En un extenso diálogo con Siete Días, el
veterano y controvertido periodista se definió sobre
diversos aspectos del momento. "Los ovnis existen, Perón
no es infalible y yo si empre lucharé por la justicia
social", afirmó entre otras cosas. Además, aseguró ser "el
tipo más optimista del mundo"
En el periodismo argentino existen ciertos personajes,
discutidos o respetados, profundos o superficiales, que
aparecen como inevitables, casi lógicos, como si hubieran
existido siempre. Tal es el caso de Américo Barrios —Luis
María Albamonte—, quien desde sus primeros artículos se
convirtió en uno de esos "inefables" hombres de prensa. Su
edad es un misterio. Cuesta mucho definirla y él mismo se
encarga de mantener la incógnita: "Diga simplemente que
soy de este siglo", se excusa. Sin embargo, hay algunos
datos significativos, que permiten arriesgar cifras al
respecto. Por ejemplo, todas las anécdotas acuñadas en
torno a su figura, allá por la década del 30, ya lo
muestran como periodista experto, de densa trayectoria. Y
es justamente esa dilatada carrera la que confiere mayor
riqueza a su personalidad. Fue publicista, escribió
reportajes humorísticos en Patoruzú y notas deportivas en
Mundo Argentino y en el periódico El Sol, de Natalio
Botana. Dirigió los diarios Democracia y El Laborista.
Desde su adolescencia fue escritor, logrando en 1951 el
Premio Nacional de Literatura. Muchas veces alcanzó la
cima de la popularidad y otras tantas cayó en oscuros
abismos profesionales. En la actualidad se desempeña como
director de la edición matutina del diario Crónica, una
actividad que no le impide frecuentar los estudios de
radio y televisión, en calidad de comentarista.
Justamente, semanas atrás se hizo acreedor al Martín
Fierro 1973, otorgado por APTRA al mejor periodista de TV.
Sin embargo, en Luis María Albamonte existen otras facetas
que delinean su personalidad con tanta o más fuerza que su
vida literaria o periodística: su pasión por el estudio de
los ovnis y, fundamentalmente, su militancia peronista. En
ambos campos llegó a destacarse, aunque, sin duda, su
actuación política le ha deparado mayor trascendencia. Le
tocó acompañar a Juan Domingo Perón en los primeros,
difíciles, años de exilio, desempeñándose como su delegado
personal y apoderado general del Partido Justicialista,
entre los años 1961 y 1963.
Su escritorio, con amplia vista al Río de la Plata, en el
quinto piso del moderno edificio de Crónica, es su
verdadero cuartel general. Está repleto de cartas. En una
esquina, una pila de libros. El primero, Vidas Paralelas,
de Plutarco. "Es mi libro de cabecera, mi biblia. Lo
consulto y releo constantemente. Es una obra admirable",
se justifica.
—Usted dirige un diario, escribe y dice comentarios,
pensamientos sobre distintos temas de actualidad, varias
veces al día y a todo el país. ¿Cuál es el mensaje que
intenta dar a través de sus notas?
—Entiendo que el valor más alto de cualquier país es el
hombre. Siempre hice de mi vocación periodística el
instrumento para la defensa de la dignidad humana. Yo
estoy siempre con la solidaridad social. Quiero el
bienestar del pueblo, la grandeza de la nación y lo que
puedo escribir en el diario, decir por la radio o la
televisión, será siempre en defensa de la dignidad humana.
Ese es el motor de Américo Barrios. Yo me he convertido en
vocero de la gente que no tiene acceso a los medios de
comunicación. Quiero ser el que trasmita a la nación las
esperanzas y frustraciones de quienes se tendrían que
contentar con una charla en una mesa de café.
—¿A usted le parece que relatando casos individuales se
puede mejorar la situación de la gente? ¿No hacen falta
soluciones de conjunto?
—Se necesitan las dos cosas. El caso individual, casi
siempre se puede solucionar, pero carece de trascendencia
social. Los problemas de fondo, en cambio, requieren
soluciones de fondo. Y he observado con alegría que
después de algunas de mis charlas se han tomado soluciones
generales. De todas maneras, nunca me quedaría contento si
teniendo la posibilidad de lograr alguna solución, aunque
fuera episódica o anecdótica, no lo hiciera.
