"La
nuestra es, fundamentalmente, una obra hecha con amor; y los
resultados de esa obra tienen la virtud de incitarnos a
perseverar." El tema de la educación es, para Aurelio José
Porto, una llave que desencadena un torrente de palabras,
gestos, ademanes nerviosos, demostrativos del contagioso
entusiasmo que lo anima. Porto (30 años, casado, abogado),
Rector de la Universidad de Belgrano, reconoce, sin embargo, que
fue preciso aportar algo más que entusiasmo para alternar sus
pacificas tareas de Secretario en los Tribunales, con la
ciclópea misión de montar una Universidad. "Pero nada se hubiera
podido hacer sin la colaboración de un grupo de colegas que
participan de la misma mística", agrega, antes de enfrascarse en
un detenido examen de la situación actual por la que atraviesan
las Universidades privadas. Todo empezó con el Decreto 6.403,
del año 1955, cuyo discutido artículo 28 autorizaba a entidades
privadas la creación de Universidades que expidieran títulos
habilitantes. A su conjuro nació, un año más tarde, la
Universidad Católica de Córdoba, sometida poco después a los
dictados de la Ley 14.557, sancionada el 30 de setiembre de
1958. A partir de la Ley, el Estado reconoció idoneidad a la
iniciativa privada "para crear Universidades con capacidad para
expedir títulos y/o diplomas académicos", pero se reservó el
derecho de otorgar la habilitación requerida para el ejercicio
profesional. Las resistencias que provocaron estas
resoluciones conmovieron hasta los cimientos al propio país, y
un vasto movimiento de opinión agitó entonces a todos los
círculos vinculados con el quehacer educacional. No cabían otras
opciones: o se estaba con la enseñanza libre o con la laica, que
en general respondían al esquema de enseñanza privada o estatal.
Partidarios de una y otra se enfrentaron en todos los terrenos,
y el problema fue agitado por manifestantes callejeros en grupos
irreconciliables. Diez años después, las dos posiciones,
aunque algo atenuadas, todavía subsisten. Pero en todo el país,
medio centenar de Universidades privadas se empeñan en demostrar
que su creación es un hecho irreversible. "No fue nada fácil.
Las exigencias del Ministerio son cada vez más severas, y en
algunos casos obran como trabas en el desenvolvimiento de la
enseñanza", opinó, la semana pasada, Jorge Félix Massuco,
Secretario de la Facultad de Derecho en la Universidad de
Belgrano. Massuco, que es, además, profesor adjunto de Derecho
Penal, considera, no obstante, que las reglamentaciones
impuestas por el Estado tienden a evitar improvisaciones. Desde
el año de su promulgación, la Ley 14.557 sufrió sucesivos
retoques por medio de decretos y cada vez más estrictas
reglamentaciones. Por una de ellas se creó la Dirección Nacional
de Reglamentaciones de Altos Estudios, que es la encargada de
ejercer el poder de policía estatal. En abril de este año se
reglamentó el uso de la palabra Universidad, y se fijaron
distintos procedimientos a seguir antes de su registro
definitivo: • Un grupo de personas o entidad determinada
forma especialmente un ente privado (fundación, asociación
civil, etc.), y crea simultáneamente una Universidad. • Se
presenta ante la Inspección General de Justicia, solicitando
personería jurídica. • Dentro de los treinta días posteriores
a su creación, debe denunciar su existencia al Servicio de
Observación Previsional. Este organismo es el encargado de
analizar los planes de estudio, cuerpo de profesores,
administración y funcionamiento del instituto que pretende
llamarse Universidad. El Servicio de Observación Previsional,
creado en marzo de 1964, se encarga de vigilar la marcha de los
institutos con el asesoramiento de comisiones académicas
docentes. El registro definitivo se obtiene cuando el primer
egresado, de cada Universidad, rinde su examen habilitante ante
un tribunal integrado por un miembro del Ministerio de
Educación, uno de su Universidad, y uno del colegio profesional
respectivo (Centro de Ingenieros, Colegio de Escribanos, etc.).
La Universidad de Belgrano es la única que ha sido reconocida
por el Servicio de Observación Previsional.
Un drama
latente A pesar de su supuesta severidad, los cánones
vigentes tienen profundas fallas, según la opinión unánime de
autoridades y profesores vinculados a la enseñanza privada. "Las
intenciones son buenas, pero todo se echa a perder por la
inevitable burocracia", se lamenta Omar Lima Quintana, Rector de
la Universidad de Morón, una de las afectadas por la lentitud de
la maquinaria ministerial. "Aún no fuimos inscriptos a pesar de
haber llenado todas las formalidades requeridas. Más de mil
alumnos están pendientes de esta resolución." Como las
reglamentaciones no fijan el término durante el cual el Servicio
de Observación Previsional debe expedirse, los alumnos de
Universidades no reconocidas corren permanente peligro de que
los años cursados queden invalidados por un fallo desfavorable.
