La tinta del cambio
"No voy a hacer leña del árbol caído", reconoció,
prudente, el farragoso cómico Tato Bores durante su
habitual programa de los domingos, seis días después de la
expulsión de "mi gran amigo el general Juan Carlos
Onganía". Prudente y todo, más de uno reconoció que por
fin se le había soltado la lengua, al cabo de cuatro años
de mesura —por expresa indicación del canal— y de aligerar
toda referencia al ex presidente bajo el cauteloso mote de
'patroncito'. Es posible que ese espantoso moloch al que
adora —el rating— le sea en adelante más propicio, sobre
todo si el nuevo gobierno consigue diluir el fermento
autocensurista que impregna algunos medios de expresión. Y
también es posible, entonces, que sus programas provean
algo más de gracia. No tanta, claro, como la que la caída
de Onganía le causó a José Ramón Ollarves Mejías (45), un
argentino radicado en Caracas, muerto de un síncope el
martes 9. Un cable de United Press recoge así la opinión
de sus familiares: "Creemos que murió de contento al
enterarse del derrocamiento de Onganía".
Fueron, tal vez, las dos exteriorizaciones más insólitas
de un episodio que concitó la atención de todo el mundo, y
en especial la de los países adyacentes; pero, en general,
la prensa extranjera se jactó de no haber sido sorprendida
por el golpe y coincidió en atribuir a Onganía un
empecinamiento ajeno a as conveniencias del actual momento
argentino. "Un hombre solo", tituló Le Monde un artículo
que traza, a grandes rasgos, la biografía del ex
presidente: "Cuatro años después de la toma del poder
—dice el matutino de París—, Onganía se encontraba ante
los mismos obstáculos que los gobiernos civiles que le
precedieron...".
Ya, de España, se alegra: "Por fin ha venido el golpe
militar que se esperaba en la Argentina". New York Times,
en cambio, se entristece: señala que "el general es
disciplinado, respetado y respetuoso"; que "gusta
ajustarse a las reglas"; que "es sencillo, sin
complicaciones y profundamente religioso". Pero también lo
trata de "porfiado", de haber entorpecido la libertad de
prensa y de "cortejar a los peronistas", su pecado
postrero.
PUERTAS ADENTRO. Los diarios y las
revistas de Buenos Aires abundaron, a partir del miércoles
10, en aspiraciones de deseos, el saludo que suelen
ofrecer a todo nuevo gobierno, constitucional o no. Por
supuesto, la sinceridad de estas arengas no se mide a
través de las críticas que achacan al antecesor sino de
los defectos que atisban en el recién nacido. La Prensa
("Desenlace razonable de una crisis política peligrosa",
titula un editorial) alude a las extralimitaciones del uso
del poder que ejerció Onganía, antes de recomendar que,
ahora, "la anhelada e indeclinable restauración
institucional" se produzca "sin necesidad de
apresuramientos". Por supuesto, La Nación piensa lo mismo:
"La magnitud de nuestros reiterados fracasos entraña una
lección, dirigida especialmente a los apresurados que
creen factible trasformar un desequilibrio de fondo en un
paisaje edénico por el simple mecanismo de un raudo
proceso electoral". Antes, queda implícito, habrá que
mellar la espada peronista que pende sobre la Casa Rosada.
Y Clarín del día 11, algo más incierto, aboga por "un
gobierno que sepa usar de su tiempo", tras insistir en que
esta etapa no debe ser considerada "un compás de espera".
Dos semanarios de noticias, Panorama y Confirmado,
imprimieron ediciones extras dedicadas a documentar el
relevo presidencial. Análisis y Periscopio no quebraron su
rutina de aparición, inhibidos, tal vez, por razones
técnicas. En el artículo "Por qué cayó Onganía",
Confirmado obtiene que el ex presidente sucumbió ante la
puja ideológica que él mismo incubó en el gobierno; roto
el equilibrio, "aparecían así desnaturalizados los (sus)
propósitos de equidistancia".
El director de Análisis, Fernando Morduchowicz, propugna
"la formación de un plan político, que no significa de
entrada un calendario electoral, sino un programa para
orientar la constitución de grandes partidos nacionales";
acaso la manera de no reincidir en los errores de Onganía:
"En la Argentina no funciona la autocracia", sentencia. Y
Periscopio, por último, discurre en conjeturas a menudo
temerarias: refiriéndose al ex presidente aventura que "el
cordobazo le renovó en lo inmediato, el respaldo del
Ejército; si este año se hubiera repetido —¡era lo que
convenía, y no raptar a Aramburu!—, Onganía estaría aún en
la Casa Rosada". Hay también una columna cuya moraleja es:
"Las derrotas del nacionalismo lo depuran", en donde se
dice, hablando de Mussolini, que "el personal de su
régimen ostentaba una aristocracia de sangre y de cultura.
El articulista sugiere que es un ejemplo válido para
aplicar en la Argentina.
PANORAMA, JUNIO 23, 1970
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