Embajada tanguera para la semana de mayo
La conquista de Nueva York
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El corresponsal de SIETE DIAS en los Estados Unidos traza aquí los divertidos y a veces melancólicos pormenores de la realización de dos shows de tango y folklore, en celebración de los festejos patrios. El esperado debut de Aníbal Pichuco Troilo en los Estados Unidos de Norteamérica.

One, two, three... Y la orquesta comenzó a sonar bajo la batuta de Pichuco. Hasta allí llega el dominio del idioma inglés de Aníbal Troilo, esta vez suficiente para reflejar su deseo de estar a tono con la fiesta, que era también su debut norteamericano. Precisamente en torno a su nombre se había montado la publicidad de un festival (This is Argentina) auspiciado por la Asociación de Residentes Argentinos en los Estados Unidos, que se llamó Segunda Semana Argentina en Nueva York y que enmarcó la celebración de las fiestas mayas. A la figura de Troilo se sumaron nombres de conocida importancia en el ámbito latinoamericano: Armando Pontier, Néstor Fabián, Violeta Rivas, Hernán Figueroa Reyes, Tito Reyes y la entradora voz de R. González Rivera como maestro de ceremonias. Ernesto Sibilla, manager del show y presidente de la Asociación, invirtió un suculento paquete de dólares en este largo sueño de impregnar Nueva York con música del Río de la Plata, afán que finalmente concretó el viernes 21, en el Hunter Hall, no bien Pichuco tartajeó su módico inglés.
Como complemento de la Semana de Mayo neoyorquina, otro festival argentino volcó, un día después, en el prestigioso Carnegie Hall, figuras de similar atracción: Los Fronterizos, Roberto Goyeneche, Atilio Stampone y Fernando Ochoa; juntos se repartieron el programa con que otros dos argentinos metidos a empresarios (Fermoselle y Varela) tentaron el gusto popular de la vasta colectividad de compatriotas afincada en la ciudad de los rascacielos y sus alrededores. Entre la concreción de uno y otro evento, confusiones, demoras, apurones y anécdotas urdieron el nervioso clima de los preparativos.
Días antes de la función, SIETE DIAS insinuó a Sibilla el contrasentido que parecía significar que dos festivales de tanta importancia se lanzaran en días sucesivos, compitiendo obviamente entre sí y obligando a una división de público que sólo podía ocasionar una merma financiera. "Yo hace mucho tiempo que quería traerlo a Troilo. El año pasado estaba casi listo el asunto. Pensaba poner en un mismo programa a Pichuco y Astor Piazzolla y entonces cubrir 30 años de tango en una sola noche. Muchos problemas se interpusieron con el proyecto y entonces decidí trasladar los planes para más adelante. El hecho de que en 1971 celebráramos la Segunda Semana de Mayo —oficialmente reconocida por el intendente de la ciudad de Nueva York— me pareció la oportunidad ideal. Tanto es así que para asegurarme su realización fui hace varias meses al Carnegie Hall para contratar la sala. Todo iba fenómeno hasta que el empresario de la sala me dijo que para el sábado 22 de mayo el Carnegie ya estaba destinado a un Argentine Festival que no era el mío. Yo quedé en situación difícil: por un lado ya tenía todo preparado, fundamentalmente el viaje de Troilo; y por el otro no tenía sala y en cambio encontraba una competencia inesperada. Como no podía echarme atrás, contraté el auditórium del Hunter College, lo único que quedaba, ya que el Philarmonic Hall estaba ocupado por Andfe Kostelanetz y sus conciertos Promenade. Así, pues, pasé la fecha proyectada del sábado 22 al viernes 21, para evitar la chocante situación de ofrecer simultáneamente dos shows argentinos".