—Y si no pudiera expresar sus deseos de justicia social a
través del periodismo ¿qué otro camino elegirá? ¿Sería
político, asistente social, filántropo, guerrillero,
sacerdote?
—No. Lucharía para poder hacerlo a través del periodismo.
El guerrillero actúa en un medio muy restringido. El medio
que yo utilizo es más amplio. Cada palabra mía llega por
lo menos a un millón ochocientas mil personas. Mire: yo no
soy Alain Delon, yo no ofrezco absolutamente nada, pero no
doy abasto con la lectura de mi correspondencia. Y nadie
me escribe para pedirme dinero: todos me plantean un
problema social.
AB saca una carta de una enorme pila puesta sobre su
escritorio. La abre despaciosamente y lee en voz alta. Se
trata de alguien que protesta por las colas que hay que
hacer para pagar los impuestos. Dice la carta que se suma
un doble sacrificio: el de los bolsillos y el físico, al
tener que soportar los contribuyentes largas horas de pie
para aumentar las arcas del Estado.
—¿Se da cuenta? Es una del montón. Son todas por el
estilo. Me llama poderosamente la atención la gran
cantidad de niños que me escuchan y me escriben
cotidianamente. Estos son cuatro, que me piden que les
cuente algunos casos de comprobación de vida
extraterrestre.
—¿Cómo nació su pasión por el estudio de los ovnis?
—Yo creo que me pasó lo que le hubiera pasado a usted.
Pensando que era un tema que interesaba, me propuse hacer
una serie de notas. Y de la misma manera que habría hecho
usted, antes de escribir traté de informarme y estudié el
tema a fondo. Escribí 120 notas en esa serie. Estaba
redactando una de esas notas cuando recordé que Plutarco
cuenta una batalla en la que entre los dos ejércitos se
interpuso una gran bola de fuego. Entonces me puse a
pensar y recordé otros libros, muchos de ellos de arte, en
los que había datos significativos. Así descubrí el Templo
de las Campanas, en Java. Son tres círculos concéntricos
con un determinado número de campanas cada uno. La primera
advertencia que tuve es que se parecen muchísimo a las
descripciones que hacen quienes vieron alguna vez
platillos voladores. Pero, para sorpresa general, en el
interior de cada una de las campanas aparece la figura de
Buda con un traje indudablemente de astronauta. Creo que
el trabajo mío fue de importancia, porque aún hoy me
siguen llegando cartas de todo el mundo.
—¿Nunca antes le había interesado la vida extraterrestre?
—La verdad, sí. La denominación de platos voladores recién
se dio en 1947 y cobraron gran notoriedad cuando un
capitán de la aviación de Estados Unidos observó un plato
volador. Recibió la orden de seguirlo con su caza y cuando
se estaba acercando fue pulverizado. El Pentágono,
preocupado, le encargó la investigación del caso a Donald
Keyhoe, de la marina de USA. Este llegó a la conclusión de
que se trataba de un plato volador extraterrestre. Las
autoridades decidieron mantener en secreto esa
Información, lo que indignó al marino, quien publicó un
libro contando todo el asunto. Terminaba 1948 y yo era
director de El Laborista. Sin pensarlo dos veces, compré
los derechos de publicación del libro para mi diario, que
lo sacó en capítulos.
—¿Usted cree en la existencia de los platos voladores?
—Categóricamente, sí. Y para demostrárselo usaré solamente
un criterio de humildad: ¿cómo puede ser tan petulante el
hombre de creer que es el único ser pensante entre tantos
miles de millones de planetas y de galaxias que hay en
todo el universo?
HUMOR, DINERO Y POLITICA
La voz de Américo Barrios, su entonación, su particular
forma de dejar caer casi cansinamente las palabras, se
mantiene invariable, aunque él esté tranquilo o excitado.
La expresión de su estado de ánimo la pone en sus pausas,
sus movimientos, sus gestos. Pocas veces ríe. A lo sumo
pliega los labios, irónicamente.
—¿Se considera un hombre con humor?