En este caso se encuentran, actualmente, unos ocho mil
estudiantes, algo menos de la mitad del total que estudia en
Universidades privadas de todo el país. Algunas de ellas, como
la de Olivos, cuentan ya con promociones de egresados
enfrentados a un dilema crucial: los jueces del Ministerio dirán
si pueden ejercer su profesión o deberán comenzar nuevamente su
carrera. Cuando en el mes de setiembre pasado, diez
institutos fueron desautorizados para utilizar la palabra
Universidad (entre los más importantes figuraban los del Oeste y
de Lanús), la zozobra invadió a profesores y alumnos de las
otras 25 que siguen con la espada sobre sus cabezas.
"Lógicamente, éste no es el mejor estado de ánimo para enseñar y
aprender", protesta el doctor Lima Quintana. La Universidad de
Morón, fundada en 1960, se ha dirigido reiteradamente al
Ministerio de Educación pidiendo su largamente demorada
habilitación. La respuesta invariable fue el silencio.
Privadas y confesionales Antes de la Ley que institucionalizó
la enseñanza superior privada, existían numerosos institutos que
impartían instrucción de nivel universitario, pero cuyos
diplomas de habilitación eran solamente académicos. La mayor
parte de estos establecimientos tenían carácter confesional y
eran sostenidos por la Iglesia Católica (entre las excepciones,
la Universidad del Museo Social Argentino y el Instituto
Tecnológico de Buenos Aires). Luego de la Revolución de 1955, la
Iglesia, que estaba enrolada entre los vencedores, logró de las
autoridades nacionales un reconocimiento oficial para sus
institutos de enseñanza. De tal modo, se explica que de las once
Universidades reconocidas antes de aplicarse la reglamentación
actual, ocho sean de origen netamente católico. Una de las más
importantes (cuenta con 3.411 alumnos) es la Pontificia
Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos
Aires. Hace pocos días, su Rector, monseñor Octavio N. Derisi,
explicó la misión asignada a la Universidad, señalando que "a la
formación superior estrictamente humana —y cristiana en nuestro
caso— de los estudiantes, se une la formación específica propia
de cada facultad o escuela". Monseñor Derisi es decidido
partidario de la autonomía de las Universidades privadas, pero
entiende que esta autonomía no sólo debe alcanzar al plana
académico sino también al económico, y que el Estado debe
contribuir con su aporte. Para el Rector de la Universidad
Católica, el mayor orgullo de la institución que dirige es la
importancia de su claustro de profesares (578 en total), que
permite tener un catedrático por cada seis estudiantes, con las
consiguientes ventajas para unos y otros.
Educación y
negocio Descartado por ley el apoyo oficial, las
Universidades privadas deben procurarse medios propios para su
sostenimiento. La mayor fuente de recursos son las cuotas
abonadas por los estudiantes, que van desde el pago de una
matrícula (entre 1.000 y 3.000 pesos) y el derecho del curso que
oscila entre 20.000 y 25.000 pesos anuales. "Algunos creen que
nosotros hacemos un gran negocio, pero la verdad es muy otra",
aclara el Rector de la Universidad de Belgrano antes de confesar
que los profesores apenas alcanzan a percibir 5.000 pesos
mensuales. No obstante, la voluntad puesta de manifiesto por
profesores y alumnos determinó que esa Universidad arrojara un
superávit del 44 por ciento al cerrar el ejercicio financiero de
este año. "Todo fue invertido en obras para la Universidad."
El caso no es frecuente. Lo común es que los institutos privados
arrastren un déficit crónico, y deban multiplicar sus esfuerzos
para acrecentar los recursos. "El peligro de esta política es
aceptar un fuerte apoyo de entidades o personas que representen
a sectores definidos o grupos de presión, que inevitablemente
conduce a la pérdida de la necesaria ecuanimidad", advierte el
doctor Lima Quintana. Ninguno de los profesores consultados
considera la labor universitaria desde un punto de vista
lucrativo. Más bien, aprenden a considerar a la institución como
cosa propia, y ponen en juego su mejor voluntad para llevarla
adelante. El doctor Porto —a quien los alumnos gustan llamar El
General, por su sentido de la disciplina— no puede ocultar su
orgullo toda vez que debe referirse a su Universidad. "Las
relaciones entre profesores y alumnos son muy cordiales, pero
nunca se olvidan aquí las jerarquías. En la Universidad de
Belgrano, las autoridades mandan, los profesores enseñan y los
alumnos estudian." Porto no descarta la posibilidad de que esta
jerarquización sea un resabio de la educación castrense recibida
por él en las aulas del Colegio Militar, "pero, de todos modos,
nos da excelentes resultados". La opinión es compartida por el
profesor Massuco. Enrolado en la corriente humanista durante sus
años de estudiante, confiesa que el gobierno tripartito
propugnado por los reformistas vale solamente como experiencia,
"pero que en la realidad no ha demostrado poseer las bondades
que ellos aseguran". "La enseñanza superior no tiene por qué
ser exclusivamente estatal o ineludiblemente laica." En esta
frase pudo condensar Primera Plana las respuestas a su pregunta
sobre la necesidad de la enseñanza privada en el país, formulada
a medio centenar de profesores y alumnos vinculados a esta
actividad. La mayor parte argumentó que los ejemplos de Europa y
Estados Unidos eran suficientemente significativos como para
insistir en su defensa. Al doctor Lima Quintana le bastó con
decir: "Fíjese que Jonas Salk y su vacuna son productos de una
Universidad privada". Revista Primera Plana 04.01.1966
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