Abastecimiento
¿Se pueden frenar los precios con leyes?
Toda la semana pasada se vivió con una febril actividad
por parte de los cuerpos directivos de las entidades
empresarias, consultadas oficial y extra-oficialmente por
comisiones, bancadas y legisladores aislados, a quienes
corresponderá la responsabilidad de la sanción de una ley
de abastecimientos, sobre la base del conocido proyecto
del Poder Ejecutivo. En la madrugada del miércoles ya se
descartaba que, luego de algunas reformas, el proyecto
podría llegar a recoger el auspicio de la mayor cantidad
de partidos que haya logrado cualquier despacho de los
sancionados por este Congreso.
Paradójicamente, una unanimidad de signo opuesto se
recogía en las esferas empresarias; todas las entidades de
marcada representatividad consideraban inconveniente una
ley de esta naturaleza; así lo dijeron, clara y
reiteradamente, la Unión Industrial, la Cámara Argentina
de Comercio, la Sociedad Rural, la Bolsa de Comercio y la
Confederación del Comercio, adherida a la CGE.
La protesta habría llegado incluso al propio presidente de
la República: Illia recibió en una oportunidad a la mesa
directiva de ACIEL, central a la que están adheridas la
mayoría de las organizaciones mencionadas y, en esa
oportunidad, respondió a sus inquietudes que "mientras yo
sea presidente, esa ley sólo se aplicará
excepcionalmente". Los dirigentes acielistas. por su
parte, le dijeron que preferían no tener que estar
librados a la buena voluntad de un mandatario que, por lo
demás, debe ser relevado constitucionalmente al término de
seis años, mientras que la ley queda.
En términos generales, la coincidencia de los empresarios
señalaba como efectos insalvables del proyecto original y
de las reformas posteriores, los siguientes:
• La amplitud de las facultades conferidas y el ámbito en
que pueden ser aplicadas, permiten la instauración de una
dictadura económica del Estado.
• El sistema de control traerá como consecuencia un
incremento de la burocracia estatal y una elevación en los
costos de producción de los empresarios, obligados a
llevar planillas especiales.
• La posibilidad de dictar normas sobre cualquier
actividad económica, reduce la función del empresario a la
de gestor de las decisiones estatales y desmembra el
derecho de propiedad que garantiza la Constitución.
• La fijación de cuotas de producción de cumplimiento
obligatorio implica que las empresas estarán obligadas a
trabajar aunque sea a pérdida.
• El establecimiento de precios de sostén o de fomento y
el otorgamiento de subsidios tenderá a fomentar
actividades económicamente improductivas en desmedro del
tesoro de la Nación, que deberá compensar las pérdidas que
estos rubros ocasionen.
• La facultad de fijar márgenes de utilidades y la de
prohibir transacciones a precios superiores a los
determinados por el organismo, significa detener el
proceso de ahorro de las empresas y los planes de
inversiones de las mismas.
• El articulado crea penas para delitos extralegales, pues
las infracciones dependerán de las normas que fije el
cuerpo de ejecución de la ley, siendo las mismas
inapelables.
• La posibilidad que tienen de utilizar los medios de que
dispone el Estado para intervenir en las distintas etapas
del ciclo económico, implica establecer un peligroso
antecedente de socialización de los factores de
producción.
Finalmente estiman que esta ley habrá de constituir una
traba para las relaciones comerciales con otros países
pues es una prueba fehaciente de la orientación y
tendencia económica de la Argentina.
Expertos económicos consultados por PRIMERA PLANA daban,
por su parte, otros enfoques sobre el problema: para
demostrar que este tipo de reglamentaciones no tiene nada
más que efectos momentáneos y que a la larga son
perjudiciales, los técnicos entrevistados señalaron que,
según los datos de la Dirección Nacional de Estadísticas y
Censos, en el período en que rigió la anterior ley —o sea
desde el año 1946 hasta 1955— el presupuesto básico de la
familia argentina se había elevado en más de 4,8 veces,
pasando de 297 pesos a 1.443 pesos.
