¿Somos chantas los argentinos?
Una picante investigación sobre algunas curiosas costumbres nacionales
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Aunque hay quienes recurren a académicas definiciones para referirse a esta curiosa especie de la fauna social, resulta más fácil reconocerlos por las frases que pronuncian a diario y por sus actitudes. Siete Días publica una lista de esas notorias chantadas y, además, las opiniones de quienes tratan a diario con esos característicos personajes

Los chantas están de moda.
Figuran en las revistas de actualidad y de ellos se había y se discute en los bares, ferias y oficinas. Sus andanzas se relatan alegremente, hasta un reciente film que se llama, claro 'Los chantas', intenta retratar —muy parcialmente— a tan pintorescos individuos. Sin embargo, curiosamente, los personajes en cuestión, los "insolventes morales" —como algunos los denominan— no se inmutan ante la repentina popularidad y siguen enriqueciendo el anecdotario callejero, ofreciendo "negocios", tomando whiskies en despachos de funcionarios y "arreglando" asuntos de la más diversa índole. Es que los chantas están más allá de las modas o habladurías; tienen vigencia y fama desde que el hombre es hombre en cualquier latitud del planeta. Cada día ganan nuevos adeptos, perfeccionan sus técnicas y acrecientan un sólido prestigio que, a pesar de sus enemigos, puede mantenerse intacto a través del tiempo. Eso, por lo menos, se desprende de la investigación que llevara a cabo la semana pasada un redactor de Siete Días: el resultado final de la encuesta —ver recuadro en esta página— permitió, además, confeccionar una jugosa radiografía del chanta porteño, que si bien no supera a los del resto del mundo, por lo menos adquiere características propias, que lo diferencian netamente del conjunto.
En principio, para arribar a una definición del chanta, conviene distinguirlo de otros personajes parecidos pero de espíritu muy distinto: el fanfarrón, el estafador, el coimero, el mitómano, el chantajista. El chanta tiene algo de todos ellos, pero tiene más humor, está más alejado del delito y es, por supuesto, mucho más
rico y pintoresco. Etimológicamente, el vocablo es el apócope de chantapufi, que a su vez proviene del genovés cianta-puffi, lo que viene a ser algo así como el que "planta clavos" o, más concretamente, el que "clava" a la gente. José Gobello (55), secretario de la Academia Porteña del Lunfardo, lo define como un insolvente moral, agregando: "El chanta no es un delincuente, es el individuo que no tiene con qué responder por los créditos morales que contrae; el que se precia y hace alarde de lo que no es, el que habla de un tema que no conoce; el que se jacta de las virtudes de las que carece."
Desde otro ángulo, el psicoanalista Arnaldo Rascovsky (68, dos hijos), lo define como "el que pretende ocupar un papel o una posición que no le corresponde, lo que en términos psicológicos se ha llamado el 'como sí', algo que se deriva de una característica muy común en la gente y que consiste en la sobrevaloración de la apariencia en desmedro de la autenticidad. Es un psicópata que tiende a actividades o situaciones asociales y maníacas. En realidad se podría construir toda una patología basada en la abundancia del chanta que condiciona una corrupción social colectiva."
Lo cierto es que más allá de las académicas definiciones, cualquier lector, con un mínimo de atención, podrá detectar a un chanta y, por consiguiente, evitar caer en sus redes. Las siguientes frases lo delatan: "Quédese tranquilo, ya le hablé de usted al director"; "Deje todo en mis manos y despreocúpese"; "Este negocio se lo ofrezco a usted, porque es mi amigo"; "Esta misma tarde, le voy a preguntar al ministro"; "Estoy estudiando varias propuestas de trabajo"; "Yo, que me las sé todas, le aconsejo que. . ."; "¿Vio? Yo ya lo había dicho"; "Es inútil, che, si no hablás con el dueño del circo, no pasa nada"; "Papá arregla todo"; "Cualquier problema que tenga, ya sabe. . ."; "Todo marcha sobre ruedas, en pocos días más ya está cocinado"; "¡Ah! ¡Si no fuera porque yo me encargué de darle una última miradita!"
La principal discusión en torno al tema es: ¿son peligrosos o inofensivos los chantas? ¿Es pintoresca o injuriosa la calificación? Entre los defensores de esta fauna figura Lino Palacio, el dibujante humorístico creador de Avivato, personaje que justamente intenta reflejar al típico chanta porteño: "Estos individuos no son peligrosos porque finalmente todos se dan cuenta de su forma de actuar. Y es más; yo creo que hacen falta, porque proporcionan un show cotidiano con sus verdaderas condiciones actorales. ¿Qué sería de los humoristas sin esa rica fuente de inspiración? No existirían ni Avivato, ni El Doctor Merengue, ni tantos chistes cotidianos." No es curioso que otro cómico, el actor Jorge Porcel (38), también defienda la existencia de los chantas: "Yo siempre los preferiré a los garcas. Esos sí que son peligrosos. 'El chanta es el tipo que las va de actor y, pese a que no lo llaman nunca, habla siempre en los canales de TV anunciando proyectos; es el patovica que toma sol y anda trabado siempre, sacando pecho. Chantas son mis representantes y ¿por qué no? yo también. ¡Para qué nos vamos a engañar!"
Una de las "mercaderías" más preciadas por los chantas, son las modelos. Según ellos "dan status", abren muchas puertas y —como además las cierran— también tienen sus encantos, por supuesto. Por eso, las chicas consideran al chanta el enemigo público número uno. María Aurelia Ramírez (30, dos hijos), dos veces Miss Argentina y actual presidenta de la Asociación de Modelos Argentinos, protesta: "Son peligrosos para las chicas que empiezan, que todavía no los distinguen. Les prometen películas que nunca se filmarán, desfiles que se suspenderán indefinidamente y una serie de extraños trabajos para hacerlas caer en sus redes. Hay ciertos chantas que dan clases de modelos, que instalan academias y no saben nada." Enrolados en el mismo bando, los miembros de una Cámara de Apelaciones condenaron a seis meses de prisión y multaron,
en 1968, a un señor que se había referido públicamente a un abogado calificándolo de chanta, considerando, entre otras cosas, que todas las variaciones y acepciones del término "son ofensivas y giran alrededor de un común denominador peyorativo, que indica falta de seriedad y estatura moral."
La existencia de ese juicio —poco difundido— revela la importancia que en ciertos sectores se le puede dar a la palabra en cuestión. El querellante en esa ocasión —el abogado Noel Maas (49)— recuerda ahora las razones por las que se consideró ofendido: "Yo creo que el término es injurioso en doble medida: por un lado se descalifica moralmente a alguien y por otro se lo acusa de ser un delincuente de poca monta. Al decirle chanta, se señala a alguien como si fuera un sinvergüencita, ni siquiera un sinvergüenza. Yo no creo que porque se use una palabra extranjera y se diga entre los amigos del café, el insulto sea de menor cuantía. Puede ser pintoresco, pero el chanta, en cualquier lugar del mundo, es igualmente negativo."
Por supuesto, existe un tercer grupo, muy numeroso, que le resta importancia al asunto. Algunos de los entrevistados llegaron a considerar que "tratar a nivel periodístico esta cuestión es una chantada." Más ecuánime, el diputado nacional Carlos Gallo prefirió descalificar al término: "No es real definir a una persona como chanta. Yo prefiero pensar que existen personas buenas o malas, hombres honestos o deshonestos. Admito, si, que puede haber picaros y tontos, pero jamás hablaría de chantas."

