Revista Siete Días Ilustrados
04.10.1971 |
La opera prima de un joven cineasta argentino -Gerardo
Vallejo- ha concitado las mayores expectativas de la reñida
muestra italiana. Poco antes de embarcarse rumbo a Europa,
redactó para SIETE DIAS una breve, íntima síntesis de la
experiencia cinematográfica que vivió en el escenario de su
obra: Tucumán
Como la mayoría de los cineastas de la nueva generación,
realizó su primera película sin medios, sin dinero. Filmando
en 16 milímetros, registrando la banda sonora con un
grabador a cassette. Le demandó mucho tiempo, pasó por
situaciones penosas. No obstante, lo hizo y ahora "El camino
hacia la muerte del viejo Reales", primer largo metraje del
argentino Gerardo Vallejo (30), se ha constituido en uno de
los films más importantes de los presentados en el séptimo
Festival Internacional del Cine Nuevo, realizado en Pesaro,
Italia, en el curso de la semana pasada. Integrante del
grupo Cine y Liberación —junto a Francisco Solana y Octavio
Gettino—, no era ésta la primera incursión de Vallejo en el
politizado certamen: dos años atrás, "La hora de los
hornos", film en cuyo guión participó, obtuvo la máxima
recompensa del festival. En esta oportunidad, sin embargo,
su obra escapa al esquema da cine de manifiesto político
para convertirse en un impresionante documento humano,
fundamentado en los testimonios que recogiera durante su
convivencia con una familia campesina, en los suburbios de
la capital tucumana. Filmada con la técnica documental que
aprendió de su maestro, Fernando Birri, en la Escuela de
Cine de la Universidad del Litoral, la película concluye con
la representación que el viejo Reales —el protagonista— hace
de su propia muerte, después de anunciarla a los
espectadores. Premonitoria secuencia, ya que en mayo de 1971
fue asesinado por un desocupado. A las circunstancias del
film, a los propósitos que lo guiaron, al dinámico proceso
de su gestación y a su rodaje, alude Gerardo Vallejo en el
texto que sigue y que preparara para SIETE DIAS antes de
partir rumbo a Europa.
El viejo Gerardo Reales es el motor de la anécdota; el
camino hacia su muerte: el elemento narrativo fundamental.
El film está dividido en cuatro grandes bloques, que son los
temas determinados por cada núcleo familiar, constituidos
por sus cuatro hijos. Esto parte de mi primera experiencia
con ellos, de la familia Reales, que conocí hace más de ocho
años, cuando todos vivían juntos. Los personajes son Ángel y
Rosa, con sus tres hijos (Ángel fue el primero en irse de la
casa del viejo, tratando de independizarse y construir un
nuevo hogar; ahora vive en la casa de los padres de Rosa,
que tienen un pequeño rancho, pero que, como ellos, ya son
varios: la cama de Ángel, por ejemplo, no entra en la
casucha y tuvieron que dejarla bajo un árbol); Ramón y Rosa
(casados hace ocho meses; Ramón figura legalmente como hijo
del viejo, pero en realidad es su nieto: el viejo lo
inscribió de esa manera por desconocerse al padre) ; Gerardo
y Cenobia (actualmente separados; un día, al volver del
trabajo en el cañaveral, Gerardo se encontró con que su
mujer lo había abandonado. Actualmente ella vive en Rosario,
trabajando como sirvienta. El no está dispuesto a buscarla
más: luego de la primera separación ya se habían distanciado
varias veces. De los hijos que tuvieron, el más pequeño
murió accidentalmente hace dos años, en la estación
Constitución, mientras esperaba el tren que lo llevaría a
Río Negro, donde pensaba trabajar en la cosecha de
manzanas); Mariano Vazques e Hilda conforman et último dúo
de personajes. Mariano lleva ese apellido porque, cuando
nació, el viejo estaba machao y no podía ir a anotarlo: lo
inscribió un tío, hermano de la madre, de apellido Vazques.
"No importa que lleve el apellido de la madre —me dijo una
vez el viejo Reales—: ¿no es lo mismo?".
El viejo Reales recorre, sin continuidad anecdótica, todo el
film, a partir de su decisión de abandonar la casa familiar,
luego de la muerte de Encarnación, su mujer: "Me voy porque
la casa ya no existe —dice el viejo—; si no existe la dueña,
¿cómo va a existir?". Anda por los boliches y las tabeadas;
visita la tumba de Encarnación, le habla como si estuviera
viva: ella, como alma aún presente, es un personaje más en
el film. Finalmente, el viejo anuncia al espectador su
propia muerte; en un intento de desmitificación de sí mismo,
exclama: "Yo, para ustedes, voy a representar mi muerte".
Son también personajes del film los vecinos de la familia,
en Acheral; los vecinos de Mariano, en Caspichango;
Romanito, un viejo vagabundo que asusta a los chicos; los
santiagueños golondrinas que trabajan durante los meses de
zafra.
