El plantel directivo de Winco tiene esposa y querida,
industrialmente hablando. La espesa es la fábrica número 1,
la querida es la fábrica Nº 2. Aquélla es la que da fruto, y
ésta es la que produce sinsabores. Pero ellos se pasan el
día entero con "la otra". Fue en 1954 cuando Raúl Antonio
Vega instaló, en Ramos Mejía, los primeros talleres de
Winco, dedicados a la producción de un cambiador automático
de discos. Había nacido en San Nicolás veintidós años antes.
Su padre, administrador de estancias, advirtió muy pronto
que no tenia vocación para el trabajo rural. Lo envió a
estudiar al Colegio Nacional Buenos Aires y luego al Colegio
Industrial Nº 5. A los 18 años, ya trabajaba en una fábrica
de ventiladores, en Barracas, y tres años después, en 1950,
se independizaba para lanzar las licuadoras IME. Tenía dos
socios, y el capital inicial fue de 130.000 pesos; su
aporte, de 30.000 pesos, le fue prestado por su padre. Un
año más tarde, con 400.000 pesos de capital y seguido por
uno de sus socios —el señor Dante Polano—, inició la
industria del cambiador de discos. La demanda era terrible;
diez o doce empresarios trataban de abastecerla. Hicieron un
excelente negocio, pero la mayor parte paso a otra cosa, con
suerte diversa. Winco siguió adelante. En 1956, Vega fue
por primera vez a les Estados Unidos y regresó con la
licencia de VM. Dos años más tarde compraba un vasto terreno
en Ciudadela y fundaba allí una fábrica moderna, que hoy es
la única de su tipo en América latina, cubre el 90 % del
mercado nacional y exporta en proporción creciente a los
países limítrofes (incluidos 3.000 aparatos por mes al
Brasil). Winco proporcionará este año medio millón de
dólares en divisas.
Humanizar el campo Pero ese
primer éxito puede ser atribuido a la buena suerte o, si se
quiere, al intenso movimiento industrial que vivía el país
hace una década. Lo que vino después, denota visión y
decisión empresaria. Vega recordó los años de su infancia
y esa desconsolada vida rural de la que había escapado.
Pensó en la enorme extensión de la Argentina y en la
imposibilidad de electrificar las chacras. Esos millones de
compatriotas que siguen apegados estoicamente al modo de
vivir tradicional, y que producen casi todas las divisas de
nuestro país, ¿cuándo podrían disfrutar, en el trabajo y en
la vivienda, condiciones de vida un poco más humanas?
Nació entonces, también en Ciudadela, la fábrica Nº 2:
grupos electrógenos y motores chicos. La producción se
inició en 1960, con licencia D. W. Onan; los motores de
explosión, desde 1962, se fabrican bajo licencia Clinton. Ya
se han vendido más de 10.000 unidades.
Un negocio
duro Vega tiene hoy 33 años. Pertenece a esa nueva
generación industrial que ha encontrado su oportunidad
durante el periodo en que la radicación de la industria
automotriz permitió surgir rápidamente a miles y miles de
empresas subsidiarias. El capital de Winco es íntegramente
argentino; su personal técnico y su mano de obra también;
pero la calidad de sus productos se ajusta a normas
internacionales, y exporta sin competencia. Ambas fábricas
—en las que hoy trabajan 600 obreros— han sido diseñadas y
construidas por Vega, con ingeniería que nada tiene que
envidiar, por su sencillez y eficiencia a las plantas que él
vio producir en los Estados Unidos o Alemania. —La venta
del cambiador de discos no tiene problemas —dice el
industrial—. A pesar de la brutal contracción del poder
adquisitivo, nosotros hemos vendido en 1962 tanto como en
1961. Es, sí se quiere, una cosa superflua; pero la
población urbana alcanzó tal nivel de cultura y bienestar
que ya no puede privarse de estos elementos. El otro, el de
los grupos electrógenos, es un negocio duro. La economía
rural ha sido muy castigada. Si persiguiéramos tan sólo
fines lucrativos, no debíamos meternos en esto. Yo he
querido contribuir a extender la civilización del hombre de
campo. Y no me arrepiento: sé que esta industria tiene un
porvenir incalculable. Vamos a llevar luz, calor, energía y
diversión (por la TV) a todos los hogares rurales del país;
y cuando esa etapa esté cumplida, nos queda toda América del
Sur.
Unas cuantas chicas El secreto del éxito,
según Vega, reside en la excepcional capacidad del obrero
argentino. Él ha visto, en el extranjero, hasta cinco
generaciones a la vez en una fábrica; aquí, ninguno de sus
trabajadores se ocupaba de estas tareas hace diez años. Y
sin embargo, la calidad del trabajo es óptima. El cambiador
de discos lo fabrican, en buena parte, unas chicas de veinte
a veinticinco años. En cuanto a los problemas sindicales,
a Vega no le preocupan: existen en todas partes, y
disminuyen a medida que se eleva la cultura social. —Lo
que sí me inquieta —añade—, no como empresario, sino como
argentino, es la política económica que hemos seguido.
Podemos decir, esquemáticamente, que el 50 % del valor de la
producción se origina en la industria, el 40 % en la
actividad agropecuaria y el 10 % en la minería. Como todos
sabemos, son la agricultura y la ganadería las que proveen
el 98 % de las divisas, y esa proporción no cambiará
sensiblemente en los próximos años. Pero la industria
trabaja con materia prima extranjera, porque no hemos
desarrollado armónicamente la minería —y las fuentes de
energía— cuando tuvimos capital para hacerlo. Ese es el
problema capital de este país. Sí no aumentan con rapidez
los saldos exportables, habrá que reducir la importación de
materias primas, y la industria entrará en tirabuzón. La
solución no es ésa, evidentemente. La solución es reinvertir
las utilidades con toda la velocidad que se pueda, abaratar
la producción agropecuaria, exportar más... Es,
exactamente, lo que está haciendo Winco. Página 51 •
PRIMERA PLANA 5 de Febrero de 1963
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