Se llama Julián Miró y tiene 48 años. Será el
principal protagonista de Hasta siempre Carlos Gardel,
gracias a su parecido físico con el Morocho del Abasto.
Junto a Siete Días recorrió el célebre mercado y la calle
Corrientes: una aventura realmente pintoresca
Dentro de pocos días se iniciará el rodaje del film 'Hasta
siempre Carlos Gardel'. La obra se basa en un novedoso
argumento que gira en torno al mito que nimba al cantor
fallecido en Medellín, Colombia, en 1935. El guión
cinematográfico —pergeñado por el compositor tanguero
Cátulo Castillo— no reedita la historia que en vida
protagonizara el cantante; esta trama intenta simbolizar a
un Gardel que continúa vivo. El racconto de 'Hasta siempre
Carlos Gardel', entonces, se inicia ubicando al Zorzal
Criollo en el cielo, próximo a Dios. En ese paradisíaco
ámbito. Carlitos recibe una suerte de pasaporte celestial
que le permite retornar a la vida terrena para endulzar
con sus gorjeos a la dilata prole de admiradores que
atesora.
Obviamente, la idea es interesante si se piensa que,
anualmente, el Morocho del Abasto vende en Francia 300 mil
placas de larga duración, en Argentina cerca de dos
millones y, en concepto de retribución por derechos de
intérprete, sus discos recaudan 450 millones de pesos
viejos por la difusión en todo el mundo. De todas maneras,
la productora cinematográfica encargada de plasmar el film
—una reciente sociedad llamada Nueva Argentina— no parece
perseguir fines de lucro. "El superávit que deje la
película, a estrenarse en diciembre en Europa, será
destinado a erigir una asociación: la Fundación Carlos
Gardel que, con sede en la Argentina, prestará apoyo a los
artistas e intelectuales latinoamericanos", explicó el
director de la película Ángel Aciaresi.
En el film intervienen, entre otros, Tito Lusiardo, Irineo
Leguisamo, Palito Ortega, Juan D'Arienzo, la actriz
española Sara Montiel y un actor casi desconocido para el
gran público argentino: Julián Miró (ver recuadro de
página 78). Él, justamente, es el encargado de doblar al
Zorzal, por quien profesa un respeto que raya en el
misticismo. Es que Miró sostiene ser algo así como la
prolongación de Gardel sobre la tierra; una trasmigración
que despuntó, según JM, después de haber mantenido con el
Morocho del Abasto una extraña, oscura comunicación
parapsicológica. De todas maneras, Miró atesora una sólida
experiencia como cantor y actor y un parecido con Gardel
que raya en lo increíble. Justamente esa particularidad
movió a Siete Días a proponerle una divertida experiencia:
pasearse por los lugares donde Gardel había sentado sus
reales mientras vivió. Así, acompañado por un redactor y
un fotógrafo. Miró se deslizó por el Mercado de Abasto,
mordisqueó una porción de pizza en Los Inmortales y
promovió azoradas miradas entre los paseantes que recorren
la porteña calle Corrientes. Esa aventura le acaparó una
larga, desopilante tarde que trascurrió de sorpresa en
sorpresa.
ALIAS GARDELITO
"Ya vas a ver, hermano. Carlitos y yo no somos dos gotas
de agua; somos una misma gota" discurrió Miró mientras
trepaba a su auto —un viejo y amplio Plymouth— para
iniciar el giro. En el interior del coche, unos
colaboradores le habían preparado las prendas similares a
las que usaba Gardel: rancho, orión de ala gacha, pañuelo,
moñitos, sacos cruzados y corbatas a lunares También
cargaron una sonora guitarra, enfundada en un estuche de
cuero negro.
La primer escala fue el Mercado de Abasto. "Aquí matamos —
dijo Miró encasquetándose el funyi—. Los muchachos que
laburan en este emporio me quieren con veneración". Poco
después, con paso decidido, se introducía en ese ámbito
seguido por miradas indiferentes, que no entendían bien de
qué se trataba. "Debe ser uno de esos que se disfrazan
para vender terrenos. Tengo vistos muchos Chaplines y
Sandrinis por acá. Con esa indumentaria te empaquetan y
salís comprando cualquier cosa", cuchicheó un robusto
verdulero mientras depositaba en un camión un cajón de
remolachas. Mientras tanto, ajeno a esos comentarios Miró
se dirigía al centro del Mercado gambeteando cajones de
papas, batatas, brócolis, puerros, chauchas y cebollas de
verdeo. Apenas arribó al punto clave de esa feria, el
actor se encaramó sobre una pila de cajones para
pronunciar un discurso: "Amigos —declamó dirigiéndose a
una treintena de changarines que trabajaban en el lugar—,
quiero decirles que voy a cantar algo para ustedes. Me
llamo Julián Miró y próximamente voy a rodar una película
sobre Gardel". Sin más, con voz engolada y estentórea
arremetió con la canción de Buenos Aires y todos
paralizaron las tareas para escucharlo. "Uy, Dió —exclamó
un peón de bigotitos a lo villano—, parece propiamente que
Carlitos no hubiera muerto". Otro, a su lado, agregó: "Si
no lo viera no lo creería. Parece que Gardel hubiera
bajado del cielo para volver a cantarnos a nosotros".