En el otro extremo, Adolfo Fermoselle tampoco quería dar marcha atrás. Ya en mayo del año pasado había conseguido que actuaran Los Fronterizos en el Carnegie y su rotundo éxito permitió casi de inmediato programar una reedición para este año. "A pesar de todo nos llevamos bien", aclaró Sibilla; y lo cierto que en determinado momento hasta existió un ofrecimiento de cooperación por parte de Fermoselle cuando ocurrió que a la orquesta que debía integrar Pontier le faltaba un instrumentista. En todo caso, la rivalidad entre ellos podría circunscribirse a su original función de "businessmen", ya que ambos comandan sendas agencias de turismos que mueven gran cantidad de argentinos entre Nueva York y Buenos Aires (Sibilla Tours por un lado, Argentina Travel Agency por el otro). Además, un dato curioso: ninguna de las dos delegaciones artísticas viajó por Aerolíneas Argentinas; una lo hizo por Braniff, la otra por LAN Chile.
Lo cierto es que, haciendo números y afinando la punta del lápiz, los responsables de los festejos advirtieron los riesgos de perder dinero por la mutua competencia. "Esta es mi primera experiencia como empresario... y quizás sea la última —explicó Sibilla—. Pero de cualquier manera ayudará a levantar un poco el prestigio de la Asociación de Residentes. Dicen que en mis tres años como presidente de la organización he sido un poco dictador y quizás tengan razón, pero es la única manera de hacer obra. Usted sabe: en las comisiones siempre hay un montón de gente, pero a la larga los que trabajan son dos o tres y lo único que recogen son críticas."

"QUIERO UNA CAMA"
El jueves 20, con retraso —tras inesperada parada en Miami—, el avión arrimó a la plataforma del aeropuerto Kennedy. Casi treinta personas y una gran bandera argentina adosada a una de las barandas daban cuenta de la presencia del improvisado comité de recepción. Con cara de haber dado la vuelta al mundo empezaron a salir los pasajeros. Flanqueado por Zita su mujer, Troilo emergió como de una pesadilla; de modo que el efusivo recibimiento pareció apabullarlo más aún: "Estoy cansado, viejo, quiero una cama", clamó.
Es conocida la fobia que Pichuco le tiene a los viajes aéreos; si a esto se le suma la circunstancia de un vuelo que le habían prometido duraría once horas, pero con las múltiples escalas demandó veinte, es fácil adivinar la furia con que pisó suelo yanqui. La ola de protestas que casi ahoga a Sibilla se diluyó no bien la delegación llegó al hotel. La suntuosidad del famoso Waldorf Astoria y un ramo de flores en cada habitación hizo el milagro. Tras el almuerzo, todo el mundo se fue a dormir. Todos menos Néstor Fabián, quien prefirió salir a dar unas vueltas por la ciudad; en rigor, una visita de reconocimiento. Las conclusiones de Fabián al cabo de su primera salida: "Nueva York es imponente, aunque las mujeres no son tan lindas como dicen".
Esa noche, organizadores y artistas cruzaron Broadway y calmaron su apetito en El Tropezón, un restaurante argentino de la calle 46. Bife de chorizos con papas fritas fueron regados con vinos mendocinos. Troilo ya estaba más jovial, en tanto Zita, interesada en lucir visones, dialogaba con un peletero: "¿Sabe una cosa? Mi marido se llama Aníbal Troilo, así que yo puedo gastar". Churrasco por medio, Hernán Figueroa Reyes desplegaba pañuelos por doquier: "¡Qué resfrío me pesqué! ¡Menos mal que me dijeron que aquí me iba a morir de calor! Después de andar por lugares como Panamá, soportar este cambio de clima es arriesgar una pulmonía". Figueroa, en compañía de los inseparables hermanos Coria, constituía el único aporte folklórico al festival del Hunter. Y aunque el tango dominaba el programa, adelantó: "Vas a ver cómo a mí también me van a escuchar". Luego se confirmaría su pronóstico.
