recuerdo que yo estrenaba ropa cuando los chicos del barrio Norte, donde viví con una tía, tiraban un par de zapatos o algún pantaloncito que ya no aguantaban más."
Su relato se trunca al acercarse un amigo que lo saluda efusivamente. Cuando se aleja Barrera me hace un par de comentarios que lo obligan a citar varios de sus viajes por el mundo. Me parece sorprendente la flexibilidad de esa especie de self-made-man criollo que re cuerda sus épocas de hambre comiendo en un restaurante elegante y evocando sus paseos por Irán. Ulises Barrera rememora, mientras tanto, sus épocas de pupilo, en las que aprendió el oficio de tipógrafo y su ingreso a los talleres gráficos del diario El Mundo, donde trabajó entre tintas y papeles durante doce años, siempre con la mirada puesta en la redacción, lejana y tentadora. Al escucharlo da la impresión de que estuviera hablando de otra persona: ahora, que trabaja en Canal 11, en La Gallina Verde y en 'Las 12 Horas de la Radio', difundidos por Continental —emisora en la que también comparte un programa con Blackie— esas épocas suenan demasiado distantes. Sin embargo, con el correr de la charla comprendo que aquellos cimientos permitieron solidificar su personalidad: es, en el fondo, un duro capaz de ablandarse frente a una noticia insólita o contemplando a un boxeador caído.
Su historia profesional comienza, en realidad, a los 22 años, cuando se inscribe en los cursos de la Escuela Superior de Periodismo: de allí egresa con un título inútil y una vocación efervescente. Durante un par de meses investiga a fondo la delincuencia infanto juvenil y confecciona una nota paquidérmica que rebota en varias redacciones. "Creo que ahí se acabó mi lirismo —confiesa ahora—; para colmo, después tuve una oportunidad y fui a parar a Mundo Deportivo, donde me encargaron una crónica de boxeo, deporte en que yo era un verdadero ignorante. Por suerte tuve buenos maestros, me preocupé por aprender toda la técnica posible sobre boxeo, para Io que contraté a los tres mejores profesores de Buenos Aires, y con el tiempo me hice un lugar en la profesión. Después llegué a ser secretario de redacción del diario El Mundo y me casé para siempre con el periodismo."
No fue, claro, su único casamiento: tiene un varón de 20 años "que está sirviendo a la patria" y una hija de 24 años que es psicopedagoga. Ella heredó una ignota pasión de su padre: "Soy un apasionado de la psicología —narra UB en un tono más propio de un filósofo de entrecasa que de un científico— y trabajé muchos años junto a Enrique Pichón Riviere, mi gran maestro, quien me incluyó como observador en muchos grupos que él manejaba en su condición de psinoanalista."
A esa altura del diálogo se me escapa una pregunta inevitable:
—Entonces usted se psico-analiza.
—No. En una oportunidad Pichón me dijo que no necesitaba hacer terapia y le creí.
—¿Y se considera, de alguna manera, un psicólogo?
—No sé si seré un gran conocedor del alma humana, pero con Pichón Riviere aprendí a ampliar mi campo visual. Me di cuenta de que un boxeador es algo más que un tipo con un
par de guantes que da y recibe trompadas. Esto, dicho así, parece una pavada, pero es bastante profundo. Yo estuve yendo todos los días, durante 10 años, al gimnasio del Luna Park. Y creo que cuando un boxeador llega a ser una figura es porque hay algo en él como ser humano que lo impulsa a triunfar. Ese mismo hombre, con distintas circunstancias sociales en torno suyo, podría haber sido primera línea en cualquier otro quehacer humano. Lo que hay que saber ver es el fuego que late adentro.
Esas afirmaciones me sorprendieron y procuré retrucarle. Sin querer me di cuenta, entonces, de que a Barrera no le gusta enredarse en discusiones: dice lo suyo, escucha a quien tiene enfrente, pero le desagradan las polémicas. Me pareció interesante preguntarle en ese momento qué opinaba de la violencia. Su respuesta es bastante curiosa, sobre todo si se tiene en cuenta que gran parte de su vida trascurrió al borde de un ring: "La violencia es una manifestación totalmente patológica. Yo vi miles de combates de boxeo, pero todavía me traicionan las suprarrenales cuando veo en la calle a dos tipos que se pelean. Yo me agarré a trompadas una sola vez en mi vida, hace muchos años, con un tipo que me empujó cuando subía al colectivo con mi hija en brazos. Aún hoy me arrepiento de ese arranque de furia. Lo dejé nocaut y comprobé que, como decían mis profesores de boxeo, mi derecha funcionaba bien."
Aunque el recuerdo lo enoja un poco, el boxeo —tal vez a su pesar— lo entusiasma: me cuenta que Monzón le había retirado el saludo durante años porque una vez criticó su técnica y que un par de semanas atrás volvió a charlar con él; habla de Gatica y de Locche, uno de sus ídolos deportivos, se enreda en su propio entusiasmo. Lo escucho en silencio —a lo largo del reportaje necesité hacerle pocas preguntas, pues su oficio lo llevó, inconscientemente, tal vez a dar una imagen completa de su personalidad— y no puedo dejar de pensar que quien ahora se regodea con su charla boxística contó, minutos antes, su amor por Unamuno y Dostoievski. Es contradictorio, sí, pero define a Ulises Barrera: un hombre que, aunque se tienta frente a los puños cerrados, se apasiona, en el fondo, por la inteligencia.
Rodolfo Andrés
Fotos: Mario Paganetti

 

 

Ir Arriba

 


Ulises Barrera
Ulises Barrera

 

 

Ulises Barrera
Ulises Barrera