Apenas Miró emitió la última estrofa el Mercado estalló en
un aplauso prolongado. Los más enfervorizados pretendían
portarlo en andas hacia la puerta, los antes escépticos
comenzaron a vitorear su nombre a viva voz. Frente a tanta
efusividad, JM decidió dedicar otra flor; cantó un tango a
capela acompañando en segunda voz a Julio del Monte, un
changador del Abasto famoso por los gorjeos que tributa a
sus compañeros. Poco después. Miró se retiró entre
aclamaciones y un puñado de trabajadores lo rodeó mientras
cumplía la última parte de esa etapa tramada con Siete
Días: una vuelta manzana al Mercado.
La segunda parte del recorrido consistía en caminar por la
calle Corrientes, en las inmediaciones del Obelisco. De
esa manera podría observarse la reacción de los porteños
ante el parecido de Miró con Gardel. El cantor inició esta
parte del recorrido luciendo rancho y pañuelo al cuello.
Al llegar a la intersección de Corrientes con Sarmiento se
produjo la primera reacción: una señora, asombrada, casi
pierde el bolso cuando lo vio. Unos metros más adelante,
le tocó el turno a un vendedor ambulante de café: "¡Bravo,
varón! —gritó el cafetero—. Quién tuviera tu pinta pana
hacer temblar a Buenos Aires." Mientras tanto, en torno a
Miró se arremolinaren grupos de curiosos que no podían
creer lo que veían. Un adolescente le tocó el brazo a JM,
remedando uno de los característicos gestos de Gardel, lo
abrazó palmeándole la espalda mientras le decía al oído
levantando la voz: "¡Gracias, hermano! ¡Muchas gracias,!"
Acto seguido y flanqueado por sus admiradores, Miró
penetró en Los Inmortales, el reducto que fuera uno de los
predilectos del Morocho del Abasto. Ahí protagonizó un
hecho curioso: un señor que engullía pizza sentado a una
de las mesas del local lo observaba extrañado, pero sin
demostrar haberlo confundido con Gardel. Por fin, el
hombre lo interrogó: "Señor... —le indicó—. A su cara la
he visto en alguna parte pero no se me ocurre en cuál.
¿Podría usted decirme quién es así salgo de la duda?". A
espaldas del inquisidor cliente podía observarse un
descomunal afiche de Carlos Gardel. Pero Miró no le dio
importancia y respondió: "Yo soy Julián Miró, un cantante
de tangos y actor de radioteatros que actuó poco en la
Argentina, ¿sabe? Dentro de pocos días voy a iniciar el
rodaje de un film sobre Carlos Gardel." Tranquilo con la
respuesta, el hombre lanzó una furibunda dentellada sobre
su porción de pizza e hizo una reverencia al cantor, a
guisa de "lo felicito". Fue, obviamente, la mosca blanca
de la jornada. Pero a esa altura Miró no daba importancia
a nada: había mudado cuatro veces de sombrero, dos de
pañuelos al cuello, cinco de sacos y cuatro de corbatas.
¿Quién lo podía arrancar, entonces, de la porción de pizza
de anchoas que paladeaba a cuatro carrillos?
EL GARDEL DE ULTRATUMBA
El parecido de Julián Miró (48, un hijo) con Carlos Gardel
no le sirvió, durante años, para que los productores
cinematográficos repararan en él. Por el contrario, la
semejanza constituía el argumento pana desecharlo, "porque
Carlitos es irreemplazable". Quizás por eso Miró consiguió
su discreto bagaje de éxito fuera de la Argentina. Como
actor o como cantante, emprendió interminables giras por
Europa y Latinoamérica, hasta que ahora su intervención en
el rodaje de 'Hasta siempre Carlos Gardel' no sólo quiebra
la esquiva suerte que te deparó su tierra, sino que —como
lo asegura su propio protagonista— cumplimentó, de alguna
manera, un destino insoslayable. Lo que sigue es parte de
la charla que Miró sostuvo con Siete Días.
—¿Cuándo se dio cuenta que se parecía a Gardel?