Recordaron asimismo que en un trabajo realizado por el
doctor Carlos Moyano Llerena y que fuera actualizado por
la revista "Análisis", se llegó a comprobar que un grupo
de 22 artículos alimenticios, que estuvieron regidos por
los precios máximos, experimentó entre 1939 y fines de
1963, un incremento promedio de 98 veces, en tanto que 17
artículos que no tuvieron precios controlados solo
aumentaron 61 veces. Estos incrementos y fluctuaciones no
pueden ser evitados en un sistema de control de precios,
porque la mecánica de la economía indica que el productor
o distribuidor de un articulo con precio máximo fijado, al
comenzar a tener dificultades y perder el incentivo de las
ganancias, abandona la producción para volcarse a otra
actividad no controlada. Esto genera la escasez del
producto con precio controlado, y el ciclo se invierte
porque la oferta, al ser superada por la demanda origina
indefectiblemente nuevos aumentos de precios que el
gobierno, a la larga, tiene que permitir.
El control de cambios
Por Julio Gottheil
El Banco Central ha dictado dos circulares cuyo objetivo
es reunir información acerca de las obligaciones en moneda
extranjera del sector privado y acerca de los motivos por
los cuales se compran y venden divisas en nuestro mercado
libre. En una plaza intimidada por la incertidumbre, estas
circulares han bastado para que se diga que el gobierno
implantará el control de cambios.
La verdad es que, por ahora, el gobierno ha hecho algo muy
sensato, que debió haber sido hecho mucho antes. Los
gobiernos anteriores y el actual no han tenido una noción
precisa de cuánto debe el país en divisas extranjeras. La
balanza de pagos internacionales es de esencial
importancia para la vida económica del país. De las
divisas que ingresan por exportaciones e inversiones y de
las divisas que salen por importaciones y pagos de
dividendos (aparte de otros conceptos que dejo a un lado
para simplificar) depende precisamente la posibilidad de
seguir importando bienes de capital, maquinarias, etc.;
depende que nuestra capacidad de exportación sea
suficiente o no; depende el nivel de vida de la población
y la supervivencia de muchas iniciativas empresarios. En
la balanza de pagos influyen los egresos de divisas
originados por los pagos que las empresas privadas o los
particulares hacen en el exterior en moneda extranjera.
Por lo tanto, para tener un panorama completo, hay que
contar no sólo con la información de las obligaciones del
Estado Nacional, las provincias y las empresas estatales y
otros entes, sino también con las obligaciones de los
particulares. Y es con ese dato esencial con el que no se
ha contado hasta ahora por falta de iniciativa de los
gobiernos.
La medida del Banco Central tiene pues un aspecto positivo
primordial de información para que el país sepa a qué
atenerse y pueda programar de la mejor manera posible.
Pero hay más. Aparte de las operaciones normales de
exportación, importación y pagos financieros, el mercado
de cambio sirve para que con él se especule. No es el
pequeño especulador de la calle San Martín, que se
beneficia con los vaivenes provocados por los grandes
especuladores, el que realmente cuenta. El señor de la
calle San Martín cuenta como fenómeno psico-social de
desmoralización, descreimiento y separación de la
responsabilidad colectiva; pero influye poco en la
cotización de las divisas. Para hacer variar el tipo de
cambio hay que mover millones. O hay que demorar la venta
de divisas logradas en la exportación. Pues bien, todo
este fenómeno de especular con las oscilaciones del
mercado de cambios es nocivo porque hace invertir
esfuerzos en actividades improductivas, porque provoca
inseguridad colectiva dada la repercusión que tiene en
muchos precios el cambio de la divisa extranjera, y porque
se ha tomado al "dólar" como indicador de la salud o
enfermedad de la economía del país. Uno de los medios más
eficaces para combatir la especulación es informar acerca
de ella. Por el solo hecho de saberse oficialmente los
motivos de las compras y ventas de divisas hay que esperar
que disminuya la especulación. Además el Estado podrá
tomar medidas para impedir aquella especulación que no
cese por el solo hecho de la información.
La medida tomada es positiva por muchos lados. Por otra
parte, es algo que se hace en la gran mayoría de los
países que no han optado por controles de cambio
estrictos.
Nuestro país tiene que estar muy enfermo para asustarse
tan fácilmente. Quienes temen el control de cambios están
en contra del sistema. A mí también me parece mal el
establecimiento de controles dentro de una economía libre
y con un medio propenso a la corrupción como es el nuestro
hoy. Pero creo que nada hay que temer, ya que las
autoridades en esto están procediendo con prudencia. Tal
vez muchos reaccionen por experiencia y estén escaldados
con las improvisaciones que hasta ahora nos han hecho
padecer los actuales gobernantes. Pero pienso que también
reaccionan condicionados por un hábito de frustraciones
reiteradas.
PRIMERA PLANA
28 de enero de 1964
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