El acercamiento a las experiencias intelectuales de Buenos
Aires (en mis primeros viajes) me sorprendía por el
desconocimiento que ellas manifestaban del país real; o, por
lo menos, del interior, que era otro país para mí en
aquellos momentos iniciales. Recuerdo muy bien cuando, al
reunirme con algunos de estos grupos y leer poemas o cuentos
que habían surgido de las experiencias con los campesinos,
me parecía estar leyéndolos en otro país lejano. Para estos
grupos, todos los elementos fundamentales que sintetizaban
la imagen del hombre del interior, de sus sentimientos, de
sus penas y alegrías, de sus formas concretas de vida, era
un mundo desconocido, era lo exótico y lejano. Esto me
provocó una especie de rechazo hacia esa intelectualidad,
por reconocerla antinacional, dependiendo siempre de los
valores y modelos culturales europeos; particularmente,
franceses. Lo mismo sentía en la ciudad de Tucumán, donde me
resultaba difícil encontrar un hombre que no llevara su
expresión o su obra un poco más allá de su mundo interior.
Un mundo interior limitado a la copia y reproducción de la
última palabra artística de Buenos Aires.
Quizá éstos fueron, en parte, los elementos subjetivos que
determinaron esa necesidad profunda y vital de testimoniar
la realidad del campesino "desconocido", con el cual me
identificaban las necesidades. Por eso mismo recuerdo muy
bien que, al pasar los años y alejarme de Tucumán, andando
por Santa Fe y un tiempo también por Pergamino y Buenos
Aires, mi mayor compañía residía en el recuerdo de los
momentos vividos
con la familia Reales, en Acheral. Aparecían ellos en los
instantes de mayor soledad, como un oasis de humanidad
latente y primitiva que guiaba hasta mis últimas
aspiraciones. Y ésta es una unión real, concreta, palpable
en el resultado del film, demostrada en esa confianza de
ellos hacia mi trabajo, en esa entrega tan valiosa de abrir
sus vidas con todo lo bueno y lo malo que puedan tener para
que yo las testimonie con una cámara.
El método de trabajo elegido (escribir el guión con la
cámara durante la misma filmación) fue el único posible,
dados los contenidos y las intenciones propuestas. La
necesidad inicial planteaba lo siguiente: lograr que la obra
fuera un paso más en la profundización; que el
enfrentamiento cotidiano con la familia resultara, en última
instancia, el determinante de todos los aspectos del film. Y
así sucedió exactamente: la convivencia con la familia,
desde el trabajo hasta el sueño, permitió la liberación de
la cámara, una exigencia de cada secuencia; aquélla dejaba
de ser instrumento pasivo, de registro de imagen: se
integraba como elemento de recreación subjetiva, donde sus
movimientos, rápidos o lentos, o su estatismo, respondían a
esa mirada "desde adentro" de los personajes o las acciones.
Todo el film se registró con la cámara sostenida a mano.
Esto no fue una proposición previa a la filmación: al quinto
día de rodaje descubrimos que habíamos llevado trípode sin
haberlo necesitado un solo momento. A partir de esto, de
esta liberación de la herramienta con que trabajábamos, de
su integración a la vida cotidiana de la familia, se filmó
"El camino hacia la muerte..." Como aclaración convendría
decir que las acciones fueron totalmente recreadas por los
personajes de acuerdo a indicaciones previas.
A propósito de esas indicaciones, recuerdo una de las
anécdotas más curiosas del rodaje. Yo quería recrear el
momento previo a la decisión de Ramón y Rosa de contraer
matrimonio. Planeé y filmé con ellos un largo travelling,
siguiéndolos en una caminata por detrás de la casa; ellos,
de espaldas, caminando, tomados en un plano medio y yo
apartándome, por momentos, al llamado espontáneo de otras
imágenes: ranchos cercanos, perros ladrando, gente que
pasaba... Después de filmada esta parte, me senté con ellos
para grabar el diálogo correspondiente a esa secuencia. Al
cabo de una hora de charla, tratando de ponerlos
dramáticamente lo más cerca posible de la situación, comenzó
la grabación. El resultado fue algo tan profundo y
descarnado que advertí la distancia que separaba las
imágenes del diálogo: éste requería escenas más profundas,
íntimas. Fue Ramón quien me sugirió espontáneamente la
solución: "Y, claro —comentó—, esas cosas las digo o las
pienso cuando estoy en la cama con Rosa, cuando estamos más
cerca, más lejos de todo y más juntos". Al día siguiente me
encerré con ellos en la pieza, se acostaron y yo filmé con
la cámara en las manos, sentado en una silla a la par de
ellos. Después de cuatro horas salimos de la habitación con
la imagen más bella del film. Era, en efecto, el único
momento en que Ramón y Rosa podían hablar de esas cosas.
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El viejo Reales
Gerardo Vallejo (al centro) junto al viejo Reales, personaje
central del film, y la numerosa familia de uno de sus cuatro
hijos, Mariano
Gerardo en el cañaveral |
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Rosa, la esposa de Ángel |
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