—Sí, tengo mucho humor. Soy el tipo más optimista del
mundo. ¡Y las he pasado todas! Yo he resucitado civilmente
por lo menos tres veces. Mi abuela, al morir, nos dejó 60
casas. Una verdadera fortuna. Y sin embargo, después de
eso tuve que vivir en un conventillo que la municipalidad
cerró por inhabitable. Para dormir tranquilo
tenía que sujetar algunos ladrillos del techo con una
caña, porque si no, me caían de noche sobre la cabeza. Lo
que pasó fue que toda mi familia quiso quedarse con la
mayor parte de la herencia de mi abuela. Era un
espectáculo lamentable. El dinero se había convertido en
un elemento de rapiña. Deprimido, rompí los lazos con mi
familia y abandoné todo. Como ésa, tuve varias muertes
civiles. Sólo con mucho humor se pueden sobrellevar
trances semejantes.
—Sin embargo, a pesar de esas situaciones angustiosas por
las que pasó, se dice que hoy es un hombre adinerado...
—Si eso fuera cierto, ¿sabe lo que sería yo?: ¡un boludo!
¿Se piensa que estaría escribiendo 16 horas por día?
Cuando cayó Perón tuve que trabajar de peón en la fábrica
textil de Francisco David, en Asunción del Paraguay,
porque nunca procuré enriquecerme. Es cierto, yo gané
mucho dinero, pero siempre fui un seco. Después de haber
pasado 10 años de destierro con todas las de la ley y 10
meses escondido en un sótano lleno de ratas, si tuviera
plata, por lo menos ahora disfrutaría y no me pasaría el
día trabajando.
—¿Dónde vive actualmente?
—¿Ve? Ahí tiene otro ejemplo: vivo en Villa Urquiza, en un
departamento. Queda tan lejos que muchas veces, cuando
estoy muy cansado, me quedo a dormir en algún hotel del
centro, para no tener que viajar tanto.
—¿Qué opina de la situación actual del país?
—Yo creo que éste es un momento muy delicado. O todos los
argentinos nos unimos para sacar el país adelante o no lo
saca nadie. Cuando oigo hablar de planes de estabilización
me parece una barbaridad. Tenemos que estabilizar en un
nivel de bienestar y no de angustia, de miseria. También
ha llegado el tiempo de la intrepidez. Se avecina una
realidad que avanza con todas sus fuerzas. Pero también se
mueven los intereses caducos que no quieren sucumbir. Son
ellos los explotadores del hombre, los que crearon las
injusticias sociales, los que se escudan en el régimen de
la prepotencia de los más fuertes, los representantes del
capital explotador.
—Noto algo raro: usted es peronista y, sin embargo, al
hacer un análisis de la situación actual del país no
nombra a Perón, ni siquiera entre las soluciones ...
—Es porque todo lo que yo dije lo dice Perón. No se olvide
que yo fui delegado de él y que como tal tuve que dar la
orden de votar en las elecciones de 1962, cuando ganó
Framini. A partir de allí cambió el signo de la lucha del
peronismo. La gente estaba cansada de votos en blanco.
—¿Por qué dejó de ser delegado de Perón?
—Renuncié. Fui uno de los pocos que se fue por las suyas.
Al resto lo echaron. Ya le había dicho a Perón: Yo no soy
político. Aclaro, además, que fui uno de los pocos
delegados que no se enriqueció con el puesto. Terminé
pobre como una rata. En esos días de carencias había veces
que sólo comía un tomate o un plato de arroz en 24 horas.
Compartí con Perón un duro peregrinaje y un largo
destierro. Ese es mi grito de orgullo.
—¿Conoció al resto de los delegados?
—Por supuesto. De la mayoría soy amigo personal.
—¿Y qué opina de ellos?
—Yo prefiero opinar de Perón.
—Entonces, ¿qué opina de Perón?
—No creo que se pueda decir que es infalible, pero
comparado con el resto de los políticos, está a varios
años luz de distancia. Está lleno de sentido común. La
corriente de la historia siempre va para adelante; nunca
para atrás. Entonces, él acompaña la corriente histórica.