PERO, ¿SOMOS O NO SOMOS?
Lamentablemente, el orgullo de los porteños en este aspecto, pueda quedar un tanto maltrecho: aparentemente en Buenos Aires el culto de la chantada no supera al de casi ningún país. Es más: muchos se pueden jactar de superarnos. El lunfardista Gobello, insistió en afirmar, de todas maneras, que "abundan en cualquier actividad, entre los jóvenes periodistas que hablan como si supieran, en los críticos que asumen una actitud doctoral para definir a una película que no vale nada; en los políticos que prometen y no cumplen y, finalmente, en el campo artístico: allí encontrará más chantas que poetas."
Es Jorge Porcel quien ubica en su justo término la discusión: "¿La verdad? Nosotros tenemos unos cuantos ejemplares de colección, pero todavía nos falta aprender mucho. Si alguien caminó alguna vez por una calle de Italia habrá visto cientos de chantas. ¿Y puede haber alguien más chanta que un andaluz? ¿Y los franceses? ¡Son tan chantas que se creen que inventaron al amor! Claro: en Buenos Aires somos todos
chantas los domingos desde las 11 de la mañana hasta que empieza el partido: todos tenemos la precisa, somos del mejor cuadro, hasta sabemos quiénes van a hacer los goles." Pero eso no basta. María Amelia Ramírez apoya esos argumentos: "Yo creo que esto es un fenómeno mundial, propio de la condición humana. No se inventó en este país."
En realidad, la lista de las "chantadas" incorporadas a la vida diaria de los porteños sería interminable: meter la panza para adentro cuando se cruza una chica; peinarse cuando están por sacar la foto; gastar en ropa más de lo que se puede; llamar doctor a todo el mundo; hacerse llamar doctor; viajar en taxi aunque sea por pocas cuadras; copiar gestos y dichos de otros y utilizarlos como propios; decir que somos los mejores; decir "la largué" al referirse a la mujer que se fue con otro; llamar empresa a una oficinita de mala muerte y hasta animarse a saludar confianzudamente a alguna personalidad que, por supuesto, no los reconoce.
De todas maneras, y pese a semejante despliegue, son pocos los que creen en el fatalismo del sociólogo José Miguens quien según el diario La Razón, sería el autor de esta frase: "En Argentina, el chantapufi desplaza siempre al más capaz."
Revista Siete Días Ilustrados
02.05.1975

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