Rafael, el contrabajista del cuarteto de Aníbal Troilo, no pudo llegar con el paso más torcido. En la aduana de Miami ya se había flagelado, tras comprobar que la funda del voluminoso Instrumento mostraba notoria avería. En el aeropuerto de Nueva York su disgusto fue todavía mayor cuando, bajo una montaña de valijas, su contrabajo apareció en dos pedazos. Según testigos, el hombre encargado de descargar los equipajes se sintió de pronto ofendido por algo y tiró el instrumento al suelo, sin contemplaciones, rompiéndolo. El viernes, sobre el filo de su actuación, lo que se consideraba fácilmente subsanable (pidiendo un contrabajo en préstamo al norteamericano que integraba el resto de la orquesta contratada), se complicó: tras inicial negativa, hubo que ofrecerle dinero. El norteamericano aceptó por cincuenta dólares (por escasos 20 minutos de préstamo), pagaderos contantes y sonantes por anticipado.
Armando Pontier fue otro para quien las preocupaciones lo atraparon de entrada. Su bandoneón debía comandar una troupe de músicos contratados en Estados Unidos; pero antes de salir de Buenos Aires ya le habían adelantado que de los tres bandoneones exigidos sólo contaría con dos. Ya en Nueva York no encontró ninguno. La desesperada búsqueda de reemplazantes culminó pocas horas antes de la función. En el ensayo apareció Romeo Bassi, integrante del conjunto del folklorista Barboza; para la noche consiguieron que Rogelio Camacho (un argentino que trabaja como bancario) se sumara al conjunto, previo repaso de las partituras que le facilitaría Pontier en el hotel.
El ensayo se vio bastante trabado y los 22 músicos tomados en Nueva York no parecían ensamblar del todo. Pontier, con su inglés chapurreado y el señorío que lo distingue, hizo milagros para hacerlos sonar con genuino sabor tanguero. "Son buenos ejecutantes, pero les (falta algo. Las cuerdas se oyen bien, pero no hay nada que hacerle; al tango hay que sentirlo, no basta con leer la música", salmodió en un intervalo. Cuando la orquesta pasó a otras manos, para servir de acompañamiento a Violeta Rivas, las interrupciones se hicieron frecuentes y muy pronto el reloj empezó a contar tiempo extra de ensayos. Sibilla, mirando las agujas con desesperación, empezó a sacar cuentas: "Si estos siguen así, voy a la quiebra. Cada músico me cuesta nueve dólares extras por cabeza en horas extras". Troilo hizo breve escala por el escenario, se puso de acuerdo con Pontier sobre el número de cierre (donde Pichuco dirigiría la orquesta y Tito Reyes compartiría el micrófono con Fabián y Violeta) y antes de que le subiera más la presión se fue para el Waldorf sin haber podido desenfundar su fueye.

TARDE PERO CON EXITO
Una persistente lluvia venía lavando las calles desde temprano. Si bien al anochecer amainó, sobre la anunciada hora del comienzo la asistencia no parecía muy numerosa. Cuando por fin empezó el show, el público —que cubría casi toda la platea y algunas filas del pullman— hacía un buen rato que venía batiendo palmas y pateando el piso al estilo de la más burda matinée de barrio. Armando Pontier se encargó de calmar los ánimos —musicalmente—, y tras algunos números de relleno, la escueta figura de Néstor Fabián cobró gigantesca proyección sobre el escenario. Con buena voz, dio cátedra del tango y el público lo ovacionó. Después volvería a aparecer cantando con el cuarteto de Troilo: allí posiblemente se llegó a uno de los mejores momentos de la noche, ya que los vocalistas y el bandoneón se comportaron impecablemente.
Cuando le tocó el turno a Figueroa Reyes, SIETE DIAS descubrió el porqué de la advertencia que había hecho el día anterior: salió decidido a "robarse" el espectáculo y —en verdad— se quedó con buena parte. A la segunda canción ya tenía al público a sus pies y de ahí en más desgranó lo mejor de su repertorio, dosificado con buenos chistes. Entre bambalinas, Luis Yané —director del espectáculo— empezó a agarrarse la cabeza; es que Figueroa duplicó los minutos que le correspondían, complicando la hora de cierre: por imposición sindical, si la función pasa más allá de las 12 de la noche, los responsables deben pagar una fuerte suma en carácter de multa (algo así como diez dólares por cada espectador presente en la sala). Quienes seguían en el programa no ocultaron el malestar. "Che, este ya se mandó tres lonplays. ¡Hasta cuándo va a seguir!", se oyó desde un camarín.