—A medida que corrieron los años yo me fui pareciendo cada
vez más a Gardel. Así como soy, sin maquillaje, sin
operaciones, sin nada. Todo es así: mis dientes son míos,
mi nariz, todo. Yo soy así como soy desde chico,
¿entiende? Al crecer me di cuenta que cada vez me parecía
más, físicamente. Eso tal vez sea una asociación del
espíritu del alma.
—¿Puede señalar algún hito inicial?
—Mire, el llamado de Carlos Gardel comenzó en 1939 cuando
Ignacio Demaría me bautizó Gardelito. Desde ese día, yo me
dediqué a estudiar a Gardel, leí todo lo que se publicó
sobre su vida, y hasta recorrí los lugares que él
recorrió.
—¿Buscó testimonios inéditos?
—¿Hablé con el sacerdote salesiano Raúl Entraigas, quien
sabía mucho sobre el tema y me lo trasmitió. Yo por ese
entonces era presidente de la juventud de la Acción
Católica de San Nicolás de Bari.
—¿Sólo investigó en la Argentina?
—A los 21 años me fui a Francia y estuve en Toulouse,
donde nació Gardel antes de arribar aquí a los 26 meses de
edad. Consulté allí y averigüé sobre su vida y la de su
madre, doña Berta. Él desembarcó aquí el 9 de marzo de
1893. A mí me interesaba saber si Berta era una mujer
bien. También averigüé sobre el padre de Gardel, don Paul
Laserre: era un poderosísimo industrial en vinos.
—¿Encontró allí también similitudes?
—Hay una gran similitud afectiva entre Gardel y yo. Él no
conoció a su padre y yo tampoco al mío. La madre de él
tuvo que hacer de todo para sobrevivir y la mía también.
El ancestro mío, o sea mi padre, fue un gran comerciante.
Pero el dinero que ganaba a raudales lo jugaba a las patas
de un caballo, a la lotería, a la quiniela o al pase
inglés. Mamá tenía que esconder el dinero prendiéndolo con
un alfiler de gancho en el corpiño. Desesperado por el
juego, papá lo tironeaba hasta arrancárselo. Murió cuando
yo tenía 5 años. Me parezco a Gardel también porque él
planteaba una revancha honesta para su madre. Fui el menor
de 5 hermanos, y entonces quedé muy pegado a mamá. Aprendí
a sacarle las ventosas a los 6 años. Vivíamos en
Chascomús. En 1933 vinimos a Buenos Aires y mamá alquiló
una piecita en un conventillo de la calle Lavalle al 800 y
se ganó la vida enseñando a cocinar a chicas casaderas del
Barrio Norte. Así volvió a los de su misma clase.
—Usted dijo que tenía poderes mediúmnicos. ¿Cuándo lo
notó?
—A los 15 años. Estaba tirado en la cama con una
tuberculosis feroz y se me apareció la Virgen de Lujan.
—¿La vio?
—Sí, en el cielo raso. Yo estaba acostado, agotado
físicamente y miré una araña poniendo los brazos en cruz.
Era una señora hermosísima, rubia y envuelta en una túnica
azul.
—¿Le dijo algo?
—Sí. Se sonrió, me hizo la señal de la cruz y dijo:
Quédate tranquilo que te vas a curar. Orá por Dios y la
Virgen María. Ahora tengo esa propiedad mediúmnica.
—¿Cómo es eso?
—Veo a las personas y sé cómo son. ¿Sabe por qué? Porque
veo en la gente el aura.
—¿Qué aura?
—Un halo que rodea la cabeza de la gente buena, igual al
que pintan en algunas estampitas religiosas, ¿entiende? Es
un reflejo fosforescente que llevan todos los santos.
—Además de comunicarse con esas personas con halo,
¿consigue otro tipo de comunicaciones con muertos?
—Sí, con tres: Jesucristo, la Virgen de Luján, como ya le
dije, y, por supuesto, con Carlitos Gardel.
—¿Cuándo se produjo su diálogo con Gardel?
—Sucedió quince años atrás, un aniversario que entré en su
tumba acompañado por Adela Blasco, viuda de Delfino.
—¿Qué sintió ese día?
—Sentí una comunicación vibratoria. Fue como una onda
magnética hertziana. Miraba el féretro de Carlitos y
temblaba.
—¿Dónde sintió los temblores?
—En la columna vertebral y en la glándula pineal, cerca
del bulbo raquídeo Después Carlitos me dijo: Yo no terminé
mi obra; ahora terminala vos, hermano.
—¿Cuál es la obra que debe continuar?
—Él me viene preparando desde hace años en una especie de
desprendimiento corpóreo, extraterrestre. Él quería dejar
una unidad espiritual latinoamericana para quebrar las
barrenas ideológicas dentro del arte Ahora lo haré yo con
la Fundación Carlitos Gardel ¿Qué le parece?
Revista Siete Días Ilustrados
24.09.1973
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