Por eso Perón siempre tiene razón. En cambio, el resto de
los políticos lucha para que la corriente histórica los
siga a ellos. Y se equivocan y se quedan solos. Hoy en día
nadie puede pretender que se vuelva a la época de los
faraones o algo por el estilo. Yo estoy de acuerdo con
quienes afirman que los enemigos son los que más han
trabajado en favor de Perón. Además, Perón tiene muchas
fórmulas de vida, que usa permanentemente. Si hay
conflictos entre varias tendencias, les responde: "Cada
lechón en su teta es el modo de mamar". Y él ha mamado
mucho el Martín Fierro . . .
—¿Con qué tendencia dentro del peronismo está Luis María
Albamonte?
—Yo estaré siempre con los hombres y con los métodos que
lleven a la justicia social, a la independencia económica
y a la soberanía política.
—Pero, justamente, un sector acusa a otro de no luchar por
esos ideales.
—Mire, voy a ser claro: estoy ciento por ciento con la
juventud por su pureza, por su idealismo y por su
abnegación.
—Se dice que todo escritor que ingresa al periodismo deja
de serlo a corto o largo plazo. ¿Qué le pasó a usted?
—Yo soy un escritor depuesto, porque cayó Perón y me
borraron del panorama de la literatura argentina. Y eso
que soy un precursor de la literatura fantástica en la
Argentina. Además, en la actualidad, para ser escritor hay
que ser representativo de una clase social. Por ejemplo,
Jorge Luis Borges, de quien tengo la peor opinión,
representa a una clase oligárquica y extranjerizante. El
va a tener siempre los bombos y platines de la clase que
él representa. Pablo Neruda, un poeta de marca mayor,
siempre tendrá una plataforma a nivel mundial porque
representa al comunismo . . .
—¿Y Américo Barrios no podría representar al peronismo?
—Podría ser, pero el peronismo recién se está tratando de
consolidar en el país.
—¿Qué hace en un día de descanso?
—Duermo. Me pongo al día con el descanso. Luego me baño,
me afeito y salgo. A veces visito a un amigo. Leo, voy al
cine. En fin ... Es un día de descanso como cualquiera.
¡Ah!, debo confesar que también vengo al diario. Es
irremediable: tengo que venir aunque tenga vacaciones.
—¿Cuáles son sus lecturas favoritas?
—Bueno, ya le nombré a Plutarco. Leo muchos libros de
historia. Soy revisionista. Ahora me interesa también la
arqueología, aunque en realidad el último libro que leí es
Los orígenes de la tragedia griega, de Nietzsche, que
plantea la superioridad de lo estético sobre lo moral.
—¿Por qué eligió ese seudónimo?
—Cuando tuve que firmar mis notas deportivas en El Sol, no
quise usar mi nombre, que quiere decir Montaña Blanca.
Entonces sinteticé los que había usado hasta ese entonces,
que eran Américo Lobos y Juan de los Barrios, y quedó
Américo Barrios.
—¿Qué fue lo más importante que hizo en su vida?
—Lo mejor creo que fue la organización de los Campeonatos
Infantiles Evita. No porque los pibes jugaran al fútbol y
porque de ellos hayan surgido Sívori, Maschio o Angelillo,
sino porque allí cuidábamos la salud de toda una
generación. Se sacaban radiografías y se detectaban y
solucionaban los problemas de la salud.
—¿Qué significa a esta altura de su carrera haber ganado
el Martín Fierro?
—Es la primera vez que se otorga a un periodista. Yo tengo
muchos premios, de todo tipo, pero uno no se endurece.
Cada premio es sentido y no se puede evitar la emoción.
Sobre todo si fes como éste, otorgado por los propios
colegas. No voy a ser hipócrita y decir que no lo merezco.
Sí, lo merezco, y voy a hacer todo lo posible como para
merecerlo todos los años.
—Si tuviera que elegir su epitafio, ¿qué escribiría?
—Yo siempre fui leal, aunque tuve que pagar muy alto
precio. Quiero que se sepa que mantuve hasta mi muerte la
lealtad al amigo, a la mina, a Perón, al jefe. Por eso,
simplemente, pondría: Fue leal.
Otelo Borroni
Fotos: Eduardo Comesaña
Revista Siete Días Ilustrados
30.09.1973