Violeta Rivas desplegó después su cuota de agudos, con singular
aprobación, incrementando el fervor de la platea en varios tangos a dúo con su marido. Y por otra parte, la pareja dio una esmerada imagen de matrimonio perfecto. "No sé qué gusto le encuentran al hacer correr rumores de que nos llevamos mal o disparates como el de que vamos a divorciarnos. Creo que hay gente que nos tira a matar", protestaba Violeta, en tanto convenía con Fabián ir a ver comedias musicales ("Me gustaría llevar algo nuevo para allá; No, no, Nanette dicen que es muy buena y la vamos a ver en cuanto nos quede tiempo libre").
Cuando le tocó el turno a Troilo, las 1200 personas que ocupaban la sala lo recibieron con euforia: aplausos mezclados con gritos de júbilo y alabanza. Pichuco se acomodó en la silla, pulsó su bandoneón y la sala se sumió en respetuoso silencio. El "sonido Troilo" invadió la atmósfera y ya nadie pensó que la entrada había costado 8 ó 10 dólares, o que el espectáculo se había iniciado con casi una hora de atraso. Troilo reeditó sus mejores tangos, emocionó al hablar de su barrio y dejó finalmente el bandoneón para conducir un cierre a toda orquesta con Violeta, Fabián y Reyes entonando los versos de Buenos Aires. El fin de fiesta, metido a presión por Yané y el locutor González Rivera, se dio un minuto antes de medianoche, justito a tiempo para evitar la multa.
A renglón seguido, la comitiva visitó en pleno la sede del Consulado argentino y allí, entre licores y un bien provisto lunch —explotado más por increíble cantidad de colados que por los artistas—, se celebró el éxito. Monetariamente, Sibilla no tenía mucho que festejar (para salvarse económicamente debió congregar el doble de gente), pero se consolaba manifestando que su satisfacción residía en que había conseguido lo que nadie lograra en tantos años: "que el gordo Pichuco tocara en Estados Unidos".
En tanto, la recepción servía para que la gente de Studio 7 propusiera a Violeta Rivas y Néstor Fabián una gira de diez días por teatros hispanos de Nueva York; para que Figueroa Reyes concretara actuaciones extras en Washington, tras la repetición de su show, en el Constitution Hall de Washington, el domingo 23; y para que Enrique Mono Villegas, el notable pianista, enrostrara a un par de agentes artísticos el hecho de que en los dieciséis meses que lleva en Nueva York ninguno se ocupara de organizar un festival que permitiera exponer su talento jazzístico. Otros se lamentaban de que el concierto no se hubiera grabado. Los más contrariados, en tal sentido, comentaban la actitud —descortés, calificaban— de Armando Pino (ejecutivo de RCA) al no haber aparecido por el Hunter College (de ser cierta la versión de que se encontraba en Norteamérica), y ya que la mayoría de los actuantes pertenecían a ese sello.

CON LOS PIES HINCHADOS
Durante el resto de la noche, Troilo tuvo que soportar estoicamente el parloteo de admiradores incansables y sonreír sin ganas ante el flash de montones de "insta-matics", obturadas por sus fans. No por nada al día siguiente despertó bien pasado el mediodía. Mientras Zita empacaba valijas para la breve excursión a Washington, SIETE DIAS dialogó con Troilo en el bar del hotel. El elogio de la cerveza holandesa que paladeaba y un Parliament entre los labios —reemplazando a su habitual cigarro— dio paso a la exteriorización de su cansancio: "Tengo los pies tan hinchados que para que te voy a contar. Trabajé bien, el público me gustó mucho, pero no vengo más. Ya estoy un poco viejo para andar haciendo estos viajes. A mí me gusta quedarme en casa y, si puedo salir de Buenos Aires, irme a Mar del Plata. Me gusta Mar del Plata, tanto que si alguna vez puedo elegir un lugar para vivir para siempre, va a ser allá. Es extraordinaria. No niego que Nueva York es algo serio, con estos edificios, pero allá tengo la avenida Colón, y no hay mucho que envidiar".
—¿Parte de la atracción no será el casino?
—No me hablés del casino. Hace unos años que lo largué, por suerte. A mí me gusta el juego con locura, pero gracias a que dejé el casino, en estos últimos cinco años pude juntar algo. Antes era una cosa seria; con decirte que seis veces fui a Mar del Plata en auto y volví en tren. ¿Aquí no hay casino, verdad?
—No, en Nueva York no, pero sí en Las Vegas.
—¿Y eso dónde queda?
De cualquier manera, no hubo tiempo de pensar en otra cosa que en el retorno a Buenos Aires. "Yo dejé mis actuaciones por venir a Nueva York. Tengo mucho trabajo, así que me vuelvo cuanto antes. Me gustaría andar un poco más por acá y conocer el país, porque entre actuaciones y recepciones he visto muy poco... Pero me vuelvo, yo extraño".
Otros, como Tito Reyes, aprovecharon los días para buscar conexiones esperando volver. "Esto es grandioso —decía admirado, mientras el auto recorría autopistas entre el aeropuerto y Manhattan—. ¡Qué ciudad! Mirame a mí, de Valentín Alsina a Nueva York... y cantando tangos".

EL ARRASTRE DE LOS FRONTERIZOS
El sábado 22, mientras un ómnibus de la Greyhound enfilaba hacia la ciudad de Washington para presentar a Troilo y compañía, el Carnegie Hall alistaba su escenario para recibir a la otra embajada argentina. Los organizadores habían invertido 14.000 dólares y en la medida que cubrieran las 2.750 localidades del legendario coliseo, que cobijó a tantos solistas de fama mundial, podrían respirar aliviados. Sibilla había estimado una inversión de 20.000 dólares para su show del día anterior, sin especificar después cuáles habían sido las pérdidas. Fermoselle, con bastante conocimiento del mercado, basó su programación en la presentación de Los Fronterizos y optó por bajar los precios con relación a los del año pasado: los hizo oscilar entre 3,50 y 7,50 dólares. "Teniendo la competencia del show de Troilo, consideré que era una buena medida cobrar menos", justificó. Al margen de esa estrategia, la ubicación más céntrica del Carnegie, su mayor prestigio y el hecho de hacer el festival en día sábado, puso las mejores cartas de su lado.
En materia de viajes, también esta delegación había sufrido demoras y los consecuentes contratiempos (y si no que se lo pregunten a Fernando Ochoa). Sólo uno de Los Fronterizos, Quesada, se había salvado de las penurias porque desde hace un tiempo está tomando sol en Miami y el vuelo a Nueva York lo hizo sin problemas. A las ocho de la noche, gran cantidad de gente ya entraba al teatro, y media hora después Jorge Beillard daba pie al cuarteto de Atilio Stampone, quien se ganó los primeros aplausos con El choclo, con un estilo bien de acuerdo con la tradición característica del Carnegie. Tras el escenario, Fernando Ochoa le daba los últimos toques al atuendo gauchesco, motivo de mofa por parte de Los Fronterizos: "Mire, don Fernando, que con todos los cachivaches que se está echando encima lo van a tener que llevar con un tractor"; "Sabe, con todas las porquerías que carga, si se llega a caer en el escenario van a saltar pedazos hasta la última fila"; "Mire, don Fernando, usted va al Greenwich Village con esa pinta y los hippies le compran todo".
Pero cuando llegó el momento de aparecer ante el público, todos
fueron augurios y hasta el mismo Ochoa se quedó pasmado con las aclamaciones que le prodigó la gente. "Cuando me paré en medio del escenario y sentí tal recibimiento se me paralizó el corazón —plañe el recitador—. Yo no sé, creerían que era un prócer o algo por el estilo, ¡qué manera de aplaudirme! Mirá que después de haber pisado las tablas del Colón y las de la Opera de París, no me impresiona la fama del Carnegie Hall. Pero la gente, esta gente, me emocionó. No pude abrir la boca, pensé en todos mis amigos que se habían ido, en Yamandú, en Martínez Paiva. Creo que nunca me olvidaré de esto", y la emoción era fácilmente perceptible en sus ojos. Después, ya repuesto, se jactó: "A los 70 años, y habiéndome acostado a las 6 de la mañana con veintiún whiskies encima, ya ves como sigo tirando".
"Estoy nervioso, no tengo voz, no voy a poder cantar." Roberto Goyeneche había tenido algunos contratiempos —quién no— durante el día, y minutos antes de salir a escena era una pila de nervios. Tiscornia, su agente, lo trataba de calmar, pero no había nada que hacer: El Polaco encendía un cigarrillo tras otro, intentaba alguna vocalización y daba vueltas por todos lados; "Ya me debo haber caminado como 40 kilómetros por detrás del escenario", exageró. Pero frente al público, la voz de Goyeneche resonó en la soberbia acústica de la sala como en sus mejores noches: "Melodía de arrabal, Garúa, Malena, El día que me quieras. El apuro pasó, la actuación fue un éxito, pero sus nervios siguieron de punta. A la salida del teatro, la gente lo rodeó para hacerle firmar autógrafos. No daba un paso sin que algún programa y lapicera se le cruzara delante. Medio rezongando firmaba y le rogaba a Tiscornia que lo sacara pronto de ahí. "Vos sabés que la gente me pone frenético, que no me gusta firmar autógrafos. Yo cumplí, canté, ahora quiero que me dejen tranquilo". Goyeneche se serenó recién una hora después. Había sido un día bravo, es cierto,. "Sabés —admitió—, esto es tan grande como cantar en la cancha de Boca".
La actuación de Los Fronterizos, parte final de la velada, se vio demorada por la segunda aparición de Ochoa. Ahora enfundado en smoking ("¿Y ése era el gaucho?", se sorprendió un acomodador) disfrutó, con el eco favorable de la platea y alargó su parte. Nuevamente Luis Yané (el mismo que había dirigido el show del día anterior) se vio en figurillas para entrar en horario y salvarse —otra vez— de la multa. Como Ochoa seguía impertérrito —con el beneplácito de la audiencia y haciendo caso omiso de las señas que le hacían de entre cajas— hubo que encenderle todas las luces del escenario para que se diera por enterado. Lo hizo unos minutos después, con su sentencioso "No es para el mal de nadie, sino para el bien de todos".
Recién entonces Los Fronterizos desplegaron los ponchos en escena, encontrando el mismo eco afectivo que los consagrara el año pasado. Cantaron Recuerdo salteño, Ecos de mis cerros, Añoranzas... Fueron doce canciones, la gente pidió más y concedieron varios bis. Más aplausos y un ¡Viva la Patria! coreado por la concurrencia cerró la noche. Los cálculos de Fermoselle y Varela fijaban la audiencia en 2.200 personas. La plata estaba salvada y una sonrisa tranquila surcó entonces sus rostros.
Al día siguiente, domingo 23, el monumento a San Martín, sobre el borde sur del Central Park, debía congregar a la colectividad argentina en celebración del 25 de mayo. De los artistas que habían actuado la noche anterior, sólo Los Fronterizos se hicieron presentes. De los miles de personas que habían vivado a la Argentina y al 25 de mayo desde las butacas del Hunter College y el Carnegie Hall, menos de 100 fueron las que se arrimaron. Conclusión: o muy pocos se enteraron del acto celebratorio, o la tradicional corona de flores —con palabras alusivas— está pasando de moda.
La Semana de Mayo en Nueva York propone una moraleja: es de esperar que la buena intención de sus promotores cuaje en mayor comunicación y coincidencia el año próximo, para que no haya necesidad de dividir esfuerzos. ¿O es que esta clase de actos no se hacen realmente en honor de la fecha patria y para nuclear a los argentinos que añoran aquí al país lejano?
JUAN ALBERTO ABRAHAM
Revista Siete Días y la Actualidad
31.05.1971

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